DESNUDA EN TU PIEL

Valeria me miró, atónita, con sus ojos abiertos de par en par, pero no tuvo tiempo de responder antes de que mi mano conectará nuevamente con su rostro. Agitada di unos pasos atrás sintiendo como mi pecho subía, y bajaba mientras intentaba recuperar el aliento. Valeria se llevó la mano al rostro temblando, pero no dijo nada, su arrogancia fue reemplazada por un silencio humillado. Me giré hacia Claudia que ahora me miraba con una mezcla de miedo y furia, aún arrodillada entre los hombres de Salvatore.

Me acerqué a ella, con el corazón latiendo con tanta fuerza que apenas podía escuchar otra cosa —Y tú...— dije, con la voz baja pero cargada con tantos años de resentimiento— Esta es por ser una mujer promiscua que se mete con hombres casados— mi mano golpeó su mejilla, y el sonido seco llenó el salón— Esta...esta es por insultar a mi madre, por tratarla como si no existiera— otra bofetada más fuerte mientras las lágrimas quemaban mis ojos— Esta es por manipularme, por usarme como si fuera una herramienta y esta....— dije, dándole otra bofetada hasta que llegué a las diez, cada golpe fue acompañado de una razón, y cada palabra arrancada de lo más profundo de mi dolor— Y esta otra bofetada..es por meterte en un matrimonio, por pisotear el corazón de alguien que no lo merece ...por tu falta de empatía y decoró hacia una esposa herida...eso dice mucho de quién eres.

Me detuve jadeando, mis manos temblaban mientras el silencio Se apoderaba del salón. Claudia, con el rostro enrojecido y los ojos llenos de lágrimas, no dijo nada. Solo me miró, con la respiración entrecortada, mientras los hombres de Salvatore la soltaban, dejándola desplomarse en el suelo. Valeria, todavía tocándose el rostro, se había quedado muda, como si su arrogancia fuese destrozada.

Miré a Salvatore, que seguía de pie detrás de mí, y su rostro tenía una expresión de satisfacción y algo más, no sabía exactamente qué era. Pero en ese momento, no importaba. Por primera vez de mucho tiempo, sentí que había recuperado algo de control, algo de mí misma. Y aunque mi corazón seguía latiendo con fuerza, supe que no volvería a dejar que me trataran como lo habían hecho antes.

—Te sientes mejor? —preguntó Salvatore, acercándose a mí, su voz fue baja pero con un toque de preocupación que contrastaba con la furia que aún ardía en sus ojos.

Lo miré con los ojos empañados por las lágrimas que no habían dejado de caer, y asentí lentamente, incapaz de encontrar palabras en ese momento. Mi mejilla aún ardía por la bofetada de mi padre, y mi corazón latía con una mezcla de rabia y alivio. Salvatore giró la cabeza hacia Claudia y papá, y su mirada se endureció de nuevo, como si estuviera tallando cada palabra en piedra.

—Tómenlo como una advertencia —dijo, con voz fría—Si vuelven a ponerle una mano encima a mi esposa, o si siquiera lo intentan, no serán bofetadas lo que recibirán la próxima vez. ¿Entendido?

Luego, sus ojos se clavaron en mi padre, que seguía de pie, sujetándose la mano que Salvatore había apretado con tanta fuerza que parecía dolerle aún. —Agradece que eres su padre —continuó Salvatore, con un tono seco, casi despectivo—Por eso no te toco. Pero la próxima vez, no lo tendré en mente.

Vi como mi padre abría la boca como si quisiera decir algo, pero ninguna palabra salió. Su rostro estaba tenso, los músculos de su mandíbula apretados, y sus ojos brillaban con una furia impotente. La mirada de Salvatore era como un yunque, aplastando cualquier intento de réplica.

 —Vámonos —dijo él.

Asentí, todavía temblando por la adrenalina que corría por mis venas, pero con una extraña sensación de alivio creciendo en mi pecho. Di un paso hacia la puerta, pero antes de salir, me detuve y miré a mi padre una última vez. —No vuelvas a llamarme hasta que estés listo para decirme dónde está mi madre —dije, con firmeza— No quiero escuchar más de tus excusas.

No esperé su respuesta. Sentí la mirada de Valeria clavada en mi espalda, llena de enojo, pero no me importó. Me giré y seguí a Salvatore, que ya estaba caminando hacia la salida con Alessandro a nuestro lado. El salón quedó atrás, con su aire pesado y las máscaras rotas de mi “familia”.

Cuando llegamos al auto, Alessandro abrió la puerta trasera y me deslicé en el asiento. Salvatore se sentó a mi lado, y Alessandro tomó el volante. El motor rugió suavemente, y pronto la mansión Conti quedó atrás, desvaneciéndose en la distancia mientras las calles de la ciudad pasaban por la ventana. Nadie dijo nada durante un buen rato. Mis manos apretaban el borde de mi vestido, mis dedos nerviosos arrugaban la tela mientras intentaba procesar todo lo que había pasado.

 —Gracias.—susurre.

Salvatore giró la cabeza hacia mí, y pude sentir su mirada incluso antes de alzar la vista. Cuando lo hice, sus ojos grises me observaban, no con la furia de antes, sino con algo más suave, aunque seguía siendo él: intenso, impenetrable. —¿Por qué? —preguntó, frunciendo el seño.

Antes de responder tragué saliva, y mis manos aún apretaban mi vestido. —Por venir. Por… todo —dije, en un tono suave— Eres la segunda persona que me trata bien, que me cuida... Por eso te agradezco.

Él me miró por un momento, y pensé que no diría nada. Pero luego, con un tono que era más un murmullo que una orden, respondió —No tienes que agradecerme, Aurora. Es lo que debo hacer.

No sonreí, pero algo en sus palabras hizo que el nudo en mi pecho se aflojara un poco.

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...𝐍𝐀𝐑𝐑𝐀 : 𝐕𝐀𝐋𝐄𝐑𝐈𝐀...

Me sentía como si me hubieran quemado la mejilla, con un hierro al rojo vivo. El sabor a sangre en mi labio inferior solo aumentaba mi rabia, mis manos temblaban, no por miedo, sino por la furia que apenas podía controlar. Cogí uno de los cojines del sofá, lo apreté con tanta fuerza que mis uñas se hundieron en la tela. Sin pensarlo, lo tiré al suelo con toda mi fuerza y lo golpeé contra el piso una y ra vez.

—¡Maldita perra! — grité con mi voz temblando mientras golpeaba el cojín con furia—¡AAHH!— el cojín cae al suelo, levantando un poco de polvo que apenas veía. Respiraba rápido y entrecortado, y cada palabra que decía me salía como si fuera veneno que necesitaba sacar— ¡Crees que puedes humillarme!

Me había pegado. A mí. La niña frágil, que siempre lloraba en las esquinas y nunca se defendía, levantó la mano contra mí y me hizo sangrar frente a todos. Y ese Salvatore, con sus matones, había hecho de mi casa su maldito circo.

—¡Te prometo que vas a pagar por cada una de esas bofetadas! —grité, y mi voz sonó en el salón vacío. Mis padres no decían nada, pero no me importaba. ¿Qué se creía? ¿Qué por estar casada con un Romano era Intocable?.

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