Hasta Que Nuestras Vidas Se Apaguen

Elvira estaba sentada en la terraza del exclusivo café donde solía encontrarse con su gente de confianza. Un vestido color crema le caía como seda sobre la piel, el maquillaje impecable, el gesto perfectamente calculado para que nadie supiera lo que en realidad sentía. Pero bastó que Inés, su amiga de toda la vida, se dejara caer en la silla de enfrente con una sonrisa cargada de intención para que su muro empezara a tambalearse.

— Bueno... — Dijo Inés, apoyando el bolso sobre la mesa. — ¿Y? ¿Cómo te fue con Callahan? — Elvira se quedó en silencio un segundo. Dio un sorbo largo a su café antes de responder.

— Como esperaba. Educado, correcto... frío como el hielo. — Inés arqueó una ceja, sabiendo que no era toda la historia.

— Dicen que el padre le está exigiendo casarse. Pensé que ibas a aprovechar eso. — Elvira soltó una risa seca, casi sin humor.

— Fui por eso. Lo admito. No tengo que ocultártelo. Pensé que, con nuestra historia, tal vez… — Hizo una pausa breve. — ...tal vez me consideraría. Pero no. No soy la que él quiere.

— ¿Y quién es? — Preguntó Inés, con curiosidad mordaz. Elvira entrecerró los ojos, como si las palabras le costaran.

— No lo dijo. Pero lo vi en sus ojos. Esa mirada que él nunca me dio a mí… ya se la dio a otra. Y eso me jodió más de lo que debería. — Inés asintió con una sonrisa irónica.

— ¿Y qué vas a hacer? — Elvira cruzó las piernas con elegancia y sonrió de medio lado, pero sus ojos estaban fríos.

— Lo que siempre hago cuando alguien se equivoca conmigo. Esperar. Porque eventualmente, se dan cuenta de que nadie les va a ofrecer lo que yo. — Inés la miró, ladeando la cabeza.

— No pareces del todo resignada, Elvi. ¿Qué estás pensando? — Elvira sostuvo la taza entre sus manos, sin beber. Su mirada se había perdido en un punto invisible, pero su mente hervía.

— Él cree que puede reemplazarme. Que puede mirar a otra como si yo nunca hubiera estado. ¿Sabes qué es lo que más me molesta?

— ¿Qué?

— Que lo está haciendo de verdad. — Inés no dijo nada. Solo la observó. Entonces Elvira volvió a hablar, esta vez con una voz más baja, más medida.

— Cuando descubra quién es… cuando tenga nombre, cara y debilidades… entonces veremos cuánto le dura ese jueguito romántico que trae encima. Porque a esa mujer la voy a hacer pedazos. Le voy a mostrar lo que es querer lo que no puede tener.

— ¿Y si él se entera?

— Que se entere. Quiero que lo haga. Quiero que vea hasta dónde soy capaz de llegar por algo que me pertenece. Porque sí, Inés… Callahan me pertenece. Aunque él no lo recuerde todavía. — La amiga sonrió con nerviosismo.

— ¿Y si esa mujer es una buena persona?

— Peor para ella. — Replicó Elvira, bajando la taza. — Porque la gente buena no sobrevive en este juego. Y yo… no voy a perder.

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Medellín – Tarde gris, cafetería discreta. Alejandra recibe una llamada desconocida.

— ¿Hola?

— ¿Alejandra? ¿Hablo con Alejandra Smith? — Ella frunce el ceño. Esa voz… no la reconocía.

— Sí… ¿quién habla?

— Soy tu padre. — Un silencio gélido se apodera de la llamada. Alejandra siente que algo se le cae en el pecho. El nudo en la garganta es inmediato.

— ¿Qué…? ¿Qué dijiste?

— Sé que no soy quien para llamarte. Y que tengo más pasado que derecho. Pero necesitaba intentarlo. Estoy en una situación complicada… y me haría bien verte. Solo eso.

— ¿Después de tantos años? ¿Vienes a buscarme ahora?

— Sí. Porque me equivoqué. Porque fui cobarde. Porque no supe cómo acercarme. Y quizás tú no quieras saber de mí, y lo entiendo. Pero… podrías ayudarme a redimirme, al menos un poco. — Alejandra se queda helada. Él continúa con un tono suave, afectado. — — Yo no quiero hablarte de errores ni excusas. Solo de oportunidades. Quiero que vengas a visitarme a Estados Unidos. Te envío los pasajes. Unos días. No es nada raro. Solo… quiero verte, escucharte, saber en qué te has convertido. ¿Me dejarías hacer eso? — Ella cierra los ojos. La tormenta interna es real.

— No sé. No sé si quiero verte. No sé si pueda. Tengo mi vida aquí.

— Lo sé. Pero no tengo mucho tiempo, Alejandra. Y tú tampoco sabes cuánto puede significar para ti esta decisión. Solo unos días. Te prometo que si no quieres volver a verme después, no insisto más. — Silencio. — Te envío la información. Tú decides. — Cuelga.

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Mientras tanto, en su oficina en Nueva York…

Smith se apoya en el escritorio y marca un número.

— Ya está hecho. En dos días debe estar aquí. Si no viene por la culpa, vendrá por la curiosidad. Y si no viene por eso… bueno, tengo un plan B.

— ¿Y si Callahan se entera?

— No lo hará… todavía. Y si lo hace, será demasiado tarde. Además, el es quien más quiere que esté aquí para cumplir el trato. Y para entonces, la chica ya estará en territorio donde yo puedo manejarla. — Sonríe con cinismo. — Ya verás. Alejandra no es una niña rebelde. Solo es una pieza.

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Después de la llamada...

Alejandra está sentada frente a Camila. Se ve entera, pero tiene esa rigidez de quien está haciendo un esfuerzo por no desbordarse.

— ¿Por qué me pusiste esa cara cuando llegaste? ¿Qué pasó? — Pregunta Camila.

— Me llamó alguien. — Pausa breve. — Mi papá. — Camila se queda muda un momento.

— ¿Tu papá? ¿El de Estados Unidos?

— Ese mismo. No sé cómo consiguió mi número, ni por qué ahora. Solo… me habló como si nada. Como si pudiera llamarme después de veinte años y yo tuviera que atenderlo con cariño.

— ¿Y tú qué hiciste?

— Me congelé. No supe qué decirle. Solo escuché.

— ¿Te dijo por qué llamó? — Interroga su amiga curiosa.

— Que quería hablar conmigo. Que estaba dispuesto a mandarme los pasajes para viajar allá, que necesitábamos vernos. Que había cosas importantes de las que hablar. Pero no dijo cuáles.

— ¿Y tú piensas ir? — Alejandra suspira, juega con la cucharita del café.

— No tengo idea. Me duele que aparezca ahora… después de tanto tiempo. ¿Sabes? Yo no lo recuerdo bien. Sé que era alto, que me cargaba en hombros, que una vez me llevó un helado enorme. Pero eso fue todo.

— Y ahora quiere que tomes un avión y lo mires como si nada. Qué descaro.

— No sé qué hacer. ¿Y si…? No sé. ¿Y si me necesita de verdad? ¿Y si está enfermo o... solo? No es como que me sobre la familia, Camila.

— Ale, si decides verlo, que sea por ti. No por él. No por lo que te deba. No por llenar vacíos. Hazlo solo si sientes que necesitas ese cierre. No porque él haya decidido que ya era hora. — Aconseja Camila. Alejandra se queda en silencio. Mira a través de la ventana, pero sus pensamientos están lejos.

— Ni siquiera sé cómo me haría sentir verlo. — Pausa. — No sé si tengo algo que decirle. O si quiero decirle algo.