La mayoría de veces, las personas renacidas con su mentalidad adulta en un mundo con poderes siempre tienen una vida sencilla, poderosos desde un inicio, con padres amorosos y en un mundo donde la paz está reinando. Pero ¿qué pasa cuando renaces en tu mismo mundo, en medio de una guerra, con padres traumados y con un poder desconocido en tu interior? preguntemosle a Ademir Graymond.
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Encuentros inesperados (PARTE 2)
"¡OYE! ¡ARTH! ¿Qué demonios haces ahí parado como un poste?"
Un imponente tanque humano hace su aparición, un Zyriano calvo con músculos que parecen esculpidos en mármol y una altura intimidante.
Lleva una enorme hacha atada a su espalda, el filo brillando siniestramente. Camina con una despreocupación insultante, como si estuviera de picnic en medio de este jodido apocalipsis, y le da una palmada en la espalda a su camarada.
"¿Hu? ¿Qué carajo es eso?" El gigante calvo repara en Claire, quien sigue parada junto a Dorian y a mí, inmutable como una diosa de la guerra.
Su expresión pasa de la sorpresa al fastidio en un instante.
"Tch... Es esa perra... Maldita sea, ¿qué demonios está haciendo ahí?" farfulla entre dientes, su voz grave cargada de desprecio.
Otro sonido se suma a la cacofonía de destrucción, el inconfundible silbido del aire siendo cortado por un objeto a gran velocidad.
Levanto la mirada y veo descender a otro de los súper soldados que miré en el periódico, un joven rubio que parece sacado de una puta revista de modelos, con su rostro lampiño y su cabello dorado ondeando en el viento.
No puede tener más de 17 años, un niño jugando a ser un guerrero.
"¡C-comandante...! ¡Ya vienen! Tenemos que tomar formación de batalla cuanto antes... Por favor, venga, necesitamos de su liderazgo..." balbucea el rubio con voz temblorosa, evidenciando su inexperiencia y nerviosismo.
La mujer de pelo esmeralda ni se inmuta, su mirada de hierro fija en los soldados Zyrianos.
El pelirrojo se acomoda los lentes en un gesto casual, como si estuviera en una puta reunión de negocios y no en un campo de batalla.
Esboza una sonrisa sardónica y le responde a su compañero calvo con un tono condescendiente: "No te preocupes Durden... Creo que este patético show ya va a terminar..."
La confusión se apodera de mi mente cansada.
Pero la desesperación vuelve a abrirse paso con renovada fuerza al ver a Dorian, mi anciano amigo, reducido a un cascarón vacío.
Su pecho ya no se mueve, ni un solo sonido escapa de sus labios agrietados. Parece un muñeco roto, descartado sin ceremonias en medio de los escombros.
"¡C-comandan...!" Forma el rubio, pero es cortado por mi voz.
"¡P-por favor... Se está muriendo! ¡Se nos va! Señora soldado... Ayúdenos... Se lo suplico." Mi voz se quiebra, las lágrimas y los mocos se mezclan con la mugre en mi rostro.
Me importa un carajo interrumpir al rubio inútil, la vida de Dorian se escapa como arena entre los dedos y necesita ayuda médica urgente, cada segundo es preciso.
Un silencio pesado como una lápida cae sobre el campo de batalla, todos los actores de esta tragedia absurda esperando la respuesta de Claire, la decisión que sellará nuestro destino.
Yo ya no puedo más, no puedo seguir viendo a Dorian agonizar frente a mis ojos impotentes. Ese hombre maravilloso que ha sufrido tanto, que me brindó su amistad y su sabiduría cuando más lo necesitaba.
Ahora se apaga lentamente, su vida drenándose por las heridas mientras estos hijos de perra se quedan parados sin hacer nada, sin mover un puto dedo para ayudarnos. Y eso me enfurece, una ira que arde en mis venas como lava hirviendo.
Si estuviera solo, si mi vida fuera la única en juego, me tragaría mi orgullo y me resignaría a morir como un perro. Pero no puedo hacerle eso a Dorian, no después de todo lo que ha hecho por mí.
Estoy dispuesto a arrastrarme, a suplicar, a hacer lo que sea necesario para salvarlo, aun si eso significa rebajarme ante estos monstruos.
Tras lo que parece una eternidad, la mujer rompe el silencio con su voz cantarina, tan fuera de lugar en este escenario infernal. Junta las palmas de sus manos en un gesto de oración burlona y declara con una sonrisa deslumbrante:
"¿Hummmm? ¡LO SIENTO MUCHO, PEQUEÑO ADEMIR! Pero me temo que no puedo hacer nada por ti o tu amigo..." Suelta las palabras como si me estuviera negando un caramelo en vez de la puta posibilidad de sobrevivir, acompañándolas con una reverencia de disculpa que destila sarcasmo.
Un frío glacial se desliza por mi espina dorsal al escuchar su despiadada respuesta. La incredulidad, el terror y una furia ciega se apoderan de mí, nublando mi visión con un velo escarlata.
"¿Q-QUE?"
"Verás, angelito... Mi misión en este pintoresco paisaje posapocalíptico es aniquilar a las fuerzas zyrianas..."
Su tono se vuelve gélido, el brillo en sus ojos verdes reemplazado por un vacío aterrador.
"No jugar a la enfermera con mocosos medio muertos y vejestorios con un pie en la tumba."
"... ¿Qué mierda acabas de decir?"
No puedo procesar sus palabras, mi cerebro se niega a aceptar la cruel realidad. Se supone que ella es una soldado, una defensora de los inocentes.
Se supone que todo el perro punto del Aheterium era crear súpersoldados para proteger a la gente, para ser un faro de esperanza en medio de esta guerra de mierda...
Entonces, ¿por qué? ¿Por qué nos abandona a nuestra suerte? ¿Por qué nos condena a una muerte segura?
"Lo lamento tanto, dulzura... Pero me temo que hoy no es tu día de suerte. Snif, snif... Es una verdadera pena, con lo lindo que eres..."
La muy zorra finge enjugarse una lágrima inexistente, su voz cargada de una falsa compasión que me revuelve las tripas.
La hija de la gran puta se está cagando en mi desgracia, mofandose en mi sufrimiento.
Maldita perra desalmada, maldito engendro del averno...
Las carcajadas del soldado Zyriano resuenan en mis oídos, un eco distorsionado de la crueldad humana. Claire Viviend le dirige una mirada gélida, mientras el rubio retrasado sigue intentando llamar su atención a los gritos, ajeno al drama que se desarrolla frente a sus narices.
"¡COMANDANTE, YA DEJE LOS JUEGOS! ¡Dejelos morir! ¡La necesitamos en la formación de combate ya!"
Su voz aguda perfora mis tímpanos, desesperada y patética a partes iguales.
Con los ojos desorbitados, inyectados en sangre, soy testigo de cómo Claire Viviend, la supuesta líder del escuadrón superhumanos que juraron proteger a los inocentes, me dedica una última sonrisa amarga, como si no me hubiera dejado con mi muerte.

Mis ojos furiosos abiertos completamente ante tal imagen.
Con un gesto obsceno, me saca la lengua como una colegiala malcriada antes de elevarse en el aire junto al rubio inservible, dejando un cráter humeante en el suelo, un recordatorio de su poder y su absoluta indiferencia hacia nuestro destino.
Nos deja tirados como basura, servidos en bandeja para los bastardos de Zyrionia que aguardan con ansias el momento de descuartizarnos.
"¡HAHAHAHA! ¡NO HAY DUDA DE QUE SON UNOS AUTÉNTICOS DEMONIOS! ¡HAHAHA!" El calvo se descojona, su risa grotesca como el graznido de un cuervo, deleitándose con mi angustia mientras su compañero cuatro ojos se aproxima con la espada desenvainada, el metal sediento de mi sangre.
No son solo los zyrianos, esos degenerados que masacran civiles por deporte. No, los súper soldados son igual o peor de sádicos, unas basuras con poderes que se cagan en el sufrimiento ajeno. Una carcajada histérica brota de mi garganta destrozada, un sonido animal que ni yo mismo reconozco. Una vez más, una puta vez más, han hecho añicos mi ingenua confianza, demostrando que la esperanza es para los idiotas como yo.
Siempre lo supe, siempre tuve la razón... Esos héroes de pacotilla son una farsa, los héroes no existen... En este mundo, no puedo confiar en nadie... todos son unos monstruos disfrazados de salvadores.
Claire Viviend, la bastarda del cabello esmeralda que se regodea en mi agonía, es la prueba viviente de ello.
Mientras observo a la muy perra alejarse volando tranquilamente con su perrito faldero pegado al culo, una calma gélida se apodera de mí.
El soldado Zyriano se detiene frente a mi patética figura postrada en el suelo, listo para ejecutarme como a un animal. Y en ese instante, con la muerte cerniéndose sobre mí, pienso en el universo que parece regodearse en mi desgracia.
Un odio puro y cegador se desata en mi interior, pero ya no es oscuro, sino un odio más brillante que mil soles, más ardiente que las llamas del infierno.
Un odio que se convierte en un propósito, en una razón para aferrarme a este plano existencial con uñas y dientes.
Y entonces, me planto cara a cara con el universo, y hago una promesa.
"Escúchame bien, hijo de la gran puta... Si me permites vivir, si me concedes una oportunidad más, te juro por mi vida miserable que haré pagar a todos los responsables de este infierno.
A los supersoldados, a los zyrianos, a los altos mandos, a cada maldito bastardo que contribuyó a esta carnicería sin sentido... Te juro que si salgo de esta, sus cabezas estarán empaladas en picas, exhibidas ante todas las masas que han sufrido por sus jodidas acciones...
Y empezaré por esa zorra de Claire Viviend y su lameculos rubio. Esos dos hijos de puta están en el tope de mi lista, y también terminaré con estos dos bastardos que acabaron con gente inocente, no descansaré hasta verlos a todos retorcerse bajo mis pies."
El Zyriano me dedica una sonrisa sardónica, sus dientes manchados de sangre brillando bajo el sol.
"Bueno Ademir, fue un gusto conocerte, nos vemos en el infierno entonces, pequeño demonio... Salúdame a Satanás de mi parte."
Con un movimiento fluido, alza su espada, el filo silbando en el aire viciado. Pero no siento nada, ni miedo ni tristeza, sé que me han escuchado, sé que el universo ya tomó su desicion.
Y sé que no moriré a manos de este bastardo.
En un instante que desafía las leyes de la realidad, unas manos rugosas me agarran de los harapos y me elevan en el aire como a una muñeca de trapo.
Siento el viento en la cara cuando mi cuerpo maltrecho sale volando, alejándose a toda velocidad del asesino de armadura oscura.
Dejando atrás a Dorian, a mi preciado amigo, ya sin vida, como un despojo más en este campo de matanza.
Mientras me alejo contra mi voluntad de su cadáver aún tibio, le dedico un último adiós silencioso, una despedida que nunca podré pronunciar en voz alta.
"Gracias, viejo. Gracias por todo lo que hiciste por mí, por tu amistad y tus enseñanzas. Fuiste la única luz en esta vida de mierda, y nunca podré agradecerte lo suficiente por ello. Perdóname por no haber podido salvarte, por no poder darte el entierro que merecías...
Te quiero con toda mi alma rota, anciano. Te quiero y te querré por siempre, hasta que mi corazón deje de latir. Tu recuerdo vivirá en mí hasta mi último aliento, te lo prometo... Ahora puedes descansar al fin, libre de todo sufrimiento. Ve en paz, mi buen amigo."
Ya no me quedan lágrimas para derramar, ya no me quedan fuerzas para gritar. Solo un vacío insondable en el pecho y una mirada perdida, carente de toda emoción.
"Pero también les juro, a ti y a Clarissa, que sus muertes no serán en vano. Esos malnacidos pagarán con sangre cada una de mis lágrimas, cada segundo de mi dolor. Sus cabezas serán mi trofeo, la prueba irrefutable de mi venganza. Sus cráneos servirán de recipiente para mi mierda, un recordatorio constante de su derrota y mi triunfo... No tendré paz hasta cumplir mi juramento, así me lleve toda la vida."
Una voz familiar interrumpe mis oscuras cavilaciones, una voz que creía perdida para siempre.
"Tch... Maldita sea, llegué justo a tiempo... Un poco más y terminas como brocheta, maldito mocoso."
Levanto la vista con el corazón en la boca, incapaz de creer lo que ven mis ojos. Un rostro que se refleja en el mío propio me devuelve la mirada, unos ojos idénticos cargados de preocupación y alivio.
Es Dariel Graymond.
Mi padre biológico, el hombre que casi asesina a Clarissa en un arranque de furia ciega... Acaba de salvarme el pellejo.
La vida es una puta broma de mal gusto, y el universo se está descojonando en mi cara.