Tras un matrimonio, lleno de malos entendidos, secretos y mentiras. Daniela decide dejar al amor de su vida en libertad, lo que nunca espero fue que al irse se diera cuenta que Erick jamás sería parte de su pasado, si no que siempre estaría en su futuro...
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capítulo 3
Luego de aquella intensa conversación, el ambiente que antes parecía un campo minado comenzó a calmarse poco a poco. Francisco, aunque todavía severo, permitió que la charla se suavizara. Mariana, más serena, aprovechó para preguntar a su hija sobre su vida en Italia, su embarazo y todo lo que había ocurrido durante su ausencia. Por primera vez en meses, parecía que podían hablar como una familia.
Pero la tregua no duró mucho.
El timbre de la gran mansión sonó con fuerza, rompiendo el frágil momento de calma. Mariana se levantó con curiosidad para abrir la puerta, y poco después, las voces familiares de Dylan y Sebastián se escucharon en el recibidor. Al cruzar la puerta y ver a su hermana sentada junto a Erick, sus pasos se detuvieron en seco.
Sebastián, el mayor de los hermanos Montero, frunció el ceño al instante. Pero fue su mirada la que lo dijo todo: pasó del desconcierto al asombro… y de ahí a una furia silenciosa cuando sus ojos se posaron en el vientre abultado de Daniela.
—¿Qué…? —musitó sin terminar la frase.
Daniela se levantó al verlo, con una sonrisa emocionada, pero esa sonrisa se desdibujó al instante al notar cómo los ojos de su hermano se inyectaban de sangre y su mandíbula se tensaba con rabia.
—Sebastián… espera —dijo, poniéndose frente a Erick en un gesto instintivo—. Déjame explicarte, por favor, escúchame…
Pero Sebastián no escuchó razones.
Con pasos largos y una furia incontenible, se abalanzó sobre Erick, tomándolo con fuerza por el cuello de la camisa y levantándolo apenas unos centímetros del asiento.
—¿Qué diablos significa esto, Erick? —escupió entre dientes apretados—. ¿¡Te atreviste a dejar a mi hermana estando embarazada!?
Dylan, sorprendido por la escena, intentó intervenir.
—¡Sebas, basta! ¡Suéltalo! ¡Escucha primero!
—¡No! —rugió Sebastián sin apartar la mirada de Erick—. ¡Dímelo tú! ¿¡Cómo fuiste capaz de algo así!?
Erick no forcejeó. No trató de defenderse. Sus ojos, fijos en los de Sebastián, estaban serenos.
—Tienes todo el derecho a estar molesto —dijo con voz firme—. Pero no la dejé sabiendo que estaba embarazada. Me enteré hace apenas unas horas. Y estoy aquí para enmendarlo. No voy a huir de esto, ni de ella, ni de mis hijos.
Sebastián apretó más la tela bajo sus puños, como si intentara controlar el impulso de golpearlo, pero entonces escuchó la voz de su madre.
—¡Sebastián, basta! —gritó Mariana desde el otro lado del comedor—. ¡No es así como resolvemos las cosas!
El mayor de los Montero parpadeó. Soltó a Erick con un empujón, haciéndolo retroceder apenas. Su pecho subía y bajaba con fuerza. Se llevó una mano al pecho, como si intentara contener una tormenta interna.
Daniela se acercó y tomó su mano.
—Todo esto lo hice sola, Sebas. Pero tampoco me atreví a decirles nada. No podía.
—¿Por qué, Dani? ¿Por qué no nos dijiste? ¿Crees que no te hubiéramos apoyado? —la voz de Sebastián se quebró. Había más tristeza que furia en su expresión ahora—. ¡Soy tu hermano! Me dolió no saber de ti… ¡Y ahora llego y me encuentro con esto!
Dylan dio un paso adelante y puso una mano en el hombro de Sebastián.
—Hermano… tenemos que calmar las cosas. Hay dos bebés en camino. No podemos repetir los errores de papá. No con ella… no con ellos.
El silencio se hizo otra vez.
Francisco, desde su sitio, observaba en silencio. En su mirada había orgullo por la lealtad de sus hijos… pero también una sombra de culpa.
Sebastián cerró los ojos y se frotó la frente.
—Será mejor que salga a tomar un poco de aire. Volveré cuando esté un poco más tranquilo.
Daniela, al ver el estado de su hermano, suspiró y, disculpándose con todos, lo siguió por los pasillos hasta el jardín trasero.
Por otro lado, Dylan, al ver a su mejor amigo mirarlo con recelo, le hizo señas para que lo siguiera. Erick, al igual que Daniela, se disculpó con los padres de la joven y siguió a Dylan hasta el jardín delantero. En cuanto ambos estuvieron a solas, Erick comenzó.
—¿Por qué no me lo dijiste?
—No me correspondía decírtelo, amigo. Eres mi hermano del alma, sí… pero ella es sangre. Y si me toca fallarle a alguien, no va a ser a ella. Cuando te casaste con mi hermana, te pedí que la cuidaras. Y te dije que no estaría de tu lado si algo malo entre ustedes pasaba.
—Esto es distinto, Dylan. Estamos hablando de mis hijos...
—Pues antes que tus hijos, está mi hermana. Y le prometí que no te diría nada hasta que ella hablara contigo. Insistí para que lo hiciera, pero no podía hacer más que eso. Aún no sé toda la historia entre ustedes dos… y sinceramente, no estoy seguro de querer saberla.
—¿Qué estás insinuando? ¿Piensas que la engañé?
—No lo sé. Mi hermana estaba enamorada de ti, pero aun así firmó los papeles del divorcio y se marchó. Eso me dice que...
—¿Qué? Yo no la engañé. Solo quería que ese estúpido contrato terminara. Yo también estaba comenzando a perder la cabeza por ella, pero en cuanto le di los papeles del divorcio, no me dejó explicar nada y simplemente se marchó. Intenté buscarla, pero no tuve respuestas, ni una sola pista de dónde estaba...
—Ay, hermano… tú sí que eres un bruto...
—No, no lo soy... quería proponerle comenzar de nuevo, sin presiones familiares, ni acuerdos de matrimonio. Solo quería que me eligiera por quien soy… pero huyó.
Dylan bajó la mirada, sin saber si perdonarlo o golpearlo. Había demasiadas verdades en juego, y ninguna fácil de aceptar.