Doncella De La Mafia

No transcurrió mucho tiempo para que los hombres de Renzo Mancini se hicieran presentes en el hotel. Bajo sus órdenes, obligaron a sus dueños a cerrar el local por el tiempo que los mafiosos hicieran las averiguaciones necesarias.

—Jefe — se acercó Guido Vitale, el asistente de mayor confianza de Renzo — Estas personas aseguran que, según lo que figura en sus registros, quien pagó por una noche en la habitación 203 es una mujer llamada Roxanne Pendleton, de cuarenta y siete años de edad.

Renzo estaba sentado en el sillón central del sencillo y oscuro recibidor con el cual el motel daba la bienvenida a sus huéspedes. Tenía a cuatro hombres vestidos de negro a sus espaldas, aguardando órdenes y, a unos metros de sus pies, a una mujer y un hombre viejo arrodillados; eran el encargado del hotel y la recepcionista. Ambos mantenían la mirada sobre el suelo y no pronunciaban palabra.

—No puede ser. Ellos tienen que estar mintiendo — contestó Renzo fríamente, jugando con un pañuelo de seda azul entre sus dedos, el mismo que la chica había olvidado.

Guido Vitale traía el registro del hotel entre sus manos; era un libro enorme con nombres, fechas y datos. Bastante anticuado, visto y considerando que existían las computadoras. Pero no era algo extraño viniendo de un motel de ese nivel, manejado por gente mayor.

—Es lo que dice aquí — insistió Guido, abriendo la página donde figuraba el registro de las últimas personas que ingresaron al hotel— Tal vez, ella no brindó sus datos reales.

—Tú — llamó Renzo a la mujer que se encontraba de rodillas. Esta lo miró intimidada —. ¿Viste la identificación de esa persona?

La mujer, de unos treinta años de edad, negó con la cabeza. Renzo inquirió:

—¿Qué no deberías pedirla?

—Es que…S-s-según recuerdo, la persona que pagó por la habitación 203, había olvidado su identificación.

El mafioso la contempló molesto. Sus ojos penetrantes la pusieron nerviosa.

—¿Qué clase de motel son? ¿Dejan entrar a cualquiera siempre que pague? Tú —miró al encargado — ¿Permites que estas cosas sucedan?

Renzo hizo un gesto con la mano y uno de los matones que se encontraba a su derecha se acercó al encargado. El grandulón se puso en cuclillas frente al pobre hombre, quien sudaba aterrado.

—Así que no vigilas a tus empleadas, ¿eh? — le dijo el matón al encargado, fingiendo confianza, muy cerca de la cara. Levantó su manota le palmeó dos veces la mejilla, amagando una bofetada —. ¿Sabes? A mi también me interesa el dinero, no te culpo…

El matón le sonrío al encargado de una manera extraña, cínica. Luego, le propinó un golpe que arrojó al pobre hombre al suelo, haciendo que la recepcionista ahogue un grito y se lance a llorar.

—¡Señor! —exclamó la mujer, suplicante — Tal vez Rosita haya visto algo. Ella se encarga de la limpieza del segundo piso… Por favor… No nos haga daño.

Tras esas palabras, se produjo un silencio tenso. Los labios de la mujer comenzaron a temblar ante la incertidumbre de lo que pasaría ahora.

—Tráiganla — ordenó Renzo y dos matones obedecieron de inmediato. Luego, se dirigió a sus dos interrogados, mientras el matón que le propinó el golpe al encargado le ofrecía un pañuelo para limpiarse : — Ustedes dos, ¿por qué no se ponen cómodos? Adelante, siéntense.

Renzo señaló un sillón largo. No era amabilidad: era una orden. Sin chistar, la mujer y el anciano obedecieron.

Guido Vitale se aproximó a Renzo y dejó el libro en la mesita que su jefe tenía enfrente. Luego, se sentó junto a él y dijo confidente:

—Jefe… Estas personas parecen decir la verdad, ¿no crees?

—Lo sé… Pero estoy seguro de que la mujer que busco es alguien joven — Esto era obvio para él; tenía recuerdos borrosos, pero su cuerpo y tono de voz no se sintieron como los de una mujer madura.

—¿Qué es lo que ha ocurrido exactamente, Jefe? Me fue difícil hallarte, ¿sabes? Casi estalla una guerra…

El tono del asistente era de preocupación y, a la vez, escondía una reprimenda que apenas fue capaz de ocultar. Pero Guido era la única persona a quien Renzo le permitía hacer esa clase de comentarios: él era como su hermano, habían crecido y luchado juntos y se tenían mucha confianza.

Después de un segundo, Renzo respondió:

—Luego te digo…

De repente, los dos matones que había mandado Renzo bajaron por la escalera junto a una mujer bastante mayor con uniforme de limpieza. Ella tenía colgado su bolso; al parecer, estaba a punto de irse, tal vez porque habría terminado su turno.

—Siéntese, Rosa — le invitó Renzo, señalando una silla. Al ser una mujer mayor, decidió tener esa consideración con ella — Quiero preguntarle algo y espero me responda bien.

Rosa obedeció. Con solo echar un vistazo a su alrededor se dio cuenta en qué clase de situación estaba metida. Tragó saliva y contempló a Renzo, quien la observaba como un león paciente pero atemorizante.

—Dígame — respondió la mujer.

—¿Usted ha visto a la persona que se alojó en la habitación 203?

—Yo… Creo que sí. Pero… Se hospedaron varías personas en ese piso, es difícil recordar.

—Solo hay tres habitaciones en esa planta—interrumpió Renzo— Espero que su memoria sea buena, abuela.

—Es que… En este hotel van y vienen muchas personas. Y mi trabajo…

—Solo dígame qué es lo que vio —interrumpió Renzo, insistente.

—Recuerdo que la persona que ocupó la habitación 203 se fue alrededor de las 2 am. Era una chica. Me pidió que le indicara dónde estaba la salida de emergencia. Y me advirtió que su novio había quedado dentro de la habitación y que le había dejado la llave. Me pareció muy extraño que dejara a su novio ahí, pero, aquí se ve de todo, ¿sabe?…

Al oír esa historia, la indignación de Renzo creció en su pecho. “Novio…” ¿Quién se había creído esa zorra? Era astuta… Apretó aún más el pañuelo entre sus manos y siguió escuchando a Rosa en silencio:

—... Ella parecía consternada. Algo le había ocurrido. Me dio pena y le indiqué la salida.

—¿Cómo era? Descríbala, Rosa.

—Oh… Lo siento, yo… No la recuerdo con exactitud. Vestía de manera anticuada, con ropa oscura, pero su voz era joven. Estoy segura de que era una muchachita, pero ella se fue tan rápido y yo tenía tanto trabajo que no pude prestarle demasiada atención…

Esa no era suficiente información para Renzo. Iracundo, se puso de pie y pateó la mesa, asustando mucho a Rosa, quien comenzó a temblar. El jefe mafioso se aproximó a la pobre mujer y se inclinó cerca de su rostro.

—¿Está segura, Rosa? No me miente ¿verdad?

—N-n-no, señor… — respondió Rosa, mirándole a los ojos, comenzando a derramar lágrimas silenciosas — Se lo juro por mis nietos…

Renzo le echó una última mirada analítica a la anciana. Luego, le dió la espalda y se dirigió a Guido:

—Revisen todas las cámaras de seguridad de este motel y busquen a la mujer que acaba de describirnos Rosa. Y si no encuentran a alguien con esas características, tal vez… —y miró de reojo a la pobre empleada — Llevemos a dar un paseo a sus nietos.

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