Mucho antes de que los hombres escribieran historia, cuando los orcos aún no habían nacido y los dioses caminaban entre las estrellas, los Altos Elfos libraron una guerra que cambiaría el destino del mundo. Con su magia ancestral y su sabiduría sin límites, enfrentaron a los Señores Demoníacos, entidades que ni la muerte podía detener. La victoria fue suya... o eso creyeron. Sellaron el mal en el Abismo y partieron hacia lo desconocido, dejando atrás ruinas, artefactos prohibidos y un silencio que duró mil años. Ahora, en una era que olvidó los mitos, las sombras vuelven a moverse. Porque el mal nunca muere. Solo espera...
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Las Hijas de las Sombras
Mientras la ciudad de los asesinos caía a pedazos, Pandora escapaba entre sombras, fuego y muerte. Junto a sus fieles hermanas—las legendarias Hijas de la Sombra—huían con un único propósito: encontrar a Vorn y formar el próximo movimiento en la guerra.
Thaira, siempre la primera en detectar lo imposible, gritó mientras corrían por los techos:
—¡Mi señora! ¿Qué haremos? La ciudad ha caído… ¡los hipogrifos ya deben estar muertos! ¡No podremos escapar por el aire!
Erisla, práctica y calculadora, respondió con frialdad:
—Obvio. Iremos por las cloacas, al sur, cerca del río. Salimos por ahí y viviremos.
Zhaira, la más precavida, susurró:
—Ese plan es una apuesta. Puede que las bestias ya las hayan tomado. Sugiero avanzar hacia las puertas, en silencio… sin contacto.
Vaelis, de mirada felina, observaba el cielo iluminándose:
—Pandora, debemos decidir. El sol se aproxima. Aprovechemos la oscuridad, o no saldremos nunca.
Pandora, derrotada, con la mirada perdida, no encontraba palabras. La derrota de Alastor pesaba como una losa en su alma. Entonces, Thaira, su guardiana más leal, la sacudió:
—¡Mi señora, reaccione! ¡Las hijas de la noche la necesitan!
Respirando hondo, Pandora volvió al mando.
—Usaremos los túneles antiguos. Llegan hasta el cementerio. Nyxara dejó caballos allí. Mantengan la formación. Y recuerden… silencio.
Las asesinas corrían como sombras entre techos y humo, viendo cómo los berserkers encadenaban a los suyos, y los guargos devoraban cadáveres.
—Cuando hallemos a Vorn —dijo Selena, con los ojos encendidos de furia—, retomaremos esta ciudad. Con justicia.
Pero un orco los divisó y gritó:
—¡¡Asesinos, en los techos!! ¡Mátenlos!
Pandora reaccionó al instante.
—¡Divídanse! ¡Sigan el plan! ¡Maten si es necesario… pero no mueran!
Pero al exclamar tales palabras Mirelda y su escuadra fueron las primeras en caer, emboscadas brutalmente. Murieron peleando, y sus cuerpos alimentaron la sed de los orcos.
Pandora alcanzó el punto de encuentro.
—¡Monten defensa! Esperaremos cinco minutos… ¡ni uno más!
Kaelistra, herida pero firme, llegó corriendo.
—¡Vienen! Pero no llegamos a tiempo… los orcos están aquí.
Pandora empuñó sus dagas.
—Entonces moriremos como sombras. ¡Firmes! ¡No caeremos aquí!
En esos minutos, las que sobrevivían regresaban. Pero cuando todas parecían haberlo logrado, una se detuvo. Lilithar, la más temida de las hermanas, se plantó frente al enemigo.
—¡Pandora! ¡Ve y busca a Vorn! ¡Vengan nuestra ciudad!
Un orco la apuñaló, riendo.
—¡Mueres en vano, mujer!
Lilithar sonrió con los labios rotos.
—No muero en vano… muero con honor.
Activó una bomba de fuego oscuro y todo el túnel colapsó en una explosión que sepultó a los perseguidores.
Pandora y las sobrevivientes cruzaron el cementerio al amanecer, cubiertas de sangre y hollín mientras la dama Drakena, la más vieja de las hijas, preguntó con voz quebrada:
—Mi señora… ¿y ahora?
Con lágrimas y furia contenida, Pandora respondió:
—Monten. Nos dividiremos. Busquen a Vorn. Envíen mensajes con las águilas. Y por favor… no mueran.
Sin mirar atrás, se separó de su hermandad. Sabía que volverían. Que la sangre caída sería vengada. Que las sombras jamás mueren… solo se ocultan hasta que cae la noche otra vez.
sigan así /CoolGuy/
me encanta!!!