Mariel, hija de Luciana y Garrik.
Llego a la Tierra el lugar donde su madre creció. Ahora con 20 años, marcada por la promesa incumplida de su alma gemela Caleb, Mariel decide cruzar el portal y buscar respuestas, solo para encontrarse con mentiras y traiciones, decide valerse por si misma.
Acompañada por su hermano mellizo Isac ambos inician una nueva vida en la casa heredada de su madre. Lejos de la magia y protección de su familia, descubren que su mejor arma será la dulzura. Así nace Dulce Herencia, un negocio casero que mezcla recetas de Luciana, fuerza de voluntad y un toque de esperanza.
Encontrando en su recorrido a un CEO y su familia amable que poco a poco se ganan el cariño de Mariel e Isac.
NovelToon tiene autorización de vane sánchez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 20
Después del incidente, Mariel se sentía más avergonzada que enferma.
El efecto del alcohol comenzaba a disiparse, dejando una mezcla amarga de cansancio, náuseas residuales y un deseo urgente de desaparecer bajo las sábanas.
Pero Thierry no la soltó ni un segundo.
Y eso, en lugar de incomodarla, la tranquilizaba.
—Vamos a casa. —murmuró él, más una declaración que una pregunta.
Mariel asintió en silencio.
No tenía fuerzas para replicar.
Tampoco quería hacerlo.
No esta vez.
Mientras Thierry ayudaba a Mariel a caminar hacia la salida del bar,
Dana e Isac los vieron desde la pista.
Isac, notando de inmediato la situación, se despidió de los demás y se acercó.
No preguntó.
Solo observó el rostro pálido de su hermana, la botella de agua medio vacía, y la forma en que Thierry la sostenía como si fuera más frágil de lo que ella misma creía.
—¿Vamos? —dijo Isac con voz serena, colocándose al otro lado de Mariel por si necesitaba apoyo.
Thierry llevó su auto a la entrada del bar, y con ayuda de Isac, acomodaron a Mariel en el asiento trasero.
Ella cerró los ojos tan pronto como se recostó, dejando escapar un suspiro largo y agotado.
Su mejilla reposaba contra la ventana fría, y su respiración se fue calmando poco a poco.
Durante el trayecto, ni Thierry ni Isac dijeron mucho.
Solo el sonido bajo del motor, y de vez en cuando una mirada en el retrovisor hacia la joven dormida.
—Gracias por estar ahí cuando ella más lo necesitó—murmuró Isac, rompiendo el silencio brevemente.
—No hay de qué. —respondió Thierry sin apartar la vista del camino—
—Me alegra haber estado ahí.
Ella… no debería cargar sola con todo lo que siente.
Cuando llegaron a la casa, Isac bajó primero.
Abrió la puerta trasera con cuidado, y entre ambos, ayudaron a Mariel a incorporarse.
Ella apenas murmuró algo inaudible, medio despierta, medio soñando.
Pero no protestó.
Thierry la cargó con suavidad hasta la puerta.
Isac abrió con la llave y entraron con pasos silenciosos.
Ya dentro, Thierry la llevó directamente a su habitación.
La colocó sobre la cama, le quitó los zapatos con delicadeza, y la cubrió con una manta ligera.
La observó un instante.
Sus mejillas aún teñidas por el calor del alcohol, sus pestañas descansando sobre la piel pálida… y esa expresión vulnerable, tan distinta a la Mariel que se mostraba fuerte ante todos.
Se inclinó un poco y murmuró, como si temiera romper el momento:—Descansa, pequeña tormenta.
Mañana serás la calma.
Apagó la luz, cerró la puerta con cuidado, y al salir, Isac lo esperaba en la sala.
—¿Quieres un café antes de irte? —preguntó.
Thierry negó con una leve sonrisa.
—Gracias, pero será mejor que me retire.
Avísame si necesita algo.
Cualquier cosa.
Isac asintió con sinceridad.
—Lo haré.
Y… gracias, Thierry.
De verdad.
Thierry se marchó.
Y esa noche, aunque la casa volvió a quedar en silencio, Mariel no estaba sola.
Porque alguien más…ya comenzaba a entender cómo cuidarla.
Incluso cuando ella no lo pedía.
...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...
El sol apenas comenzaba a filtrarse por las cortinas cuando Mariel abrió los ojos con un leve quejido.
La cabeza le latía con fuerza, la boca estaba seca y su estómago parecía dar vueltas como si aún estuviera en la pista del bar.
Pero más allá del malestar físico, lo que realmente pesaba era el recuerdo.
El abrazo con Thierry.
Su mirada durante el baile.
Y, sobre todo, la vergüenza de haber vomitado frente a él.
Se cubrió la cara con una almohada, intentando desaparecer por unos minutos más.
Pero el sonido del timbre la obligó a levantarse.
Arrastró los pies hasta la puerta, aún con el cabello alborotado y una camiseta larga que claramente no estaba pensada para recibir visitas.
Pero al abrir, se quedó paralizada.
—Buenos días. —dijo Thierry, con una pequeña sonrisa, sin hacer ningún comentario sobre su apariencia.
A su lado, Ailín sostenía una pequeña bandeja con una caja y una bebida caliente.
—Venimos en son de paz. —dijo ella, divertida—
—Esto es para tu resaca. Thierry dijo que anoche fuiste la reina… pero también la víctima.
Mariel se sonrojó al instante.
—No necesitaban venir… —murmuró, mirando a cualquier parte menos a los ojos de Thierry.
—Quizás no. Pero quise hacerlo. —respondió él suavemente—
—Y además… tienes que trabajar. Te traje algo para que sobrevivas el día.
Ailín le pasó la bebida caliente y le guiñó un ojo.
—No te preocupes. No diremos nada a los demás… por ahora.
Mientras Mariel reía entre dientes, aún avergonzada, Isac bajaba las escaleras vestido para salir, y al ver a Ailín en la puerta, se detuvo en seco.
Su postura cambió sutilmente, como si acabara de activarse una alarma interna.
No fue incómodo… pero sí visible.
Rhazan, que casualmente pasaba por el pasillo con una taza de café, observó todo desde la distancia.
Y aunque no dijo nada, su mirada se posó en su hijo con atención.
Notó cómo los ojos de Isac se quedaron un poco más de la cuenta en Ailín, cómo sus hombros se tensaron levemente, y cómo, al instante, fingió que no pasaba nada.
Pero para Rhazan, padre de hijos intensos y esposos celosos, ese pequeño cambio no pasó desapercibido.
Ailín saludó con dulzura, ajena al revoloteo de miradas masculinas, y luego le hizo un gesto a Thierry.
—Nos vemos en la empresa mariel. Me adelanto al auto hermano.
Mariel se quedó en la puerta con la bebida en mano, aún sintiendo que la tierra giraba más lento.
Thierry, antes de marcharse, la miró de reojo.
—No te preocupes por lo de anoche.
Si me dieran una moneda por cada vez que alguien me ha vomitado cerca… bueno, tendría una buena colección de monedas.
Pero contigo… fue diferente.
No me molestó.
Me preocupó.
Y lo volvería a hacer.
Dicho eso, se giró y se fue.
Y Mariel, con el corazón acelerado, se quedó en la entrada… con una sonrisa cansada, y un nudo cálido en el pecho.
...----------------...
El silencio dentro de la casa era sereno, interrumpido solo por el suave murmullo de la cafetera.
Mariel ya se había encerrado en su habitación a terminar de arreglarse, y Thierry y Ailín se habían marchado hace unos minutos.
Rhazan, con la calma que siempre lo caracterizaba, se mantuvo de pie junto a la barra de la cocina,sorbiendo con paciencia su café oscuro.
Pero sus ojos… seguían fijos en la escalera por donde había bajado Isac momentos antes.
No pasó mucho tiempo antes de que su hijo volviera a aparecer, ya con chaqueta puesta, listo para irse a la empresa.
Rhazan lo interceptó sin rodeos, su voz suave, pero firme.
—Isac.
Tenemos un momento antes de que te vayas.
¿Puedo hablar contigo?
Isac detuvo el paso.
Sabía perfectamente de qué se trataba.
No había manera de engañar a su padre, y mucho menos de ocultarle lo que claramente había visto.
Así que asintió en silencio y se sentó frente a él, con los codos sobre la mesa y las manos entrelazadas.
Rhazan se sentó con tranquilidad al otro lado.
Lo observó por unos segundos, como si esperara que su hijo hablara primero.
Y eventualmente, lo hizo.
—Es Ailín. —murmuró, sin mirarlo a los ojos—
—Es… mi alma gemela.
Rhazan no se sorprendió.
Solo asintió una vez, lentamente.
—Lo imaginé.
Tus ojos la siguen como los míos seguían a tu madre.
Y tu energía se altera cuando está cerca.
No puedes ocultar algo tan natural.
Isac apretó las manos,
mientras su voz adquiría una tensión leve.
—Ella no lo sabe.
No sabe nada de nuestro mundo, ni del vínculo, ni del poder que compartimos cuando estamos cerca.
Y no sé si quiera decírselo.
Es humana.
Su vida es sencilla.
No está preparada para lo que somos.
Para lo que… soy.
Rhazan se recostó un poco en la silla, observándolo con serenidad.
Luego dejó su taza a un lado y entrelazó los dedos sobre la mesa.
—¿La amas?
Isac dudó por una fracción de segundo.
Luego asintió.
—Sí.
Pero no es como con mamá y ustedes.
Ella… ni siquiera me ve como un posible compañero.
Somos conocidos.
Pero para ella, eso es todo.
Y tal vez eso está bien.
Quizás no debo forzar lo que está escrito solo en nuestra sangre.
Rhazan sonrió levemente.
No con burla, sino con orgullo.
—Eres más sabio de lo que yo era a tu edad.
La verdadera fuerza de un compañero no es reclamar a quien te pertenece… es saber esperar el momento en que ambos estén listos.
El vínculo está ahí, Isac.
Pero no es una cadena.
Es una puerta.
Y solo se abre cuando los dos tocan el picaporte.
Cuando ella esté lista, si alguna vez lo está, lo sabrás.
Y si no… también sabrás seguir adelante sin romperte.
Isac tragó saliva y lo miró a los ojos por fin.
—¿Y si alguien más la ve antes que yo?
¿Y si… la pierdo?
Rhazan se acercó y colocó una mano firme sobre el hombro de su hijo.
—Entonces tendrás que decidir si luchas, o si la amas lo suficiente para dejarla libre.
No todos los caminos terminan como el de tu madre y yo.
Pero si el tuyo está destinado a ella… ni el tiempo ni el miedo podrán evitarlo.
El silencio entre ambos se volvió cálido, reconfortante.
Padre e hijo, compartiendo un momento especial.