Leonardo , Ethan Morgan el peor villado y más temido de la historia.
El se obsesiono con la protagonista trato de ganar su amor pero ella siempre lo rechazaba entonce secuestro y abusó de ella la torturo de muchas forma por que ella no lo amaba así que cuando rescantaron a la protagonista el fue sentenciado a guillotina ademas de ser torturado de una horrible manera fue sentenciado publicamente a morir .
Aquí dentro yo he renacido en el cuerpo del villano .
¿ Como lograre evitar mi muerte ? Tendre que hacer muchos arreglos a este retrasado mundo y desde luego aprender todo para ser un buen duque cambiare mi final .
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Renacido como el Hijo del Duque
Ethan
Siempre creí que la vida de un bebé sería fácil: dormir, comer, ser adorable y disfrutar de una existencia libre de preocupaciones, especialmente si nacías en una cuna de oro. Pero pronto descubrí que mi caso era diferente. Aquí, hasta las sirvientas me odiaban, mirándome con desdén y desprecio. ¿Cómo no hacerlo? Para ellas, yo no era más que el fruto del abuso del duque hacia mi madre, una abominación que nunca debió existir.
Me quedé en la cuna, moviendo mis pequeñas manos mientras pensaba en lo absurdo de mi situación. Tenía la mente de un adulto, de alguien que había luchado en otra vida para construir su camino, y ahora estaba atrapado en el cuerpo de un bebé al que todos detestaban. Las sirvientas encargadas de cuidarme eran negligentes: algunas dormían mientras otras charlaban o comían, ignorándome por completo.
Una de ellas, visiblemente irritada, se acercó y me lanzó un juguete de madera.
—Deja de molestar y juega con esto —dijo antes de irse sin siquiera mirar atrás.
Observé el juguete y lo dejé caer al suelo. Era sucio y maltratado, y no tenía intención de usarlo. ¿Qué sentido tenía jugar cuando todos a mi alrededor parecían desear que desapareciera? Decidí molestar un poco más. Después de todo, si ellos no me respetaban, yo tampoco haría las cosas fáciles.
—¡Wahhh! —lloré con todas mis fuerzas, disfrutando en secreto de las miradas exasperadas que me dirigían.
Una de las criadas volvió a acercarse, visiblemente molesta.
—¿Por qué lloras? ¿No ves, estúpido bebé, que estoy ocupada? Toma el juguete y cállate.
Intentó darme el juguete de nuevo, pero balbuceé en negación.
—Oogh, ohgg —fue lo único que salió de mi boca.
Era frustrante no poder hablar, pero mi cuerpo de bebé no me dejaba más opción. Aun así, no podía evitar pensar que, incluso en medio de esta pesadilla, aún había una chispa de esperanza. Si podía ganarme a alguien, quizás a mi madre, podría cambiar mi destino y evitar el trágico final que conocía.
Finalmente, el cansancio me venció, y me quedé dormido. Al despertar, el ciclo continuó: una rutina monótona de miradas de desprecio, descuidos y días interminables en mi cuna. Mi madre no aparecía, y mi padre... bueno, ni siquiera sabía quién era, excepto por los rumores sobre su crueldad.
Un día, harto de la indiferencia, decidí tomar una postura drástica. Dejé de comer.
Las sirvientas ignoraron mi decisión al principio, pensando que se trataba de un berrinche pasajero, pero cuando pasaron dos días, el duque finalmente se enteró y ordenó que me dieran de comer. Como heredero, no se me permitía morir.
Por fin, mi madre vino a mi habitación. Al verla, me sorprendió lo joven y hermosa que era. Su cabello rojo caía en cascadas sobre sus hombros, y sus ojos verdes brillaban con una mezcla de incomodidad y desconcierto.
Ella se sentó junto a mí, claramente obligada, y comenzó a alimentarme. Aunque sentí una profunda vergüenza —después de todo, mentalmente tenía 29 años—, su presencia era lo único que me importaba en ese momento. Intenté mostrarme lo más adorable posible, balbuceando dulcemente mientras movía mis pequeñas manos.
Mi madre pareció notar mi incomodidad, frunciendo el ceño con ligera preocupación.
—¿Le pasa algo? ¿Tal vez lo estoy haciendo mal? —preguntó a la sirvienta que la observaba desde un rincón.
Aproveché el momento para intentar alcanzar su mano. Mi balbuceo y mi esfuerzo parecieron desconcertarla aún más.
—¿Estás intentando darme la mano? —susurró, confundida.
Cuando mis dedos finalmente tocaron los suyos, me reí suavemente, esperando que mi ternura pudiera romper la barrera entre nosotros. Mi madre me observó por unos segundos, y algo en su expresión cambió.
—No se parece a él... —murmuró con una voz suave, casi para sí misma—. Es demasiado tierno.
Por primera vez, sentí que había logrado algo. Tal vez no me odiaba. Tal vez había una posibilidad de que esta mujer, la madre del villano, pudiera verme como algo más que un recordatorio de su sufrimiento. Era un pequeño paso, pero un paso al fin. Y en este mundo hostil, incluso los pasos más pequeños contaban.