En un mundo de lujos y secretos,Adeline toma el único trabajo que pudo encontrar para salir adelante: trabaja en un exclusivo bar para millonarios, sirviendo bebidas y entreteniendo a la clientela con su presencia y encanto. Aunque el ambiente opulento y las miradas de los clientes la incomodan, su necesidad de estabilidad económica la obliga a seguir.
Una noche, mientras intenta pasar desapercibida, un hombre misterioso le deja una desproporcionada cantidad de dinero como propina. Atraída por la intriga y por una intuición que no puede ignorar, Adeline a pesar de que aun no tenia el dinero que necesitaba decide permanecer en el trabajo para descubrir quién es realmente este extraño benefactor y qué intenciones tiene. Así, se verá atrapada en un juego de intrigas, secretos y deseos ocultos, donde cada paso la llevará más cerca de descubrir algo que cambiará su vida para siempre.
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Cap 3
La noche cae con ese tinte de misterio que parece envolver siempre al bar. Las luces de neón iluminan la entrada, proyectando sombras largas y colores eléctricos en el asfalto. Entro y me pongo el uniforme, sintiendo el peso de la tela sobre mis hombros como un recordatorio de la incomodidad que aún persiste, esa misma incomodidad que me acompaña cada vez que piso este lugar. Hago una última inspección en el espejo: maquillaje impecable, pelo perfectamente recogido, un aspecto que poco tiene que ver con quién soy en realidad.
Al salir del vestuario, Carla, una de las chicas con las que mejor me llevo, me lanza una sonrisa cómplice.
—¿Lista Chica Vip? —me dice, en tono bromista, aunque ambas sabemos que hay un trasfondo de resignación en sus palabras. Aquí, la locura es el pan de cada noche; los clientes exclusivos, las propinas cuantiosas, el aire de secretismo… todo se mezcla en una atmósfera donde nada es lo que parece.
—Listísima —respondo, forzando una sonrisa. En realidad, quiero que la noche pase rápido, terminar y salir de aquí, como siempre.
El bar ya está en plena actividad. La música suave llena el ambiente, interrumpida solo por el murmullo de las conversaciones y las risas ocasionales de los clientes. Es un lugar elegante, con muebles de terciopelo oscuro, mesas bajas y una iluminación tenue que proyecta sombras sobre cada rincón. Las paredes están decoradas con arte abstracto, y el olor a licores finos y perfumes caros flota en el aire. Trato de concentrarme en mi trabajo, repitiéndome que este es solo un trabajo temporal, una vía para ganar el dinero que necesito para mi tía.
Me asignan a varias mesas al fondo del salón, y Carla se queda en otra sección, aunque sé que estará vigilándome. Durante el turno, mi trabajo es sencillo pero agotador: tomar órdenes, llevar bebidas, recoger los vasos vacíos y mantener la sonrisa, esa sonrisa falsa que cada vez cuesta más sostener.
Sin embargo, esta noche noto algo diferente. Algunas miradas persisten más de lo normal, se sienten invasivas. No todas, claro, pero hay ciertos clientes que no apartan la vista de mí. Siento como si me analizaran, como si intentaran descifrar algo en mi rostro o en mis gestos. Me incomoda, pero trato de disimular. Es parte del trabajo, me recuerdo, y sigo adelante.
Uno de esos clientes es el mismo hombre de siempre, el que suele sentarse en el rincón oscuro. Desde el primer día que lo vi, nunca dejó de mirarme de una manera que no consigo descifrar. No es como los demás; no busca llamar la atención ni interactuar con nadie. Solo se queda en su sitio, observando desde las sombras, con una expresión imperturbable que me provoca una inquietud constante. Hoy tampoco es la excepción: al pasar cerca de su mesa, siento su mirada fija en mí.
Mientras la noche avanza y el bar se llena aún más, trato de evitar el rincón donde él está. Mantengo mi distancia, enfocándome en mis tareas, pero en el fondo sigo pensando en él, en su mirada. Hay algo extraño en su presencia, algo que no logro entender. Por más que intento ignorarlo, la sensación de incomodidad no desaparece.
Finalmente, llega el momento de un descanso, y las clientas nos dirigimos al mostrador donde nos entregan las propinas que hemos hecho hasta ahora. Me acerco con las demás chicas, esperando mi turno. Cuando la encargada me llama y me pasa un sobre, siento una punzada de sorpresa. Miro el sobre con mi nombre escrito en él y, al abrirlo, veo una suma considerable de dinero. Mucho más de lo que cualquiera dejaría como propina.
—¡Dios mío, Adeline! ¿Quién te dio eso? —pregunta Carla, inclinándose sobre mi hombro para echar un vistazo. Sus ojos se abren con incredulidad.
—No… no lo sé —respondo, sintiendo un nudo de confusión en mi estómago mientras miro el dinero en mis manos.
—¿Estás segura de que no sabes? —otra de las chicas me mira con una sonrisa burlona, claramente envidiosa—. Seguro que alguien quiere algo a cambio.
Los murmullos de las demás chicas comienzan a girar a mi alrededor, especulando sobre quién pudo haber sido tan generoso. Trato de recordar si alguien mostró algún interés especial en mí esta noche, pero no puedo identificar a nadie en particular. Sin embargo, la incomodidad crece, y me siento cada vez más insegura. Esto no parece ser solo un gesto amable o de gratitud.
Vuelvo a pensar en el hombre en el rincón, en su forma de observarme. ¿Podría haber sido él? Carla, que parece notar mi inquietud, me toma del brazo con una expresión preocupada.
—Oye, Adeline, no te enredes con esto. Es solo dinero. Quizás fue uno de esos clientes excéntricos, ya sabes cómo son aquí —me dice, en tono comprensivo—. Tal vez simplemente querían que volvieras atenderlos la próxima vez.
Pero no puedo dejarlo pasar. Siento que debo aclarar las cosas. Aparto la mano de Carla suavemente y me dirijo hacia la sección donde el hombre sigue sentado. Carla intenta detenerme, pero me libero con decisión.
—¿Adeline, qué estás haciendo? —me susurra, alarmada.
—Quiero saber la verdad —le respondo, con un tono más serio del que esperaba.
Al acercarme al hombre, noto que me observa con la misma calma de siempre, como si mi presencia fuera una interrupción más de la noche. Saco el sobre con el dinero y, sin dudarlo, se lo arrojo en la mesa frente a él.
—No necesito tu dinero —le digo, con una voz que suena más desafiante de lo que realmente me siento—. Si tienes algo que decirme, dilo de frente. No me interesa que intentes comprarme con una propina exagerada.
Él me mira con una expresión indescifrable, aunque noto una leve curva en sus labios, como si encontrara la situación entretenida. Toma el sobre con calma y lo abre, y entonces veo que hay un pequeño papel adentro, algo que yo misma no había notado. El hombre lo saca y lo lee en silencio durante un momento antes de alzar la vista hacia mí.
—Este ni siquiera es mi nombre —dice en voz baja, alzando el papel para mostrármelo.
En el papel se lee un nombre que no reconozco, junto con una nota que simplemente dice: “Gracias por tu excelente servicio esta noche.” La vergüenza me inunda, sintiéndome como una tonta por no haber leído el mensaje antes. Mi error es evidente, y mi rostro arde mientras intento encontrar las palabras para disculparme.
—Lo… lo siento —murmuro, sin atreverme a mirarlo a los ojos. Me siento torpe y fuera de lugar, queriendo desaparecer en ese mismo instante.
El hombre no parece molesto. De hecho, parece… divertido.
—No hay necesidad de disculpas —dice, con una voz suave pero firme—. Aunque debo admitir que tienes una imaginación interesante. Parece que asumes cosas sin saber realmente quién soy o qué hago aquí.
No tengo respuesta. Sus palabras resuenan en mi cabeza y me siento aún más avergonzada. Quizás, sin darme cuenta, había creado toda una historia en mi mente sobre él y sus intenciones.
—Supongo que fui impulsiva, y de igual forma si quiere quédese con el dinero—logro decir al final, aunque mi voz apenas se escucha.
Él observa mi reacción sin decir nada, hasta que finalmente una leve sonrisa cruza su rostro.
—A veces, los malentendidos son más interesantes que la verdad —dice, inclinando ligeramente la cabeza y haciéndole señas a unas de las chicas para que recoja el dinero—. Que tengas buena noche.
Sin decir nada más, me doy la vuelta y me alejo de la mesa, sintiéndome más confundida que nunca. Siento sus ojos en mi espalda mientras me alejo, y la vergüenza sigue retumbando en mi pecho como un eco persistente. Cuando llego junto a Carla, sus ojos me escanean en busca de respuestas.
—¿Qué pasó? ¿Qué te dijo? —me pregunta.
—Nada, solo… me equivoqué —respondo, intentando sonar despreocupada.
Las chicas murmuran algunas cosas, aunque ya nadie parece tan interesado en la situación como antes. ¿Por qué siento que sus palabras me afectaron tanto?.
—
La noche es fresca, con una brisa ligera que se cuela entre los edificios altos y las calles semidesiertas. Las luces del bar aún parpadean detrás de mí mientras camino hacia mi casa. Las horas que paso en el bar siempre se sienten como una actuación interminable, y esta noche, entre la incómoda conversación con ese hombre y las miradas inquisitivas de mis compañeras, la jornada ha sido agotadora. Me repito que pronto podré ahorrar lo suficiente para dejar este lugar, para encontrar algo mejor. Algo que no me obligue a enfrentarme a situaciones como esta.
Entonces, escucho el sonido de un motor suave que se aproxima. Aun sin mirar, puedo sentir la presencia de un vehículo deslizándose en la acera junto a mí, siguiendo mi paso con una calma inquietante. Me detengo y, girando lentamente, me encuentro con un coche negro, de esos que parecen más una declaración de estatus que un simple medio de transporte. Es un modelo de lujo, pulcro y reluciente bajo las luces de la calle. Por un instante, pienso que debe ser solo una coincidencia… pero la ventanilla baja despacio, revelando un rostro que ya me resulta demasiado familiar.
Es él, el hombre del bar. Aquél que me observa cada noche desde el rincón oscuro, como si fuera su propio territorio. Sus ojos me miran con esa misma intensidad de siempre, como si no hubiera esperado que me negara a aceptar su presencia en este momento.
Siento una punzada de inquietud mezclada con algo de irritación. Me esfuerzo en mantener la compostura, sosteniendo su mirada sin mostrar un ápice de la incomodidad que me provoca.
—Sube. Te llevaré a casa.
Su tono es tan neutral que por un segundo me hace dudar, como si lo que me pide fuera lo más lógico y simple del mundo. Pero no, no voy a ceder tan fácil.
—No, gracias —respondo con firmeza. Aclaro mi voz y trato de sonar despreocupada, aunque sé que mi tono oculta una mezcla de desafío y nerviosismo. No me gusta la sensación de ser observada, ni menos sentir que debo darle explicaciones a alguien que ni siquiera conozco.
Él ladea la cabeza y sus labios dibujan una media sonrisa, como si mi negativa le resultara entretenida.
—No deberías caminar sola a esta hora. No es seguro. —Su tono sigue siendo tranquilo, aunque su insistencia me inquieta.
Intento no mostrar que sus palabras me afectan. Tomo aire y doy un paso hacia adelante, intentando reanudar mi camino sin mirarlo.
—No necesito que me lleven, sé cuidarme sola —le respondo con una voz firme que, por dentro, me sorprende un poco.
Él no se mueve, y el coche continúa avanzando a la par de mis pasos, sin prisa, como si tuviera todo el tiempo del mundo para convencerme. Me empieza a poner nerviosa esta situación. Pero justo cuando estoy a punto de decir algo más, él vuelve a hablar, y esta vez su tono cambia.
—No te lo pido yo… se lo pide mi jefe.
Eso me detiene de golpe. Giro la cabeza y lo miro con cierta sorpresa. La palabra “jefe” resuena en mi mente, pero más que curiosidad, despierta en mí una desconfianza profunda. Miro hacia la parte trasera del coche, buscando algo que me dé una pista. Apenas puedo distinguir la silueta de alguien en el asiento trasero, una figura oscura que parece observarme desde la sombra. Por un momento, siento un escalofrío recorriendo mi columna, pero me mantengo firme, tratando de no mostrar el desconcierto que me invade.
Mi mente se llena de preguntas sin respuesta. ¿Por qué alguien que ni siquiera conozco estaría tan interesado en que acepte un simple viaje en coche? Y lo más inquietante de todo… ¿por qué este hombre actuaría como su intermediario, como si tuviera algún tipo de obligación hacia él?
Sin pensar demasiado, suelto una respuesta que brota de mi pecho como un acto de pura resistencia.
—Me vale una mierda lo que diga tu jefe. No necesito que me protejan ni mucho menos que me lleven.
Sus ojos se ensanchan apenas un milímetro, y por un instante parece a punto de reírse. Pero enseguida su expresión se apaga, y una sombra de tensión cruza su rostro. Es como si, de repente, recordara algo, y el impulso de risa se transformara en una mirada de advertencia. Desvía los ojos hacia la parte trasera del coche, y por su expresión, parece… temeroso. Como si le temiera a quienquiera que esté sentado en ese asiento.
El hombre se recupera rápidamente y vuelve a mirarme, ahora con una expresión seria, como si quisiera decirme algo importante, algo que aún no ha revelado.
—Esto no es un juego —dice finalmente, su voz mucho más baja y cargada de gravedad—. Puede que creas que tienes el control, pero… no sabes con quién estás tratando.
Su afirmación despierta algo en mí, una mezcla de ira y desconfianza que me hace dar un paso hacia atrás.
—Si crees que puedes intimidarme, estás perdiendo el tiempo. No me importa lo que tú o tu jefe quieran.
Las palabras salen de mis labios antes de que pueda detenerme. La frustración, la incomodidad acumulada y la sensación de ser observada como un objeto me impulsan a no ceder. Pero noto que mis palabras no tienen el efecto que esperaba. En lugar de molestarse o darme otra advertencia, el hombre simplemente me observa en silencio, como si intentara descifrar algo en mí, y de repente, se echa hacia atrás en su asiento.
En el silencio que se instala, la figura en el asiento trasero se mueve ligeramente. Mis ojos siguen el movimiento, intentando vislumbrar algún rasgo, pero la oscuridad del coche y el vidrio tintado me impiden distinguir nada más que una sombra. Sin embargo, siento que esos ojos anónimos están fijos en mí, como si evaluaran cada palabra, cada reacción.
El hombre del asiento delantero vuelve a mirarme y asiente brevemente, como si se resignara a algo. Baja el tono, y por primera vez noto una pizca de simpatía en su voz.
—No seas terca. Solo sube. Es más seguro para ti, créeme.
Hay algo en su tono que me hace dudar, pero me rehúso a ceder. No puedo dejarme llevar por la incertidumbre. No en este momento.
—No voy a subir, así que deja de insistir o voy a llamar a la puta policia.
El hombre suspira, como si se diera por vencido, y por un momento parece a punto de decirme algo más. Pero en lugar de eso, se limita a asentir con una expresión seria y cierra la ventanilla con un movimiento suave. El coche arranca lentamente, y la figura en la parte trasera se pierde en la oscuridad mientras el auto se aleja, dejándome sola en la calle vacía.