DRAGÓN DORADO

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La mañana llegó. Aria estaba firme en la guardia, más que alerta. No dejó que la empujaran, acertó sus flechas en el centro de cada arco y no permitió que ellos dispararan.

—¿Por qué te adelantas? No dejaste que el grupo disparara, y te metiste delante mío —dijo furioso Lucas.

—Y ganamos. Terminamos antes de tiempo —respondió sin importancia mirando a Miguel, que asintió.

—Eso no importa, somos un grupo y todos…

—¿Un grupo? No me jodas —bufó Aria mirándolos fijo—. No me vas a sacar de esto, y si me quieren joder, yo los joderé a ustedes.

Los chicos se miraron. Lucas tragó saliva; se dieron cuenta de que Aria los había escuchado.

—Así que… terminan con sus juegos o seguiremos así y nadie gana. Ustedes eligen.

Fue directo con Ely, que estaba con Javier a su lado como estatua.

—Parece que los asustaste, Ari —dijo Ely.

—Ch, ellos se lo buscaron. Quieren que salga, tratan de molestarme para echarme la culpa —suspiró—. No vine a jugar. Pensé que sería algo fácil, pero veo que solo hay niños.

Javier suspiró mirándola de reojo.

—Podría decirle a su padre —murmuró.

—Mi padre tiene suficientes problemas, y más importantes que estos.

—¿Entonces solo lo dejarás así?

—Sí. No me molestarán más ahora.

—¿Cómo estás tan segura?

—No les conviene. Saben que no juego; les mostré que es mejor tenerme de aliada.

Lucas venía con los chicos hacia ella.

—Hablamos y no te molestaremos más… Así que tú no lo hagas. ¿Trato? —dijo Lucas.

Aria miró su mano, levantó la ceja.

—No escuché una disculpa.

Ely sonrió. Los chicos empujaron a Lucas para que hablara.

—Discúlpanos… —dijo entre dientes y de mala manera.

—¿Qué? —Aria llevó la mano a su oído—. Creo que escuché un mosquito… ¿Tú, Ely?

—Muy graciosa… Discúlpanos —repitió Lucas.

—Sí, nos disculpamos —agregaron los otros.

Ely empujó suavemente a Aria, que no decía nada. Ella rodó los ojos.

—Bien —aceptó, cerrando el agarre de manos—. Espero que sea verdad, capitán, si no… pobre de usted —le apretó la mano con fuerza.

Lucas sonrió ladino. «Sí que tiene fuerza… Me encanta».

—Claro.

Continuaron entrenando. Esta vez Lucas hizo caso a su opinión de cambiar el método de tiro, y funcionó. Terminaron antes de tiempo y pudieron comenzar el siguiente ejercicio.

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Ricardo estaba en una reunión con los padres de Ely. Kael estaba presente.

Les sorprendió la ayuda de Aria, pero estaban encantados.

—Aria me comentó que tiene un plan para un pozo de agua potable, y que se encargaría de las mercaderías. Mi cuñado iría con ella; su magia es de curación en la tierra —explicó María.

—Quisiera hablar con la señorita para ver su plan. Podría ser de gran ayuda si es eficiente —dijo Kael.

—Lo es, Majestad. Seguro dará buenos resultados —aseguró Augusto.

Kael asintió.

—¿Le avisaron de los posibles problemas si va sin ayuda? —preguntó.

—Sí, pero aun así quiere ir. No quiso soldados, solo a su tío —respondió Ricardo, no muy convencido.

«Qué interesante mujer», pensó Kael.

—Ya veo —sonrió. Carlota lo miró de reojo; Kael cada vez mostraba más interés.

—Sobre lo otro, la difamación, quisiera que se haga en la ceremonia —indicó Kael.

—Iba a dar el aviso hoy, Majestad… ¿Por qué cambió de opinión? —preguntó el concejal.

—Porque quiero que todos lo sepan. No voy a permitir que mi hermana siga siendo difamada por esa mujer y su madre. Quiero que queden en ridículo delante de todos, como mi hermana lo estuvo durante años por su culpa —dijo con enojo.

—Así será, señor —asintió Augusto.

Un cartero llegó con un registro. Augusto frunció el ceño.

—¿Algún problema? —preguntó Kael.

—Parece que Lyra y su madre no solo difamaron —respondió, mostrando el registro.

Era un documento con deudas gigantescas en tiendas del valle Kvalir.

Kael se lo pasó a su madre, que soltó un suspiro entre dientes.

—Un aviso más —sonrió Carlota—. Dicta una orden para cancelar su entrada a las tiendas hasta que paguen lo que deben.

María entendió rápidamente.

«Parece que Ester está pagando todo lo que hizo, de una vez por todas».

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Terminaron el entrenamiento. Ely debía irse. Se despidió antes de que Aria limpiara los elementos.

«Si termino puedo irme antes… quiero dormir. Solo faltan dos días».

Lucas entraba con las colchonetas cuando la vio salir.

—¿Ya terminaste?

—Sí —abrió la puerta para irse.

—¿Y tu carruaje?

—No vendrá hoy —se ató los cordones para correr.

—Wow. ¿No pensarás ir sola? —la detuvo.

—Sí… por ahí me come un dragón y te ahorras molestias —respondió sarcástica.

—Aunque suena bien… te acompaño. Si el General sabe que te dejé ir sola, me mata —dijo siguiéndola.

—No lo necesito. Puedes terminar tus cosas —comenzó a correr.

—¡Espérame! —corrió con ella. Ya había terminado antes, pero quiso esperar a Aria.

—Sí que eres terca —dijo a su ritmo.

Aria no respondió. Corría tranquila mirando el atardecer. Lucas la miraba, casi sin aire.

—Tomemos algo… —jadeó. Frenó de golpe.

Ya estaban en la entrada del pueblo. Aria se detuvo al verlo tan cansado.

—Bien… pero si me regañan te culparé.

—Bien… —siguió quejándose mientras caminaban.

Se sentaron afuera. La mesera reconoció a Lucas al instante, sonrojándose.

—Dos aguas —pidió él.

Aria observaba el pueblo. El mar, la brisa… sus sentidos aumentaban cada día.

—No hablas mucho, ¿verdad? —le salpicó agua Lucas.

—¿Ahora quieres hablar? —tomó la suya.

—¿Se le ofrece algo más, joven Lucas? —preguntó la mesera, coqueta.

Lucas negó.

—¿Y tú? —preguntó secamente a Aria.

—¿Para mí no hay sonrisita? —preguntó burlona.

Lucas soltó una risa. La mesera apretó los dientes y se fue.

Aria rodó los ojos… hasta que vio a una mujer conocida besándose con un hombre. «Esa no es…». Abrió los ojos: era Rosa, la madre de Darío.

«La reina Rosa… Huuu».

—Ey… —dijo Lucas moviendo la mano frente a ella.

Aria lo tomó sin darse cuenta, aún mirando la escena. Vio bien el rostro del hombre. «Es igual a Darío… No, no puede ser».

Subió al carruaje y se fue, aturdida.

—Si no te conociera, diría que estás coqueteando conmigo —bromeó Lucas.

Aria lo miró, ceño fruncido, notando que aún lo tenía agarrado.

—Sigue soñando —lo soltó y se levantó, yéndose.

—¿Ya te vas? —tomó el agua y la siguió.

—Gracias por acompañarme, pero puedes irte. Puedo continuar sola.

—Con esa actitud no sé cómo tienes una amiga.

Aria se detuvo.

—¿Qué quieres? ¿Por qué de pronto me hablas como si no quisieras sacarme? —se cruzó de brazos.

—Solo te acompaño… eres muy desconfiada.

—¿Acaso intentas algo? —caminó hacia él, casi acorralándolo.

—Eh… no… yo…

Lucas quedó entre la pared y ella. Miró sus ojos verdes, su rostro, esos labios carnosos… sintió un cosquilleo.

Aria suspiró y se alejó, retomando su camino. Lucas la siguió, nervioso.

«Lo valiente del galán no duró mucho».

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Llegaron al castillo. Ely estaba afuera con su madre y María.

—¿Y ese joven? —murmuró Carlota. Ely negó.

—Es su compañero de entrenamiento —respondió.

—Hola… ¿pasa algo? —preguntó Aria. Las mujeres miraron a Lucas. Aria lo presentó.

—No quería que viniera sola, así que me acompañó.

—Bien hecho, soldado —dijo Ricardo al llegar.

—Un placer, General. Me retiro —sonrió Lucas—. Adiós, malhumorada —agregó a Aria. Ella rodó los ojos.

—Vamos a comer… Mi hermano quiere verte —dijo Ely.

«El príncipe está acá», pensó Aria, nerviosa. Pero sabía que debía verlo para ayudar a la gente del norte.

Entraron. Kael estaba hablando con el concejal. Se volteó… y sus miradas se cruzaron.

Aria sintió un hormigueo en el pecho. Kael quedó inmóvil, boca entreabierta, congelado.

Carlota sonrió suavemente. María también lo notó.

—Mucho gusto, príncipe Kael, soy…

—Aria Eldrida —completó él—. Mi hermana me habló mucho de ti… Veo que no eras una ilusión.

Ely frunció la nariz ante su burla.

—Quisiera hablar con usted sobre su plan para ayudar al norte.

Aria asintió.

—Con gusto, pero antes quiero bañarme.

Kael asintió. Ely subió con ella.

—Estoy sucia… voy a manchar tu hermoso vestido —protestó Aria.

—Ay, se lava, Ari.

—Bien, ven aquí —y la abrazó como un oso mientras subían. Ely reía.

—Se llevan muy bien —dijo Carlota.

—Sí… como si fueran hermanas —dijo Kael.

…

Después de unos minutos Aria bajó. Las dos hablaban sin parar. Tomaron asiento; Aria moría de hambre.

—Espectacular la tarta, reina Carla —dijo.

—Solo Carla, Ari —respondió ella.

—Escuché que estarás en la ceremonia —habló Kael.

—Sí, entreno con un grupo.

—Tienes que verla, es una fiera —añadió Ely.

—Ely —la retó Carlota. Aria sonrió.

—Mi culpa, yo le enseño esas palabras —dijo Aria. Kael sonrió.

—Seguro podrás ganar. Escuché que tu padre te entrenó —comentó él.

—Sí. Quiero entrar a la guardia y estudiar algo.

Carlota y María se miraban ante la interacción; Ricardo y César comían sin notar nada.

—Sobre su plan… ¿puede contarme más?

Aria corrió a buscar su cuaderno y se lo entregó.

Kael la escuchaba atento, sorprendido por sus cálculos y orden.

Ella explicaba animada, sin notar lo cerca que estaba de él, casi respirando su perfume.

Kael estaba rojo.

Los demás también observaron el dibujo.

Él concluyó:

—Me gusta. Mandaré a buscar lo que necesitamos. En estos días me gustaría que me acompañe al valle.

—¿Puedo ir? —preguntó Ely.

Kael asintió.

[…]

Después de la cena se despidieron.

—Un gusto conocerla, señorita Aria. Nos veremos mañana. Pasaré por usted por la tarde —dijo Kael, besando su mano.

Aria sintió un cosquilleo que le recorrió todo el cuerpo.

Ely la miró con una sonrisa enorme.

—Deja de mirarme así, Ely…

—Ay… es que tienes la cara roja… ¿estás enferma? —provocó.

—Cállate o le diré a Javier… —Ely le tapó la boca roja.

Rieron y corrieron por las escaleras, haciéndose bromas.

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—¿Crees que el príncipe tenga buenas intenciones con ella? —preguntó dudoso Ricardo.

—Son tal para cual los dos, y parece que al príncipe no le molesta su actitud, ¿no crees? —dijo mientras guardaba los platos.

—Puede que sí… Pero si Aria no quiere nada con él, ¿qué haremos? No quiero que la obligue a nada —dijo con un toque celoso.

—No creo que él sea así. La reina piensa que Aria es el Dragón Dorado y la apoyará. No la obligaría a casarse con su hijo, eso me lo dejó en claro. Pero, por lo visto, algo entre ellos dos sucedió —sonrió, dejando un beso en la mejilla de Ricardo.

—Es una niña aún… Si ella es el dragón, tendremos que prepararnos. Sabes que esos idiotas de los príncipes vendrán por ella —suspiró.

—Sí, lo sé, pero no diremos nada. Aria demostró ser inteligente, y a ellos tampoco les agrada. Tenemos la ayuda de los reyes Kvalir, son buenas personas —acarició la mano de Ricardo.

—Eso lo sé, son muy buenos… —suspiró—. No quiero perder a mi hija. Entraría en una guerra por ustedes. Mi corazón estaría destrozado si algo les pasara —dijo, besando la mano de María.

—Mi hermoso general… cuánto te amo —sonrió María y lo besó.

Ely, que bajaba a tomar agua, quedó inmóvil en la escalera al escuchar la conversación. Subió despacio hacia la habitación. Aria dormía profundamente.

«Ari, te voy a proteger. Nadie te hará daño», pensó. No permitiría que nadie descubriera su secreto, aunque eso involucrara a su hermano.

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