Precuela de la saga colores
Emiliana Roster quedará atrapada en un matrimonio impuesto que sus hermanos arreglaron para salvarla del despiadado Duque Dorian Fodewor. Creyendo que todo fue una conspiración para separarla del que creía ser el hombre de su vida, intentará luchar en contra de lo que siente por Lord Sebastian, el desconocido que ahora es su esposo.
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20. La extraña carta
...EMILIANA:...
Pasaron cuatro días y pude salir de la cama después de mi ciclo. Sebastian durmió a mi lado y me llevaba comida a la habitación, el resto del día atendía sus asuntos y me dejaba descansar, hasta que ya no tuve ninguna molestia.
Sebastian estaba de cabeza metido en el sótano cuando bajé de la habitación, Miguelo fue en el encargado de informarme y me adentré escaleras abajo debajo de la mansión.
Me aproximé a donde se hallaba quitando las hojas secas de algunas plantas.
— Oh, Emiliana, estaba tan concentrado que no te oí venir — Dijo, cuando se dió cuenta de que estaba de pie a su lado.
— ¿Cómo vas con las plantas?
Hizo un gesto de frustración — No muy bien, no están reaccionando favorablemente a los cuidados.
Observé la mesa — Tienes razón, necesitan sol — Todas tenían semblante decaído, incluyendo la orquídea — A pesar de eso han resistido bastante al cambio.
— Pero, aún falta mucho para que el invierno termine.
— ¿No tienes como buscar otros ejemplares?
— Tendría que viajar, pero tendré que hacerlo cuando vuelva la primavera — Dijo, vertiendo algunos líquidos sobre las plantas.
— ¿Y esos que son? — Pregunté, señalando los frascos con goteros sobre la mesa.
— Son algunos químicos para acelerar el proceso de crecimiento y también para reverdecer, espero que con esto duren más — Dijo, abriendo otro frasco para aplicar solo cuatro gotas en la planta.
— ¿Dónde los conseguiste?
Sus hombros se tensaron.
— Un conocido me las dio en uno de los viajes que hice a Hilaria — Dijo, sin apartar la vista de sus plantas.
— Debe ser un genio ¿Las hizo él?
— Así es — Dijo, sin dar muchas explicaciones, llevaba su típico delantal y sus guantes de jardinería, por lo menos allí estaba cálido gracias al horno, porque solo estaba utilizando una camisa holgada debajo y unos pantalones de lona.
— ¿Me llevarás a tus viajes?
Me observó — Por supuesto, no podré irme tanto tiempo y dejarte, ya no.
Le sonreí — Eso me alegra.
— Su hermano envió una carta — Cerró los frascos.
— ¿Con qué objeto?
— No lo sé, no la abrí — Se palpó los bolsillos — La dejé en el estudio, no pensé que ibas a bajar al sótano y la dejé sobre el escritorio. Voy a ir a buscarla.
— No, no hace falta, yo voy.
— ¿No es mucha molestia? ¿Todavía está en sus días? — Me observó con curiosidad.
— Ya no, ya estoy bien.
Su mirada se oscureció — Eso significa que pronto podremos volver a retomar lo que dejamos sin terminar.
— Así parece — Dije, con una risa nerviosa.
— Me muero por comenzar — Se mordió el labio y me estremecí.
— Iré por la carta.
Me giré y caminé hacia las escaleras del sótano.
Salí de allí con pasos rápidos, colocándome la capucha sobre la cabeza cuando salí a los jardines exteriores para entrar en la casa.
Entré en la mansión y tomé uno de los pasillos.
Al llegar al estudio, me adentré para buscar la carta que Lean había mandado. Ya sospechaba sus razones y me acerqué al escritorio, Sebastian tenía su papeleo organizado y una pila de cartas en un lado.
Las tomé para leer los sobres.
Encontré la de Lean, pero algo llamó mi atención, la esquina de un sobre sobresalía de debajo de su libro de contabilidad, en el medio del escritorio.
Tenía un color diferente, como rosa pálido.
A decir verdad, Sebastian estaba leyendo algo cuando entré en el salón, el día que su primo vino de urgencias a interrumpir nuestro momento y él parecía querer ocultarlo de mí porque lo guardó rápidamente antes de enfrentarme.
No es que desconfiara de Sebastian, pero esa actitud nerviosa no la había visto nunca en él y esa forma en que su primo llegó y se marchó, tan rápido, apenas y se detuvo a saludarme cuando lo abordé en el pasillo, ese mismo día.
No llevaba ninguna bolsa con dinero colgando, tampoco ningún bulto debajo de su chaqueta.
A decir verdad, el papel del sobre era muy parecido al que tenía Sebastian en sus manos.
Me ganó la curiosidad y levanté el libro para tomar el sobre.
No tenía dirección y estaba abierta.
Saqué la carta.
— Rossan — Fruncí el ceño, estaba firmada con un nombre de mujer, no pude evitar y leí lo que decía.
Me ganó el enojo cuando terminé y mis manos temblaron. Esa mujer estaba buscando a mi esposo, al parecer eran conocidos, según su forma de escribir y sus confesiones, ella lo amaba mucho, hasta le dió una dirección para que fuera a verla.
¿Y si era su amante? ¿Si estaban planeando un encuentro? Aquella mujer parecía desesperada por verlo.
Me llené de tristeza, si Sebastian conservó la carta quería decir que tenía planeado encontrarse con esa amada. Lo peor de todo es que mi esposo me mintió, se guardó esa carta sin decirme.
Era justo, yo también conservé las cartas de Dorian. Ahora sabía lo que dolía.
¿Y si Sebastian amaba a esa mujer?
Me sentí angustiada, si mi esposo la amaba, yo no iba a soportarlo.
No quería que me cambiara por otra o que la tuviera de amante.
Tenía que ir a ver a esa mujer.
Guardé la carta de Lean y arranqué un trozo de papel para escribir la dirección donde se estaba alojando la tal Rossan, dejé la carta donde estaba para que mi esposo no sospechara y salí del estudio con el trozo guardado en el bolsillo.
Aproveché que tenía ropas de invierno y llamé a Miguelo en el jardín, estaba sacando nieve de la entrada.
— Dígale a uno de los lacayos que aliste un carruaje.
— Sí, mi lady ¿Lord Sebastian también saldrá?
— No, yo iré al puerto a comprar algo, él ya está al tanto — Dije, impaciente, no quería que Sebastian me viera salir, debía aprovechar que estaba en el sótano.
— Con este invierno no creo que haya muchos sitios abiertos — Comentó y negué con la cabeza.
— Solo iré por otro abrigo nuevo y más cálido.
Tal vez mi esposo se estuviese enamorando de mí, pero si tenía un amor fuerte del pasado que todavía quería, no iba a valer de nada. Tanto que me reprochó, tantos problemas que tuve por el capricho que tenía por el duque y resulta que él también tenía un amor, no solo eso, planeaba encontrarse con ella.
No iba a permitir que se burlara de mí, si él quería tener a su amor de amante o preferir a esa fulana, entonces yo me marcharía para siempre y le dejaría el camino libre, era lo justo, pero no permitiría que me tuviera a su lado engañada.
Me dolía de solo imaginarlo, me dolía mucho, porque Sebastian era el hombre por el que realmente sentía algo, algo hermoso y que pensara en otra o amase a otra, me quemaba por dentro.
Si no sintiera nada, él me habría dicho, no me hubiese ocultado que había una mujer buscándolo.
El carruaje llegó a la entrada de la mansión y subí cuando el lacayo abrió la puerta.
Le ordené ir al puerto y partimos.
Saqué el trozo de papel de mi mano y mi garganta se agitó.
Esperaba que esa mujer no fuese tan importante, porque si no, mi matrimonio iba a volver a estar peligro.
Después de dos horas de camino, llegué al puerto, el lugar no estaba como en vereno o invierno. No había mucha gente transitado, algunos de los puestos y tiendas estaban cerrados.
El lacayo se detuvo en la plaza y bajé.
Le ordené esperar allí y caminé hacia las tiendas, cuando estuve alejada lo suficiente me desvié hacia la empinada calle que llegaba a la zona de posadas y caseríos.
Pregunté un par de veces por posada "Estancia Pasajera" hasta llegar a un edificio de tres pisos, bastante lujoso.
Entré al vestíbulo y pregunté al posadero por la tal Rossan, no quería revelar nada, pero le entregué un brazalete que llevaba puesto y accedió a decirme el número de la habitación.
Subí las escaleras de caracol hacia el segundo piso y caminé por el pasillo, buscando el número "15" hasta que me hallé de frente a la puerta.
Toqué varias veces.
La puerta se abrió.
Una mujer de piel canela y cabellos rubios rizados me evaluó, tenía los ojos verdes, vestía ropas fijas y no muy habituales, un abrigo largo de piel de lobo le cubrí la mitad del cuerpo, una falda hasta los tobillos de color crema terminaba de completar la prenda.
Era muy hermosa y mi furia crepitó.
— ¿Dígame? — Preguntó, desconcertada ante mi mirada fija y mi silencio.
— ¿Usted es Rossan?
— Así es ¿Quién es usted? — Preguntó, observando de vuelta.
— Vine... — Elevé mi barbilla — Vine en nombre de Lord Sebastian.
Se sorprendió — ¿Y quién es usted?
— Soy...
Si le decía que era su esposa, no iba a querer decir nada sobre su relación con mi esposo.
— Soy una amiga, mi nombre es Emiliana Roster — Usé mi apellido de soltera.
— Oh, encantada, soy la Duquesa Rossan Darrie de Hilaria — Hizo una reverencia y se apartó — Pasa, por favor.
Vaya, una duquesa, su amor también tenía un título importante.
Entré a la habitación, tenía paredes y suelo de mármol, también unos sillones de color rosa con ornamentos dorados.
— Siéntate.
Me senté, aguantando mis ganas de gritarle que se alejara de Sebastian, que ya estaba casado.
Se sentó en el sillón del frente, había una sirvienta y nos sirvió té a ambas, tomé mi taza y agradecí.
— ¿Así qué Sebastian te envió a verme? — Preguntó con curiosidad, bebiendo con unos modales más finos que los míos.
— Sí.
— ¿Por qué no vino personalmente?
— Está ocupado — Dije y frunció el ceño.
— ¿No estaba de viaje?
¿Cómo sabía qué Sebastian estuvo de viaje? ¿A caso llevaban tiempo conversando? Cada vez mi dolor aumentaba más.
— Sí, lo estaba.
Se alegró — ¿Ya volvió?
— Hace pocos días.
— Me da curiosidad ¿Por qué Sebastian te mandó?
— Porque quiere saber que es lo que pretendes antes de acceder a verte — Improvisé, tratando de que mi taza no se resbalara de mis manos.
Se quedó pensativa — No pretendo nada malo, solo quiero hablar con él, deseo tener la oportunidad de explicarle lo que sucedió en Hilaria y tratar de recuperarlo.
— ¿O sea qué usted y él están distanciados?
— ¿No está al tanto? — Arqueó las cejas — Si vino hasta acá en nombre de él, debe saber lo que sucedió entre nosotros. Sebastian y yo nos enamoramos en Hilaria hace dos años, lo conocí cuando estaba explorando. En mis tiempos de soltería me interesaban las especies de plantas y como los dos compartíamos esa pasión, nos juntamos a explorar, así nos conocimos.
— ¿Sus tiempos del soltería?
— Lamentablemente, mis padres me casaron con un duque, pero hace meses que falleció y decidí venir a buscarlo, pienso que nuestra historia quedó sin concluir y que tengo mucho por remediar, Sebastian es el amor de mi vida y no pienso dejarlo escapar cuando el destino me a puesto en libertad nuevamente.
Me levanté de golpe.
— ¡Escuche, lo único vine a decirle en nombre de Sebastian es que él ya está casado y que ya no tiene sentido que intente buscarlo de nuevo! — Gruñí sin poder evitarlo, la rabia y los celos me llegaban hasta la garganta — ¡Muy felizmente casado!
Soltó la taza y entornó una expresión dolida.
— No... Sebastian no puede estar casado... ¿Con quién se casó?
— Lord Sebastian tenía todo el derecho a rehacer su vida y le recomiendo que no intente acercarse a él, porque será inútil.
Escuché el llanto de un niño y la sirvienta apreció con un niño como de dos años cargado en sus brazos.
La tal Rossan se levantó de golpe, limpiando sus lágrimas y acercándose al pequeño para cargarlo en sus brazos.
— Tengo suficientes razones para hablar con él antes de irme — Dijo y mi mundo se tambaleó al ver el niño, tenía los cabellos negros como Sebastian, aunque el rostro era de su madre — Necesito ver a Sebastian, por favor señorita Emiliana, trate de convencerlo, solo será una vez.
¿Ese niño era de Sebastian?
Mi respiración se atoró.
— ¿Ese niño es su hijo?
Le acarició la cabeza al pequeño — Sí, es mi hijo y es la razón por la que debo hablar con Sebastian.
Salí rápidamente de la habitación y derramé lágrimas de dolor.