Volverá... y los que la hicieron sufrir lloraran
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Te invito a pasar por mi perfil y leer mis otros escritos. Esos ya están terminados.
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03 - DESAYUNO
DESAYUNO
Eran las cinco de la mañana y Katrina temblaba de frío. El lugar que encontró para dormir no estaba muy resguardado y el viento helado se colaba entre sus ropas, calándola hasta los huesos. Decidió que era mejor levantarse y caminar para entrar en calor. La urbanización no estaba lejos y pensó en tratar de convencer al guardia para que la dejara esperar en la cabina.
Llegó a las cinco y cuarto. El guardia era el mismo y la reconoció inmediatamente.
-¡Hola! Llegaste temprano -dijo- el señor Gómez sale siempre a las seis y media.
-Sí. Pero quería llegar temprano por si acaso. Vivo muy lejos y no me gustaría tener que volver.
Lo que dijo la muchacha no era mentira, aunque tampoco era la razón principal para haber llegado temprano.
-Hace frío afuera. ¿Puedo esperar con usted hasta que pase el dichoso señor Gómez?
El guardia meditó un momento y respondió:
-Podés quedarte hasta unos minutos antes de las seis. A esa hora es el cambio de turno y si alguien te ve en la casilla me traerá problemas.
-¡Perfecto! -Por lo menos no moriré congelada afuera -respondió la chica al tiempo que entraba riendo a la cabina. Comenzaron a charlar con el guardia hasta el momento en que el guardia debía entregar el turno. Entonces, ella se ajustó el mameluco y salió.
-¿No estás muy desabrigada? -preguntó el hombre.
Ella se encogió de hombros y le sonrió.
- Es lo que hay.
Se paró al lado de la entrada a esperar. El frío del alba se colaba por las costuras de su ropa haciéndola sentir entumida. Mientras tanto, se realizó el cambio de turno y el nuevo guardia recibió el parte, lo que incluía el por qué de la presencia de la muchacha en la puerta.
Pasaron los minutos lentamente hasta que, por fin, se acercó el mismo auto que la había asustado con la bocina. El guardia salió de la caseta y se dirigió al chófer cuando éste bajó la ventanilla.
-La señorita es la que trajo la billetera del señor Gómez.
El chófer asintió y se dirigió a la muchacha:
-¡Eh, muchacha! El señor Gómez viene en el auto conmigo. Dame la billetera.
Katrina se alejó unos pasos del auto y respondió:
-Dije que solo se la daría a él. Si el señor piensa que soy poca cosa para tocar sus ilustres manos, que por lo menos abra la ventanilla para ver si es el mismo de la foto.
A Eduardo le pareció divertida la situación. Bajó la ventanilla del auto y miró a la chica muy serio. Ella miró su rostro y le arrojó la billetera por la ventanilla.
- No se preocupe - le dijo enojada - No falta nada adentro.
Con eso, se dio media vuelta y dio unos pasos para alejarse del auto.
- Espere - dijo Eduardo - Quiero darle una recompensa.
Ella, sin darse vuelta, respondió:
- Si hubiera querido algo de esa billetera, lo hubiera tomado yo misma.
Con eso, cuadró los hombros y se alejó pisando fuerte. A los pocos pasos, su cuerpo la traicionó y sintió un enorme mareo. Quiso agarrarse de algo, pero no había nada, por lo que cayó de rodillas. Respiró profundamente, luchando contra la neblina que se estaba instalando en su mente. Intentó pararse y todo se volvió negro.
Desde el auto, Eduardo Gómez la miraba. Al principio, pensó que estaba actuando. Pero de todos modos le dijo a su secretario que fuera a ver a la muchacha por si acaso. El subordinado se acercó a ella y la vio sumamente pálida. Se asustó y gritó al guardia que llamara una ambulancia. La levantó en brazos, sorprendido de lo poco que pesaba, y la llevó dentro, a la caseta. La dejó en el piso y estaba por pararse cuando notó a Eduardo parado detrás de él.
- Señor Gómez - dijo - Parece un desmayo real. Se la ve en muy malas condiciones. Está muy demacrada.
Eduardo asintió, no muy convencido. Estaba acostumbrado a las tretas de las mujeres y el desmayo era una de las más comunes. Mientras cavilaba, se oyó la sirena de la ambulancia y decidió seguirla en el auto. Después de todo, la muchacha devolvió la billetera íntegra. Eso no podía negarlo. . Pensó que vería lo que le decía el médico antes de tomar una decisión.
La ingresaron a urgencias, pero él no pudo pasar por no ser pariente. Se quedó esperando en la sala de espera mientras su secretario le refería el orden del día en voz baja. Poco rato después, salió el médico y se acercó a ellos.
- ¿Usted trajo a la señorita? - preguntó.
- Así es - respondió Eduardo.
- Bien. Ella ya despertó. Y quiere irse a su casa. Pero…
- ¿Pero qué? - preguntó el secretario. Ya se veía venir algún truco de parte de ella.
- Es que se desmayó de hambre. Le pregunté hace cuánto que no comía y me dijo que solo había comido un paquete de galletitas en tres días.
Eduardo se sintió mal por la muchacha, quien estaba hambrienta pero no tocó el dinero de la billetera. Si era un truco, no le encontraba el sentido.
- Está bien - le dijo al médico – cuando usted le de el alta, la llevaré a comer algo.
- Disculpe que me entrometa. Por favor, dele algo nutritivo. Se la ve muy desnutrida. Aunque sea por hoy, que coma bien - pidió el médico.
- De acuerdo - respondió él - haré caso a la prescripción.
El facultativo ingresó nuevamente a la sala de urgencias y, a los pocos minutos, ella salió. Eduardo la miró mientras se acercaba. La descripción del guardia era muy exacta, solo que ahora se había quitado la gorra y un cabello negro como las alas de un cuervo contorneaba un rostro delicado de grandes ojos expresivos.
La chica se acercó y le agradeció. - Muchas gracias por traerme. No se preocupe. Seguro que tiene muchas cosas que hacer, así que yo me retiraré y usted puede seguir con sus cosas - dijo sin levantar los ojos del suelo. Estaba muy avergonzada por desmayarse delante de él.
- Vamos - dijo él.
Ella pensó que le hablaba a su secretario, así que lo ignoró y, al salir, comenzó a alejarse con paso cansino. Eduardo se molestó por su actitud. Caminó hacia ella y la tomó de la mano.
- Vamos, dije - insistió.
Ella intentó zafar de su agarre, pero él no se lo permitió.
- ¿Qué cree que está haciendo? - dijo indignada.
- Te llevo a desayunar - respondió el empresario, al tiempo que abría la puerta del auto y la metía adentro.
Ella pensó en resistirse, pero estaba realmente hambrienta. - Está bien. Le voy a aceptar una taza de café y nada más. En cualquier puesto callejero me deja y ya - propuso.
Él no respondió. Estaba de mal humor. ¿Es que esta mujer no lo entendía?
- Dije desayunar. ¿Qué clase de miserable cree que soy? Usted me devolvió mi billetera, bien puedo pagarle un desayuno sin que mi economía se vea devastada - aclaró.
por fin una historia diferente!!
felicitaciones..
me siento muy identificado