La llegada de la joven institutriz Elaiza al imponente castillo del Marqués del Robledo irrumpe en la severa atmósfera que lo envuelve. Viudo y respetado por su autoridad, el Marqués encuentra en la vitalidad y dulzura de Elaiza un inesperado contraste con su mundo. Será a través de sus tres hijos que Elaiza descubrirá una faceta más tierna del Marqués, mientras un sentimiento inesperado comienza a crecer en ellos. Sin embargo, la creciente atracción del marqués por su institutriz se verá ensombrecida por las barreras del estatus y las convenciones sociales. Para el Marqués, este amor se convierte en una lucha interna entre el deseo y el deber. ¿Podrá el Márquez derribar las murallas que protegen su corazón y atreverse a desafiar las normas que prohíben este amor naciente?
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el exorcismo
"En... el Co ra zón... de un... bos que antiguo ... vi ví a una niña ...llama da Clara." Leyó Rosalba torpemente, mientras Elaiza anotaba en su libreta.
"Rosalba, lee sin miedo, mira así", dijo Elaiza leyendo en su propio libro. "Clara, un día, mientras paseaba por el bosque, encontró un espejo mágico". La forma de leer de Elaiza era clara y fluida, Rosalba se sentía humillada. "Por favor, continúa, Tomás", el niño, quien estaba distraído viendo el jardín, se sorprendió, no sabía dónde iba. "El espejo le habló", dijo Elaiza mostrándole con el dedo.
"El espejo le habló, con una voz suave pero firme: 'La verdadera belleza reside en el interior, en la bondad y la humildad' ", leyó Tomás más fluido que su hermana.
"Muy bien", dijo Elaiza aplaudiendo. "Ahora, mientras reviso la lección de hace un rato y le pongo el trabajo a su hermano, copien el texto, tienen 20 minutos", dijo Elaiza con esa voz dulce pero firme y se fue al otro lado de la biblioteca, donde la nana trabajaba con Emanuel practicando sus vocales.
"No me gusta esta mujer", dijo Rosalba mientras transcribía el texto. "Prefiero a la señora Houston". Se sentía frustrada y molesta con Elaiza.
"¿La que hablaba chistoso?", rió Tomás, y Rosalba asintió con una sonrisa pícara. "Yo preferiría a la señorita Belmonte".
"¿La que se asustaba con los insectos?", preguntó Rosalba, y ambos rieron.
"¿Recuerdas cuando le puse una cucaracha en su silla y no se sentó en tres días?", dijo Tomás, y su hermana asintió.
"Sí, fue tan fácil deshacernos de ellas", rió la niña. "¿Qué crees que debemos hacer con esta?".
"No sé, ayer lo intenté, pero simplemente sacudió la silla y pisó el insecto", dijo Tomás con tristeza.
"Niños, ¿ya terminaron su lección?", dijo Elaiza mientras calificaba algunos trabajos.
Los niños guardaron silencio y continuaron escribiendo.
Después de terminar su lección en la biblioteca, se dirigieron a comer. Les habían preparado un delicioso estofado de pollo, que comieron con gusto. Después de la comida, Elaiza notó que Rosalba y Tomás se miraban de reojo, murmurando entre sí, seguramente sobre su descontento con ella. Sin embargo, no permitió que eso le afectara, debía demostrar que ella podía lograr lo que ninguna otra institutriz anterior.
Por la tarde, gracias al clima más agradable, salieron a jugar al jardín. El sol brillaba intensamente, permitiendo ver la belleza de la mansión, ahora sin la neblina. El aire aún era frío, pero Elaiza sentía que los niños necesitaban hacer ejercicio. Rosalba y Tomás se dedicaron a jugar al escondite, mientras que Emanuel tomaba la siesta dentro. De pronto, un joven poco mayor que los gemelos se acercó cargado con leña, detrás de él, un niño probablemente de la misma edad que los gemelos con otro bulto.
"Buenas tardes", dijo el joven, su aspecto era desaliñado, pero de apariencia agradable, y sería su cabello ondulado y negro. "Disculpe, ¿estará la señora Jenkins?", preguntó a Elaiza.
"Sí, está dentro de la casa", respondió Elaiza.
"Muchas gracias, señorita", dijo el joven. Era un muchacho muy educado, pensó Elaiza, le recordó su época en el orfanato cuando tenía que llevar, junto con el padre Jonathan, la leña para la cocina.
Elaiza observó cómo Tomás observaba a los niños, probablemente se sentía solo al no tener otros niños con quienes jugar más que sus hermanos.
Después de un rato, entraron en la mansión. La señora Jenkins les había preparado un delicioso pastel de frutas para la cena, que devoraron con gusto. Después, los niños se fueron a sus habitaciones para descansar. Rosalba y Tomás se acostaron en sus camas, pero no podían dormir. Se dedicaron a murmurar entre sí por un rato, aunque Elaiza los escuchaba desde la habitación de Emanuel junto con su nana, pero no lograba saber el tema de su plática.
"Siempre son así", dijo la joven nana mientras doblaba cuidadosamente la ropa del pequeño, quien dormía plácidamente. "Duran un rato charlando y al cabo de un rato se hace el silencio".
"Deberán estar planeando alguna travesura", rió Elaiza. "Ayer me dejaron un insecto sobre la silla y por la tarde llenaron el pizarrón con tiza".
"Debió haberlos reprendido", dijo la nana.
"No tiene caso", respondió Elaiza. "Son travesuras que no limitarán mi trabajo, además les dejé más tarea para que no tengan tiempo de hacerlas".
Después de un rato, las risas del cuarto de los gemelos cesaron, y Elaiza salió de la habitación, y la nana se acomodó para dormir. El cuarto de Emanuel era poco más grande que el de Elaiza, con dos camas, una más pequeña para Emanuel y la otra muy sencilla donde dormía su nana para acompañar su sueño. Tenía una gran cantidad de juguetes, pero su preferido era el viejo oso que lo acompañaba a todos lados.
Elaiza se disponía a dormir después de terminar su lectura, apagó su luz de noche y se dispuso a descansar. Pasaba de la media noche cuando de pronto escuchó un ruido proveniente del cuarto contiguo. Puso más atención, parecía que algo o alguien arañaba las paredes, después escuchó susurros, pero no lograba percibir qué era. Se levantó y fue a revisar, intentó abrir la puerta, pero estaba cerrada. Se dirigió al cuarto de los niños, esperando que no estuvieran en sus cuartos, pero los pequeños bultos de su cama confirmaron que dormían, entonces regresó a su habitación y los ruidos habían cesado.
A la mañana siguiente, se encontró con un ratón muerto afuera de su habitación. Aunque se sorprendió, había vivido en un lugar donde era habitual hallar ratones más grandes que aquel, por lo que tomó la escoba y lo barrió, poniéndolo en el cubo de basura para después tirarlo.
En el desayuno, los niños estaban bastante tranquilos, pero Elaiza notó algo diferente en el ambiente. "Buenos días, ¿cómo estuvo su noche, señorita Medina?", dijo la señora Jenkins, mientras Rosalba y Tomás se lanzaban miradas traviesas.
"Excelente, dormí de maravilla", dijo Elaiza sin mencionar lo ocurrido en la noche ni con el ratón.
El día transcurrió sin más problemas, excepto porque Elaiza encontró su reloj en la cornisa de una ventana y tuvo que ir a recogerlo. Sin embargo, en vez de molestarse, simplemente sonrió.
Después de la cena, Elaiza se retiró a su habitación. Se acostó en la cama y se dispuso a dormir. Sin embargo, pronto comenzó a escuchar ruidos que provenían de la habitación contigua. Al principio, fueron solo pequeños golpes y susurros, pero pronto se convirtieron en ruidos más fuertes y más frecuentes.
Elaiza hizo un pequeño grito. "¿Qué es eso?", preguntó, y los ruidos cesaron por aquella noche.
Al día siguiente, Elaiza se despertó y se encontró con su habitación en un estado de desorden. El piso estaba resbaloso, desde su cama hasta la puerta. Al verlo, pensó que podría resbalarse y caerse.
Se levantó y limpió lo más rápido que pudo. Se arregló y fue al desayuno. Por la mañana, al preguntarle a los niños cómo le había ido, ella comentó que no entendía por qué su piso estaba tan resbaloso y que había tropezado un par de veces.
Los niños se miraron entre sí y luego negaron con la cabeza. "No, no sabemos nada", dijo Tomás.
Elaiza sonrió y asintió con la cabeza. "Bueno, no importa. Lo importante es que nadie se lastimó".
Así siguieron sucediendo cosas extrañas: se desaparecían objetos y volvían a aparecer en lugares inusuales, otras cosas se desordenaban sin motivo aparente, amanecía su cuarto lleno de harina o volaban objetos, pero no lograba ver de dónde. Incluso un día encontró una rana en su cama. Sin embargo, al haber crecido en el campo y con muchos "hermanos", Elaiza no se espantaba fácilmente.
Un día, cuando la señora Jenkins trabajaba en su bordado junto con Rosalba, Tomás leía un libro que trataba de un castillo en el que, según mencionaba, había fantasmas.
"Señorita Medina, ¿usted cree en fantasmas?", preguntó Tomás curioso.
"No lo sé, nunca he conocido ninguno", dijo Elaiza indiferente.
"La señora Jenkins nos dijo que en el cuarto de al lado se murió un hombre", dijo Rosalba indiferente. "Yo creo que su espíritu aún está en la casa".
"No digas blasfemias, niña", reprendió la señora Jenkins a Rosalba. "El señor Alcanta ya descansa hace mucho en paz, era un buen hombre y estoy segura de que el Señor lo tiene en su gloria", continuó la señora Jenkins. "Déjense de tonterías y sigan en lo que estaban". Todos continuaron en lo suyo y no se habló más del tema.
Llegada la mañana del domingo, Elaiza se preparó para asistir a misa con los niños y la señora Jenkins. La iglesia estaba llena de feligreses, y Elaiza se sintió agradecida de poder asistir al servicio, la pequeña iglesia era bastante hermosa y bien adornada, le recordaba la pequeña capilla del orfanato, lo que la hacía sentir en casa.
Después de la misa, Elaiza se apartó un momento y se acercó al padre Jonathan, quien sonreía amablemente para despedir a los feligreses desde la puerta.
"Padre Jonathan, quería agradecerle por haberme recomendado para este puesto", dijo Elaiza, estrechando la mano del padre. "Eres un gran amigo, muchas gracias".
El padre Jonathan sonrió afectuosamente. "Elaiza, eres una joven muy capaz y responsable. Estoy seguro de que harás un excelente trabajo con esos niños. Y dime, ¿cómo te va hasta ahora?".
Elaiza le contó al padre Jonathan sobre los eventos extraños que habían ocurrido en la mansión, y él la escuchó atentamente.
"Es posible que la mansión esté embrujada, creo que deberías realizar un exorcismo en la mansión", dijo con una amplia sonrisa.
Elaiza se sintió un poco asustada al escuchar la palabra "exorcismo". "¿No crees que sea demasiado?", preguntó Elaiza sorprendida.
"No, es algo sencillo, como los que llegamos a hacer en nuestra juventud", dijo el hombre tranquilamente.
Justo entonces, el cochero llegó para llevarlos de regreso a la mansión. Elaiza se despidió del padre Jonathan y se subió al carruaje. Una vez dentro, la señora Jenkins se volvió hacia Elaiza con una sonrisa amable.
Una vez en la mansión, los niños salieron a jugar en el jardín. Mientras ellos jugaban, Elaiza notó nuevamente al jovencito que había llevado la leña unos días antes. Se había enterado de que su nombre era Marcello y trabajaba en la mansión como ayudante de jardinería, era conocido por ser un chico trabajador y responsable, además de muy serio y amable.
Elaiza lo llamó un momento mientras los niños jugaban a algunos metros de distancia. Marcello se acercó con curiosidad.
"¿Sí, señorita?", preguntó Marcello.
Elaiza sonrió y le dijo en voz baja: "Muchacho, ¿deseas ganarte unas monedas?".
Marcello se iluminó. "¡Sí, señorita! ¡Claro que sí!".
"Necesito que hagas lo que te voy a pedir". Elaiza habló con Marcello en voz baja durante unos minutos, explicándole algo que solo ellos dos sabían. Marcello asentía con la cabeza, su rostro cada vez más serio.
"Recuerda, Marcello", dijo Elaiza, "debes hacer todo con discreción. No quiero que nadie sepa lo que estás haciendo".
Marcello asintió de nuevo, su mirada seria. "No se preocupe, señorita. Puedo hacerlo".
El resto de la mañana transcurrió con tranquilidad, hasta poco antes de la comida. Mientras Emanuel dormía su siesta en su cuarto, Tomás y Rosalba jugaban en su habitación, Elaiza los cuidaba mientras zurcía algunos calcetines rotos. De pronto, se abrió la ventana con bastante fuerza, haciendo que los cristales vibraran y los niños se asustaran.
Tomás y Rosalba se acercaron a Elaiza, con los ojos abiertos de miedo. "¿Qué pasó?", preguntó Tomás, su voz temblorosa.
Elaiza los tranquilizó con una sonrisa. "No pasa nada, niños. Solo ha sido el viento. No hay nada de qué preocuparse".
Rosalba se acercó a Elaiza y se abrazó a su falda. "Pero la ventana estaba cerrada", dijo, su voz apenas audible.
Elaiza la tranquilizó de nuevo. "A veces, el viento puede ser muy fuerte y abrir las ventanas. No es nada extraño, a menos que... No, no es posible".
Tomás y Rosalba se miraron entre sí, y luego asintieron con la cabeza. Parecían tranquilizados, pero Elaiza notó que todavía había una sombra de miedo en sus ojos. Ella misma se sintió un poco inquieta, ya que sabía que la ventana había estado cerrada, y el viento no había sido lo suficientemente fuerte como para abrirla. Pero no quería asustar a los niños, así que decidió no decir nada más al respecto.
Más tarde se escucharon pasos en el pasillo. Los pasos eran ligeros y rápidos, y parecían provenir de alguien que estaba tratando de no hacer ruido. Luego, se escuchó el sonido de una puerta que se abrió y cerró.
Elaiza se levantó de su silla y se acercó a la puerta de la habitación. Escuchó atentamente, pero no se escuchaba nada más, los niños se miraron entre sí y se susurraron algo para después ambos negar con la cabeza. Se volvió hacia los niños y les preguntó: "¿Saben quién podría haber sido?".
Tomás y Rosalba se miraron entre sí y negaron con la cabeza, los sirvientes ese día no trabajaban la mayoría, solo estaban la señora Jenkins y la cocinera en la cocina, y Emanuel y su nana en el piso inferior, pero Emanuel era muy ruidoso y su nana no podía dejarlo solo. "No, no sabemos", dijo Tomás.
Rosalba se levantó y se acercó a Elaiza. "¿Qué pasa?", preguntó, su voz llena de curiosidad y temor.
Elaiza sonrió y lo tranquilizó. "Nada, cariño. Solo alguien que pasó por el pasillo seguramente".
Pero los niños no estaban tan seguros de que fuera solo eso. Había algo en los pasos y en la forma en que se cerró la puerta que los hacía sentir que algo estaba sucediendo en la mansión, algo que no era completamente normal.
"¿Y si es un fantasma?", dijo Rosalba temerosa.
"¿Y qué haría un fantasma espantando en medio del día?", dijo Elaiza tranquilamente. "A menos que algo lo esté haciendo enojar".
"¿Los fantasmas se enojan?", preguntó Tomás.
"Sí, claro", respondió Elaiza. "Les molesta cuando toman sus cosas... O cuando los inculpan de cosas que no han hecho", continuó mirando a los dos niños. "Pero si no han hecho nada, no deberían tener miedo, bueno, eso me dijo el padre Jonathan en la mañana", dijo sonriendo tranquilamente.
Los niños se miraron mutuamente asustados. De pronto se escuchó un sonido de puerta, Elaiza se asomó al pasillo, pero no había nadie a la vista. Sin embargo, notó algo extraño: la puerta que estaba al lado de su cuarto, y que siempre estaba cerrada, en esa ocasión estaba abierta. Elaiza se sintió un poco intrigada y asustada al mismo tiempo.
Se volvió hacia los niños y les dijo con cara de preocupación: "Tal vez la señora Jenkins la dejó abierta, ¿no creen? Iré a cerrarla".
Aquellas palabras hicieron que los niños corrieran al lado de Elaiza.
"No nos dejes solos", suplicaron.
"No hay de qué temer, seguramente dentro está alguien acomodando la habitación", sonrió Elaiza, sin embargo, sintió cómo los niños se aferraban a su falda temblorosos. "Bueno, ¿qué les parece si me acompañan para que vean que no es nada?".
Los tres se dirigieron a la habitación, al entrar, estaba vacía y no se veía nada inusual.
"La perilla es algo vieja, tal vez se abrió por sí sola", dijo Elaiza tranquilizando a los niños.
Los niños se miraron entre sí y se rieron. "¡Claro, porque no hay fantasmas!", dijo Tomás intentando sonar convencido.
De pronto, un objeto rodó y golpeó los zapatos de Elaiza, era una canica, la cual los niños decían hacía días no encontraban.
"Miren, aquí estaba, debió rodar debajo de la puerta cuando jugaban", dijo Elaiza.
"Eso no es posible, no cabe debajo de la puerta", reclamó asustada Rosalba.
"Además, la señora Jenkins nos ha prohibido jugar con ellas dentro de casa", añadió Tomás.
Pero Elaiza siguió. "Bueno, en ese caso, tal vez sí fue el fantasma y debemos hacer un exorcismo para ahuyentarlo, solo por si acaso. ¿Qué les parece?".
Los niños se miraron entre sí y se encogieron de hombros. "¿Un exorcismo?", preguntó temerosa Rosalba. "¿Qué es eso?".
Elaiza sonrió. "Es una ceremonia para ahuyentar a los espíritus malos. Pero no se preocupen, no es nada peligroso, a menos que hayan hecho algo que ofendiera al fantasma", miró a ambos niños, pero solo asintieron.
Elaiza fue por algunas cosas a su cuarto, una biblia, unas velas y un rosario. Ella y los niños, bastante temerosos, fueron a la habitación que estaba al lado de la suya. La habitación estaba sola, y parecía que no había sido utilizada en mucho tiempo. Los muebles estaban cubiertos por sábanas blancas, y el polvo cubría todo. Sin embargo, a pesar del desorden, la habitación parecía tener un orden propio.
Elaiza acomodó todo en una mesa y acercó unas sillas. Luego, les pidió a los niños que se tomaran de la mano y comenzaran a rezar, pidiendo al fantasma que, si estaba ahí, se mostrara.
Los niños se tomaron de la mano, temblando de miedo. Tomás y Rosalba estaban pálidos. Elaiza comenzó a rezar, su voz firme y tranquila.
De repente, se movió un libro de la repisa de la pared, se oyeron murmullos ilegibles y algo que parecía rasguños, de pronto la mesa se tambaleó. Los niños gritaron de susto, y Elaiza les pidió que se calmaran.
"Por favor, fantasma", dijo Elaiza, "deja de hacer travesuras. Queremos hablar contigo".
Se escuchó una voz rara, que parecía provenir de todas partes y de ninguna al mismo tiempo. "No fui, no fui", decía la voz.
"Por lo visto, quien ha hecho todo no es el fantasma, ahora debemos encontrar al culpable", dijo Elaiza. "O el fantasma se enojará más".
Rosalba empezó a llorar, y Tomás dijo que no era su intención hacer enojar al fantasma. "Solo queríamos que te fueras", dijo Tomás, casi llorando, "igual que todas las demás institutrices".
Elaiza los miró con sorpresa, y se dio cuenta de que los niños habían estado detrás de las travesuras todo el tiempo.
Rosalba y Tomás comenzaron a echarse la culpa mutuamente. De pronto, Elaiza no pudo más y empezó a reír. Los niños estaban sorprendidos, y se detuvieron en seco.
"¿Qué pasa?", preguntó Tomás, confundido con los ojos llorosos.
Elaiza se rió de nuevo. "Todo esto es una trampa", dijo. "Desde el primer momento supe que ustedes habían estado detrás de las travesuras. Pero esperaba que confesaran antes".
Rosalba y Tomás se miraron entre sí, sorprendidos y un poco avergonzados, se sentían humillados por todo eso.
"¿Cómo lo supiste?, ¿y el fantasma?", preguntó Rosalba.
Elaiza sonrió. "Porque soy una institutriz muy astuta", dijo, llamó a Marcello, y él salió de debajo de la mesa, donde había estado escondido. Otro joven, casi de la edad de Tomás, salió de un armario.
Estos jovencitos habían puesto unos hilos para tirar las cosas y se habían escondido debajo de los muebles para moverlos. Los niños se miraron entre sí, sorprendidos y un poco avergonzados. Habían sido descubiertos, y no sabían qué hacer.
Elaiza les dio unas monedas a Marcello y su cómplice, quienes salieron corriendo de la habitación, dejando a los gemelos y a Elaiza solos.
"Bueno, ahora que ya se ha resuelto el misterio, ustedes dos tienen mucho que explicar y deberemos discutir su sanción", dijo Elaiza sacándolos del cuarto y cerrando la puerta.