En un pequeño pueblo donde los sueños y la realidad a menudo se entrelazan, Valeria es una joven de 19 años que vive atrapada entre la inocencia de su corazón y las sombras de lo desconocido. Soñadora y curiosa, su vida da un giro inesperado cuando un misterioso desconocido se obsesiona con ella, llevándola a una encrucijada peligrosa. Atrapada en un matrimonio forzado, Valeria descubre que el amor que anhelaba no era más que una ilusión.
En medio de esta nueva vida, se encuentra con su esposo, un hombre de carácter difícil y secretos ocultos. A medida que Valeria navega por las tormentas de su nueva realidad, comienza a desentrañar capas de su propio ser y, poco a poco, descubre que el amor puede surgir en los lugares más inesperados.
Con giros inesperados y emociones intensas, esta historia es un viaje sobre el descubrimiento personal, la lucha por la libertad y la búsqueda del verdadero amor. ¿Podrá Valeria encontrar su voz en un mundo que intenta silenciarla?
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Capitulo X Enferma
Punto de vista de Valeria
Al despertar en la mañana me sentía muy débil, intenté ponerme en pie, pero no pude. Todo me daba vueltas y sentía mucho frío. Sin fuerzas preferí quedarme quieta esperando a que llegara mi fin, pensaba que era lo mejor, morir de una vez y ahorrarme tanto sufrimiento.
Perdí el conocimiento, quien sabe cuánto tiempo, al recobrar la conciencia estaba bajo el agua en los brazos de Leonardo, ese hombre me estaba volviendo loca, ya hasta soñaba con él. Al menos iba a morir viendo una hermosa sonrisa de su parte.
Volví a perder el conocimiento, hasta que cayó la noche y volví a despertar, me dolía el brazo, así que voltee a ver para descubrir que tenía una vía puesta. Al poco tiempo entro Leonardo a la habitación, tenía una mirada fría y distante, se acercó a mí y dijimos algunas cosas, él entro al baño para salir con su pijama. Se sentó al otro lado de la cama y se quedó mirándome fijamente.
“¿Con cuántos hombres se has acostado?”. Pregunto sin anestesia.
“¿A qué viene esa pregunta?” Respondí volviéndome a sentir humillada.
“Es solo que no entiendo, el por qué si hacías esas cosas, nunca tuviste una mejor vida”.
“Eres un idiota, usted no sabe nada de mi vida, no sabe por todo lo que he pasado desde que cumplí los quince años, pero que va a saber usted si siempre ha vivido en esta burbuja de oro”. Estaba muy molesta, él no tenía derecho a hablarme así, nadie tenía derecho a juzgarme en el caso que hubiera hecho lo que todos dicen que hice.
“Solo quería saber algo más de ti, no hay necesidad de responder de esa manera”. Se veía enfadado, estaba segura de que si no fuera por mi enfermedad, me hubiera hecho pagar mi osadía.
“¿Has comido algo?”. Pregunto cambiando el tema.
“No es tu problema”. Conteste indiferente.
De pronto se coloca encima de mí y con una mirada amenazante suelta unas palabras. “No me retes niña, no sabes el esfuerzo que estoy haciendo para no darte lo que mereces y sé que anhelas”.
Me quedé inmóvil viendo fijamente a los ojos de Leonardo, algo en él me atraía como un imán atrae a los metales, mi respiración empezó a acelerarse y mi corazón quería salirse del pecho.
“No, no he comido nada, voy despertando”. Le dije bajando la guardia.
“Así está mejor, ya pido algo para que comas; el doctor aconsejo que por los momentos solo tomes líquidos”. Dijo bajando de encima de mí.
Amanda llegó con mis alimentos, todo era comida de enfermos, pero según no podía consumir nada más por el momento.
“Gracias Amanda, todo se ve delicioso”. Le dije a la muchacha siendo amable.
“Permiso señor, señora. Permiso”. Amanda se fue sin decir nada, en esta casa todos eran prisioneros o que, pues nadie podía expresarse ni hablar con los dueños de la casa. Me parecía tan absurdo.
Estaba pensando en las locuras que pasaban en la casa de Leonardo, cuando lo veo ponerse frente a mí trayéndome de vuelta a la realidad. Tomo la cuchara y pretendía darme de comer.
“Yo lo puedo hacer sola”. Le dije tratando de quitarle la cuchara, pero la aguja en mi brazo no me lo permitió.
“Tranquila, yo te doy de comer”. Dijo con dulzura. Estaba empezando a creer que el hombre era bipolar.
“Gracias”. Le dije para no seguir discutiendo con él.
“Tienes que alimentarte bien, pues si no lo haces, no podrás aguantar una noche conmigo”. Sus palabras ocasionaron un escalofrío por todo mi cuerpo.
“Relájate, que hoy no pienso hacerte nada, ahora debes recuperar fuerzas, no me gustan las mujeres debiluchas”. Este hombre no era normal. Pero me gustaba y ni siquiera sabía el por qué.
Después de ayudarle a comer, llamo a Amanda para que fuera por la bandeja, la enfermera había retirado la entrada de la solución que me estaban poniendo y ya solo quedaba que me quitara la aguja de mi brazo.
“Ya que te quitaron eso del brazo, trata de descansar”. Leonardo entró al armario y al salir estaba vestido para ir a la calle. Todas las noches salía de la casa. Seguramente tenía una novia que iba a visitar. Una punzada se instaló en mi pecho haciéndome sentir enojada. No sabía que me estaba pasando, pero imaginar que acaricia a otra mujer me hace hervir la sangre.
“¿Es necesario que salga hoy?”. Le pregunté sabiendo que su respuesta sería que se iría.
“Mi trabajo es de noche, y no lo puedo abandonar”. Contesto Leonardo sin voltear a verme.
Leonardo se fue dejándome sola en aquella enorme habitación, apoyé mi cabeza sobre la almohada y me quedé dormida, no supe a qué hora volvió Leonardo, ya que cuando desperté en la mañana, estaba abrazada a él. Intente soltarme de su agarre, pero mientras más intentaba, él me sostenía más fuerte.
“Necesito ir al baño, puedes por favor soltarme”. Le susurré al oído con la esperanza de que me dejara libre.
“No quiero, se siente muy bien tenerte así”. Respondió aún con los ojos cerrados.
“Te prometo que no me demoro, pero es urgente que vaya al baño”. Le supliqué para que me soltara.
“Ve entonces, pero no tardes”.
Soltó su agarre sobre mí y yo quise levantarme rápidamente, pero cuando quise ponerme de pie un fuerte mareo me devolvió a la cama, Leonardo se sentó en un instante y me sostuvo impidiendo que mi cabeza golpeara contra la cabecera de la cama.
“¿Estás bien?”. Pregunto Leonardo con un hilo de preocupación.
“Solo fue un mareo, pero ya paso”. Respondí sinceramente.
Leonardo me alzó en sus enormes brazos y me llevo hasta el baño.
“Puedes salir, gracias por traerme”. Le dije apenada.
“Aquí me voy a quedar hasta que termines”. Sus palabras me pusieron muy nerviosa, pues era imposible que hiciera mis necesidades delante de él.
“No es necesario, ya me siento bien, si quieres me esperas afuera”. Estaba intentando persuadirlo, pues ya era bastante vergonzoso que él me hubiera traído al baño cargada.
Al final el entendió mi incomodidad y decidió darme mi espacio, cuando termine, él me estaba esperando justo fuera de la puerta. Sentí calidez en mi corazón por primera vez hacia este hombre.