Melisa Thompson, una joven enfermera de buen corazón, encuentra a un hombre herido en el camino y decide cuidarlo. Al despertar, él no recuerda nada, ni siquiera su propio nombre, por lo que Melisa lo llama Alexander Thompson. Con el tiempo, ambos desarrollan un amor profundo, pero justo cuando ella está lista para contarle que espera un hijo suyo, Alexander desaparece sin dejar rastro. ¿Quién es realmente aquel hombre? ¿Volverá por ella y su bebé? Entre recuerdos perdidos y sentimientos encontrados, Melisa deberá enfrentarse al misterio de su amado y a la verdad que cambiará sus vida.
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Entre recuerdos y estrategia
Samuel se refugiaba en la casa de su amigo Gabriel, un lugar que había convertido en su base de operaciones mientras acababa con Débora. No podía permitir que ella sospechara que estaba de vuelta en España; un solo error y esa mujer desaparecería sin dejar rastro, como una sombra que se esfuma en la oscuridad.
Esa mañana, mientras se afeitaba frente al espejo, un recuerdo irrumpió en sus pensamientos. A sus 33 años, Samuel aún recordaba con claridad cómo Débora había irrumpido en sus vidas una década atrás. Tenía solo 23 años cuando su padre se casó con ella, y desde el primer momento supo que algo no encajaba. La ambición brillaba en sus ojos, y su sonrisa, demasiado dulce, escondía una falsedad que solo él parecía percibir. Era una maestra en el arte de manipular las situaciones, siempre posicionándose como la víctima perfecta.
Al principio, su padre era un hombre amoroso y presente, pero todo cambió cuando Débora cruzó el umbral de su hogar. Poco a poco, se distanció, su comportamiento se volvió frío y distante, y el afecto que siempre había mostrado hacia Samuel se desvaneció como humo en el viento.
Cinco años después, Débora quedó embarazada de Cristian, su medio hermano. Samuel albergó la esperanza de que aquello cambiaría la dinámica familiar, pero en lugar de eso, llegó la tragedia. Un año después del nacimiento del niño, su padre murió repentinamente de un supuesto paro cardíaco.
—No pudo haber sido una simple coincidencia… murmuró Samuel, clavando la mirada en su reflejo.
Su padre nunca había tenido problemas del corazón. Era un hombre fuerte, saludable, lleno de vida. Algo en esa muerte olía a podrido, y aunque en ese momento no tenía pruebas, su instinto le gritaba que Débora estaba detrás de todo.
Sin embargo, hubo una pequeña victoria: su padre, en un último acto de lucidez, le había legado la mayor parte de su fortuna a Samuel. Cristian recibiría su parte al cumplir la mayoría de edad. Aquello no sentó bien a Débora. Desde entonces, su actitud cambió. Se volvió más fría, más calculadora.
Fue entonces cuando Samuel decidió actuar. Instaló cámaras ocultas con grabación de audio en la mansión, esperando captar algo que confirmara sus sospechas. Los primeros meses, todo parecía normal. Débora no hacía nada fuera de lo común… hasta que una noche escuchó algo que lo dejó helado.
—Ese viejo decrépito ni siquiera sospechó que lo estaba envenenando poco a poco… la voz de Débora resonó en sus auriculares, fría y despiadada. Y lo peor es que le dejó su fortuna a su hijo. De nada sirvió matarlo.
Samuel apretó el vaso que sostenía con tanta fuerza que temió que se rompiera. En ese momento, lo supo: su padre había sido asesinado.
Desde entonces, comenzó a investigar cada movimiento de Débora, buscando más pruebas, asegurándose de que no pudiera salirse con la suya. Pero luego… el secuestro.
Su mente se nubló al recordar. No podía reconstruir lo que había sucedido después. Era como si una parte de su vida hubiera sido borrada, arrancada de su memoria sin dejar rastro.
Se llevó una mano a la cabeza, frustrado.
—¿Por qué no puedo recordar? susurró, más para sí mismo que para nadie.
Algo en su interior le decía que esos meses perdidos escondían algo crucial, algo que no debía olvidar. Pero por más que lo intentaba, su mente seguía en blanco.
—Después lo averiguaré… ahora lo más importante es acabar con Débora.
A la mañana siguiente, Samuel bajó a la cocina y encontró a Gabriel y su hermana Leticia desayunando. El aroma a café recién hecho llenaba el aire, y la luz del sol se filtraba por las cortinas, creando un ambiente cálido que contrastaba con la tensión que llevaba dentro.
—Vaya, el hombre misterioso decidió unirse a nosotros bromeó Gabriel, sirviéndole una taza de café.
Samuel esbozó una sonrisa leve y se sentó al lado de Leticia, quien lo miró con una expresión juguetona.
—Cada vez te veo más guapo, Samuel dijo ella, con un tono coqueto que no pasó desapercibido. Dime, ¿cuándo vas a aceptar salir conmigo?
Samuel suspiró. No era la primera vez que Leticia intentaba conquistarlo.
—Leti, eres una mujer hermosa y lo sabes… pero ahora no estoy para relaciones.
—Oh, vamos insistió ella, inclinándose hacia él. Sabes que haríamos una pareja perfecta.
Antes de que Samuel pudiera responder, Gabriel intervino.
—Deja en paz a Samuel, Leticia. Él tiene cosas más importantes en qué pensar.
Leticia rodó los ojos y se levantó con dramatismo.
—No me voy a rendir tan fácil… te lo advierto, Samuel. Algún día caerás en mis brazos.
Dicho eso, salió de la cocina, dejándolos solos.
Gabriel negó con la cabeza y sonrió.
—No te preocupes, siempre ha sido así. Le gusta la caza.
Samuel bebió un sorbo de café y dejó la taza sobre la mesa.
—Hablando de caza… creo que es momento de saber si Débora fue detenida. Esa víbora no puede escapar.
Gabriel asintió, su expresión volviéndose seria.
—Ya lo averiguo. Si ha huido, lo sabremos pronto.
Samuel se recostó en la silla y exhaló profundamente, su mirada perdida en el vacío.
—Esta vez no voy a dejar que salga con la suya.
Lo que no sabía era que, en un rincón de Nueva York, una mujer embarazada lloraba su ausencia, sus lágrimas cayendo sobre una foto de Alexander (Samuel). El pasado y el presente se entrelazaban, y el futuro parecía más incierto que nunca.