Desde niña, Zara soñaba con el día de su boda, creyendo que sería el comienzo de una vida feliz y plena. Pero en el mismo momento en que da el "sí, quiero" en el registro civil, sus sueños se hacen añicos cuando aparece la amante de su marido, embarazada y reclamando su lugar. Devastada, Zara anula el matrimonio y huye a un país lejano, donde comienza de nuevo su vida como esposa de alquiler, manteniendo una fachada de frialdad para proteger su corazón. Pero todo cambia cuando un nuevo cliente entra en su vida, desafiando sus reglas y despertando sentimientos que creía haber perdido para siempre. Ahora Zara debe decidir entre seguir su contrato o arriesgarlo todo por un amor inesperado.
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Capítulo 3
Zara Miller
Desde que salí de aquel café, mi mente no dejaba de dar vueltas. La propuesta de Alexander era tan diferente, tan personal, que no podía dejar de pensar en ella. Caminaba por las calles de Berlín perdida en mis pensamientos, intentando entender por qué todo esto me molestaba tanto.
Fue entonces cuando todo sucedió muy rápido. Un ruido fuerte, gritos, y de repente sentí que mi cuerpo era empujado violentamente hacia atrás. Antes de que pudiera reaccionar, ya estaba en el suelo, en los brazos de Alexander. El impacto de la caída me dejó aturdida, y por un momento, todo a mi alrededor quedó en silencio. Cuando finalmente mis ojos se enfocaron, los suyos estaban allí, mirándome con una intensidad que me dejó sin aliento.
—¿Estás bien? —preguntó, y su voz sonaba distante, como si viniera de un lugar muy lejano.
Intenté levantarme, pero mi cabeza dolía. —Creo que sí —respondí, sin mucha convicción.
—Te golpeaste la cabeza. Te llevaré al hospital —dijo con una firmeza que no dejaba espacio para discusión.
Sabía que discutir sería inútil, especialmente cuando me ayudó a levantarme y prácticamente me guió hasta el coche que estaba estacionado cerca. Mis intentos de protestar fueron apagados por el dolor punzante en mi cabeza, y antes de que me diera cuenta, ya estábamos entrando en el hospital.
Y no era cualquier hospital. Era donde Alexander trabajaba. Las personas a su alrededor lo saludaban con respeto, y él, con toda la calma del mundo, explicaba la situación mientras me mantenía a su lado. Se transformó de un hombre común en el café a un médico serio y profesional en cuestión de segundos. La eficiencia con la que manejó todo fue impresionante.
—Vamos a hacer algunas pruebas para asegurarnos de que todo esté bien, Zara —dijo, sosteniendo mi mano mientras una enfermera preparaba la máquina de tomografía.
Asentí, tratando de no pensar demasiado en su toque. El calor de la mano de Alexander era reconfortante, algo que no esperaba sentir. No debería sentirlo.
Los minutos siguientes fueron un borrón. Pruebas, preguntas, la frialdad del entorno hospitalario contrastando con la evidente preocupación en los ojos de Alexander. Me sentía extrañamente protegida, y eso me asustaba más que la posibilidad de estar herida.
Cuando finalmente terminaron, Alexander me llevó a una sala privada, donde podía descansar mientras esperábamos los resultados. No se apartó de mi lado ni un segundo, y me encontraba mirándolo, intentando entender qué había detrás de esa fachada profesional.
—¿Por qué estás haciendo todo esto? —mi voz sonó más débil de lo que me hubiera gustado.
Me miró, y por primera vez, vi un atisbo de algo más profundo en sus ojos. —Porque me importas. Y porque, a pesar de lo que puedas pensar, realmente te necesito, Zara.
No supe qué responder. No era la primera vez que un hombre me decía que me necesitaba, pero esta vez había algo diferente. Quizás era la sinceridad en su voz, o el hecho de que no estaba pidiendo nada más que compañía.
Los resultados de las pruebas llegaron, y para mi alivio, no había pasado nada grave. Aun así, Alexander insistió en que me quedara en observación unas horas más, solo para estar seguro.
Cuando finalmente estuvimos listos para irnos, me ayudó a levantarme, una vez más sosteniendo mi mano. Sus ojos encontraron los míos, y en ese momento, me di cuenta de que mi decisión ya estaba tomada.
—Alexander, sobre tu propuesta… —empecé, dudosa, pero decidida—. Acepto.
No dijo nada por un momento, solo me observó, como si quisiera asegurarse de que hablaba en serio. Entonces, una suave sonrisa apareció en sus labios, y simplemente asintió.
—Sabía que tomarías la decisión correcta —dijo, y por primera vez, sentí que tal vez, solo tal vez, también lo estaba haciendo por mí misma, y no solo por él.