Ethan ya lo había perdido casi todo: sus pacientes, su reputación y la fe en la gente. Todo por una acusación que jura era mentira. Cuando aceptaron mantenerlo en la clínica bajo una condición —tratar a un paciente que nadie más quería—, tragó su orgullo y aceptó. El nombre en el expediente: Kael Drummond.
Luchador profesional. Incontrolable. Violento. Y con el hombro izquierdo casi inutilizable.
Kael no confía en nadie. Creció quebrando a otros antes de que lo quebraran a él. Su cuerpo es su arma, y ahora le está fallando. Lo último que quiere es un terapeuta metiéndose en sus límites.
Pero entre sesiones forzadas, provocaciones silenciosas y cicatrices que no son solo óseas, Ethan y Kael se enfrentan… y se reconocen. El dolor es todo lo que conocen. Quizás también sea donde empiecen a sentir algo que nunca habían tenido: cariño.
NovelToon tiene autorización de Moxonligh para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 3
[Apartamento de Kael | Segunda Sesión – Tarde]
Ethan llegó a tiempo. Kael no respondió al timbre, así que golpeó la puerta con más fuerza.
—Está abierto —gritó desde adentro.
Entró. El olor a alcohol de farmacia y sudor viejo aún dominaba el ambiente. Kael estaba en el mismo sofá, sin camisa, con un paño helado en el hombro.
—Pensé que te habías olvidado de mí —dijo Kael, sin quitar los ojos de la TV, que estaba encendida en una lucha antigua.
—Nunca me olvido de mis pacientes —respondió Ethan—. Solo de los que no colaboran.
Kael rió, seco.
—Intenta que no te guste tanto. Puede ser peligroso.
Ethan ignoró el comentario, se puso los guantes y se arrodilló al lado de la colchoneta en el suelo.
—Necesito evaluar la respuesta de tu hombro a la última sesión. Acuéstate aquí.
Kael fue, sin resistencia. Pero mientras se acostaba, habló bajo, casi en tono de provocación:
—Sabes, hay gente que pagaría por tenerte tan cerca así. Tocando de este modo.
—¿Y tú? —dijo Ethan, comenzando a trabajar los puntos de tensión—. ¿Pagas para no sentir nada?
Kael quedó en silencio por algunos segundos.
—Pago para no pensar. Solo eso.
[Durante la sesión]
Ethan apretaba los músculos del trapecio y del deltoides, sintiendo el cuerpo demasiado tenso bajo las manos. El hombro estaba duro, inflamado, pero algo más allá de la carne parecía trabado allí.
—Necesitas relajarte.
—Relajarme no es lo que me mantiene vivo.
—Entonces vas a continuar rompiéndote, pedazo por pedazo.
Kael abrió los ojos.
—¿Y qué sabes tú sobre estar roto, eh?
Ethan detuvo el movimiento por un segundo.
—Más de lo que quisiera.
Kael giró el rostro hacia un lado, como si eso lo afectara. Pero luego disimuló con una pregunta.
—¿Crees en la redención?
Ethan respondió demasiado rápido:
—No.
—¿Y en el amor?
Silencio.
Kael sonrió, casi satisfecho.
—Ya. Tienes más grietas de las que parece.
—Y tú escondes las tuyas detrás de músculos y bromas —devolvió Ethan, levantándose—. Pero no me importa en qué crees. Solo estoy aquí para arreglar el hombro.
Kael se sentó, mirándolo con los ojos medio bajos.
—Arregla el hombro, Ethan. Pero cuidado… a veces, cuando uno mueve mucho una herida, ella vuelve a sangrar.
[En el coche, después de la sesión]
Ethan quedó algunos minutos parado antes de encender el motor. Sentía la tensión en los dedos, en el cuello. Pero era otra cosa lo que pesaba más.
La manera en que Kael lo miraba.
No como un paciente ve a un terapeuta. Sino como alguien que ve debilidad… y también se reconoce en ella.
Recordó la noche en que todo comenzó a desmoronarse. La paciente, el malentendido, las miradas de desconfianza. Y después, el silencio. El abandono.
“Tienes más grietas de las que parece”.
Kael dijo aquello como si hubiera visto a través de él.
Y aquello incomodaba.
[Dos días después]
Kael estaba más callado que lo normal. Se sentó directo en la colchoneta, sin decir nada.
—¿Dormiste bien? —Ethan intentó entablar conversación.
—Mal. Pero soñé contigo.
Ethan detuvo de acomodar los equipos por un segundo.
—¿Qué tipo de sueño?
Kael esbozó una sonrisa.
—De aquellos que no se cuentan. Principalmente al terapeuta.
—Entonces guárdatelo para ti.
—Pena. Te pondrías rojo.
Ethan suspiró.
—Necesito que estés girado de lado hoy. Vamos a trabajar movilidad de rotación.
Kael obedeció, acostado con el brazo para adelante.
—¿Sabes por qué yo acepto esto? —preguntó, mirando al suelo.
—¿Esto qué?
—Que me toques.
Ethan se detuvo, sorprendido con la pregunta.
—¿Por qué?
—Porque eres el único que no parece tener miedo de mí. Pero tampoco intenta arreglarme por dentro.
—Yo no vine aquí para curar tu alma, Kael.
—Óptimo. Porque ella no tiene salvación.
[Final de la sesión]
Kael estaba sentado, sudando. El hombro más suelto, pero el rostro más tenso.
—¿Vas a volver mañana? —preguntó, sin mirar.
—Si tú continúas apareciendo, sí.
Kael se aproximó despacio, más cerca de lo necesario.
—Cuidado, Ethan. Hay una parte de mí que funciona mejor cuando todo alrededor está en ruinas.
Ethan miró firme, sin retroceder.
—Entonces tal vez sea por eso que sientes ganas de destruirme.
—Tal vez —dijo Kael—. O tal vez… yo solo esté cansado de sentirme solo en el dolor.