En Valmont, el poder y el deseo se entrelazan en un juego tan seductor como peligroso. Mi nombre es un susurro en los círculos más exclusivos; mi presencia, un anhelo inalcanzable. Pero en un mundo donde la libertad tiene un precio, cada decisión puede llevarme a la cumbre… o arrastrarme a la perdición.
Soy Isabella Rivas, mejor conocida como Sienna, y esta es mi historia.
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Virgen
Me enjuagué la boca con el agua helada del grifo, intentando borrar cada rastro de él. Pero el asco seguía ahí, atascado en mi garganta como un nudo imposible de tragar.
Me miré en el espejo. Pálida, los ojos enrojecidos, la respiración todavía irregular. Parecía un maldito desastre.
No pudo quedarme aquí. Salí del baño, fingiendo que todo estaba bien. Lo último que quería era darle a Vincent, o a cualquier otro en este lugar, el placer de verme afectada.
Cuando llegué a mi habitación, Jade ya estaba ahí, sentada en mi cama con los brazos cruzados y una expresión que no presagiaba nada bueno.
—Tienes suerte, ¿lo sabías? —soltó sin rodeos.
Fruncí el ceño mientras cerraba la puerta.
—¿Suerte?
Jade soltó una risa sarcástica y negó con la cabeza.
—Tener una habitación sola aquí es un lujo. Y tú, que apenas llevas nada de tiempo, ya la tienes. ¿No crees que eso genera problemas?
Me pasé una mano por la cara, agotada.
—¿Acaso es mi culpa? No pedí esto, Jade.
—Tal vez no, pero te lo dieron. Y eso es suficiente para que varias te quieran ver fuera de aquí.
Suspiré y me dejé caer en la cama.
—Yo encantada de que me echan y pueda largarme de aquí.
—Hay cariño, ¿lo has olvidado? Las únicas formas de salir de aquí, son muertas o que algún bastardo te compre.
Aquellas palabras me produjeron un pequeño escalofrío.
—No me interesa lo que piensen de mí.
—Al menos en eso eres lista —resopló, apoyando los codos en sus rodillas.
—Pero te convendría empezar a interesarte.
No respondí. Solo quería silencio, un momento para no pensar en Vincent, en su beso, en sus manos, en cómo me había hecho sentir tan...
—¿Fuiste a verlo? —preguntó de repente.
Ya estaba tardando, pero no dije nada y Jade me miró fijamente.
—Sienna…
—Déjalo, Jade —murmuré, cerrando los ojos.
Se hizo un silencio tenso.
—Mira —dijo al fin.
—No sé qué pasó ahí dentro, pero sí sé una cosa: Vincent no se encariña. Juega con las nuevas, se las tira unas cuantas veces y luego se aburre. Si eres lista, lo manejarás antes de que eso pase.
Abrí los ojos de golpe y la fulminé con la mirada.
—¿Y qué se supone que haga? ¿Dejar que haga lo que quiera?
Jade se encogió de hombros, con esa maldita calma que me sacaba de quicio.
—Te digo que lo manejes, no que te tires a él.
Bufé con frustración y me pasé una mano por el cabello.
—¿Y qué pasa si simplemente lo ignoro?
Jade soltó una carcajada corta y sin humor.
—Ignorarlo no servirá de nada, quizás solo hagas que se encapriche más contigo y eso no sería bueno.
—¿Puedes ser más clara con eso último?
—¿No lo entiendes? Sería la guerra
Eso me hizo fruncir el ceño.
—¿Qué quieres decir con guerra?
Jade se levantó y se apoyó contra la pared, cruzándose de brazos.
—Dehlia.
Rodé los ojos.
—¿Y qué con ella?
—Si se entera de que Vincent anda detrás de ti, vas a tener problemas. Ella es su preferida. O bueno, lo era, hasta que apareciste.
—No hice nada para que eso pasara —repliqué con fastidio.
—Y a Dehlia no le va a importar. Para ella, eres una amenaza.
—¿No crees que estás siendo exagerada? Hasta ahora no hemos tenido ningún problema y parece... Maja.
—¿Maja?—Preguntó con incredulidad, echándose a reír.
—No has escuchado eso de, mantén a tus amigos cerca, pero a tus enemigos aún más cerca, además ella solo acata órdenes y admira a Livia, nunca quería crearla problemas.
—¿Cómo alguien puede admirar a una mujer así?—dije incrédula.
—Oh, ella no es la única créeme, pero es la que más, pero te aseguro que Dehlia no es como la vez, es una víbora que te ataca sigilosamente y cuando menos te lo esperes.
Resoplé.
—Genial.
Jade me miró con algo de lástima.
—Haz que Vincent pierda el interés en ti lo antes posible. Porque si no lo haces, esto solo se pondrá peor.
Se dirigió a la puerta, pero antes de salir, se giró una última vez.
—Y ten cuidado con las chicas, Sienna. No eres bienvenida aquí.
Cuando Jade se fue, me quedé tumbada en la cama, sintiendo el peso de cada palabra. Vincent quería jugar conmigo, las demás querían que desapareciera.
¿Algo más? ¿Quizás que me cayera un rayo para completar el maldito día?
Pasé un buen rato mirando el techo, intentando ignorar la sensación asquerosa que todavía me recorría el cuerpo. Me había cepillado los dientes con tanta fuerza que las encías me dolían, pero aún sentía sus labios sobre los míos, su lengua invadiéndome, sus manos sujetándome.
Un golpe en la puerta me hizo incorporarme de golpe.
—¿Qué? —pregunté con la voz aún tensa.
La puerta se abrió y apareció una chica que no conocía, con cara de fastidio.
—Te buscan en la sala principal —dijo sin emoción, y se largó antes de que pudiera preguntar nada más.
Genial. ¿Qué más podía pasarme hoy?
Me puse de pie y me miré en el espejo. Seguía con el conjunto rojo vino que había usado para el baile. La bata seguía colgando de mi brazo, pero ya no me cubría nada. Me la ajusté, respiré hondo y salí.
Los pasillos estaban vacíos, pero sentía miradas clavadas en mi espalda. La advertencia de Jade resonó en mi cabeza: No eres bienvenida aquí.
Al llegar a la sala principal, encontré a Livia esperándome con los brazos cruzados y una expresión imposible de leer. Aunque la forma en la que me recorrió con la mirada dejó claro que ya sabía lo que había pasado con Vincent.
La puerta se cerró detrás de mí con un chasquido seco.
—¿Cómo estuvo tu prueba? —preguntó con tono neutro.
Mi cuerpo se tensó al recordar la escena con Vincent. Su mirada oscura devorándome, su cuerpo contra el mío… y el maldito asco que me dejó después.
—Bien —respondí, con voz seca.
Livia soltó una risa baja, claramente sin creerse una sola palabra.
—Claro. Estoy segura de que Vincent quedó muy satisfecho.
Mi mandíbula se apretó.
—¿Me mandaste llamar para esto?
Livia ladeó la cabeza con una media sonrisa.
—No exactamente. Quiero hablar de tu desempeño. Dehlia dice que has mejorado, pero aún no lo suficiente. Y, sinceramente, no tengo tiempo para que sigas aprendiendo a paso de tortuga.
No me gustaba nada hacia dónde iba esto.
—¿Qué significa eso?
Livia suspiró, como si le aburriera tener que explicármelo.
—Te daré una motivación extra. A partir de mañana, empiezas a bailar en el club, en el escenario principal.
Un pequeño alivio me recorrió. No era lo ideal, pero al menos significaba que no tendría que hacer esos malditos bailes privados de los que tanto hablaban.
Pero entonces, Livia notó mi cambio de expresión y sonrió con burla.
—¿Aliviada? No te emociones demasiado, chica.
La manera en que lo dijo me hizo sentir una punzada en el estómago.
—¿A qué te refieres?
Livia dio un paso hacia mí, disfrutando de cada segundo.
—Mientras estés en el escenario, los clientes no podrán tocarte. Solo podrán mirar. Pero… si cuando terminas alguien te pide, tendrás que ir con él.
Mi cuerpo entero se tensó.
—¿"Ir con él"? —repetí, con el pulso acelerado.
Livia inclinó la cabeza, con falsa inocencia.
—Acompañarlo. Darle la atención que requiera.
Un nudo se formó en mi estómago.
—¿Y si… si él quiere algo más?
Livia sonrió de lado, como si se divirtiera con mi miedo.
—Si lo pide y paga lo suficiente… por supuesto.
La sangre se me heló.
—Pero yo pensaba que… que solo iba a bailar hasta que…
—No me digas que necesitas lecciones para follar, ¿o sí? —me interrumpió, con burla en la voz.
El calor me subió al rostro y la vergüenza me envolvió. No respondí. Livia entrecerró los ojos y su expresión cambió, como si acabara de descubrir algo nuevo, algo que le hacía gracia.
—¡No me digas que eres virgen!
Aparté la mirada, sintiéndome estúpida y Livia dejó escapar una carcajada baja, como si acabara de ganar un maldito premio.
—Oh, Vincent se va a divertir con esto.