Angela, una psicóloga promesa del país, no sabe nada de su familia biológica y tampoco le interesa saber, terminará trabajando para un hombre que le llevara directo a su pasado enterandose la verdad de su origen...
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CAPITULO 1
A despertar, mi niño…
—Un momento más, por favor… solo cinco minutos más —pidió Luc, con la cara hundida en la almohada, intentando aferrarse al sueño.
—¡Vamos ya, despierta! —respondió la nana con voz firme—. Ya es hora de ir a tus prácticas.
—No quiero ir, nana —se quejó Luc—. Anda, solo por esta vez. Además, el presidente y la bruja no están en la empresa. Nadie me regañará si llego tarde, no pasa nada. Después de todo, soy el segundo heredero de esa empresa, no tengo que esforzarme mucho. Zaid es quien se hace cargo de todo, así que…
—¡Son tus padres! —le interrumpió la nana—. Deja de referirte así de ellos. Sabes que no les gusta. Y en cuanto a tu hermano, deberías ayudarlo con las cosas de la empresa. Él tiene una familia y un hijo, sería bueno que pases tiempo con ellos mientras le ayudas.
—Por favor, nana —replicó Luc—. Zaid es el don perfecto. Él y yo somos como el agua y el aceite. Jamás en la vida podría trabajar con él.
—Ya deja de comportarte como un niño, Luc. Vístete y ve a la oficina, o yo misma le hablaré a Zaid.
—¿Por qué te molestas ahora? —respondió Luc con una sonrisa cansada—. Todo el tiempo me dices “mi niño”, y ahora te quejas.
La nana suspiró y continuó con su tarea, acostumbrada a lidiar con su actitud rebelde.
Zaid es el hermano mayor de Luc por dos años, y en la empresa lo conocían como “el don perfecto”. Siempre había cumplido todas las expectativas del presidente y la bruja —como Luc llamaba a sus padres—.
Desde pequeño, Luc había aprendido a llamar “presidente” a su padre, porque cuando niño, su padre le decía: “YO SOY EL PRESIDENTE, NO TU PADRE”. Y a su madre la llamaba “la bruja” por su implacable necesidad de controlar todo.
Zaid era el mejor de su generación, había logrado casarse con la mujer que sus padres habían elegido y les había dado el nieto que siempre quisieron. Mientras tanto, Luc permanecía en segundo plano. Pero esa posición le daba libertad, una vida sin preocupaciones ni obligaciones.
Podía irse de fiesta, campamentos, acostarse con quien quisiera… pero siempre evitando dejar responsabilidades o hijos por ahí.
—Luc… —una voz infantil interrumpió sus pensamientos—. ¡Tío, estás en casa! Pensé que no te vería hoy.
Era Mateo, su sobrino, un niño pequeño, hermoso y travieso. Mateo tenía el don de calmar cualquier tormenta. Solo con una palabra lograba que Luc bajara la guardia y dejara de lado su mal humor.
—Ven aquí, campeón. ¿Cómo está mi monstruo hermoso? —Luc lo abrazó con ternura. Aunque su actitud parecía fría, por dentro era capaz de dar la vida por ese niño.
—Tío, ¿hoy podemos quedarnos a cenar juntos y también a dormir? —preguntó Mateo con ojos brillantes.
—Claro, como quieras —respondió Luc con una sonrisa—. Solo pide permiso a tus padres, si no, tendré problemas con ellos.
—Luc, levántate ya —lo reprendió su padre con voz dura—. No puedo creer que sigas en la cama a esta hora, y no te quedarás con Mateo, no por ahora.
—Pero, papá, tú siempre me dejas con él cuando te lo pido —replicó Luc.
—Esta vez será la excepción, hijo —respondió con un tono serio
—. Recuerdas que dije que nos iríamos de paseo todos juntos en familia.
—Sí, papá —contestó Mateo con voz de disgusto, porque él tenía muchas ganas de pasar tiempo con su tío favorito.
—Bueno, hoy nos iremos de paseo por un mes —informó el padre—. Un viaje a la playa con tu madre, tú y yo. ¿Qué te parece?
—¿Mi tío también puede ir con nosotros? —preguntó Mateo abrazando el cuello de Luc.
—En otra ocasión será —dijo el padre—. Ahora él se quedará trabajando en lugar de papá.
Luc era el hermano menor, y aunque para la empresa era un mujeriego irresponsable, con Mateo se transformaba en un hombre responsable, cuidadoso y cauteloso con cada palabra.
Si alguien le preguntaba a quién le dejaría a su hijo en los peores momentos, sin duda sería a Luc. Pero para la empresa… no. Dirigir una empresa no era cosa para alguien con su actitud.
—Perdón, señor perfecto, se me olvidó por completo que hoy se iban de viaje —dijo Luc con tono burlón.
—Era de suponerse —respondió Zaid—. Escucha, Miguel, el hermano de Nacía, te ayudará con la empresa. Él lleva trabajando conmigo un par de meses y ya tiene idea del manejo. No quiero que me estés llamando, ¿oíste?
—Sí, sí, sí, escuché bien, don perfecto. Ya sé que odias que te llamen cuando estás con tu familia… Y tú, pequeño monstruo, diviértete a lo máximo este mes. Disfruta el tiempo con tus padres.
—Lo haré, tío.
—Salúdale a tu madre de mi parte, ¿sí?
—Sí, tío, le diré que le mandas un saludo y le daré un abrazo.
—Y tú, don perfecto, no te preocupes. No soy tan tonto como parezco. Haré un buen trabajo en la empresa. Miguel y yo haremos un buen equipo, pero dile al presidente y a la bruja que no me estén presionando con sus cosas. Sabes que odio eso.
—Está bien, hablaré con ellos —respondió Zaid—. Pero será difícil que te libres de ellos porque tú solo te has ganado a pulso que desconfíen de ti… Adiós, hermano.
Esa fue la última vez que cruzaron palabras, y la primera que Zaid llamó a Luc “hermano”.
Viajaron en el avión privado de la familia. Al llegar a su destino, tocaba ir a la casa de playa. El camino bordeaba acantilados que podían llevar directo a la muerte si alguien se desbarrancaba.
Todo pasó muy rápido.
—¡El freno no responde! —gritó el chofer con desesperación.
—¿Qué está pasando? —preguntó Zaid, alarmado.
—Señor, el freno está fallando. Pónganse el cinturón, esto no está bien. Es muy extraño.
—¿Qué tonterías me estás diciendo? Te dije que revisaras el auto porque viajaba con mi familia.
—Eso hice, señor. El mecánico dijo que todo estaba bien… Señor, esto fue planeado. Alguien quiere verlo muerto. Lo siento, no puedo frenar el auto. Al final de esta curva hay un barranco que nos llevará directo al más allá. No tengo control, el auto está andando solo.
Nacía, agarrando la mano de Zaid, susurró:
—Mi amor, tengo miedo.
—Señor, abriré las ventanas y las puertas cuando caigamos al agua. Podrán salir por ahí. No puedo hacer más. Que sea lo que Dios quiera.
—Estás loco. Mateo no sabe nadar. Se ahogará apenas caigamos al mar.
—Al niño lo lanzara afuera antes de caer. Aquí hay una bolsa de emergencia para estos casos.
—¿Qué estupideces dices? ¿Cómo voy a lanzar a mi hijo en esa bolsa?
—Señor, hágame caso. No hay tiempo. Ponga al niño en esa bolsa. Se inflará al contacto con el exterior. El niño estará bien… Hágalo ya si no quiere que muera ahogado.
—Mateo, escúchame, por favor… —pidió Zaid
—Papá, tengo miedo. No me pongas en esa bolsa. Quiero a mi tío Luc, él me protegerá.
—Sé valiente. No te pasará nada. Todo estará bien. Confía en mí. Seguro tu tío vendrá por ti.
—Prométeme que saldrás de esa agua. Prométemelo.
—Lo prometo, hijo. Métete ya.
—¡Mami!
—¡Mateo! —gritaba Nacía—. ¡Zaid, cómo te atreves a lanzar a mi hijo!
—Señor, no suelte a la señora. Pase lo que pase.
El coche cayó por el acantilado. Los gritos de Mateo, Zaid y Nacía se mezclaron con el estruendo del choque y el sonido del agua.
El vehículo explotó al impactar.
El conductor salió volando del auto antes de la explosión. No pudo ver si sus jefes lograron salir con vida. La explosión lo dejó inconsciente.