Alonzo es confundido con un agente de la Interpol por Alessandro Bernocchi, uno de los líderes de la mafia más temidos de Italia. Después de ser secuestrado y recibir una noticia que lo hace desmayarse, su vida cambia radicalmente.
•|•|•|•|•|•|•|•|•|•|•|•
Saga: Amor, poder y venganza.
Libro I
NovelToon tiene autorización de Wang Chao para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 19. También es mío.
—¿Crees que es tan fácil tomar una decisión así? —dijo Alonzo, aún de espaldas a Alessandro, con la voz cargada de una irritación palpable. Permaneció en silencio unos segundos, dejando que la tensión se acumulara en el ambiente antes de girarse lentamente hacia él. Su mirada reflejaba la tormenta de emociones que lo agitaban por dentro—. Es una vida más... y apenas me he enterado. ¿De verdad piensas que ya tengo una decisión tomada?
Alessandro, con su postura firme y sus brazos cruzados, lo miraba con una mezcla de frialdad y determinación. Mantuvo su expresión seria mientras sus ojos se clavaban en Alonzo con intensidad.
—Lo sé —respondió, con voz baja pero firme—. Sin embargo, no tienes mucho tiempo para pensarlo. Ahora tienes un mes y medio. Si decides tenerlo, debes apresurarte o será demasiado tarde. No será... legal.
Alonzo lo miró, incrédulo. El silencio se hizo pesado en el aire, y luego una sonrisa irónica se dibujó en sus labios mientras lo analizaba con una mezcla de desdén y desconcierto.
—¿Legal? —repitió, entre risas secas que parecían más de incredulidad que de alegría—. ¿Un criminal preocupado por la legalidad? Es la mejor broma que he escuchado.
Alessandro apretó los dientes, irritado por la burla de Alonzo, pero mantuvo el control. No estaba acostumbrado a que alguien cuestionara su autoridad de esa manera, y menos en una situación como esta.
—Esto —Alonzo señaló su abdomen, manteniendo la mirada desafiante—, es mi problema y únicamente mío. Usted, señor Alessandro, no tiene derecho a entrometerse en mi vida ni en mis decisiones.
Las palabras de Alonzo golpearon a Alessandro como un reto directo. Sintió la rabia bullir en su interior, pero controló sus emociones, como siempre lo hacía. Su rostro se endureció mientras se acercaba con pasos lentos y calculados, su mirada afilada y penetrante recorriendo a Alonzo de pies a cabeza.
—Escucha bien, Alonzo —murmuró, con una frialdad helada en su voz, mientras sus ojos parecían atravesarlo—. No es solo tu decisión. Ese bebé también lleva mi sangre, también es mío, y no pienso ignorarlo.
—¿De verdad le importa lo que pase con él? —replicó Alonzo con escepticismo, sus ojos entrecerrados mientras lo desafiaba con una pregunta que no esperaba respuesta.
—Lleva mi sangre —respondió Alessandro con voz firme, ignorando el desafío implícito—. Ese niño, si llega a nacer, es quien va a heredar el negocio.
La expresión de Alonzo se endureció ante la respuesta. El simple pensamiento de que su hijo o hija estuviera destinado a seguir el mismo camino de criminalidad y peligro que Alessandro le resultaba repugnante. No quería ese futuro para la criatura que aún no había decidido si traería al mundo.
—¿Está tan seguro de que este hijo es suyo? —preguntó Alonzo, su voz gélida, mientras dejaba la incómoda pregunta en el aire, observando cómo la duda cruzaba fugazmente el rostro de Alessandro.
Alessandro parpadeó, y por un breve instante, el control que siempre lo caracterizaba pareció tambalearse. Su mandíbula se tensó, y su mirada se oscureció al asimilar esa posibilidad. No había contemplado que el niño pudiera no ser suyo.
—¿Qué haría si resultara no ser su hijo? —continuó Alonzo, sin darle tregua—. ¿Estarías dispuesto a criarlo como propio? Yo creo que no, así que no se preocupe. Me las arreglaré solo, como siempre lo he hecho.
La respuesta de Alonzo pareció sorprender a Alessandro. Lo observó en silencio por unos instantes, su mirada impenetrable y fría como el acero. Luego asintió lentamente.
—De acuerdo, no me entrometeré. —La calma de su respuesta desconcertó a Alonzo, quien no esperaba que Alessandro aceptara tan fácilmente—. Pero, si lo dices así, entonces es porque planeas tenerlo, ¿verdad? Te quedarás aquí hasta que podamos hacer una prueba de ADN y verificarlo.
—Aún no he decidido si lo tendré o no —reclamó Alonzo, alzando la voz con un tono desafiante que resonó en la habitación.
—Eso no cambia nada. —Alessandro lo miró con una mezcla de superioridad y frialdad—. Te quedarás aquí, incluso si decides abortar. No olvides que, aunque creas tener el control de tu vida, en este momento eres mi rehén, y yo decido lo que pasa contigo. No intentes desafiarme, Alonzo.
La amenaza flotó en el aire, marcando el tono definitivo de la conversación. Alonzo sintió un nudo en el estómago, pero no bajó la mirada. Sabía que no podía enfrentarse a Alessandro en términos de poder, pero no iba a dejar que esa verdad lo quebrara.
Sin decir más, Alessandro se giró y salió de la habitación, dejando a Alonzo con sus pensamientos, en medio de la oscuridad y el silencio.
—¡Aaaah, maldita sea! —gritó Alonzo, dejando salir toda su frustración contenida. Con rabia en los ojos, agarró la silla que estaba perfectamente colocada en una esquina de la habitación y, en un arrebato de ira, la lanzó con toda su fuerza hacia el ventanal, como si al hacerlo pudiera romper las barreras físicas y emocionales que lo mantenían atrapado. La silla chocó con el vidrio reforzado, pero este ni siquiera se inmutó; estaba diseñado precisamente para resistir ese tipo de embates, haciéndole ver lo ilusoria que era su libertad en ese lugar.
Desesperado y agotado, se dejó caer al suelo. Sentía que estaba atrapado en una pesadilla de la que no podía despertar. Cerró los ojos con fuerza, como si al abrirlos pudiera encontrarse de nuevo en el mundo que conocía, tal vez durmiendo en la habitación de invitados en el departamento de Christian, o, mejor aún, retroceder a un tiempo mucho anterior, a esos días en que las cosas eran menos complicadas.
Recordó aquellos días con Elio, cuando su amistad era todo lo que necesitaba para sentirse completo. Se permitió imaginar, solo por un segundo, que podría haberle confesado sus sentimientos y haber sido correspondido. Pero esa esperanza se desvanecía rápidamente, y la realidad le caía encima con el peso de una losa. Estaba encerrado en una lujosa prisión, rodeado de lujo pero vacío de libertad. Para colmo, ahora cargaba con la incertidumbre de un hijo que no había planeado, una vida que estaba creciendo dentro de él como resultado de su encuentro con Alessandro.
A pesar de lo que le había dicho en un intento desesperado por desafiar su control, Alonzo sabía en el fondo que Alessandro era, sin lugar a dudas, el padre. No había estado con nadie más. Esa realidad lo hacía sentirse atrapado aún más, enredado en una red de la que no sabía si podría escapar. Sabía que su vida, y la del ser que llevaba en su vientre, estaban inevitablemente ligadas a la del hombre que lo tenía prisionero.
Alonzo suspiró, sintiendo cómo la desesperanza lo invadía, mientras su mente buscaba respuestas en medio del caos. Sabía que la situación era sombría, que Alessandro no era el tipo de hombre que le permitiera tomar decisiones sin consecuencias. Estaba atrapado en un juego de poder y posesión del que no sabía cómo escapar, y cada minuto en aquella lujosa prisión le recordaba la fragilidad de su libertad y la oscuridad de su futuro.