Gia es una hermosa mujer que se casó muy enamorada e ilusionada pero descubrió que su cuento de hadas no era más que un terrible infierno. Roberto quien pensó que era su principe azul resultó ser un marido obsesivo y brutal maltratador. Y un día se arma de valor y con la ayuda de su mejor amiga logra escapar.
NovelToon tiene autorización de Alvarez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 20 – Dudas
Steven se despertó antes del amanecer. En su habitación solo se escuchaba el sonido de aire acondicionado, y la calle aún no se sacudía del todo el silencio.
Café instantáneo. Una libreta abierta. Y una mente que empezaba a escarbar donde no debía.
La noche anterior había hecho algo que no figuraba en su protocolo: había buscado a Gia en redes sociales. No para seguirle el rastro. Solo para verla. Recordarla. Pero lo que encontró fueron imágenes de hacía tres años: una chica sonriente, rodeada de color, con manchas de pintura en la ropa y luz en los ojos.
No era la mujer que Roberto describía como "insoportable", "ingrata" o "insípida".
Había algo en esas fotos… algo que no encajaba con la versión oficial.
Encendió el televisor de la habitación. Noticias de rutina. Tráfico, clima, algo de política. Nada útil. Lo apagó y volvió a su libreta.
📖 Un nombre escrito en letras mayúsculas:
ROBERT MARINO.
Debajo, varias flechas.
—“Amigo desde la universidad.”
—“Influencias en la policía.”
—“Controlador.”
—“Manipulador.”
—“Gia Greco (esposa).”
Steven apoyó el bolígrafo contra su boca.
Algo estaba mal. Lo había sabido desde el momento en que vio el miedo reflejado en los ojos de Gia en aquella foto de la terminal. No era solo una mujer escapando de un conflicto matrimonial. Era una mujer que ¿huía por su vida?.
Cerró la libreta. Abrió su celular. Había tres llamadas perdidas más de Roberto. Y un nuevo mensaje de voz.
—¡Steven! ¿Qué demonios estás haciendo? ¡Ya llevas dos días allá y no tienes nada! ¿Sabes lo que estás haciendo? Ya he escuchado los rumores de que me abandonó. Que me dejó porque soy difícil. ¡Difícil! ¡Como si eso justificara lo que me está haciendo! Me estás fallando. Haz tu maldito trabajo.
Steven sintió cómo se le endurecía la mandíbula.
“¿Lo que me está haciendo…?”
¿Y lo que tú le hiciste a ella? ¿Eso qué fue?
Por primera vez, la voz de su conciencia fue más fuerte que la de Roberto. Y eso lo sacudió.
Esa tarde, visitó una pequeña galería de arte comunitaria. Había leído en los informes viejos que Gia solía pintar. No esperaba encontrarla allí, pero necesitaba ver su mundo, conectar con algo que no tuviera el sello de Roberto.
La encargada lo saludó con cortesía. Había pocos visitantes. Las paredes estaban cubiertas de lienzos con cielos violentos, rostros entre lágrimas y siluetas escapando de marcos cerrados.
Steven se detuvo frente a uno en particular. No tenía título. Solo una figura femenina corriendo bajo la lluvia, con las manos en los oídos.
Pura angustia.
Pura verdad.
—¿Quién pintó esto? —preguntó a la encargada.
—Ah… esa obra que nos prestó un colaborador, dijo que la compro a una artista emergente, es de una artista que conoció hace años hace años, cuando estuvo de visita en Ciudad Cielo. Era joven. Decía que pintaba lo que no podía decir en voz alta. Nunca volvió.
Steven asintió en silencio. Ya no necesitaba pruebas formales.
Gia había gritado mucho antes de huir. Solo que nadie había querido escuchar.
Esa noche, cuando volvió al hotel, no llamó a Roberto.
En cambio, se quedó sentado frente a la pizarra y tachó algo con firmeza.
Ya no decía “localizar a Gia”. Ahora decía:
“¿Y si ayudarla era lo correcto?”