Jay y Gio llevan juntos tanto tiempo que ya podrían escribir un manual de matrimonio... o al menos una lista de reglas para sobrevivirlo. Casados desde hace años, su vida es una montaña rusa de momentos caóticos, peleas absurdas y risas interminables. Como alfa dominante, Gio es paciente, aunque eso no significa que siempre tenga el control y es un alfa que disfruta de alterar la paz de su pareja. Jay, por otro lado, es un omega dominante con un espíritu indomable: terco, impulsivo y con una energía que desafía cualquier intento de orden.
Su matrimonio no es perfecto, pero es suyo, y aunque a veces parezca que están al borde del desastre, siempre encuentran la forma de volver a elegirse
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###**Capitulo 19: Sombras y Seda**
El alfa le ayudo a quitarse la ropa que tenía y saco el traje del guardaropa, levantándolo como si cargara la prenda más valiosa del mundo.
Era un conjunto blanco impecable, de líneas rectas y elegantes que caían como seda líquida. El saco largo ceñía la cintura de manera precisa, cerrado por un cinturón del mismo tejido que marcaba la silueta sin oprimir. El detalle más provocador era el escote profundo en “V”, que descendía hasta el esternón, dejando al descubierto la piel pálida y perfecta de Jay, adornada solo por un collar fino de plata que Gio había elegido con esmero. La cadena descansaba justo sobre su clavícula, con un pequeño dije de ónix que resaltaba como una joya oscura en medio de la blancura absoluta.
Sin prisas, como si vistiera a una criatura de cristal, Gio lo ayudó a sentarse. Jay cerró los ojos con fuerza cuando su espalda protestó, pero no hubo necesidad de palabras; Gio lo sostuvo con ambas manos en la cintura, acariciándole apenas los costados antes de deslizar la tela del pantalón por sus piernas.
El pantalón blanco tenía una caída impecable, ajustándose suavemente en la cadera y cayendo recto hasta los tobillos. Gio se aseguró de alisar cada pliegue con las palmas abiertas.
—Duele... —murmuró Jay, ronco, sin abrir los ojos.
—¿que te duele?—preguntó Gio con una expresion de concentracion pura, tomando su muñeca para colocarle un brazalete de plata pulida que hacía juego con el collar. Luego, añadió un anillo sencillo, delgado,bañado en oro blanco con una piedra diminuta en su dedo anular, su anillo de bodas.
— La espalda, como un demonio — Se quejó.
—Eso pasa cuando alguien se emociona demasiado y no sabe medir —susurró cerca de su oído, dejando que su aliento cálido le erizara la piel.
Jay entreabrió los ojos y le lanzó una mirada cargada de reproche… aunque el rubor que subió a sus mejillas terminó traicionándolo.
—Eres un descarado.
—Lo soy. —replicó Gio, guiñándole un ojo antes de incorporarse para buscar los zapatos perfectamente lustrados que esperaban al pie de la cama—. Vamos, amor. Termina de ponerte precioso para que podamos irnos. No quiero que lleguemos tarde y tu padre me mire como si hubiera secuestrado a su hijo.
Jay soltó un resoplido cansado, pero permitió que Gio lo ayudara a calzarse. La paciencia del alfa en esos momentos le resultaba tan inusual como reconfortante. Cada movimiento era medido, cuidadoso, como si no quisiera agregarle ni una molestia más. Y aunque su cuerpo protestaba, algo dentro de Jay se ablandó, agradecido por esas atenciones silenciosas.
Una vez estuvo completamente vestido, Gio dio un paso atrás para contemplarlo. Y lo hizo sin disimulo, como quien observa una obra de arte recién terminada.
Parecía salido de una revista.
—Mírate… —susurró—. Vas a ser lo más hermoso de esa gala.
Jay desvió la mirada, incapaz de sostener tanta admiración. Pero su boca lo traicionó con una leve curva, apenas una sombra de sonrisa.
—No exageres.
—No exagero. Si por mí fuera, ni te dejaría salir de esta habitación.
—Tampoco exageres en eso… —murmuró, disimulando el estremecimiento que le provocaba oírlo hablar así, con esa voz baja y posesiva que calaba hondo.
Gio se acercó para tomarle el rostro entre las manos, obligándolo a mirarlo.
—Bien. Ahora tú ayúdame a vestirme —pidió Gio, separándose con una sonrisa ladeada mientras iba hacia el armario.
Jay lo observó de reojo, aún desde la cama, con una ceja alzada. —¿Yo? No prometo mucho, apenas puedo mantenerme de pie.
—Solo supervisa, entonces —rio el alfa, sacando su traje con cuidado.
Gio... bueno, Gio era otra historia.
Si Jay era un espectro de luz fría y provocación contenida, Gio debía ser la sombra que lo contrastara con presencia firme y absoluta.
Su traje era negro azabache, profundo y lujoso, con un acabado satinado que absorbía la luz en cada movimiento.
El corte era ajustado en los lugares correctos, resaltando su espalda ancha y su postura dominante.
Pero lo que realmente hacía la diferencia era la chaqueta.
De corte largo, con solapas anchas y estructuradas, caía con un peso elegante sobre sus hombros, dándole la apariencia de un emperador moderno.
A diferencia de Jay, Gio no llevaba escote.
En su lugar, la camisa era de seda negra traslúcida, cerrada hasta el cuello con un solo botón de ónix, dejando entrever apenas su piel debajo.
El contraste entre su ropa oscura y el blanco impecable de Jay era perfecto.
Una imagen de dualidad absoluta.
El único accesorio en su vestimenta era un reloj minimalista de esfera oscura y detalles en plata, un detalle discreto pero con clase.
Sus zapatos, de cuero negro mate, estaban impecablemente lustrados, sin un solo rastro de imperfección.
Gio ajustó la manga de su chaqueta, revisándose en el espejo con atención.
Cada línea de su traje negro era perfecta.
Cada pliegue caía con precisión quirúrgica.
A su lado, Jay observaba con los brazos cruzados, inclinando la cabeza con una sonrisa satisfecha.
—No está mal —comentó con un toque de burla—. Casi pareces alguien con clase.
Gio arqueó una ceja.
—Y tú pareces un fantasma con demasiado dinero.
Jay soltó una carcajada baja antes de ir a la mesita de noche.
Y sin ceremonias, tomó un anillo plateado con un diseño limpio y elegante de encima.
Gio frunció el ceño, confundido por un segundo.
—¿Qué—?
Jay tomó su mano con naturalidad, deslizando el anillo de bodas en su dedo anular.
El gesto fue simple.
Sin palabras innecesarias.
Sin miradas intensas.
Pero cuando Gio vio su anillo de nuevo en su lugar, su expresión cambió por un breve instante.
Algo más suave.
Algo más… real.
Jay soltó su mano y chasqueó la lengua.
—Ya está. Ahora sí pareces un hombre casado.
Gio sonrió de lado.
—¿Y qué soy sin él?
Jay alzó una ceja con diversión.
—Un soltero codiciado con demasiada gente intentando coquetearle.
Gio se rió bajo.
Pero cuando Jay se acercó para ayudarle a peinarse, su sonrisa se desvaneció un poco.
Porque ahora tenía una vista perfecta del rostro de su esposo.
Cada pequeño lunar.
Cada peca esparcida en su piel pálida.
Cada maldito detalle que nunca se cansaría de observar.
Jay se enfocó en su cabello, peinándolo con paciencia, sin darse cuenta de lo que Gio estaba haciendo.
Hasta que la intensidad de su mirada se hizo demasiado evidente.
Jay se detuvo.
Parpadeó.
Y luego le dio un golpecito en la nariz con el dedo.
—Deja de verme así.
Gio sonrió, sin inmutarse.
—¿Por qué?
Jay bufó, volviendo a su tarea.
—Porque me pone nervioso, imbécil.
Gio se rió en voz baja, pero no dejó de mirarlo.
Hasta que Jay finalmente terminó y se apartó para verse en el espejo.
Ahora era su turno de arreglarse.
Sacó su maquillaje con calma.
Un poco de delineador sutil, lo suficiente para resaltar sus ojos felinos.
Un toque de color en los labios, sin exagerar, solo lo suficiente para darles un poco más de vida.
Gio lo observó en silencio.
Y entonces…
No pudo resistirse.
Dio un paso adelante.
Colocó una mano en la cintura de Jay.
Y antes de que su esposo pudiera reaccionar…
Lo besó.
Lento.
Provocador.
Y completamente intencional.
Jay se quedó inmóvil por un segundo.
Y luego…
Cuando Gio se separó, satisfecho con su obra, la vio.
La mancha en los labios de Jay.
Su maquillaje arruinado.
Jay parpadeó lentamente.
—Gio.
Gio sonrió, sin el menor rastro de arrepentimiento.
—Dime.
Jay no dijo nada.
Solo agarró la pantufla más cercana… y se la lanzó.
Gio se agachó a tiempo, esquivándola con facilidad.
—¡Te ves mejor así! —se rió, retrocediendo un paso.
Jay resopló, volviendo al espejo.
—Eres un maldito problema.
Gio se inclinó sobre su hombro, observándolo a través del reflejo.
—Pero te gusto así.
Jay le dirigió una mirada afilada, se puso de pie, llevó una mano a la boca de su esposo, notando el leve rastro de color en su piel. Chasqueó la lengua, exasperado, y sin previo aviso, sujetó a Gio del mentón para limpiarle los labios con el pulgar.
—Eres un desastre —murmuró, repasando con firmeza hasta borrar la evidencia del beso.
Gio apenas tuvo tiempo de parpadear antes de que Jay, con un aire de revancha, se acercara a él y le dejara un beso en la mandíbula.
—Ahí tienes —añadió con calma y le dio un empujón ligero, separándose con satisfacción al ver la marca de color que ahora adornaba la piel de Gio.
El hombre se quedo pasmado.
Jay soltó una carcajada antes de volver a maquillarse.
⋆。°✩
Jay bufó por quinta vez en los últimos diez minutos.
—Esto es un maldito desastre.
Gio, ya completamente vestido y listo, estaba recostado en la cama, con un brazo detrás de la cabeza, observándolo con una media sonrisa.
—Te ves bien.
—No me veo bien. —Jay lanzó el peine sobre el tocador, su reflejo devolviéndole una imagen que no aprobaba—. ¡Mira esto! Se supone que debía quedar más suelto, no como si un tornado me hubiera peinado.
Gio intentó contener la risa, pero fue imposible.
—¿Quieres que te ayude?
Jay lo fulminó con la mirada.
—¿Tienes un maldito título en estilismo que no conozco?
—No, pero tengo manos funcionales.
—Vete a la mierda.
Gio se rió más fuerte, pero antes de que Jay pudiera lanzarle otra pantufla, un trueno retumbó afuera, sacudiendo las ventanas del penthouse.
Jay miró por el ventanal, su ceja arqueándose lentamente.
—Dime que esa lluvia no es real.
Gio se incorporó un poco en la cama, mirando hacia afuera.
—Definitivamente es real.
La ciudad, normalmente brillante bajo la luz nocturna, estaba ahora cubierta por una cortina de agua.
Las calles brillaban con el reflejo de los faroles y los relámpagos intermitentes.
El sonido de la lluvia golpeando los ventanales llenaba la habitación con una atmósfera extrañamente relajante.
Pero para Jay…
Era una pesadilla.
—Mierda.
Gio se cruzó de brazos, observándolo con diversión.
—¿Tan grave es?
Jay se giró bruscamente.
—¡¿Es en serio?! ¡Llevo un traje blanco, Gio! Blanco. Si salimos en esta lluvia, voy a parecer una maldita servilleta empapada.
Gio tuvo que hacer un esfuerzo monumental para no soltar otra carcajada.
—Siempre podemos esperar un poco a que pase. — Pronuncio en tono casual mientras jugaba con su anillo—O podemos cancelar.
Jay frunció el ceño, cruzándose de brazos.
—No te hagas ideas.
En el rostro de Gio se dibujó su famosa "sonrisa de negocios".
—O podemos… esperar un poco.
Jay asintio levemente.
—Buena elección.
Jay se dejó caer en la cama a su lado, soltando un suspiro pesado.
Gio lo observó de reojo, notando la ligera frustración en su expresión.
Así que, sin decir nada, deslizó una mano en su cabello, acomodando con calma los mechones rebeldes.
Jay parpadeó, sorprendido.
—¿Qué haces?
—Te estoy peinando.
—…No te pedí ayuda.
—Y aún así, lo hago mejor que tú.
Jay abrió la boca para protestar, pero el toque firme y cuidadoso de Gio le hizo callarse.
Gio siguió peinándolo con los dedos, con una concentración casi irritante.
Jay se relajó sin darse cuenta.
Porque la lluvia afuera podía seguir cayendo.
Porque el maldito caos del mundo podía esperar.
Pero aquí, en este momento…
No había nada más que Gio y sus manos arreglándole el cabello.
La lluvia seguía cayendo, golpeando los ventanales con furia.
Los minutos se habían escapado más rápido de lo planeado.
Jay ahora estaba buscando un abrigo en el vestidor cuando la puerta de la habitación se abrió de golpe.
—¿Todavía no están listos?
El tono impaciente de Chris fue lo primero que se escuchó, seguido de la voz calmada de Elia.
—Ya nos retrasamos suficiente.
Jay resopló, sacando finalmente un abrigo largo de color marfil, elegante y perfectamente en sintonía con su traje blanco.
Se lo colocó con movimientos precisos, como si hubiera ensayado cada detalle.
Un ajuste en el cuello.
Un vistazo rápido al espejo.
Y cuando finalmente se giró hacia los demás…
El tiempo se detuvo por un segundo.
Gio se quedó sin aire.
Porque Jay, ahí de pie con su traje impecable, su cabello perfectamente peinado, su piel pálida contrastando con la tela clara y la luz del vestidor reflejándose en su rostro…
Era un jodido ángel.
O algo mejor.
Algo más peligroso.
Más suyo.
Su garganta se secó por un momento.
"Dios. Maldita sea."
Jay levantó una ceja al notar su mirada.
—¿Qué?
Gio tardó un par de segundos en recuperar la compostura.
Luego, simplemente sonrió con arrogancia.
—Nada. Solo recordé que soy el hombre más afortunado de esta gala.
Jay chasqueó la lengua, pero sus mejillas se tiñeron apenas de un color más cálido.
—Tonto.
Chris carraspeó, mirándolos.
—¿Podemos irnos ahora o van a seguir coqueteando en mi cara?
Gio le lanzó una mirada aburrida.
—No es culpa nuestra que tú y mamá ya no tengan esa chispa.
Elia se rió en voz baja, sin negar nada.
Chris bufó.
—Suban al ascensor.
⋆。°✩
Cuando las puertas del ascensor se abrieron en el lobby, las miradas cayeron sobre ellos de inmediato.
Vecinos.
Gente que vivía en el mismo edificio, algunos con auténtico interés, otros con la curiosidad típica de quien tiene demasiado tiempo libre.
El sonido de la lluvia seguía filtrándose desde el exterior.
Pero dentro del lobby, solo había lujo, calidez y la imagen perfecta de dos parejas imponentes.
Gio se enderezó sin esfuerzo, acostumbrado a este tipo de atención.
Jay, por su parte, llevaba su abrigo sobre los hombros, sin meter los brazos en las mangas, dándole un aire aún más arrogante.
Chris y Elia, a juego en sus propios estilos sofisticados, caminaban con la naturalidad de quienes sabían que el mundo les pertenecía.
Y así, sin necesidad de decir una sola palabra…
Salieron del edificio.
Como si fueran la maldita realeza.
Y dejando a los vecinos con suficiente material para hablar durante semanas.