El Alfa Y Su Presa

El aire estaba quieto. Demasiado quieto.

Ni siquiera el aullido del viento osaba colarse entre las grietas de la montaña. Varkhan tensó la mandíbula mientras avanzaban por el pasillo de piedra tallado siglos atrás, con Nyra pisándole los talones, envuelta en el abrigo de piel oscura que él le había dado antes de partir. A cada paso que daban, el ambiente se volvía más denso. Como si algo antiguo los estuviera esperando.

—Este sitio huele a sangre vieja —murmuró Varkhan.

—Y a magia dormida —añadió Nyra, tocando la pared con la yema de los dedos. Sentía cómo la piedra la reconocía. La aceptaba.

Habían llegado al corazón de la montaña siguiendo las indicaciones de Mairen, tras días de viaje bajo la nieve. El templo antiguo, donde los ecos de los primeros lazos lunares aún vivían entre las runas y las raíces, debía ser un lugar sagrado. Pero nada en él les transmitía seguridad. Al contrario. Cada piedra parecía observar.

Al fondo, tras un arco cubierto de líquenes, les aguardaba Mairen.

La guardiana estaba arrodillada ante un altar, con los ojos cerrados y las manos extendidas hacia una fuente tallada con símbolos antiguos. El agua del interior no se movía. No reflejaba.

—Habéis llegado —dijo sin mirarles—. Y con vosotros, la herida que aún supura.

Nyra sintió un escalofrío en la espalda. La voz de Mairen parecía salir de las paredes, como si el templo la hablara a través de ella.

—¿Dónde está Cassian? —preguntó Varkhan, con voz baja, pero cargada de amenaza.

—Más cerca de lo que creéis —susurró Mairen. Entonces abrió los ojos, y Nyra se quedó paralizada.

No eran los ojos verdes, sabios y tranquilos de la guardiana. Eran negros como la obsidiana. Vacíos. Tomados.

—¡Atrás! —gritó Varkhan, colocando a Nyra tras él, pero ya era tarde.

El suelo tembló. Las runas del altar comenzaron a brillar con un fulgor rojizo. Y del agua surgió una niebla espesa que se enroscó en torno a sus tobillos, subiendo como serpientes.

—¡Es una trampa! —gritó Nyra.

Un segundo después, el suelo bajo ellos se abrió.

Cayeron.

El impacto fue brutal. Varkhan rodó sobre sí mismo, gruñendo, hasta colocarse sobre Nyra para protegerla. Habían caído en una sala subterránea, iluminada por el resplandor espectral de cientos de cristales flotantes. El aire olía a azufre y a poder antiguo.

Nyra se levantó con la respiración agitada. Sangraba por una ceja, pero lo ignoró. Lo sentía. Lo sentía en su vientre, en su lengua, en lo más hondo del alma: Cassian estaba allí.

—Te esperaba, hermana —dijo la voz, saliendo de la oscuridad como un cuchillo húmedo.

Cassian emergió de entre las sombras, vestido con una capa raída, los ojos más brillantes que nunca. Pero no era solo él. Había cambiado. Su magia ya no era humana. Palpitaba a su alrededor como un enjambre venenoso.

—¿Qué le has hecho a Mairen? —rugió Varkhan.

—Solo le mostré lo que ya temía. El reflejo de lo que viene. Ella eligió mirar. ¿Quién creéis que nos ayudó a entrar en el templo?—respondió Cassian, ladeando la cabeza como un animal curioso.

Nyra se adelantó, la sangre resbalando por su sien.

—¿Qué es este sitio?

Cassian sonrió. No como un hermano. Como un verdugo.

—Es el lugar donde todo terminó… y donde todo volverá a empezar. Aquí fue donde Elaria selló el pacto. Aquí fue donde rompiste tu juramento.

El eco de su voz hizo temblar los cristales.

—No soy Elaria —dijo Nyra, pero su voz sonaba hueca, como si ni ella misma lo creyera ya del todo.

—¿Ah, no? Entonces dime por qué la piedra te reconoce. Por qué la magia despierta con tu voz. Por qué yo… puedo mostrarte esto.

Cassian alzó una mano.

Y el mundo se quebró.

Nyra gritó.

No por miedo, sino por la intensidad del recuerdo. De pronto ya no era ella. Era Elaria. El vestido blanco, las manos manchadas de sangre, Varkhan arrodillado, herido, con la mirada rota. Y ella… con la daga en la mano.

—Te amo —susurraba Elaria—. Por eso… debes matarme antes de que me lleven.

—No… —murmuró Nyra—, no otra vez…

Varkhan intentó alcanzarla, pero una barrera de energía los separó. Golpeó el aire con sus garras, transformado por la rabia, por el dolor de verla colapsar.

Cassian se acercó a ella. Se arrodilló a su lado como si fuera un amante, no un hermano.

—Siempre fuiste una traidora —dijo al oído de Nyra—. Y esta vez, no vas a tener otra oportunidad.

El suelo comenzó a agrietarse bajo sus pies. El templo entero temblaba.

Y entonces, algo cambió.

La magia de Nyra no huyó. No se quebró.