¿Podría un hombre marcado por la sangre cambiar al encontrarse con una mujer que veía la esperanza en todo?
¿O el pasado de ambos sería demasiado fuerte para escribir una nueva historia?
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Cap. 8
Entre sombras y luces
—¿Por qué te quedaste congelado así, mi amor? —preguntó Lena, una de las bailarinas del club Happy Life, mientras se acomodaba en el regazo de Lucifer.
Lucifer no respondió. Solo exhaló el humo de su cigarro hacia ella, sin siquiera mirarla.
Lena, lejos de sentirse rechazada, se aferró más. Le besó el cuello, le rozó la mejilla con los labios, le susurró cosas al oído. Pero Lucifer seguía mirando a Eva, que estaba sentada al otro lado del salón, incómoda, con la mirada clavada en el suelo.
Eva observó la escena con repulsión. Su estómago se revolvió. No por celos, sino por el espectáculo grotesco que tenía frente a ella.
*“Qué bajo hay que caer para venderse así…”* pensó, mientras se frotaba los ojos, como si quisiera borrar lo que acababa de ver.
—Mi rey, este lugar puede ser solo nuestro. Te juro que te haré feliz —susurró Lena, acariciándole la cara.
—Lárgate —respondió Lucifer, sin levantar la voz.
—Pero, mi amor...
Lucifer sacó su pistola de la parte trasera del pantalón y la apuntó directo a la frente de Lena.
—Te dije que te largaras —dijo con frialdad.
Lena se levantó de inmediato, sin decir una palabra, y desapareció entre las luces del club.
Eva tragó saliva. Su cuerpo temblaba. *“Si así trata a una mujer que lo seduce, ¿qué me espera a mí, que choqué su coche?”* pensó, con las manos sudadas y los puños apretados.
Steven se inclinó hacia Lucifer.
—Fer, ella es Eva. La chica que chocó tu coche.
Eva se levantó un poco, nerviosa.
—Señor... no fue intencional. Solo fue un rayón en la luz trasera. Yo... yo me haré responsable —dijo, con una sonrisa tímida.
—Rayón o abolladura, es lo mismo. El daño está hecho —respondió Steven, con tono burlón.
—No es lo mismo, señor —replicó Eva, sin perder la dignidad.
Lucifer no dijo nada. Solo la miraba. Su mirada era como una ráfaga de viento helado: silenciosa, pero imposible de ignorar.
—¿Entonces qué vas a hacer, Fer? —preguntó Steven.
Lucifer se giró hacia Hendra.
—Devuélvele sus cosas —ordenó.
Hendra sacó la credencial de Eva, el papel con su número y los doscientos pesos que había entregado como primer pago.
—¿Y el coche? —preguntó Steven.
—Déjalo así —respondió Lucifer, tomando un trago.
Eva lo miró, incrédula. *“¿Me está perdonando? ¿Así nada más?”*
Steven pidió prestado el celular de Lucifer, fingiendo buscar el suyo. En realidad, transfirió el número de Eva al teléfono de su amigo. Lo hizo con una sonrisa discreta, como quien guarda una carta bajo la manga.
Eva se levantó.
—Gracias, señor. De verdad. Me voy, ya es tarde.
Nadie respondió. Solo el silencio la acompañó mientras salía del club.
Peter, medio borracho, soltó:
—Fer, ¿por qué la dejas ir? Está guapa. Aunque con esa ropa... mínimo podías divertirte un rato.
Lucifer lo fulminó con la mirada. Peter se encogió en su asiento.
...****************...
Eva salió al estacionamiento, se subió a su motoneta y arrancó. El aire fresco de la madrugada le dio un poco de alivio.
—No me pidió compensación... ¿será que no le importa? —murmuró.
Pero al cabo de unos minutos, se dio cuenta de que no reconocía las calles. Dio vueltas, intentó regresar, pero todo se veía igual. Oscuro. Silencioso.
—¿Dónde estoy? Esto no lo pasé antes...
Giró la moto. Veinte minutos después, seguía perdida.
—No puede ser... ¿me equivoqué de camino?
La aguja de la gasolina marcaba en rojo. La moto comenzó a fallar. Eva se detuvo. Apagó el motor. Sacó su celular. Sin batería.
—No... no puede ser... —susurró, mientras las lágrimas comenzaban a brotar.
Se sentó en la banqueta, abrazando sus piernas. Lloró. Lloró como no lo hacía desde niña. El reloj marcaba la 1:15 a.m.
Treinta minutos después, un coche pasó lentamente. Era el de Lucifer.
—Señor... ¿no es ella? —preguntó Aris, señalando a Eva.
—Parece que está en problemas. ¿La ayudamos? —preguntó Hendra.
—Sigue —ordenó Lucifer, sin emoción.
Pero al pasar junto a ella, la vio. Su rostro cansado. Sus ojos hinchados. Su cuerpo temblando.
—Detente. Regresa —ordenó.
Aris y Hendra se miraron, sorprendidos. Dieron vuelta.
Eva levantó la cabeza, asustada. El coche se detuvo frente a ella. Aris bajó la ventanilla.
—Señorita Eva, ¿está bien? ¿Por qué está aquí?
Eva se puso de pie, con voz temblorosa.
—Me perdí. La moto se quedó sin gasolina. Mi celular no tiene batería. No sé cómo volver a casa.
Aris revisó la moto. Confirmó que estaba en reserva.
Se acercó a Lucifer.
—Es cierto, jefe. Está varada.
Lucifer no dijo nada. Solo hizo un gesto.
—Sube —ordenó.
—Señorita, lo llevamos a casa. No se preocupe —dijo Aris.
—¿Y mi moto?
—La subimos a la cajuela. No hay problema.
—Pero... ¿y si rayamos el coche?
—¡Suban la moto ya! —gritó Lucifer desde adentro.
Eva y Aris se sobresaltaron. Luego se miraron y soltaron una risa nerviosa.
Eva entendió. Era mejor no discutir.
Subió al coche. Por primera vez, estaba a solas con Lucifer. Y aunque el silencio era pesado, algo en ella le decía que esa noche cambiaría su vida.
Te felicito
espero que ese tipo le diga a Eva que su padre la vendió a el para pagar la deuda que tenia con el aver si con eso ya habré los ojos y se da cuenta que ellos no la quieren y solo la ven como un objeto que pueden usar del cual desacerse
y así ella se aleje y corta lazos con esa gente que si la buscan con escusas barata no los escuche ni les de dinero que solo se preocupe por ella y su hermano que se ve que la quiere y se preocupa por ella