La juventud es la etapa de nuestros mayores miedos, pero también de nuestros más escandalosos amores.
¡Ven y acompañame en esta historia donde la religión y el amor hacen estragos!
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Un encuentro especial
Elizabeth se encontraba aburrida.
Ya había orado, leído la palabra e incluso realizado tareas en el hogar. Sabía que para un cristiano estar aburrido era la imagen de que algo andaba mal. Era cierto y ella lo sabía.
Los celos se la estaban comiendo viva.
Lo amaba. Amaba a Gabriel como nunca él se llegaría a imaginar.
Conocía que tal vez se hubiera pasado. Pero no lo soportaba, no cabía en su mente. ¿Qué tenía Diana que ella no tuviera?
Decidida a no seguir acostada con el aburrimiento pegado a los huesos, se levantó y salió de su habitación. Se cambió de ropa y pidió permiso a sus padres para salir un momento. Tomó su celular y los audífonos y con su seguridad habitual salió a caminar.
Su casa estaba cercana al parque central. Pero esta vez no iría a conectarse, ni a bajar videos de internet.
Se sentó en uno de los bancos del lugar y se concentró en escuchar la dulce melodía que proyectaba la música cristiana. Sin quererlo, lágrimas brotaron de sus ojos. Se las limpió antes de hacer el ridículo ante tanta gente.
Tanto se sumergió en sus penas y debilidades que no se percató de la presencia a su lado. Cuando lo notó, movió la cabeza y con ello, no pudo disimular en su rostro la sorpresa.
Rafael estaba a su lado.
Pertenecía a su mismo ministerio pero el chico estaba a otro nivel que ella tal vez en años no alcanzaría. Él era el líder de Alfa y Omega, así como el máximo representante de la amistad fundada con el grupo vocacional Maranata.
En un tiempo, el grupo del preuniversitario de la ciudad iba a desaparecer. Pero Rafael con la ayuda de Dios había logrado lo que nadie pudo hacer. Con una perfecta sumisión a los líderes, una humildad que irradiaba por todos lados y su excelente capacidad para el triunfo, se alzó por encima de los anteriores líderes que aunque no fueron malos no pudieron alcanzarle por obvios motivos.
En una oportunidad en la que estuvo en el preuniversitario antes de que Rafael fuera el presidente, pudo asistir a uno de los tiempos que ellos realizaban: eran respetados, nada podía ser más hermoso que verlos sonreír juntos, cuando cantaban el PRE se estremecía por la gloria de Dios derramada.
Con ellos el viejo Tabú de que la iglesia estaba separada del Estado se hacía añicos. Porque todos los muchachos amaban a los integrantes de Alfa y Omega aunque nunca faltaron opositores. Por supuesto que esto se había logrado con incesantes noches de ayuno, ruego y oración.
Estaba más claro que el agua también, que a pesar de haber escalado a la cima, el grupo mantenía la prudencia.
Eran puntuales, sacaban notas excepcionales, mantenían el orden, generalmente todos eran jefes de destacamentos y los que no lo eran, brillaban en otra parte no siendo menos que los demás.
Elizabeth se permitió admirarlo de cerca. Seguro tocarlo era un insulto. Ella una simple líder de oración, al parecer nacida para el fracaso en el amor y en su vida cristiana.
Desde pequeña ella era presa de muchos elogios. Muchos decían que su don era maravilloso: el don de la ciencia. Pero ella no veía nada de especial en ese don cuando ni siquiera podía revelarle que pensaba Gabriel de ella.
Su padre un fiel evangelista le había enseñado desde chiquita las Santas Escrituras. Las recitaba de memoria y cuando de repente sentía al Espíritu Santo, en medio de su habla, revelaba secretos del corazón de las personas.
Ya estaba acostumbrada a las miradas de sorpresa de la multitud cuando la miraban de repente predicando y se sentían expuestos, descubiertos o simplemente avergonzados.
Pero volviendo de sus pensamientos se sintió fuera de lugar.
¿Quién no conocía a Rafael por sus grandes prédicas en los púlpitos de eventos juveniles?
Se sentía el poder, la presencia, la indudable esencia de un ente divino a su lado y ella sabía que era Dios que lo respaldaba.
¡Cuánto ella diera por sentir esa unción alguna vez!
En unos meses, él y otros más pasarían al Ministerio de Jóvenes. Rafael dejaría la presidencia en manos de otra persona que se encargaría de dar más de lo que él dio.
Algo sumamente imposible – pensó Elizabeth
Nadie en la historia de los representantes de los máximos de Alfa y Omega había logrado tanto en tan poco tiempo.
-¡Mira que preguntarle a Dios porque me llamó hasta aquí! – Dijo Rafael con una sonrisa – es verdad que siempre logra sorprenderme.
Elizabeth se estremeció ante su voz profunda y segura.
-Es obvia la situación. Por favor, deja de mirarme como si fuera un ente superior – por un momento su voz se tornó seria – solo soy un simple ser humano Elizabeth. ¿Te hago sentir inferior?
Ella encontró algo de fuerza para responderle. Sus piernas se sacudieron con un temblor de miedo. Tenía miedo de decir algo que sonara inadecuado. Por su padre no podía destruir una reputación tan honrada y que había costado lágrimas.
-A pesar de que somos del mismo ministerio por el momento, no puedo evitar verte como alguien superior – puso la vista al suelo para evitar mirarle – No es solo por la diferencia de grados sino también por la diferencia de cercanía que tenemos con nuestro Padre Celestial.
Rafael volvió a sonreír pero esta vez no tuvo tapujos en casi ahogarse con una carcajada. Elizabeth quedó perpleja: una sonrisa real y llena de humildad. Notó el color de su pelo marrón y los chistosos hoyuelos que se formaban en su rostro.
-¿Acaso sabes quién eres? – Dijo él limpiándose una lagrima – ¿sabes quién eres Elizabeth Reyes? –
-¡No, No sé quién soy y tú te burlas! – dijo Elizabeth con rostro serio y mirando hacia otra parte – No me encuentro muy bien ahora para pensar en eso.
Las personas pasaban por todo el lugar. Algunos tomados de la mano, otros escuchando música, muchos de los demás estaban en grupos. Pero todos estaban allí por la misma razón: querían encontrar un sentido a su vida vacía.
Ella no era la excepción.
Rafael se levantó de su lado y se puso frente a ella, esta vez con el rostro completamente serio le dijo:
-El Espíritu Santo me guío a ti por alguna razón. No sé todavía que es lo que te devora por dentro, pero solo Dios puede saberlo. Cuéntame, solo así podré darte un consejo como amigo.
Él extendió una de sus manos invitándola a salir de su asiento. Tenía que sacarla de ese hueco de autocompasión. Elizabeth dudó, pero quería aprovechar el momento: Tocar al chico más prodigioso del Ministerio Juvenil.
-Elizabeth, ¿sabes acaso cómo llegué hasta aquí? – Le preguntó Rafael viendo como ella aceptaba su propuesta – ¿conoces mi pasado o lo que una vez fui?
-No me digas, el prodigio de nuestro ministerio sufrió un trauma y por eso…
Elizabeth se detuvo al darse cuenta de que casi lo estropea todo con su lengua sarcástica. Siguieron caminando por el parque .Se detenían unos segundos para mirar a algunos niños o simplemente admirar a ciertos grupos de personas.
-Fuiste sincera, ahora yo seré sincero contigo – Elizabeth tembló ante su mirada – ¿por qué tratas de ocultar quien eres de verdad? , nadie está esperando que seas otra persona, más bien hasta el Creador está impaciente porque seas sincera contigo misma.
Ella retrocedió de al lado de Rafael.
-No puedo ser quien quiero ser. Si llegara a sacar esa parte abominable de mi ser, eso me convertiría en una persona horrible. ¿Qué clase de cristiana sería si cediera a mis impulsos?
-¡Y ahí está tu respuesta! – le dijo el joven atrayéndola hasta él al tomarla por una mano.
Una bicicleta casi la atropella. Rafael se había dado cuenta a tiempo.
-No quieres ser lo que realmente eres. Es necesario que te diga entonces que eres…
-Yo soy una persona egoísta… que siempre quiero obtener por la fuerza lo que creo que ya es mío… yo… yo…
Rafael vio sus lágrimas y se las secó lentamente con el dedo pulgar. Aun así Elizabeth continuó hablando.
-Yo soy una persona patética que es incapaz de lograr lo que los otros si pueden con tanta facilidad –
-No Elizabeth – le dijo Rafael comprendiendo al fin porque Dios le había enviado allí – eres una cristiana…. La parte egoísta y patética es el tú de antes. Eres una hija de Dios y debes darte el valor que te corresponde, además….
El chico le regaló una sonrisa.
-Dios me mando a decirte: tu don ni es más pequeño ni es más grande. Tu don es exactamente del tamaño de tu corazón. Muchas personas dicen que tienen dones pequeños pero en realidad lo que tienen diminuto es la fe – lentamente quitó otra lágrima de sus ojos – La fe que puede mover montañas y que nos hace capaces de lograr las más grandes hazañas es el ingrediente principal para el cristiano exitoso.
Elizabeth no pudo soportarlo y se acunó en el pecho de Rafael. Tampoco contuvo la pregunta que quería hacerle a Dios. La única diferencia es que terminó haciéndosela a él.
-¿Crees que soy una hipócrita por esconder mis sentimientos? –
Rafael que muchas veces se había preguntado lo mismo le contó su historia.
-Hace mucho tiempo. Un niño viajó desde muy lejos con su madre huyendo de su padre alcohólico. No entendió muchas cosas, solamente que su vida cambiaría en cuestión de segundos – la chica podía sentir los latidos de su corazón – Su madre lo había separado de sus raíces para irse a vivir a un lugar donde todos le criticaban. El hijo de una vendedora de rosquillas nunca podría ser popular.
-¡Eh campesino! – Le gritaban – te hubieras quedado en el campo.
Pero el niño poco a poco fue creciendo y conociendo más de su entorno. Se perdió en los humos del cigarro y en el mismo vicio de su padre al entrar en la adolescencia. Pero, cuando estaba en su noveno grado conoció a una persona…
-¡No me digas que tú!…. – susurró Elizabeth levantando el rostro para mirarle a la cara – No puede ser que…
-No te sorprendas, eres la segunda a la que le cuento mi historia. Pocos saben que el exitoso Rafael alguna vez fue un delincuente drogadicto e hijo de una vendedora de rosquillas – le dedicó una sonrisa tensa a Elizabeth al mirarla a los ojos -¡Dios me cambió! Me cambió el alma y me encontré entonces en un lugar donde a pesar de mis errores me corregían en amor. Ahora oro porque mi amigo encuentre lo mismo que yo.
-¿Tu amigo?... – preguntó la chica intrigada - ¿Quién es tu amigo?
Rafael no respondió, solamente la abrazó con más fuerza. Elizabeth ya no lloraba, alguien la comprendía. Dios lo había enviado para sostenerla.
Se sentía cálido…
Se sentía como un fuego protector…
Acaso era Rafael su ángel de la guarda…