¿Morir por amor? Miranda quiere salvar la vida de Emilio, su mejor amigo. Pero un enemigo del pasado reaparece para hacerla sufrir por completo. ¿Cómo debe ser la vida cuando estás a punto de perderlo todo? ¿Por qué a veces las cosas no son como uno desea? ¿Puede haber amor en tiempos de angustia? Miranda deberá elegir entre salvar a Emilio o salvarse a ella. INEFABLE es el libro tres de la historia titulada ¡Pídeme que te olvide!
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MI PRESENTE
*Miranda*
—¿Estás bien? —Marcos me estaba abrazando la espalda.
Recargue mi cabeza sobre su hombro.
—No. No estoy bien.
—¿Te hizo daño?
—No. ¡Él me rompió el alma!
—¿Qué hizo?
—¿Podemos irnos de aquí? No quiero declarar nada ahora. Que los policías vayan a buscarme para tomar mi declaración.
Asintió.
—Perdóname por no llegar antes, había mucho tráfico.
—Está bien. ¡Vámonos de aquí!
¿Por qué mi venganza no es tan sencilla como en las películas de acción? ¿Por qué mi alma seguía sufriendo?
*Emilio*
—¿Cómo te sientes?
El médico estaba tocando mis dedos del pie.
—Bien.
—Intenta moverlos.
Esta vez, si pude.
—¡Excelente! ¿Hace cuánto que tienes el yeso?
Me hice el pensativo.
—Creo que voy a hacer un mes.
—Pues esta vez ya noto la mejoría. Pudiste mover tus dedos sin dificultad alguna.
Sonreí.
—Una amiga me ha estado dando una bebida. Creo que se llama Novovartalon.
El médico se sorprendió.
—Pero eso no es para las fracturas, aunque...
—¿Lo dejó de tomar? —Le interrumpí.
—No. Continúa tomándolo. De todos modos, no te hace mal.
—Está bien.
—Tu próxima cita será en quince días. Lo más probable es que a este paso te pueda quitar el yeso en esa próxima consulta.
—Superbién. ¡Gracias doctor!
Tome mis molestas muletas y salí de su consultorio. Mi celular empezó a timbrar. Me detuve, lo saqué de mi bolsillo y vi que era mi madre.
—¡Hola ma! ¿Cómo estás?
—Hijo. Me da gusto escucharte. Estoy bien. ¿Tú cómo vas?
—Bien. Estoy saliendo del médico. Dice que en quince días me quita el yeso.
—Que bueno saberlo. ¡Quiero verte recuperado!
—En eso ando ma —sonreí—. ¿Y papá?
—Tu padre está acomodando unas cosas. Estamos en casa de la abuela.
—¿Fueron a verla sin mí? Se pasan. Qué canijos.
—La abuela te manda, saludos.
—Dile que la quiero mucho.
—Yo le digo.
Asentí. Édgar estaba recargado contra el auto, bebía espuma de cacao.
—Yo...
—Te quiero preguntar algo —me interrumpió ella.
—Sí, dime.
—¿Has hablado con Miranda?
—No. Bueno. Solo nos escribimos mensajes. ¿Por?
—Ella está pasando por momentos difíciles.
Sus palabras me sorprendieron.
—¿Momentos difíciles?
—Ayer le quemaron su casa y un hombre casi la mata.
—¡¿Cómo crees?! Mamá, ¿ella está bien?
—Sí. Ella nos pidió que nos mudáramos un tiempo. Por eso optamos por estar con la abuela.
—¿Y dónde está ella?
—Creo que en casa de su abuelo.
—¡Tengo que ir a verla!
—No. Debes recuperarte primero.
—Pero es que...
—Háblale por teléfono.
—Pero no me contesta.
—Escríbele mensajes que le den ánimo.
—Eso hago, pero siento que no estoy haciendo todo lo posible por reconfortarla.
—Emilio. Miranda te quiere proteger. ¡Ella te ama!
...***...
...Dos semanas después......
*Miranda*
Abro los ojos. El techo de la habitación es sombrío y mis fuerzas son pocas en comparación con el hambre que siento. Decido incorporarme.
Escucho que abren la puerta de la habitación, suspiro y hago contacto visual con él.
—¿Cómo estás?
—Apenas me desperté.
—Te traje un jugo de naranja. Bébelo. Está recién hecho —Marcos me ofrece la bebida y yo no dudo en tomarla.
—¡Gracias!
Empiezo a beber. El jugo es refrescante.
—¿Quieres comer algo? Te llevo a la cafetería.
Los últimos días, me la pasé acostada. No quise abrirme al mundo, preferí encerrarme en mi duelo y llorar todo lo que tenía que llorar por mi diagnóstico. Mis amigos, mi abuelo y Emilio, ninguno de ellos conocía mi situación de salud.
—Sí.
Nos tomó veinte minutos poder llegar a la cafetería de la universidad. Amarre mi cabello en un chongo. Me puse pantalones de mezclilla desgastados, una playera aguada en color negro y mis Converse rojos.
—¿Cómo te sientes? —Marcos es muy atento a mí.
—Bien —mentí.
Sobre la mesa, nuestra comida se veía muy apetitosa.
—¿Has hablado con Édgar?
—No.
—¿Con Emilio?
—No.
Bajo la mirada, medito en mis palabras.
—Édgar me marcó anoche para preguntarme si todo estaba bien por aquí. ¿Apagaste tu celular?
—Sí. Quise desconectarme.
Sus ojos irradiaron preocupación. ¡Dos semanas no eran suficientes para calmar mi duelo!
—¿Aún te da miedo?
Se me fue el hambre. ¡Me puse frágil de repente!
—¿Por qué crees que me daría miedo? —Mi pregunta fue fría.
—Bueno, es que...
—Tom quiere matarme. Aldo busca venganza. Me vino la regla. Y resulta que yo... —Estuve a punto de pronunciarlo.
Mi verdad dolía demasiado y yo, me negaba completamente a aceptar que este era mi presente.
—¿Tú? Miranda, sabes que puedes contarme lo que sea. ¿Tom volvió a lastimarte de forma sexual?
En mis ojos se cristalizó la idea de ser fuerte. ¡Yo estaba rota! Ahora lo entendí. Mi rompecabezas no se podía armar, en este momento de mi vida nada era claro.
—No. Él no me hizo nada así.
—¿Entonces?
¿Alguna vez quisiste hablar y no tuviste las fuerzas para ser libre? Emocionalmente, yo estaba enjaulada en una situación que me aplastaba. ¡Mis palabras no tenían sonido! ¡Mis latidos no gritaban! ¡Mi llanto no alarmaba! Yo era de piedra.
—¿Tengo pendientes para mañana? —Cambie de tema.
Me obligué a ser fuerte.
—Me tratas de cambiar el tema.
—Sí. Quiero saber qué planes tengo para mañana.
—Una reunión con el equipo de logística.
—¿Y después?
—Corroborar los balances de marketing.
—¿Podrás acompañarme?
—Claro. Me saltaré mis clases.
—¡Gracias!
Asintió.
—Deberías comer algo.