Gabriel Moretti, un CEO perfeccionista de Manhattan, ve su vida controlada trastocada al casarse inesperadamente con Elena Torres, una chef apasionada y desafiante. Sus opuestas personalidades chocan entre el caos y el orden, mientras descubren que el amor puede surgir en lo inesperado.
NovelToon tiene autorización de maitee para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Una Cena Inesperada
Capítulo 20
El amanecer trajo consigo una claridad inquietante para Gabriel Moretti. Mientras la luz entraba por las ventanas de la cabaña, se encontró despierto antes de que sonara su alarma, algo inusual en su rutina controlada. Su mente seguía ocupada en la conversación con Elena de la noche anterior. Por primera vez, las certezas de su vida parecían tambalearse.
El sonido de la cafetera lo sacó de su ensimismamiento. Se levantó, se puso una camisa blanca y bajó las escaleras. Allí estaba Elena, de espaldas, preparando el desayuno con el cabello recogido desordenadamente. La calidez del momento lo sorprendió. Era simple, cotidiano… y Gabriel lo encontró, extrañamente, agradable.
“¿Buenos días?” dijo, más como una pregunta que como un saludo.
Elena volteó y le sonrió con naturalidad. “¿Te has despertado temprano por voluntad propia o tu obsesión por el control te hizo levantarte?”
Gabriel esbozó una media sonrisa. “Digamos que fue… la costumbre.” Se sentó en la mesa mientras ella servía café en dos tazas.
“Bueno, aquí no hay relojes que te persigan, así que relájate.”
“Eso intento,” murmuró, más para sí mismo que para ella.
Elena tomó asiento frente a él, dejando un plato con tostadas y huevos. “Por cierto, anoche estuve pensando en algo.”
Gabriel arqueó una ceja, siempre atento a los anuncios de Elena. “¿Debo preocuparme?”
“Depende,” respondió con un tono juguetón. “¿Qué te parece si hoy salimos? Hay un pequeño pueblo cerca de aquí, y tienen un restaurante que hace la mejor comida casera de la región.”
Gabriel frunció el ceño, como si el simple hecho de salir de la cabaña rompiera alguna regla interna. “¿Salir? Creí que la idea era descansar aquí.”
Elena negó con la cabeza, riendo. “Descansar no significa encerrarse. Además, te hará bien un poco de aire fresco. Vamos, Gabriel, no seas tan rígido.”
Él suspiró, dándose por vencido. “Está bien. Pero tú manejas.”
“¡Eso ya lo sabía!” exclamó Elena, riendo mientras daba un sorbo a su café.
Horas más tarde, iban camino al pequeño pueblo en el coche de Gabriel, aunque era Elena quien conducía. La carretera sinuosa parecía sacada de un cuento, rodeada de árboles con hojas de un verde vibrante y pequeños destellos del sol que se filtraban entre las ramas. Gabriel miraba por la ventana, sorprendido de lo relajante que era el viaje.
“No puedo creer que estés tranquilo sin revisar tu teléfono cada cinco minutos,” comentó Elena con una sonrisa burlona.
Gabriel giró la cabeza hacia ella y soltó una risa ligera. “No creas que no he pensado en él. Pero tú tienes razón: no pasará nada si me desconecto unas horas.”
“Vaya, eso sí que es un progreso,” respondió Elena, divertida.
Llegaron al pueblo al mediodía. Las calles eran pequeñas, llenas de adoquines, y las casas coloridas parecían salidas de otra época. Elena estacionó el auto frente a un restaurante con un letrero antiguo que decía: “La Casa de Luisa”.
“Espero que estés listo para probar el mejor estofado de tu vida,” dijo Elena mientras bajaban del auto.
Gabriel, aún desconfiado de todo lo que se alejaba de su mundo habitual, la siguió sin quejarse. El lugar era acogedor, con mesas de madera y un aroma que hizo que hasta Gabriel sintiera hambre.
“Luisa es la dueña,” explicó Elena mientras los guiaba hacia una mesa junto a una ventana. “La conozco desde hace años. Casi me adopta la primera vez que vine.”
Minutos después, una mujer mayor y sonriente apareció frente a ellos. “¡Elena! ¡Mi niña!” exclamó, abrazándola con fuerza. Luego, sus ojos se clavaron en Gabriel, estudiándolo de arriba abajo. “¿Y este caballero?”
Gabriel se puso de pie con educación, extendiéndole la mano. “Gabriel Moretti, un gusto.”
Luisa lo ignoró y miró a Elena con picardía. “¿Es tu novio?”
“Algo así,” respondió Elena con una sonrisa nerviosa, sin entrar en detalles.
Gabriel, sorprendido, no corrigió la afirmación. Una parte de él no quiso hacerlo.
Luisa les sirvió un estofado que, como había prometido Elena, era delicioso. Gabriel comía en silencio, observando cómo Elena conversaba con Luisa y algunos clientes que la saludaban con familiaridad. La veía reír, bromear y ser ella misma, y no pudo evitar pensar en lo diferente que era de las mujeres con las que él solía estar. Ella no necesitaba presumir ni impresionar a nadie. Elena simplemente era.
“¿Qué miras tanto?” preguntó Elena, sacándolo de su ensimismamiento.
Gabriel negó con la cabeza. “Nada. Solo… te ves feliz aquí.”
Elena sonrió con sinceridad. “Lo estoy. Este lugar me recuerda que la vida es más simple de lo que parece.”
Gabriel dejó los cubiertos y la miró directamente. “¿Alguna vez pensaste en quedarte aquí?”
Elena lo miró con sorpresa. “¿Por qué preguntas eso?”
“Porque a veces creo que esta vida encaja contigo más que la ciudad.”
Elena sostuvo su mirada. “Quizás. Pero la vida siempre nos lleva por caminos inesperados.”
De regreso a la cabaña, el silencio en el auto fue cómodo. Gabriel conducía esta vez, y aunque no lo decía en voz alta, se sentía diferente. Las horas en aquel pueblo le habían mostrado algo nuevo, algo fuera de su control. Algo que, de alguna manera, lo atraía.
Mientras estacionaba el auto, Gabriel miró a Elena. “Gracias por hoy.”
Ella sonrió, desabrochándose el cinturón. “De nada. A veces, necesitas recordatorios de lo que importa.”
Gabriel no respondió, pero sus ojos lo dijeron todo. Al bajar del auto, se quedó mirando el cielo estrellado, algo que jamás hacía en Manhattan.
Por primera vez en años, se sintió en paz.