Emma creyó en aquellos que juraron amarla y protegerla.
Sus compañeros, los príncipes alfas, Marcus y Sebastián, con sonrisas falsas y promesas rotas, la arrastraron a su mundo, convirtiéndola en su amuleto.
Hija de la Luna y el Sol, destinada a ser algo más que una simple peón, fue atrapada en un vínculo que… ¿la condena? Traicionada por aquellos en quienes debía confiar, Emma aguarda su momento para brillar.
Las mentiras que la rodean están a punto de desmoronarse, y con cada traición, su momento se acerca, porque Emma no está dispuesta a ser una prisionera.
Su destino está escrito en las estrellas y, cuando llegue el momento, reclamará lo que le pertenece. Y cuando lo haga, nada será lo mismo. Los poderosos caerán y los verdaderos líderes surgirán.
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19- Retrospectiva: ¿Nada Importante?
Unos pasos resonaron a las espaldas de Emma, quebrando la quietud del momento. No necesitó girarse para saber quiénes eran. El olor, más intenso de lo que recordaba, y la energía que emanaban eran inconfundibles.
Se detuvieron a pocos metros de ella, cuando Emma finalmente se giró, contuvo el aliento. Frente a ella no estaban los príncipes, sino dos lobos blancos imponentes y majestuosos. Su pelaje relucía como un manto tejido con la luz misma, y sus ojos… esos ojos parecían portar el peso del universo.
Emma los miró con adoración. A pesar de que sus cuerpos eran idénticos, los distinguio al instante. El lobo de Marcus tenía ojos plateados, tan profundos y tormentosos como un cielo al borde del estallido. Sebastián, en cambio, llevaba fuego en los suyos, un dorado abrasador que la quemaba con solo mirarla.
Su corazón tamborileaba desbocado, cada latido más fuerte que el anterior. Algo se agitó en su interior, algo que clamaba por ellos de una forma primitiva e inexplicable. Cada fibra de su ser pedía moverse, acercarse, sentirlos.
Sin saber cómo, sus pies avanzaron hacia ellos, como si algo invisible tirara de ella. La atracción era abrumadora, irresistible. Quería tocar su pelaje, hundir los dedos en él, como si ese contacto pudiera calmar el caos que se había desatado dentro de ella.
Los lobos, como si pudieran leer su mente, se inclinaron con una sumisión calculada, una invitación tácita que encendió aún más el fuego en su pecho. Sus miradas estaban cargadas de algo que Emma no pudo ignorar: anhelo, tristeza, una lucha interna que los estaba consumiendo. Emma lo sintió como un golpe en el pecho. Incapaz de contenerse, se lanzó hacia ellos.
El lobo de Sebastián fue el primero en moverse. Cuando ella lo alcanzó, sus patas la rodearon con una suavidad casi sobrehumana. Su calor la envolvió por completo, y Emma sintió cómo su cuerpo se relajaba, como si ese refugio fuera el único lugar donde estaba a salvo. Marcus, más reservado, se acercó lentamente, olfateándola como si intentara grabar su esencia en cada rincón de su memoria.
El tiempo se desdibujó. Minutos, tal vez horas, pasaron en un silencio que lo decía todo. Emma cerró los ojos, dejando que la conexión la llenara. Por un momento, quiso quedarse allí para siempre, entre ellos, olvidando el mundo y sus complicaciones. Pero como si el hechizo se rompiera de golpe, una punzada de realidad la atravesó, recordándole quién era, dónde estaba y a que había venido.
Con pasos vacilantes, se apartó, sintiendo la ausencia del calor como una herida abierta.
—Por favor —susurró Emma, girándose hacia el lago. —Quiero hablar con ustedes.
El vínculo comenzaba a afectar severamente, y no lo podía negar. Fue un golpe bajo: dejar que sus lobos aparecieran ante ella había sido un movimiento astuto. Habían desarmado sus defensas, haciendo que toda posible resistencia cayera como un castillo de naipes. Sus lobos eran perfectos, y simplemente no podía resistirse a ellos.
Tras un breve silencio, el sonido de ramas crujientes llenó el aire. Emma sabía que habían retomado su forma humana, pero no se atrevió a mirar hasta que escuchó sus pasos acercándose.
Respiró hondo, tratando de calmar el torbellino en su interior. Su naturaleza volvía a decirle que no había razón para sentirse incómoda al verlos desnudos, pero su cuerpo tenía otra opinión. Algo en su interior se removió con fuerza, un latido profundo y no muy desconocido la descolocó.
Entonces, como un destello fugaz, la imagen de Rowan emergiendo del lago cruzó su mente. Su rostro se calentó al instante, y la confusión la golpeó de nuevo. ¿Por qué pensaba en él cuando tenía a sus compañeros justo frente a ella?
—¿En qué piensas? —gruñó Sebastián, mirándola como si pudiera leer su mente.
Emma alzó la vista y, al hacerlo, el aire se atascó en su garganta. La luz del sol se filtraba entre las hojas, iluminando sus torsos desnudos con un resplandor dorado. La visión la golpeó con fuerza. Sebastián estaba peligrosamente cerca. Cada línea de su torso firme y esculpido parecía hecha para intimidar, para atraer, para recordar exactamente lo que era: un guerrero, un depredador… un alfa.
Las dos cicatrices que cruzaban su pecho y abdomen no restaban atractivo; al contrario, lo hacían más letal, más real. Una parte de ella quiso alargar la mano y recorrerlas con los dedos, sentirlas bajo su tacto, confirmar que él estaba aquí, tan sólido como la atracción que el vínculo empezaba a imponerle.
Se obligó a apartar la vista antes de caer más profundo en ese abismo. No quiso mirar a Marcus, temiendo delatar el descontrol en su mente, pero su presencia era igual de envolvente, intensa sin necesidad de palabras.
Cuando volvió a levantar la mirada, se encontró con los ojos oscuros de Sebastián, perforándola con un escrutinio que la hacía sentir desnuda. A su lado, Marcus también la observaba, aunque con una expresión más contenida, paciente… estudiando cada gesto.
Por suerte no estaban desnudos, no al menos de la cintura para abajo.
—Nada importante —mintió, desviando la vista con fingida indiferencia.
Sebastián soltó un resoplido, claramente sin creerle, pero cuando notó cómo su mirada lo recorría y el rubor se extendía por su piel, una sonrisa de suficiencia curvó sus labios.
—¿Estás dispuesta a escucharnos? —La voz de Marcus cortó la tensión, arrastrándola de vuelta a la realidad.
Emma enderezó los hombros y los miró directamente, obligándose a retomar el control de sus pensamientos.
—Si. —Respondió.
Sebastián apoyó un hombro contra un árbol, observándola con una intensidad que casi la hacía tambalearse. Marcus tomó la palabra, con su tono grave llenando el silencio.
—Un rey alfa debe ascender con su Luna a su lado. Es una ley inquebrantable del consejo. Eso ya te lo habíamos dicho
Cuando Sebastián continuó, su voz estaba llena de ira contenida:
—Cuando un rey asciende, jura lealtad absoluta al Concejo. Y ese juramento no es simbólico. Es una atadura. Nos impide desafiar sus decisiones, especialmente las relacionadas con la magia.
Emma frunció el ceño, tratando de entender lo que decían.
—¿Qué tanto sabes del concejo? —preguntó Marcus, observándola con interés.
Emma recordó lo que Rowan le había contado y explicó lo que sabía.
Los príncipes se miraron. Una conversación silenciosa parecía desarrollarse entre ellos. Emma los observó, notando la tensión en sus posturas. Finalmente, Sebastián habló:
—Eso no es todo. Durante generaciones, han eliminado a cualquier ser que consideren una amenaza. Lobos, brujas, vampiros... Si poseen un poder que el concejo no puede controlar, son eliminados.
Marcus asintió lentamente, con una mirada sombría.
—Cada rey que asciende debe jurar lealtad y obediencia al concejo. Si se niega, no solo es destituido. Él, junto con su linaje, es exterminado.
Sebastián se inclinó hacia adelante, su voz ahora se hizo más grave.
—Nuestros padres nos contaron sobre el rey vampiro, Dorian Kael, que ascendió con su Tua Cantante, una bruja llamada Sylva. Ella tenía el don de ver el interior de cualquier persona, entrar en su mente y descubrir sus secretos, y, lo más peligroso de todo, bloquear y disminuir el poder de otros y el suyo mismo, por eso pudo esconderse y gobernar. Durante años, el Concejo no supo quién era realmente. Hasta que quedó embarazada.
Emma contuvo el aliento.
—Cuando estaba por dar a luz, su barrera se rompió por un breve instante —continuó Sebastián, con la mandíbula tensa. —Y eso bastó. El Concejo no dudó. La eliminaron casi al instante.
Emma sintió que el peso de la verdad caía sobre ella, con cada pieza encajando lentamente en su lugar.
Marcus continuó, con una mirada sombría:
—Las brujas nunca se sometieron completamente al consejo. Aquellas cuyo poder se consideraba peligroso fueron eliminadas, sin importar cuantas bajas tuvieran, el concejo no se detuvo. Solo sobrevivieron las que aceptaron someterse o aquellas cuyo poder no era una amenaza.
Emma sintió un escalofrío recorrer su espalda.
—¿Entonces? —preguntó, queriendo que continuaran con su relato.