La joven, cuyo corazón había sido destrozado por la crueldad de aquellos que una vez habían sido sus seres queridos, ahora caminaba por un sendero de venganza. Había perdido todo: su hogar, su familia, su inocencia. La amargura y el dolor habían dado paso a una sed de justicia, que la impulsaba a buscar a aquellos que le habían arrebatado todo. Sin embargo, el destino, que parecía tener un plan propio para ella, nuevamente la pondría a prueba. La joven se encontraría cara a cara con su pasado, y debería enfrentar las sombras que la habían perseguido durante tanto tiempo. ¿Podría encontrar la fuerza para perdonar y seguir adelante, o la venganza la consumiría por completo? Eso solo el tiempo lo diría.
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Capítulo 21
Henry se quedó estupefacto, su rostro pálido de sorpresa. "¿De qué está usted hablando?", preguntó, incrédulo.
El Conde se encogió de hombros: "Como oyes, mi hija ya está casada con un hombre que la hará vivir como reina".
Henry empezó a gritar desesperado: "¡Elizabeth, sal! ¡Estoy aquí, Elizabeth, Elizabeth!".
El Conde cerró la puerta y dijo: "Deja de perder el tiempo y vete. Ya no vuelvas por aquí".
Henry se quedó totalmente desconcertado, su corazón roto. "¡No, esto es mentira!", gritó. "Solo lo dice para que no me acerque a ella".
No podía creer que Elizabeth, la mujer que amaba, la que compartió estos últimos dos años y con la que se iba a casar, podría aceptar casarse con otro hombre. La idea lo consumía, como un fuego que devoraba su alma.
Los días pasaron y Elizabeth se recuperaba lentamente. Las heridas físicas sanaban, pero las emocionales aún dolían. Laura, su dama de compañía, había sido una constante fuente de consuelo y apoyo.
Un rayo de sol entró por la ventana, iluminando la habitación y el rostro de Elizabeth. El médico sonrió.
"Ya está sana, puede salir a caminar si lo desea", anunció.
Elizabeth se sorprendió. "¿Salir?", repitió, incrédula.
El médico asintió. "Hablé con el príncipe. Estuvo muy pendiente de su recuperación y permitió que saliera".
Laura se iluminó. "Señorita Elizabeth, su majestad le ha permitido salir al jardín rojo. Vine a prepararla para el paseo".
Elizabeth miró a ambos, su corazón latiendo con emoción. Después de meses encerrada, podría sentir el sol en su piel y respirar aire fresco.
Elizabeth se levantó, su cuerpo débil pero su espíritu renovado. Laura la ayudó a vestirse y peinarse.
"Estás hermosa, señorita", dijo Laura, sonriendo.
Elizabeth sonrió débilmente. "Gracias, Laura. Estoy lista".
Elizabeth se sumergió en la serenidad del jardín rojo, sentándose en el borde de la fuente. El sol calentaba su piel y el aroma de las flores la envolvía en un abrazo reconfortante.
Después de tanto tiempo encerrada, sentir la libertad era como un renacimiento. Cerró los ojos y dejó que la brisa acariciara su rostro.
Pero la paz fue efímera. Dos damas se acercaron, susurrando y mirándola con desdén.
"Mira a esa mujerzuela", dijo una. "Su belleza no se compara a la de su majestad Amelia y se pasea como si fuera la nueva reina".
La otra dama asintió. "Es una insolencia. No debería permitirse que se mueva con tanta libertad".
Elizabeth abrió los ojos, su serenidad perturbada. Reconoció a las damas como cortesanas de la reina Amalia.
"¿Qué quieren?", preguntó Elizabeth, su voz firme pero educada.
Las damas se acercaron más, sus sonrisas burlonas.
" Solo venimos a recordarte tu lugar", dijo una. "No eres nada aquí. Solo una prisionera de lujo".
Elizabeth se levantó, su corazón latiendo con ira. "No soy prisionera", dijo. "Soy una invitada... por ahora".
Las damas se rieron. "Invitada", repitieron. "Eso es gracioso".
Elizabeth sonrió fríamente. "No saben nada sobre mí ni mi situación. No deberían hablar sin conocer los hechos".
Elizabeth intentó ignorar las provocaciones, centrada en la calidez del sol. Sin embargo, Laura no podía contenerse.
"¿Quiénes se creen que son para hablar así de la esposa real?", preguntó Laura, su voz firme.
Las damas se rieron, y una de ellas, la dama de la reina Amalia, esposa del difunto rey Aaron, habló con desdén.
"Esposa real es nuestra señora. Esta mujer es una impostora que ni siquiera pertenece a la nobleza".
Laura se puso firme, defendiendo a Elizabeth.
"Tú no te metas, no eres nadie para juzgar y mucho menos a la futura reina".
Elizabeth abrió los ojos sorprendida por el comentario de Laura.
"¿Reina? ¿De qué habla?", preguntó, confundida.
El reencuentro con su amado está muy próximo