Soy Bárbara Pantoja, cirujana ortopédica y amante de la tranquilidad. Todo iba bien hasta que Dominic Sanz, el cirujano cardiovascular más egocéntrico y ruidoso, llegó a mi vida. No solo tengo que soportarlo en el hospital, donde chocamos constantemente, sino también en mi edificio, porque decidió mudarse al apartamento de al lado.
Entre sus fiestas ruidosas, su adicción al café y su descarado coqueteo, me vuelve loca... y no de la forma que quisiera admitir. Pero cuando el destino nos obliga a colaborar en casos médicos, la línea entre el odio y el deseo comienza a desdibujarse.
¿Puedo seguir odiándolo cuando Dominic empieza a reparar las grietas que ni siquiera sabía que tenía? ¿O será él quien termine destrozando mi corazón?
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Atracción.
Bárbara le sonrió de manera tranquila, con su mano aún descansando sobre su hombro. Ella sabía que la situación era compleja, pero al menos podía darle un poco de consuelo, aunque fuera momentáneo.
—Sabes que siempre puedes contar conmigo —dijo, con sus ojos brillando con una sinceridad que solo aquellos que compartían una experiencia tan intensa podían comprender.
Dominic asintió lentamente, agradecido, pero no habló más. La tensión en su cuerpo comenzó a disminuir, y aunque el dolor de la pérdida seguía allí, sabía que no estaba solo. Por un momento, Bárbara lo había sacado de su mente oscura, llevándolo hacia un lugar más tranquilo.
Sin decir nada más, Bárbara se levantó y le ofreció una mano para ayudarlo a ponerse de pie. Dominic la miró, sorprendido por su gesto. Él se puso de pie, y juntos caminaron hacia la pequeña ventana del consultorio, mirando la vista del hospital iluminado por las luces de la ciudad.
El silencio entre ellos se llenó de una calma reconfortante, como si ambos pudieran entender que, aunque la vida seguía siendo dura y a veces no tenía respuestas, siempre habría momentos como ese en los que podrían encontrar algo de paz, aunque fuera por un breve instante.
Dominic, finalmente, rompió el silencio.
—¿Sabes qué? Tal vez mañana será un mejor día.
Bárbara sonríe, sintiendo una calidez en su pecho al escuchar esas palabras.
—Lo será.
Ambos regresaron a sus apartamentos cuando su turno finalizo, y él decidió dormir con ella.
Al siguiente dia, la sala de descanso del hospital estaba casi vacía. Eran apenas las seis de la tarde, y la mayoría de los empleados del dia, ya se habían ido a casa, dejando atrás una calma inusual para un hospital tan ajetreado. Dominic estaba de pie junto a la máquina de café, observando pensativo el contenido de su taza. A pesar de estar en su turno, su mente no dejaba de volver a la idea de esa mañana, cuando se despidió de Bárbara con un beso rápido y promesa de verse después.
Lo que más le gustaba de su relación con Bárbara era la forma en que ambos se comprendían incluso en los momentos más complicados del trabajo. A veces, las horas de cirugía o las emergencias lo alejaban de ella, pero siempre había algo que los unía: su pasión por la medicina y su capacidad para desconectarse de la rutina y disfrutar de esos momentos pequeños pero intensos.
Bárbara, apareció en la puerta. Llevaba el cabello recogido en una coleta desordenada y su bata blanca estaba arrugada, como si el día la hubiese estrujado. Pero, aun así, en sus ojos brillaba una chispa juguetona que no pasaba desapercibida para Dominic.
—¿Ya terminaste con la paciente de la rodilla? —preguntó Dominic, sonriendo mientras se acercaba a ella, dejando su taza sobre la mesa.
—No, pero la cirugía fue más rápida de lo que pensaba. Pensé que podríamos aprovechar este descanso para... relajarnos un poco —respondió Bárbara, caminando hacia él con una sonrisa cómplice. Se detuvo justo frente a él, mirando sus ojos con intensidad.
Dominic arqueó una ceja, intrigado. —¿Relajarnos? ¿Aquí, en el hospital? ¿A estas horas?
—¿Por qué no? —Bárbara se acercó un poco más, sus dedos rozando los de Dominic. —Siempre es divertido romper un poco las reglas, ¿no?
Dominic sonrió y la atrajo hacia él, atrapándola en un abrazo fugaz, pero lleno de electricidad. Ella se dejó abrazar por un momento antes de separarse ligeramente, mirando sus labios con picardía.
—Sabes que no me puedo resistir a ti cuando te pones así, no te había visto en todo el dia —dijo Dominic en voz baja, con su aliento acariciando su oído.
Bárbara, con un destello de travesura en los ojos, lo miró fijamente.
—Y tú sabes que soy muy buena guardando secretos.
A medida que el silencio se instalaba entre ellos, la tensión en el aire crecía. Era como un juego de miradas y susurros, donde ambos sabían exactamente lo que sucedería si uno de ellos tomaba el siguiente paso. Pero en ese momento, el sonido de unos pasos en el pasillo los hizo separarse rápidamente, justo a tiempo para que una enfermera entrara en la sala de descanso, sin sospechar nada.
—Oh, pensé que la sala estaba vacía ¿Hay café?—preguntó la enfermera, mirando a ambos con una ligera curiosidad.
Dominic y Bárbara compartieron una mirada rápida, riendo suavemente por lo bajo.
—Si.
—Solo estábamos tomando un descanso —dijo Bárbara, volviendo a su tono profesional mientras se apartaba de Dominic y tomaba una taza de café.
La enfermera sonríe, toma café en su taza y sale de la habitación, dejándolos una vez más a solas.
Dominic la mira, y con una sonrisa torcida.
—Creo que esto puede esperar hasta después de nuestro turno, ¿no?
Bárbara lo observa, sus labios curvándose en una sonrisa seductora.
—Quizá tengas razón. Pero... no prometo que no se me ocurra algo más antes de que termine la noche.
La química entre ellos era innegable, y aunque su trabajo los unía a diario, era evidente que el juego de miradas y palabras nunca dejaba de ser parte de su vida juntos, incluso en el ajetreo de un hospital. Y aunque el lugar no era el más adecuado para su romance, los dos sabían que siempre encontrarían una forma de estar cerca, incluso en los momentos más inesperados.
Ambos se quedaron en silencio por un momento, observándose como si en ese breve espacio de tiempo todo lo demás desapareciera. Al final, Bárbara fue la que rompió el hechizo.
—Lo peor de todo es que en este lugar siempre estamos rodeados de gente, incluso cuando creemos que estamos a solas —dijo ella con un tono suave, pero reflexivo, mientras se apartaba un poco de Dominic.
Dominic sonrió, aunque algo en su rostro revelaba que estaba pensativo.
—Tienes razón. Aquí nunca se sabe cuándo aparece alguien.
—Es lo que pasa cuando trabajas en un hospital —responde Bárbara, mirando hacia la puerta con una ligera mueca. —Pero también tiene sus ventajas, ¿verdad? —su mirada se deslizó hacia Dominic, que no pudo evitar sonreír ante la insinuación en sus palabras.
—Claro, muchas ventajas —responde él, con su voz más grave mientras se acercaba un poco más a ella. El calor entre ambos aumentó, pero ahora sabían que debían tener cuidado. El hospital era un lugar con reglas, y aunque en su vida personal ellos no las seguían siempre, su profesionalismo no podía fallar.
Justo cuando parecía que las tensiones iban a volver a desbordarse, el sonido de un teléfono rompió el silencio, seguido de unos pasos apresurados por el pasillo. Bárbara se apartó rápidamente, pero no sin antes lanzar una última mirada a Dominic. Ella sabía que en cualquier momento podrían retomar lo que habían comenzado.
—Esto no ha terminado —susurró ella, antes de salir de la sala de descanso, dejándolo solo por unos segundos.
Dominic se quedó allí, con una sonrisa en el rostro, y su virilidad muy dura, escuchando cómo sus pasos se desvanecían mientras regresaba a su área.
"Esto no ha terminado"pensó para sí mismo, repitiendo las palabras de Bárbara en su mente. Había algo en su mirada que le prometía más, algo que iba más allá de la tensión de aquel momento.
Bárbara estaba concentrada en la operación, sus manos firmes mientras manipulaba las herramientas con precisión. Aunque el ambiente del quirófano siempre era serio y profesional, había algo que la mantenía alerta más allá de la cirugía en sí. Cada vez que miraba hacia un lado, sus ojos se encontraban brevemente con los de Dominic, quien estaba revisando los resultados de una prueba en la mesa contigua.
Aunque ninguno de los dos lo mencionó, la chispa entre ellos era imposible de ignorar. Habían compartido innumerables momentos como este: trabajando juntos en el quirófano, sus mentes enfocadas en salvar vidas, pero el uno del otro no podía alejarse del todo. Había algo en el aire que les decía que, aunque el mundo seguía girando alrededor de ellos, siempre se encontraban, siempre había una conexión.
—¿Cómo vamos con el drenaje? —pregunta Dominic, levantando la mirada y dirigiéndose a Bárbara, su tono completamente profesional.
—Todo en orden. En unos minutos estaremos terminando. —Bárbara sonrió sin que se notara demasiado, como si estuviera celebrando una pequeña victoria personal. Sabía que su habilidad como cirujana era indiscutible, pero había algo en ese momento que la hacía sentirse más conectada a Dominic que nunca.
La cirugía concluyó con éxito, y ambos se sintieron aliviados al ver que el paciente estaba fuera de peligro. Mientras el equipo de enfermería comenzaba a limpiar la mesa y preparar el área para el siguiente procedimiento, Bárbara se dirigió a Dominic.
—No puedo creer que hayas mantenido esa calma durante toda la cirugía —le dijo en voz baja, mientras ambos salían del quirófano. —Sé que eres bueno, pero no tenía idea de lo increíblemente paciente que puedes ser.
Dominic sonrió, bajando la voz para no ser escuchado por los demás. —La paciencia es una virtud que he aprendido a desarrollar... especialmente cuando tengo que esperar a que termine todo esto para poder ver a una cirujana muy atractiva.
Bárbara se giró, sorprendida por el tono de su voz, y no pudo evitar reír. —Tienes que dejar de hacerme esos comentarios cuando estamos trabajando, sabes que no puedo concentrarme.
—¿Qué quieres que haga? ¿No es cierto? —respondió Dominic, guiñándole un ojo mientras los dos se adentraban nuevamente en el pasillo del hospital.
Ambos sabían que el día había llegado a su fin, pero el deseo de estar juntos seguía latente. Aunque las responsabilidades laborales los mantenían ocupados, en esos pequeños momentos de complicidad, podían recordar que existía algo más entre ellos. Algo que no necesitaba ser dicho, pero que siempre estaba presente.
La noche había caído, y el hospital comenzaba a relajarse un poco. Los turnos de emergencia seguían su curso, pero en ese rincón del mundo, en medio de los pasillos y las salas de operaciones, Dominic y Bárbara sabían que encontrarían una forma de estar juntos, no importa lo que sucediera. Y mientras todo seguía su curso, ambos esperaban con ansias la próxima oportunidad para robarse un beso, un suspiro, o incluso solo una mirada cómplice.
El hospital ya estaba mucho más tranquilo. Bárbara había terminado su última consulta y se encontraba en su oficina, organizando algunos papeles antes de irse a casa. Había sido un día largo, lleno de tensiones, emergencias y momentos complicados. Sin embargo, todo lo que había sucedido en el quirófano y en las horas de trabajo se desvanecía de su mente cuando pensaba en él. Dominic.
Recordó la breve conversación que habían tenido en el quirófano, la forma en que él la había mirado con esa mezcla de admiración y deseo. Era una sensación extraña, saber que siempre había algo más entre ellos, incluso cuando sus responsabilidades como profesionales los mantenían ocupados.
Bárbara estaba a punto de cerrar su computadora cuando su teléfono vibró en la mesa. Al mirar la pantalla, vio el nombre de Dominic.
“Nos vemos en el parqueo en 10 minutos. Te espero, preciosa.”
El mensaje era corto y directo, pero el simple hecho de verlo hizo que el corazón de Bárbara latiera con más fuerza. Sonrió, sintiendo una oleada de calor en su pecho. Estaba cansada, sí, pero el pensamiento de estar con él, incluso si solo eran unos minutos, le llenaba de energía.
Rápidamente guardó su bolso, apagó su computadora y se levantó de su escritorio. Antes de salir, echó un vistazo al pasillo, asegurándose de que no hubiera más emergencias que atender. El hospital se estaba vaciando lentamente, y lo único que quedaba era el trabajo rutinario de los que seguían en turno.
Salió por la puerta trasera, donde sabía que los pasillos no estaban tan llenos. Mientras caminaba hacia el estacionamiento, su mente se llenó de pensamientos sobre lo que sucedería. Dominic siempre había sido un hombre que sabía cómo hacerla sentir especial, incluso cuando estaban rodeados de caos.
Esta vez no sería diferente.
/Shy/