En un mundo donde las jerarquías de alfas, omegas y betas determinan el destino de cada individuo, Hwan, un omega atrapado en un torbellino de enfermedad y sufrimiento, se enfrenta a la dura realidad de su existencia. Tras un diagnóstico devastador, su vida se convierte en una lucha constante por sobrevivir mientras su esposo, Sung-min, y su hija, Soo-min, enfrentan el dolor y la incertidumbre que su condición acarrea.
A medida que los años avanzan, Hwan cae en un profundo coma, dejando a su familia en un limbo de angustia. A pesar de los desafíos, Sung-min no se rinde, buscando incansablemente nuevas esperanzas y tratamientos en el extranjero. Sin embargo, la vida tiene planes oscuros, y la familia deberá enfrentar pérdidas irreparables que pondrán a prueba el amor que se tienen.
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Fragmentos
Ryu: "¿Dónde está?", se preguntaba, mientras su respiración se aceleraba. Los médicos acudieron rápido y le administraron un tranquilizante. "Tranquilo", le dijeron. "Lo que sea que estás buscando, lo tenemos aquí."
El siguiente día, más tranquilo, Ryu finalmente recibió la noticia que cambiaría todo: estaba embarazado. Había dado a luz a un pequeño niño pelirrojo, idéntico a Lee. El bebé tenía apenas un mes de vida, pero estaba luchando por sobrevivir. Necesitaban las feromonas del alfa para ayudarlo.
Ryu, ahora más consciente, pidió ver a su hijo. Cuando lo sostuvo por primera vez, sintió cómo su corazón se llenaba de una mezcla de amor y desesperación. El bebé lucía exactamente como Lee, pero el vacío que sentía por su ausencia lo devastaba.
Sus padres adoptivos, la familia Kim, lo miraban con preocupación mientras Ryu les contaba lo que había sucedido. "Lo encontré", les dijo, con la voz quebrada. "Encontré a su hijo. Se llama Lee. Estuve viviendo con él durante tres días". Las lágrimas comenzaron a caer nuevamente, esta vez por la tristeza de no haber podido compartir esa felicidad antes.
Ryu sacó el celular con manos temblorosas, con la esperanza de hablar con Lee. Desesperadamente, llamo una y otra vez, pero no había nada. Ni un solo indicio de que Lee le contestara. "¿Por qué no responde?", se preguntaba mientras el nudo en su garganta se hacía más apretado.
Con los dedos torpes, escribió un mensaje. El texto era corto, casi desesperado: "Lee, ¿estás bien? Llámame, por favor." Pulsó enviar y observó la pantalla, esperando que apareciera el ícono de "leído". Los segundos se sentían como horas. "Vamos, por favor, léelo."
No hubo respuesta.
La ansiedad comenzaba a apoderarse de él nuevamente. ¿Y si Lee lo había abandonado? ¿Y si solo había sido un juego para él? Escribió otro mensaje, esta vez más largo, explicándole lo que había pasado, rogando por una respuesta. Pero nuevamente, nada. Ni siquiera una señal de que había visto el mensaje.
La pantalla brillaba vacía, igual que su esperanza. Ryu comenzó a hiperventilar, sintiendo cómo la desesperación lo envolvía. "¿Dónde está? ¿Por qué no me busca?". Los pensamientos lo consumían, cada uno más oscuro que el anterior. Su mente saltaba entre escenarios trágicos: "¿Me habrá olvidado? ¿Me habré equivocado con él?"
Los padres de Lee, ahora conscientes de que su hijo estaba vivo tras 27 años de incertidumbre, compartían el mismo tormento que Ryu. Habían esperado tanto tiempo, anhelando este momento, pero la ausencia de Lee los llenaba de un nuevo tipo de angustia. No sabían dónde estaba, ni por qué no había contacto.
El pequeño bebé, aún sin nombre, descansaba en los brazos de Ryu. Su fragancia a leche y suavidad llenaba el aire, envolviendo a Ryu en una calidez que contrastaba con el frío que anidaba en su corazón. Mientras lo sostenía, sentía cómo el pequeño se aferraba a él, como si intuyera el dolor que lo rodeaba.
“Te llamaré Ree Haeng”, susurró Ryu, su voz temblorosa. Cada palabra resonaba en su mente, tejiendo un lazo entre ellos. “Eres mi Ree, el más brillante en este mundo sombrío.” En ese instante, Ryu sintió que ese nombre llevaba consigo una promesa, una chispa de esperanza en medio de la tormenta.
Afuera, la noche se cernía, profunda y silenciosa. Las estrellas brillaban con una intensidad casi cruel, como si se burlaran de su desesperación. Cada parpadeo era un recordatorio de lo que había perdido: la risa de Lee, su manera de ver el mundo con optimismo, la luz que siempre encontraba en la oscuridad.
Mientras el silencio se asentaba en la casa, Ryu apretó al bebé contra su pecho. ¿Dónde estaba Lee? La pregunta se repetía en su mente, un eco constante que no lo dejaba en paz. Las horas se deslizaban como sombras, y cada rincón del hogar resonaba con el vacío de su ausencia.
El dolor se instalaba en su pecho, y Ryu se sintió abrumado. Pensamientos oscuros invadían su mente: ¿qué pasaría si Lee nunca volvía? Esa idea era una niebla densa que lo atrapaba, haciéndolo sentir como si estuviera en un abismo del que no podría salir.
Miró al pequeño Reyli, con su cara redonda y ojos cerrados. El bebé respiraba suavemente, ajeno al caos que los rodeaba. Ryu se dio cuenta de que, a pesar de su angustia, debía ser fuerte. No solo por él, sino por este pequeño que merecía conocer la luz y el amor que había perdido.
Con cada lágrima que caía, Ryu se preguntaba cómo explicaría todo esto a Reyli cuando creciera. Quería que supiera que su padre había luchado, que había amado con todo su ser. Y que, aunque el camino era incierto, siempre habría espacio para la esperanza.
En ese momento, Ryu decidió que no dejaría que la oscuridad lo consumiera. Aferrándose a Reyli, sintió que, aunque el futuro era incierto, había una chispa de vida que debía proteger. Era un recordatorio de que, incluso en la desesperación, la esperanza podía florecer.
me encanta la escritura....
ánimo 😁