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La Flor Del Imperio Raíces De Obediencia

La Flor Del Imperio Raíces De Obediencia

Status: Terminada
Genre:Yaoi / Posesivo / Dominación / Amor-odio / Enfermizo / Completas
Popularitas:5.1k
Nilai: 5
nombre de autor: Anonymous (S.D)

Lo llamaban la flor del imperio. Tan perfecto, tan puro, tan irremediablemente suyo.

No era libre. No lo había sido desde que sus ojos cruzaron con los del emperador. Él lo llamo "La Flor del Imperio" y desde entonces no volvió a caminar solo.

Rodeado de lujos, pero encadenado al deseo de un hombre que confundía amor con poder, belleza con pertenencia.

—Eres mío— susurró —. Mi flor. Mi único tesoro y nadie roba lo que es del Emperador.

NovelToon tiene autorización de Anonymous (S.D) para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Invernadero de Cristal

Eirian

Las paredes eran de cristal. No lo parecían a simple vista —la superficie estaba tallada con detalles de flores y espirales—, pero bastaba acercarse para descubrir que todo, absolutamente todo, podía verse desde fuera. Como una joya en exhibición. Como un objeto de colección.

Como yo.

—Será más seguro —dijo Corven, paseando entre los arquitectos imperiales, sus manos cruzadas a la espalda y una sonrisa satisfecha en los labios—. Más hermoso. Más digno de ti.

Yo no respondí. Me habían llevado hasta el nuevo “hogar” con los ojos vendados, escoltado por cuatro guardias que no decían una sola palabra. Cuando la venda cayó, el sol me golpeó el rostro y la visión de aquella estructura me dejó sin aire: una cúpula inmensa, brillante, rodeada por un jardín diseñado especialmente para resaltar su belleza. Cada pétalo, cada estanque, cada sendero, conducía visualmente hacia un solo punto central.

Mi prisión.

—Las paredes están hechas de un cristal reforzado que solo responde a mi sangre —explicó el Emperador, deteniéndose a mi lado—. Nadie podrá entrar… ni salir… sin mi voluntad.

El silencio que siguió fue espeso, sofocante. Me llevé una mano al vientre, ya abultado, y la otra a la garganta, como si pudiera impedir que las palabras se escaparan. Aunque, en realidad, hacía mucho que había dejado de intentar decir algo que no fuera lo que él quería escuchar.

—Tu hogar anterior ya no basta. Las flores delicadas necesitan invernaderos. Temperatura controlada. Cuidado constante. Amor.

“Amor.” Qué palabra más terrible en su boca.

—¿Te gusta? —preguntó, girándose hacia mí.

Asentí. Era lo que se esperaba.

—Gracias, mi señor.

Él sonrió, complacido, y extendió su brazo para que yo lo tomara.

—Ven. Hay una fiesta esta noche. En tu honor.

 

Las luces danzaban como luciérnagas borrachas sobre el mármol blanco del salón. Músicos disfrazados de pájaros tocaban melodías suaves, diseñadas para no opacar el susurro del Emperador. Todo brillaba. Todo dolía.

Me sentaron en un trono menor, junto al suyo. Mi vientre cubierto con sedas doradas, mi rostro maquillado con polvos de nácar. Era belleza. Era silencio. Era el centro de atención sin voz.

—¿No está radiante mi flor? —preguntó Corven alzando su copa. Los invitados aplaudieron, algunos lloraron de la emoción. Otros, simplemente miraban. Sabían lo que yo era. Sabían que nadie podía hacer más que aplaudir.

Una hora más tarde, la atmósfera cambió.

Corven chasqueó los dedos. Un sirviente corrió hacia las puertas, que se abrieron con solemnidad. Una mujer anciana entró, portando en brazos un pequeño bulto envuelto en mantas bordadas en hilo dorado.

Un bebé.

Mi bebé.

El niño balbuceó algo incomprensible mientras la anciana lo sostenía frente al Emperador.

—Tráelo —dijo Corven, señalándome con la cabeza—. Quiero que la flor lo vea.

Mi garganta se cerró.

La nodriza se acercó lentamente, y cuando estuvo a unos pasos de mí, se detuvo. No me lo entregó. No me permitió abrazarlo. Solo lo sostuvo, como si fuera una reliquia sagrada que debía admirarse de lejos. El bebé agitó sus pequeños puñitos y dejó escapar un suave quejido.

Mi pecho ardía.

—Míralo —susurró Corven, reclinándose hacia mí—. Es perfecto, ¿verdad? Los ojos aún no deciden si serán tuyos o míos. Pero las manos... míralas. Tan finas. Tan delicadas. Heredó tu belleza.

Yo no podía hablar. No podía moverme. Quería tocarlo. Olerlo. Sentir su calor en mi pecho.

—¿No vas a sonreír? —preguntó Corven con suavidad cortante.

Yo sonreí.

Porque tenía que hacerlo.

—Es hermoso, mi señor.

Él me besó la mejilla, complacido, mientras el bebé comenzaba a llorar. La nodriza retrocedió en cuanto el sonido se hizo más fuerte. Lo arrulló, lo calmó. Corven no hizo el menor gesto por detenerla.

—Aún es pequeño —comentó—. No entiende que hoy está siendo presentado ante la corte como el heredero legítimo. El primero de muchos.

Volvió a posar la mano sobre mi vientre.

—Y este de aquí… será aún más fuerte. Este ha crecido en una flor más obediente. Más sumisa. Ya no hay espinas en ti, Eirian. Solo perfume.

 

Esa noche, Corven me llevó de vuelta al palacio antiguo, por última vez, antes de mi traslado definitivo al invernadero.

—Has hecho bien, flor mía —murmuró mientras acariciaba mi abdomen desnudo—. El Imperio ya te adora. No eres solo un símbolo. Eres un milagro. Y ahora tendrás un templo digno.

No respondí. Solo respiraba.

—Cuando este segundo hijo nazca, construiré un altar con tus nombres. Tal vez incluso… un culto. ¿Te gustaría eso?

Negué con la cabeza, apenas.

—No, mi señor.

Él rió. Me besó la frente.

—Lo harás igual.

 

El invernadero ya estaba listo. Las sirvientas empaquetaban mis túnicas. Las nodrizas preparaban los aceites para mi piel, los alimentos especiales, las cunas. Todo controlado. Todo ordenado. Todo dentro de ese cristal irrompible.

Y yo… seguía ahí. Con un hijo creciendo dentro. Otro llorando en brazos ajenos. Y un nombre que ya no decía en voz alta porque, en verdad, ya no era mío.

Corven observaba el amanecer desde el balcón. Su silueta recortada contra la luz dorada.

—Hoy te mudarás. Es un honor. No cualquiera vive en el corazón del Imperio.

"Ni siquiera yo", pensé.

—¿Estás lista, flor?

—Sí, mi señor.

—¿Y sonreirás?

—Siempre, mi señor.

Él se volvió hacia mí. Me besó, largo, como si sellara con sus labios una promesa eterna.

—Entonces vamos. El Imperio espera ver florecer su tesoro.

Y yo, como siempre, lo seguí.

Hacia el cristal.

Hacia el altar.

Hacia la jaula más perfecta de todas.

El invernadero olía a lirios recién cortados.

La humedad se pegaba a mi piel como una caricia tibia y constante. Cristales altos encerraban cada rincón, dejando pasar la luz filtrada, suave, controlada. Todo estaba diseñado para parecer un refugio… pero yo sabía que era una jaula. Una más hermosa, sí. Más silenciosa. Pero jaula al fin.

Las flores florecían a mi alrededor como si no supieran que estaban atrapadas. Como si nunca hubieran intentado escapar.

—¿Te agrada tu nuevo hogar? —preguntó el Emperador, de pie junto a uno de los ventanales, con las manos cruzadas tras la espalda—. Lo diseñé para ti. Cada piedra. Cada raíz. Incluso la temperatura fue medida para tus necesidades.

Estaba de pie, con mi túnica blanca ajustada a la curva de mi vientre, que ya no podía ocultarse. Meses habían pasado. El nuevo hijo crecía dentro de mí, callado, como todo lo que se me permitía amar.

—Es hermoso, majestad —respondí, con la cabeza inclinada.

—No majestad. “Mi señor”. Recuerda.

—Sí, mi señor.

Él me miró por encima del hombro, satisfecho.

—Aquí nadie entrará sin mi permiso. Ni sirvientes, ni guardias, ni médicos. Solo yo. Solo aquellos que tú y yo decidamos… aunque claro, tú ya no decides mucho.

Asentí, sin alzar la vista.

—¿Estás cómodo?

—Sí, mi señor.

Su sonrisa fue tenue. Breve.

—Entonces… celebremos.

No entendí hasta que alzó la mano y chasqueó los dedos. Las puertas de cristal se abrieron, y detrás de ellas, una comitiva esperó en silencio. Traían bandejas con vino, frutas cortadas, telas nuevas para el lecho. Y flores. Siempre flores.

La cama, en el centro del invernadero, era aún más grande que la anterior. Tallada en madera viva, con sábanas color marfil y pétalos de camelia esparcidos sobre los pliegues.

—Estrenemos tu nueva vida, mi flor —susurró.

Y como todas las veces anteriores, asentí.

Me llevó de la mano con la delicadeza de un amante. Me recostó sobre la cama, rodeado de aromas dulces e insoportables. Me desvistió con la paciencia de quien ha esperado algo demasiado tiempo. Y cuando estuvo sobre mí, no pidió permiso.

Yo no grité. No gemí. No susurré. Sonreí.

Sonreí porque sabía que eso lo complacía.

—Estás cada día más perfecta —murmuró entre jadeos—. Este cuerpo tuyo es mi obra más gloriosa.

No respondí. Solo le permití seguir.

No fue esa noche. Fue días después, cuando la luna estaba alta sobre las cúpulas de vidrio, que ocurrió.

El dolor comenzó como un susurro en la espalda baja. Una punzada. Luego otra. Después, un fuego. Cada ola se hizo más feroz, más insoportable, más cruel.

Caí de rodillas junto a las magnolias. Me aferré al tallo de una rosa aún cerrada. Me mordí los labios hasta sangrar.

—Mi señor… —susurré. No estaba. Nadie estaba.

El invernadero estaba sellado.

Intenté mantener la calma. Respirar. Recordar lo que los médicos dijeron meses atrás, antes de que me encerraran del todo. Pero el dolor nublaba la razón. Y el miedo, como siempre, pesaba más.

Me arrastré hasta la cama. Dejé marcas de sangre en el suelo de mármol.

—Ayuda… —lloré—. Ayuda…

Pero solo las flores me escuchaban.

El parto fue brutal. Más cruel que el anterior. Más solitario.

No sé cuánto tiempo pasó. Solo sé que grité, mordí la almohada, sudé hasta empapar la túnica y vi mi reflejo en los cristales empañados: un espectro tembloroso, con los ojos perdidos y la piel ceniza.

Y entonces, el llanto.

El bebé lloró.

Era apenas un sonido. Apenas vida. Apenas un hilo de existencia en medio de mi oscuridad.

Yo también lloré. No por alegría. Ni siquiera por alivio. Sino porque, por un segundo, fui madre. Por un segundo, fue mío.

Hasta que él llegó.

El emperador cruzó la puerta con pasos calmos, vestido de negro, rodeado de médicos que entraron sin mirarme.

—Qué escena más… dramática —murmuró al ver la sangre—. Pero efectiva. Has cumplido.

Me arrebataron al bebé de los brazos. No supe si era niño o niña. No me dejaron ver.

—¿Está vivo? —pregunté con voz rota.

—Perfectamente —respondió Corven—. Gracias a ti.

No lo volví a ver.

Ni esa noche. Ni la siguiente.

Me curaron en silencio. Me vendaron las piernas. Me limpiaron como a un trofeo.

Y cuando volví a estar presentable, el Emperador se recostó junto a mí en la cama de magnolias.

—Has sobrevivido otra primavera —murmuró—. Qué flor tan fuerte eres.

No hablé.

No tenía voz.

Ya no.

Pasaron semanas. O meses. No lo sé con certeza. El tiempo dentro del invernadero se distorsiona, se vuelve una prisión sin calendario ni relojes. Cada día era una lucha por respirar bajo la opresión del cristal y de su presencia.

Una tarde, mientras el sol caía perezoso, la nodriza entró al cuarto sin su habitual calma. Sus ojos evitaban los míos, y su rostro llevaba una sombra que no supe interpretar de inmediato.

—Mi señor ha solicitado su presencia —dijo con voz temblorosa, señalando la puerta del invernadero.

No necesitaba explicaciones. Corven estaba ahí, como siempre, impasible, parado junto a la entrada con una expresión fría, casi desapasionada.

—Acércate, Eirian —ordenó—. Hay algo que debes saber.

Mi corazón se detuvo. Por un instante, una grieta de esperanza se abrió dentro de mí, pero pronto fue sepultada por la verdad que venía a continuación.

Corven alzó la mano y señaló hacia la nodriza, que traía envuelto en sus brazos el pequeño bulto que había visto tantas veces, tantas noches, tantas lágrimas.

—Este —dijo él—, nuestro primer hijo, ha partido.

El silencio fue absoluto. No hubo sollozos. No hubo gritos. Sólo el vacío que dejó aquella noticia brutal.

—Murió hace unas horas —continuó—. Un débil suspiro, nada más. Ni dolor, ni lucha.

Yo quedé paralizado. Sentí que me arrancaban el alma, que el aire se volvía plomo, que mis manos se vaciaban. La pequeña vida que había sido arrebatada a mi cuerpo y que apenas me habían dejado conocer, ahora se escapaba sin que pudiera decir adiós.

—¿Por qué no me lo dijeron? —logré preguntar con un hilo de voz.

Corven me miró con una mezcla de desdén y superioridad.

—No era necesario. No ibas a cambiar nada. Los muertos no lloran. Los muertos no hacen ruido. Los muertos… no molestan.

Sus palabras me atravesaron como una daga. No fui yo quien perdió a un hijo. Fui yo quien perdió todo.

La nodriza retiró el bulto, susurrando una oración muda mientras yo luchaba por mantenerme en pie.

—Este es el fin de un capítulo —dijo Corven con voz baja—. El comienzo de uno nuevo.

Me volvió a mirar, sus ojos oscuros llenos de esa cruel indiferencia que nunca entendí.

—No te aflijas demasiado, flor mía. No podemos permitirnos debilidades.

Me dejó solo con el eco de su presencia y la sombra de mi dolor.

El invernadero seguía siendo hermoso. Pero el aire se había vuelto aún más frío, más pesado. Y yo, la flor más delicada de todo el Imperio, estaba marchitándome por dentro.

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La fantasma sin rostro
El final del protagonista no me gustó, pero siento que si es un final que el decidió ya que el en si mismo ya no poseia voz y esto es como revelarse ante el emperador
La fantasma sin rostro: Exacto como usted es el autor, sabe que no hay final más piadoso que la muerte a alguien que ya no tiene voluntad y lo a perdido todo
Anonymous: Exacto 👌.
total 2 replies
La fantasma sin rostro
🥰
Yendi Jaramillo Avila
Excelente
🌌Itza-san🏳️‍🌈💞🍙🍡☯️
Estoy llorando en este momento 😭
♓️Izabell🍀
yo también por favor 🙏.💔
Flor Romero
la novela no ha sido bonita es cruel y poco creíble, no hay quien resista tanto
Candelaria Melian Garcia
pues me encantaría una segunda parte y sobre todo si la reencarna ya que se merece ser feliz y que el niño ponga en su lugar al emperador gracias por la novela /Heart/
Mily \♥️/
Muy lindoo, aunque llore mientras lo leía, me dejó con una sensación pero aún espero que el hijo se vengeee, ese emperador merecee todo tipo de venganza 😭😡
Mily \♥️/
yo estoy de acuerdo!!! quieroo venganzaaaa 💔😡
Mily \♥️/
😭😭😭😭
Mily \♥️/
aaaaaa 😭😭💔
Guisela Yupanqui Ramirez
a mí igual ae que reencarne y se vengue
Julii ♥️
Si por favor
Julii ♥️
Estas bien demente ya mandenlo a dormir
Angelica Gil
porfabor aslo telo pido 😭
nairoby rodriguez
pues a mí me parece muy bien si haces la segunda temporada..
nairoby rodriguez: la espero con ansias
total 1 replies
Angelica Gil
😐😐 Nooo como que murió yo tenia la fe que ocuriria que rencarnara o que el árbol fuera mágico y lo tegresara a la vida y el pudiera alfin ser libre y feliz
🌌Itza-san🏳️‍🌈💞🍙🍡☯️: Totalmente de acuerdo, el maldito lo merece.
Mily \♥️/: yoo quiero que el hijo se vengeee😡😡 lo vengeeeee
total 3 replies
Julii ♥️
Bienvenido a tu jaula de oro
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