En un mundo donde los humanos temen a los lobos y los lobos temen a su propia naturaleza, Rachel Montemayor despierta en un calabozo, atrapada entre dos identidades. A lo largo de su vida, ha luchado por controlar su lobo interior, pero ahora, en la víspera de ser vendida como esclava en la ceremonia de ascenso de Desmond, su destino parece sellado. Mientras las ofertas se lanzan como dagas en el aire, Rachel debe decidir: ¿se someterá a la vida de un objeto, o encontrará la fuerza para reclamar su libertad y desatar el poder que siempre ha llevado dentro?
¿Es Ethan un Villano o un Héroe Trágico?
¿Puede la cercanía sanar las heridas del pasado?
¿Es posible cambiar el corazón de un hombre frío como Ethan?
En un juego de traiciones, poder y autodescubrimiento, Rachel se embarcará en una lucha que podría redefinir no solo su vida, sino el equilibrio entre humanos y lobos.
Podrá Rachel descubrir: ¿Qué hay detrás de la fachada del 'hombre de corazón frío'?
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La Puja Comienza
Al llegar al lugar donde se llevaría a cabo la ceremonia, me encontré ante un escenario resplandeciente, bañado en luces brillantes y vibrantes. A mi alrededor, había un grupo de hombres y mujeres que aguardaban con palpable impaciencia el inicio de la subasta. El ambiente era denso, impregnado de una tensión que se podía casi cortar con un cuchillo, llena de murmullos y susurros de anticipación.
De repente, sentí un leve empujón de Desmond, quien, sin previo aviso, me hizo perder el equilibrio y caer al suelo. En un instante, me hallé frente a la multitud expectante, obligada a levantar la vista y enfrentar sus miradas curiosas y atentas.
— Aquí está la hermosa Rachel Montemayor, lista para ser vendida al mejor postor —anunció Desmond, su voz resonando en el aire.
Observé a los potenciales compradores que se encontraban alrededor, sintiendo el peso de sus miradas críticas que parecían examinar cada rincón de mi ser. No era simplemente un objeto en venta; en el fondo, poseía una historia, un conjunto de sueños y anhelos que me definían como persona. A pesar de esto, era consciente de que, en la dura realidad de este mundo, mi valor se medía únicamente en términos monetarios. Este pensamiento me invadió con su crudeza, como un golpe devastador que me hizo comprender la desoladora verdad de mi situación. Nunca imaginé que, en tiempos como los que vivimos, pudieran existir eventos tan fríos y deshumanizadores como una subasta, donde las esperanzas y deseos quedaron relegados a un simple precio.
— Ya estoy aquí —murmuré para mí misma, sintiendo cómo mi espíritu comenzaba a desvanecerse poco a poco.
La subasta dio comienzo y, en ese instante, las propuestas empezaron a surgir rápidamente. Cada número que pronunciaban parecía reverberar en mi conciencia, como si se tratara de un eco persistente que no dejaba de repetirse. Observé a Desmond, quien lucía una sonrisa amplia en su rostro, claramente disfrutando del espectáculo que se desarrollaba ante nuestros ojos. Su satisfacción era evidente, como si cada oferta que se lanzaba en el aire fuera un nuevo motivo de alegría para él.
— Ofrezco mil monedas de oro — dijo el hombre que estaba rodeado de varias mujeres. Parecía ocupar un cargo bastante importante, ya que la considerable suma de dinero que ofrecía indicaba su elevado estatus.
— ¿Quién dará más por esta joya? —preguntó, mientras la multitud se agolpaba.
A medida que el número de ofertas aumentaba a mi alrededor, decidí enfocar toda mi atención en mi respiración. Respirar profundamente se convirtió en mi ancla en medio del caos. En esos momentos de tensión, mi mente comenzó a evocar recuerdos de mi vida anterior. Pensé en mi familia, en los rostros queridos que había dejado atrás, y en la profunda conexión que había perdido con mi lobo, esa criatura que era más que una simple compañía; era un símbolo de mi propia esencia. A pesar de que mi cuerpo se encontraba presente en ese lugar, mi mente anhelaba encontrar una manera de trascender, de elevarse por encima de las circunstancias actuales y reconectar con lo que una vez había sido mi verdad.
— Vamos, Rachel, no puedes rendirte ahora; no aquí, no en este momento —me repetí internamente, esforzándome por evocar esa fortaleza que sabía que llevaba dentro.
Finalmente, una voz resonó entre la multitud, ofreciendo una suma que hizo que todos los presentes se detuvieran en seco. Era un hombre de porte imponente, con una mirada que prometía poder.
— Ofrezco diez mil monedas de oro por ella —dijo, su tono autoritario , firme y decidido.
Al pronunciar esas palabras, los postores comenzaron a apartarse, creando un camino para que aquel hombre pudiera salir al fin. Era Ethan, la persona que había estado buscando con tanta ansiedad. Su presencia era palpable y emanaba una energía opresiva que envolvía a todos los que se encontraban a su alrededor, haciéndolos sentir como si estuvieran atrapados en una esfera de tensión. Desde el momento en que sus miradas se cruzaban con las de él, un temor instintivo se apoderaba de ellos, llevándolos a sumergirse en un silencio inmediato. Todos eran plenamente conscientes de que tenían ante sí a un hombre con el que no se podía jugar ni dialogar, ni siquiera por un breve instante. La gravitas de su ser imponía una especie de respeto aterrador, y la atmósfera se volvía densa, como si el mismo aire estuviera cargado de advertencias no pronunciadas.
Una oleada de escalofríos recorrió mi cuerpo, una sensación helada que me atravesó de pies a cabeza. La realidad se hizo más clara en mi mente, y con cada latido de mi corazón, me di cuenta de que ese sería mi destino inevitable. Sería vendida a aquel hombre, un extraño cuya voluntad podría dominar mi vida por completo, tratándome de la manera que le plazca, sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo. La idea me llenó de un profundo temor y resignación, pues sabía que no tendría control sobre mi futuro ni sobre mi propia dignidad.
Ethan, el hombre que había propuesto ofrecer diez mil monedas por un asunto que parecía tan sencillo, se adelantó con paso firme. Su figura era realmente imponente, irradiando una confianza que llenaba la sala y acaparaba la atención de todos los presentes. En un instante, nuestras miradas se cruzaron, y en ese breve encuentro, experimenté una sensación singular y misteriosa. Era como si, en lugar de simplemente observarme, él pudiera penetrar en lo más profundo de mi ser, vislumbrando algo oculto más allá de lo que mi apariencia superficial mostraba al mundo.
— Diez mil monedas, ¿hay alguien que ofrezca más? —inquirió Desmond, su voz resonando con autoridad. Sin embargo, su entonación revelaba que ya conocía la respuesta. El miedo que se reflejaba en los rostros de los demás era palpable, como si una sombra pesada se cerniera sobre ellos, haciéndolos sentir diminutos e insignificantes ante la imponente presencia de Ethan. Su mirada, intensa y desafiante, parecía silenciar cualquier intento de competidor que pudiera haber alzado la mano para igualar su oferta, dejando a todos en un silencio incómodo y lleno de temor.
El silencio que se instauró después fue abrumador, casi ensordecedor. Ninguno de los presentes se sintió con la valentía suficiente como para intentar igualar o superar la oferta realizada. Desmond, complacido con la situación, esbozó una sonrisa de satisfacción y, en un gesto de reconocimiento, asintió en dirección al hombre que había realizado la propuesta.
— Vendida —anunció, y la multitud comenzó a dispersarse.
El hombre se acercó lentamente hacia mí, y una sensación de inquietud comenzó a apoderarse de mí. Mis instintos me decían que debía estar alerta y prepararme para enfrentar lo inesperado. Mi mente se llenó de pensamientos oscuros y anticipaciones sobre lo que podría suceder a continuación. En ese instante, respiré hondo y traté de calmarme, pero la tensión en el aire era palpable, y sabía que debía estar lista para lo peor.
Sin embargo, de manera repentina y del todo inesperada, él me rodeó con la amplia capa que llevaba sobre sus hombros. Con un movimiento ágil y decidido, me levantó en sus brazos, dejándome completamente paralizada por la sorpresa. Mis ojos se abrieron desmesuradamente, como si fueran dos grandes platos, ante esta situación tan inesperada y desconcertante que se desarrollaba ante mí. Cada instante de esa escena parecía volverse eterno, mientras la incredulidad se apoderaba de mí. La sorpresa me invadió por completo, y un sinfín de emociones se agolpó en mi mente mientras trataba de asimilar lo que estaba ocurriendo.