Algo que pertenecia al pasado ha resurgido con fuerza como el ave Fénix. Haciendo tambalear la estabilidad de una familia bien avenida. Una llamada misteriosa, que obvio nadie se esperaba. Y menos Octavio Saldaña.
Una trama muy expectante, sin saber lo que les depara el destino.
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¿Qué te pasa, Andrea?
Octavio y Owen se quedaron en silencio. Octavio había apurado toda su cerveza y tenía ganas de otra,vpero no quería dejar al chico.
¿Conociste a mi padre?
Aunque sabía que esa pregunta surgiría, cuando Owen la formuló, una sensación de frío le recorrió la espina dorsal. ¿Qué sabía en realidad el niño? ¿Lourdes, o bien Jaime, le habrían dicho...?
¿Lo conociste, Octavio?, volvió a decir el chico.
Todavía no se sentía seguro de lo que debía responder.
¡Oye!, empezó por fin. ¿Qué te dijo tu madre respecto a él?
Hizo acopio de energías para oír la respuesta.
Que estaba casado con otra señora, explicó el niño bajando la cabeza.
¿Y qué más?
A Octavio parecía querer salírsele el corazón por la fuerza de las palpitaciones.
Que ella lo amaba, y que los dos se amaban el uno al otro y habían decidido que yo naciera. Pero que, por supuesto, él no se quedaría en Estados Unidos.
¡Ah! ¿Y te dijo alguna vez quién era?
No, pero yo tengo una idea propia.
¿Cuál?
Creo que tal vez fue un mexicano.
¿Qué te hace pensar eso?
Porque si hubiera sido italiano creo que ella me habría hecho aprender italiano.
En esta forma, llegaría un día en que pudiera hablar con él.
El pensamiento que cruzó por la mente de Octavio le hizo sentir vergüenza. Porque en las primeras horas de la mañana, sus energías estaban a un nivel bajo, y se dijo a sí mismo: "Que lógico es este niño, en eso se parece a mí".
Owen siguió, en tono nostálgico:
Siempre tuve la esperanza de que quizá cuando yo fuera mayor, mamá me habría...
¿... Te había hablado de él?
Sí, pero ahora... está muerta.
Por vez primera, desde su llegada, el chico había hecho referencia a la muerte de su madre. Sus propias palabras lo hicieron estallar en llanto.
En silencio, se esforzaba por ahogar los sollozos que sacudían su cuerpecito.
A Octavio le dolía el corazón al ver aquello, ansiaba levantarlo y tomarlo en brazos.
Al fin, lo hizo.
El niño respondió en el acto. Le echó los brazos al cuello y se aferró a él.
¡Mamá!, musitó sin dejar de llorar.
Te comprendo, lo calmó Octavio en voz baja, meciéndolo, te comprendo.
Estuvieron aferrados el uno al otro, sin querer ninguno de los dos interrumpir el abrazo. Al fin, alguien lo hizo.
¿Octavio?
Era Andrea, adormilada, de pie sobre el primer peldaño de la escalinata.
A Octavio le pareció que la expresión de su cara revelaba un sentimiento de traición.
Con lentitud deslizó al chico hasta que quedó de pie.
¿Te sientes mal, Andrea?
Estaba ligeramente mareada por el somnífero.
Desperté y no estabas conmigo, explicó
No podía dormir, Owen se encontraba sentado aquí cuando bajé.
¡Ah!, eludió con voz ronca.
Ahora nos vamos todos a dormir, se apresuró a prometer Octavio.
Está bien, confirmo ella sin expresión a la voz. Solo que me sentí un poco preocupada.
Se dio vuelta y subió de nuevo la escalera. Los ojos de Octavio la siguieron hasta verla desaparecer. Por un momento había olvidado al niño. Sus emociones inseguras se concentraron en lo que su esposa pudiera estar pensando o sintiendo.
De pronto, algo le tocó la mano. Miró hacia abajo. Octavio, le avisó el pequeño, creo que ya puedo irme a dormir.
Muy bien, buena idea.
Entonces, Octavio se inclinó y una vez más el niño lo abrazó. Él estaba demasiado sumergido en su situación de conflicto, para poder responderle.
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¡Andrea querida! Qué agradable sorpresa. Creí que estarías encadenada a tu casa por el resto del maldito mes.
Gracias. Tú eres lo mejor que ha recibido mi ego en toda la semana.
Cariño, tú sabes que en mi segundo nombre es "levanta el ánimo".
En realidad no era exactamente cierto. La antigua compañera universitaria de Andrea había sido Damaris. Estaba paladeando un martini en un antro de lujo. Atrás de un teatro importante, donde diariamente tenía reservada una mesa para el mediodía.
¿Este es para mí?, preguntó Andrea, señalando el vaso de jugo de tomate que tenía delante.
Sí, el acostumbrado.
Creo que hoy lo quiero con piquete, añadió Andrea.
Perfecto corroboró Damaris y llamó a su amigo, quítale lo virgen a este, por favor.
El aludido asintió con la cabeza y fue en busca de una dosis de vodka.
Bueno, y, ¿cómo están Octavio y las niñas?
Muy bien, los tres te mandan saludar con cariño, respondió Andrea.
De hecho, a las chicas le dijo que tenía asuntos que arreglar en la editorial, y a Octavio no le había dicho nada.
¿Cómo está tu esposo?, inquirió.
Mi esposo es mi esposo, y lo será siempre. Por eso me casé con él, no hay peligro de sorpresas.
¿Y qué me dices de la galería?
El negocio es cada día mayor, mi esposo está pasmado. En realidad, él pensó que se prestaba solo de un capricho mío y que tenía la mente demasiado dispersa para hacer algo más que una cara bonita. Ahora afirma que tengo mejor cabeza para los negocios que él. Pero en fin, ¿qué te ha traído acá? No es tu periodo de vacaciones, ¿verdad?
No, pero tengo que despachar algunas cosas...
¡Oye! ¿No sería mejor ordenar antes de que la muchedumbre sea intolerable?
Querida, tú sabes que para mí siempre hay servicio especial. Esto me ahorra charlas inútiles con mi amigo, quien, como habrás observado tiene cierta debilidad por mí. Ya ordené también para ti.
Magnífico, aprobó Andrea, sin molestarse en preguntar que iba a comer. ¿Es nuevo tu vestido?, se te ve muy chic.
Lo es, pero tú lo has visto por lo menos media docena de veces, ¿qué te pasa hoy?
Nada, repuso a Andrea, tomando un trago de su vodka.
¿Están bien las niñas?, insistió Damaris.
Claro que sí.
¿Y Octavio?
También, ya me preguntaste por ellos.
Sí, pero no me satisfizo la respuesta, te ves preocupada, Andrea.
En los remotos días universitarios, Damaris solía hablar como si estuviera viéndose en un espejo. Con el correr de los años empezó a orientar su notables talentos analíticos hacia los que la rodeaban. El narcisismo, que en otro tiempo había sido la atmósfera de su vida, ahora era solo un lujo ocasional. Andrea tenía gran parte de mérito en esta evolución. Su ejemplo había inspirado a Damaris la inclinación a relaciones con los demás.
Vamos, Andrea, confiesa, ¿anda mal algo?
Sí.
¿Qué cosa?, dime.