"Ash, cometí un error y ahora estoy pagando el precio. Guiar a esa alma era una tarea insignificante, pero la llevé al lugar equivocado. Ahora estoy atrapada en este patético cuerpo humano, cumpliendo la misión de Satanás. Pero no me preocupa; una vez que termine, regresaré al infierno para continuar con mi grandiosa existencia de demonio.Tarea fácil para alguien como yo. Aquí no hay espacio para sentimientos, solo estrategias. Así es como opera Dahna." Inspirada en un kdrama. (la jueza del infierno)
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Una nueva dueña en casa
Dahna se dirigió a la casa de Amara con paso firme, como si la rutina de una simple humana fuera algo que no podía intimidarla. Aunque aún no se acostumbraba al cuerpo frágil y mortal de la joven, la demonio ya había decidido que haría su estancia en la Tierra lo más placentera posible, sin dejarse pisotear. Pero al ingresar al hogar de la joven, la recibió un golpe inesperado: una bofetada fuerte que le giró el rostro hacia un lado, haciéndola detenerse en seco.
El ardor en su mejilla le hizo abrir los ojos con sorpresa y furia. Nadie, ni siquiera los demonios menores del infierno, se atrevían a levantarle la mano. Solo Satanás había tenido la fuerza para doblegarla en su momento, y ahora, una simple humana se atrevía a levantarle la mano. Dahna levantó la vista con una expresión oscura y se encontró con el rostro enojado de la mujer, Carmen, la madrastra de Amara.
La demonio no necesitó pensar dos veces; se abalanzó sobre la mujer y la tomó del cabello, jalándolo con fuerza. La sorpresa de Carmen se transformó en terror al encontrarse con los ojos oscuros de Dahna, que no reflejaban la sumisión de la Amara que conocía.
—¿Quién te crees que eres para bofetearme? —le gruñó Dahna, su voz más baja y peligrosa de lo que Amara jamás hubiera podido usar.
Carmen forcejeó, pero no pudo soltarse del agarre de la demonio. Intentó golpearla de nuevo, pero Dahna esquivó el golpe con un gesto de desprecio. Carmen lanzó un grito desesperado, pidiendo ayuda.
—¡Suéltame, bastarda! —gritó la mujer, aunque su voz temblaba de miedo.
Dahna sonrió, una sonrisa torcida que hacía que su rostro pareciera casi inhumano. La diversión en sus ojos crecía al ver el pánico en la mujer. Estaba a punto de jalarle aún más el cabello cuando una voz masculina resonó por la estancia.
—¡¿Qué está pasando aquí?! —bramó el padre de Amara, su rostro encendido de furia al ver la escena frente a él.
Dahna se detuvo. Por un momento, el grito la desconcertó, recordándole que ahora ocupaba el lugar de la patética Amara. Pero la idea de someterse a los regaños de ese hombre le resultaba repugnante, así que decidió que jugaría a su manera. Soltó a la mujer de golpe, quien cayó al suelo jadeando y con los ojos llenos de lágrimas.
Con calma, Dahna se volvió hacia el hombre, pero la sonrisa burlona no había desaparecido de su rostro.
—¿Qué estaba haciendo? —preguntó con una falsa inocencia—. Ah, sí, jalaba del pelo a tu mujer porque se atrevió a golpearme. Dile que no lo haga más, no me gusta que toquen mi rostro. Además, si deja marcas, lo podría dañar.
El hombre, acostumbrado a una Amara tímida y sumisa, se quedó mirándola con incredulidad. Aquella actitud arrogante, ese brillo peligroso en los ojos de su hija, no se parecía en nada a la joven que solía soportar los insultos en silencio. Era como si una bestia hubiera tomado su lugar. Sin embargo, intentó mantener la compostura.
—No es la forma en la que debes tratar a tu madre —dijo el hombre con una voz que intentaba sonar autoritaria, pero que apenas ocultaba el miedo.
Dahna sonrió de forma aún más amplia, mostrando los dientes.
—De ahora en adelante, no se atrevan a molestarme. No estoy de buen humor.
La tensión en la habitación era palpable. Carmen, aún en el suelo, miraba a su esposo con los ojos enrojecidos, esperando que él hiciera algo. Pero el hombre solo frunció el ceño, molesto y confundido, mientras Dahna caminaba con total desprecio hacia las escaleras. Cuando estaba a punto de subir, el hombre gritó con una mezcla de furia e incredulidad.
—¡¿Que no te molestemos?! ¿Quién te crees que eres?
Dahna se detuvo a medio camino, girando lentamente el rostro para mirarlo, y sus ojos parecieron oscurecerse.
—Soy la dueña de esta casa.
El hombre abrió los ojos como platos, incapaz de entender lo que su hija acababa de decir.
—¿Qué creías, que no sabía que mi abuela me heredó esta casa a mí y no a ti, padre? —continuó Dahna, su tono cortante como una hoja afilada—. Si quieren seguir aquí, les haré un favor: depositarán mi mesada y mañana iré de compras. Estoy aburrida de esta ropa sin gracia. Y un consejo, no me hagan enojar.
El hombre, desconcertado por completo, solo logró balbucear unas palabras antes de que Dahna desapareciera escaleras arriba. Carmen, a su lado, intentó levantarse y susurró con desesperación.
—¿Vas a permitirlo? —le dijo, temblando de rabia y vergüenza—. ¡Haz algo!
Él, apretando los dientes, la tomó del brazo para que se callara.
—Déjala por ahora. Esto es solo momentáneo. Pronto la colocaré en cintura, pero por ahora, será mejor hacer lo que dice. Solo son unos días, ¿entendido?
Carmen no respondió, solo lanzó una mirada llena de resentimiento hacia las escaleras por donde Dahna había subido.
Mientras tanto, la pequeña hermana de Amara, fruto del matrimonio de su padre con Carmen, asomó la cabeza desde la puerta de su habitación. Cuando vio a Amara, corrió hacia ella con una sonrisa de alegría y la abrazó con fuerza. Pero la reacción de Dahna fue casi inmediata: un gesto de asco se dibujó en su rostro, y la apartó de su cuerpo con un movimiento brusco.
—No me toques, niña —dijo Dahna, con la voz cargada de repulsión.
La niña la miró con ojos grandes y sorprendidos, pero luego esbozó una sonrisa pequeña, como si no entendiera la frialdad de las palabras de la demonio.
—Me alegra que hayas vuelto, Amara. Te extrañé mucho —murmuró la pequeña antes de correr de vuelta a su habitación.
Dahna la observó desaparecer por el pasillo, sintiendo un nudo en el estómago. No porque le importara la niña, sino porque el contacto cálido y tierno de la pequeña le había producido una náusea insoportable. Los sentimientos humanos le parecían repugnantes, y no soportaba el afecto, menos si venía de una criatura tan frágil y dependiente como un niño.
Ingresó en la habitación de Amara, y un vistazo rápido le bastó para sentir una oleada de desprecio. Las paredes estaban desnudas, la cama era apenas un colchón incómodo, y los pocos muebles lucían viejos y desgastados. Era un espacio gris, solitario, que reflejaba la vida miserable de la joven que había habitado allí.
—¿Qué es esta miseria? —bufó Dahna para sí misma, frunciendo el ceño—. Yo vivía en lujos y lujurias en el Infierno, y ahora tengo que soportar estas necesidades humanas.
La demonio se dejó caer en la cama dura, sintiendo el crujido de los muelles viejos. Cerró los ojos por un momento, intentando calmar la furia que le provocaba la situación, pero su mente ya empezaba a urdir planes. Ella no tenía por qué vivir como Amara; iba a hacer que todos en esa casa, y en la universidad, aprendieran que no era alguien con quien pudieran jugar.
Dahna sonrió, una sonrisa que no tenía nada de humano, mientras miraba al techo de la pequeña habitación.
—Será un placer convertir esta vida patética en algo mucho más... interesante.
Con esa promesa en mente, se dispuso a esperar la llegada del día siguiente, en el que se aseguraría de que todos empezaran a conocer la verdadera naturaleza de la "nueva" Amara.