Damián Blackwood, es un Alfa dominante que ha construido un imperio oculto entre humanos, jamás pensó que una simple empleada pondría en jaque su autocontrol. Isabella, con su espíritu desafiante, despierta en él un deseo prohibido… pero lo que comienza como una peligrosa atracción se convierte en una amenaza cuando descubre que ella es su compañera destinada. Una humana...
Bajo la sombra de antiguas profecías y oscuros secretos, sus destinos colisionan, desatando fuerzas que nadie podrá contener.
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Miradas y presentimientos
Selene avanzó por el salón con una sonrisa educada que no lograba ocultar del todo su incomodidad. El lugar era deslumbrante: cortinas de terciopelo oscuro, luces doradas flotando como luciérnagas encantadas, y música suave que vibraba a través de las paredes. Todo estaba cuidadosamente planeado, desde la ubicación de las mesas hasta los detalles en cada copa de cristal.
Y, sin embargo, ella no podía evitar sentirse fuera de lugar.
"Cinco minutos, Selene. Solo cinco minutos, será lo hora del brindis y luego puedes marcharte con la conciencia tranquila", se repitió por tercera vez desde que bajó del auto.
Pero algo dentro de ella, una especie de intuición latente, vibraba con una extraña ansiedad que no lograba identificar. No era miedo. No era incomodidad social. Era… algo más. Algo inexplicable.
—¡Por fin te encuentro! —la voz de Carla la sacó de su ensimismamiento, apareciendo entre la multitud como un respiro de aire fresco.
Selene soltó una risa aliviada y la abrazó.
—Ya sabes que no soy fan de los eventos sociales multitudinarios…
—Lo sé, pero no podías faltar. Esto es como… la fiesta del año para la empresa. Además —añadió guiñándole un ojo— te ves preciosa. Ese vestido te queda increíble, y no es justo que prives al mundo de tu belleza.
Selene bajó la mirada, algo incómoda.
—Gracias… la verdad es que solo quería pasar desapercibida.
—¡Imposible, niña! —dijo una nueva voz, femenina, detrás de ella.
Ambas muchachas se dieron vuelta y Carla sonrió con entusiasmo.
—Selene, déjame presentarte a dos amigas mías, ellas son Olivia y Miranda. Nos conocemos desde niñas, crecimos juntas —dijo Carla, y no mentía Olívia y Miranda eran miembros de su manada.
Las dos mujeres, ambas igual de impactantes que el resto de las lobas presentes, la saludaron con sonrisas cálidas pero intensas. Olivia era alta, de cabello oscuro y ojos profundos que parecían escudriñarlo todo. Miranda, en cambio, era más baja, pelirroja y de sonrisa traviesa.
—¿Así que tú eres la famosa Selene? —dijo Miranda con un tono amistoso —Mucho gusto. Hemos oído hablar bastante de ti.
Selene parpadeó, sorprendida.
—¿En serio? ¿Para bien, espero?
—¡Claro que sí! —dijo Olivia— Carla nos contó que eres brillante, y valiente —agregó, Selene la miró sin comprender —No todos tienen el coraje de plantarse frente a Damián Blackwood y salir vivos de la experiencia.
Selene se rió, aunque su corazón dio un pequeño salto. ¿Cómo sabían eso? ¿Acaso todo el mundo en la empresa sabía de sus cruces con el CEO?
—Bueno… no fue tan dramático —mintió, y tomó una copa de vino de la bandeja de un camarero que pasaba cerca.
—No seas modesta —dijo Carla— Todas las veces que le discutiste fueron memorables. Te admiro por eso. Aunque… —añadió en tono conspirador— hoy no te ha quitado los ojos de encima, ¿lo notaste?
Selene sintió que la copa temblaba ligeramente entre sus dedos.
—¿Qué?
—Nada, nada —rió Miranda— Es solo una observación. Pero oye… si quieres escapar un rato, hay una terraza hermosa con vista a toda la ciudad. Perfecta para tomar aire.
Selene sonrió agradecida, aunque la ansiedad volvía a hacer cosquillas en su estómago.
—Tal vez más tarde. Por ahora, intentaré sobrevivir un poco más aquí abajo.
Y mientras conversaban, entre risas y comentarios, un par de ojos dorados, al otro extremo del salón, no se apartaban de ella.
Los de Damián.
Quien no podía ignorar a su lobo, que nuevamente, susurraba con insistencia:
*Mía*
Carla y sus amigas se disculparon con Selene y la dejaron sola, la muchacha caminó hacia una de las mesas más alejadas del bullicio, buscando un momento de respiro. Había estado hablando con Carla y sus amigas por casi media hora, y aunque las chicas eran encantadoras, la sensación de incomodidad seguía latiendo dentro de ella como un tambor sordo.
Tomó un sorbo de vino, cerró los ojos por un segundo… y cuando los abrió, lo vio.
Damián estaba solo, apoyado de forma relajada junto a una de las columnas, con una copa en la mano y la mirada fija en ella.
Por un instante, todo el salón pareció silenciarse.
Sus miradas se cruzaron.
Fue breve, pero tan intenso que Selene sintió un escalofrío recorrerle la espalda y su corazón acelerar los latidos de manera escandalosa.
Él no sonrió. Tampoco desvió la mirada. Sólo la observó. Como si intentara descifrar algo que aún se le escapaba.
Ella frunció levemente el ceño, y justo cuando decidió apartar la vista, lo vio acercarse.
Cada paso de Damián era contenido, elegante, deliberado. Como si todo él estuviera hecho de control y fuerza silenciosa. Y sin embargo, Selene sintió que su respiración se aceleraba conforme el imponente hombre acortaba la distancia.
—Señorita Montero —saludó él con su voz grave, deteniéndose a una distancia prudente, pero lo bastante cerca como para que nadie más oyera.
—Señor Blackwood —respondió ella, manteniendo la compostura, aunque le ardían las mejillas y sentía un cosquilleo extraño en sus entrañas.
—Veo que finalmente aceptó la invitación. —dijo él, no sabía con exactitud porque se había acercado, ni lo que estaba haciendo, pero ahí estaba entablando una charla con ella.
—Más bien la obligación. Marcus fue bastante claro en la circular "Asistencia Obligatoria"—respondió ella, con una media sonrisa irónica.
Damián la observó un segundo más. El vestido negro que llevaba parecía haber sido hecho para ella. Su aroma, algo dulce, cálido, con un dejo de flor y papel, flotaba en el aire entre ellos. Su lobo gruñó con agrado desde dentro, pero él lo ignoró.
—Pensé que se marcharía apenas cumpliera con su aparición.
—Esa era la idea —dijo Selene, bajando la vista un segundo antes de volver a mirarlo— Pero me dijeron que en pocos minutos se llevaría a cabo el brindis.
Él asintió con un movimiento de su cabeza.
Sus ojos se buscaron. Por un instante, solo por un momento dejaron de ser jefe y empleada. No fueron Alfa y humana. Ni siquiera dos personas con una historia cargada de discusiones y choques.
Fueron simplemente dos seres atrapados en una tensión que ninguno había pedido… pero que ya no podían negar.
—Espero que disfrute la noche —dijo él finalmente, su tono sonando más bajo, casi íntimo.
—Haré lo posible —respondió ella, con la garganta seca y los nervios a flor de piel.
Y antes de que pudiera agregar algo más, él asintió con suavidad y se alejó. No con prisa. No huyendo. Solo… conteniéndose.
Selene lo observó alejarse, sin saber por qué sentía que esa breve conversación había removido más en su interior que cualquier otra charla que hubieran tenido antes.
Y Damián, mientras retomaba su lugar junto a Marcus, ignoraba el brillo divertido en los ojos de su beta, pero no podía ignorar a su lobo, que murmuraba, insistente:
*No podrás huir para siempre*
¡Mis felicitaciones y agradecimiento por este nuevo regalo de tu fértil imaginación!
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