Una relación nacida de la obsesión y venganza nunca tiene un buen final.
Pero detrás del actuar implacable de Misha Petrov, hay secretos que Carter Williams tendrá que descubrir.
¿Y si en el fondo no son tan diferentes?
Después de años juntos, Carter apenas conoce al omega que ha sido su compañero y adversario.
¿Será capaz ese omega de revelar su lado más vulnerable?
¿Puede un alfa roto por dentro aprender a amar a quien se ha convertido en su único dueño?
Segunda parte de Tu dulce Aroma.
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Capítulo 2
La infancia del pequeño Mikhail no fue para nada un cuento de hadas; si acaso se le podía llamar de alguna manera lo más cercano sería un cuento de terror.
Desde el momento en que nació su vida estuvo marcada por la ausencia de afecto. Nunca conoció el calor de una madre y Andrei Petrov, su padre, se lo entregó a las betas de la fortaleza inmediatamente después del parto.
—Se harán cargo de mantenerlo vivo al menos hasta que pueda valerse por sí mismo —dijo el alfa con voz fría y cortante como el hielo ruso—. Pero les advierto si lo conscienten demasiado y lo vuelven débil yo mismo acabaré con su vida. No quiero lastres en mi familia.
Las mujeres asintieron en silencio, conocían demasiado bien la personalidad del alfa para no entender que aquello no era una amenaza vacía. La brutalidad de sus palabras se asentó como un presagio en la mente de todas ellas, y sobre todo en la de la beta mayor, la Babushka, quien a partir de ese momento se convirtió en la figura materna de Mikhail.
Así, el niño creció sin una verdadera madre y con un padre al que apenas conocería a los cinco años. Las betas de la fortaleza lo criaron con disciplina férrea, inculcándole la autosuficiencia desde los primeros pasos. El afecto era escaso y medido lo único que le ofrecía un respiro de ternura era la Babushka al acomodarlo en el duro camastro cada noche, cantándole canciones inventadas que mezclaban lo cotidiano con toques de fantasía para hacerle parecer grandioso algo que, en realidad, era insignificante.
Mikhail creció fuerte y resistente, un omega que jamás lloraba ante el dolor y que aprendió a valerse por sí mismo con rapidez. Antes de los cinco años ya sabía preparar comidas básicas y mostraba destreza con los cuchillos, un rasgo que las betas observaban con una mezcla de orgullo y preocupación.
Una tarde la Babushka recibió un aviso que hizo que su corazón se encogiera el alfa Petrov pronto visitaría la fortaleza. Ella sabía perfectamente la razón de su llegada. Andrei vendría a juzgar si aquel niño pequeño valía la pena y si su vida merecía ser preservada o eliminada.
—¿Qué pensará de él? —murmuró Babushka para sí misma, mientras miraba a Mikhail jugar en el patio con concentración absoluta—. Es solo un niño, pero hay fuego en esos ojos... Tal vez no sea el típico omega que espera ser aplastado por la vida.
Mikhail, por su parte, jugaba sin entender la agitación que crecía a su alrededor. Su mundo era pequeño y seguro, limitado a las paredes de la fortaleza y a las figuras de las betas que lo cuidaban. No necesitaba nada más ni a nadie más. La idea de un “padre” que venía a juzgarlo no tenía sentido para él su existencia hasta ese momento había sido suficiente y la llegada de Andrei solo significaba la amenaza de perder la frágil tranquilidad que había logrado construir.
—Ojalá puedas escucharme, Alik —susurró Babushka, mirando al cielo con los ojos cerrados—. Si todavía estás en algún lugar, protégenos. Protege a este pequeño. Sabemos lo que Andrei le puede hacer.
Mikhail ajeno a estas plegarias dejó de jugar cuando sintió la mano de Babushka sobre su hombro.
—Ven, mi pequeño Misha —dijo la anciana con suavidad—. Es hora de prepararte. Vendrá tu padre y debemos presentarte como corresponde.
El día de la llegada del alfa la fortaleza se convirtió en un hervidero de actividad. Todo debía estar limpio y pulcro, los pasillos se barrían hasta que no quedaba un solo rastro de polvo, las ventanas se abrían para dejar entrar la luz fría del invierno ruso y los muebles se alineaban con precisión militar.
Mikhail fue llevado a la habitación destinada a su preparación. Lo bañaron cuidadosamente retirando toda la suciedad del juego y de los días de rutina. Su cabello castaño, que había crecido desordenado como una mata salvaje fue recortado con delicadeza dejando al descubierto los rasgos finos de su rostro coronados por aquellos enormes ojos violeta que parecían capaces de atravesar a cualquiera con la mirada.
—¿Por qué tanto alboroto, Babushka? —preguntó Mikhail, frotándose los brazos—. No entiendo por qué debo cambiarme de ropa ni por qué todos corren de un lado a otro.
—Porque hoy conocerás a tu padre —respondió la mujer ajustándole la bata limpia sobre los hombros—. Y debes estar presentable. No sabemos qué esperar de Andrei, pero debemos mostrar que eres fuerte y digno de sobrevivir.
Mikhail frunció el ceño, no entendía por qué alguien que nunca antes había aparecido en su vida de repente debía decidir su valor.
—¿Mi padre? —dijo con un hilo de voz, casi un susurro—. No lo necesito. Hasta ahora he vivido bien... y no me hace falta nadie más.
Babushka suspiró con tristeza y resignación en sus ojos.
—Lo sé, mi pequeño, lo sé —dijo suavemente—. Pero a veces, aunque no queramos el mundo nos arrastra hacia cosas que debemos enfrentar. Solo confía en tu fuerza. Recuerda lo que te he enseñado no importa lo que digan o hagan, tú eres más fuerte de lo que piensas.
Mikhail asintió sin saber que aquella tarde cambiaría su vida para siempre. Afuera la nieve seguía cayendo silenciosa y fría, como un recordatorio de que en aquel mundo, la ternura y la seguridad eran lujos que pocos podían permitirse.
Y así mientras la fortaleza se preparaba para recibir al alfa más temido de Rusia, Mikhail permanecía allí, pequeño, pero firme y ajeno a lo que sus ojos violetas serían testigos.
Ajenos a la crueldad y el destino que le esperaba.