Álvaro, creyente en la reencarnación, se encuentra atrapado en el cuerpo de Felipe, un ladrón muerto en un tiroteo. Con una nueva identidad, pero con la misma mente astuta y sedienta de justicia, decide vengarse de Catalina y de su amante. Usando sus habilidades empresariales y su inteligencia, se infiltra en su propia casa, ahora ocupada por otros, y empieza a mover las piezas de un plan de venganza que se va tornando cada vez más complejo.
Entre situaciones cómicas y tensiones dramáticas, la novela explora temas de identidad, amor, traición y justicia, mientras Álvaro navega en un mundo que no le pertenece, pero que está dispuesto a dominar. La lucha interna entre el alma de Álvaro y el cuerpo de Felipe crea un conflicto fascinante, mientras él busca vengarse de aquellos que lo destruyeron.
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El ladrón Felipe
El sonido de las sirenas perforaba la calma de la noche en un barrio marginal de la ciudad. Las luces rojas y azules iluminaban las fachadas de las casas desvencijadas, y las voces de la policía ordenaban a gritos que nadie saliera de sus hogares. El caos reinaba, pero para Felipe Cruz, todo era parte de una rutina.
Agazapado detrás de un contenedor de basura, con una pistola en una mano y una mochila llena de billetes en la otra, Felipe respiraba con dificultad. Una gota de sudor le corría por la frente, mezclándose con la sangre de una herida superficial en su ceja.
—¡Felipe, entrégate! —gritó un oficial desde un altavoz—. ¡No tienes salida!
Felipe soltó una carcajada amarga. "¿Salida? Nunca he tenido salida," pensó. Era un ladrón, un estafador, un hombre que había aprendido a sobrevivir a cualquier costo. No conocía otra vida. En su mente, la idea de rendirse no existía.
—¡¿De verdad creen que voy a rendirme?! —gritó de vuelta, asomándose ligeramente para disparar un par de balas en dirección a los policías. No alcanzó a nadie, pero obligó a los oficiales a retroceder.
—Estás rodeado, Felipe. Esto no tiene que terminar así —insistió el oficial, aunque en su voz no había compasión, sino la fría certeza de que la situación no podía acabar de otra forma.
Felipe cerró los ojos por un momento, recordando los momentos que lo habían llevado hasta allí: una infancia sin padres, días enteros buscando algo que comer, y luego, el camino fácil de los robos y las traiciones. Pero incluso él sabía que su suerte estaba agotada. El sonido metálico de un arma recargándose detrás de él confirmó sus sospechas.
—Se acabó, Cruz —dijo una voz desde las sombras.
Felipe giró rápidamente, pero antes de poder disparar, un estruendo resonó en el callejón. Sintió un dolor ardiente en el pecho. Bajó la vista y vio cómo la sangre comenzaba a empapar su camisa. La pistola cayó de su mano, y con ella, la mochila. Felipe dio un paso tambaleante hacia adelante antes de desplomarse contra el asfalto.
Todo se oscureció.
En el vasto vacío que siguió a su muerte, Felipe se encontró flotando en un espacio etéreo, sin forma ni tiempo. Un eco de voces distantes parecía susurrar cosas incomprensibles. Sin embargo, algo cambió cuando sintió una presencia cercana. No estaba solo. Frente a él apareció un hombre alto, elegante, con un porte que irradiaba autoridad.
—¿Quién eres tú? —preguntó Felipe, su voz resonando en el vacío. Miró sus propias manos y se dio cuenta de que ya no eran físicas, sino translúcidas, casi como humo.
El hombre frente a él lo estudió con una mezcla de desdén y curiosidad. "Parece que este será mi anfitrión," pensó Álvaro Vega, observando al ladrón con detenimiento.
—Soy Álvaro Vega —respondió con firmeza, dando un paso hacia Felipe.
Felipe arqueó una ceja, perplejo. —¿El magnate? ¿El tipo de los negocios? No manches... ¿Qué haces aquí? ¿No deberías estar en un paraíso para ricos?
Álvaro ignoró la burla. —Esto no es sobre mí ni sobre lo que fui. Ahora importa lo que seré. Tú... —hizo una pausa, observándolo con desprecio—, tú no mereces otra oportunidad. Pero yo la necesito.
Felipe dio un paso atrás, su actitud burlona desapareciendo rápidamente. —¿Qué diablos significa eso?
Álvaro avanzó con decisión. —Significa que voy a tomar tu lugar. Tu cuerpo, tu vida. Tengo una misión que cumplir, y tú solo has sido un desperdicio de aire.
Felipe trató de retroceder más, pero no había adónde ir. "¿Qué me está diciendo este loco? ¿Que va a usar mi cuerpo? ¡Esto es un sueño, una alucinación!"
—Espera, espera, compadre —interrumpió, levantando las manos—. No sé qué tipo de trato hiciste con quienquiera que maneje esto, pero yo no voy a ceder mi vida así nada más.
Álvaro dejó escapar una risa seca. —Tu vida ya terminó. Lo único que queda es tu cuerpo, y créeme, sabré usarlo mejor que tú.
Antes de que Felipe pudiera responder, sintió un tirón violento, como si algo lo estuviera arrancando del lugar donde estaba. Álvaro, impulsado por su deseo de venganza, se lanzó hacia él, y en un destello de luz cegadora, las almas chocaron.
Cuando Felipe —o más bien el cuerpo de Felipe— abrió los ojos, estaba tumbado en un callejón. El frío asfalto le raspaba la piel, y su pecho dolía, pero estaba vivo. Respiró hondo y se incorporó lentamente. Miró sus manos, callosas y llenas de cicatrices, y luego vio su reflejo en un charco cercano. No era su rostro.
—Funcionó... —susurró, con la voz ronca de Felipe pero con la convicción de Álvaro. Una sonrisa lenta y peligrosa se dibujó en su rostro. “Ahora empieza el verdadero juego.”
Revisó la mochila que había caído junto a él. Los billetes seguían allí. “Dinero sucio, pero útil,” pensó. "Primero, debo acercarme a Catalina y recuperar lo que es mío. Luego, ella pagará por lo que hizo."
Sin embargo, sus pensamientos fueron interrumpidos por el sonido de pasos apresurados. Alguien se acercaba.
—¡Es él! —gritó un oficial desde la entrada del callejón—. ¡El ladrón sigue vivo!
Álvaro, ahora en el cuerpo de Felipe, agarró la mochila y corrió sin mirar atrás. Su mente trabajaba rápidamente, ajustándose a las limitaciones y habilidades de su nuevo cuerpo. "Si este tipo era bueno para algo, era para escapar," pensó mientras zigzagueaba por las calles oscuras, dejando a los policías atrás.
Álvaro logró esconderse en un edificio abandonado, respirando con dificultad. Sentado en el suelo, evaluó su situación. Su cuerpo era fuerte, pero torpe comparado con el suyo original. Sin embargo, tenía lo que necesitaba: una segunda oportunidad.
Miró al horizonte desde una ventana rota. La mansión Vega se alzaba en la distancia, como un faro llamándolo a su destino.
—Catalina... prepárate. No voy a descansar hasta que pagues por lo que hiciste.
En el silencio de la noche, una risa baja y peligrosa resonó en el edificio vacío. La venganza apenas comenzaba.