La historia de esta mujer es un viaje de autodescubrimiento y valentía en un mundo donde el estatus de género dicta el valor de una persona. Nacida en el seno de una familia noble en Roma, ella desafía las expectativas de su género desde una edad temprana. Despreciando la idea de ser tratada como una simple "vaca para preñar", busca igualdad y reconocimiento por su mente y habilidades, en lugar de simplemente por su género.
Sin embargo, la vida no es fácil para ella ni para su familia. Cuando una guerra obliga a su familia a huir de Roma, se encuentran enfrentando la discriminación y el escrutinio de aquellos que los rodean. La gente no puede entender por qué esta mujer es educada como un hombre y posee habilidades de curación que parecen provenir de los dioses de la salud y la curación de la antigua mitología griega. Sus dones se convierten en una bendición y una maldición, ya que la gente la ve con sospecha y temor, cuestionando si es una bruja o está involucrada en prácticas oscuras.
A pesar de todos los obstáculos, ella no se rinde. Se casa con un senador para protegerse y encontrar un lugar seguro en un mundo peligroso e incierto. Juntos, viajan por varias ciudades, escapando de la furia de un emperador vengativo que busca venganza por la muerte de su padre a manos de traidores. En su viaje, enfrentan desafíos constantes y peligros inesperados, pero su determinación y amor mutuo los mantienen fuertes.
Esta es una historia de resistencia, amor y perseverancia en tiempos de adversidad. Es un recordatorio de que, incluso en un mundo donde el género y el estatus social dictan las reglas, el coraje y la pasión pueden trascender todas las barreras. La protagonista demuestra que el verdadero poder reside en el corazón y la mente, no en el género o el estatus social, y que el amor y la esperanza pueden guiar incluso en los momentos más oscuros de la historia.
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Capitulo 19
**Verdades y Venenos**
Aurelia se encontraba en la biblioteca del palacio, revisando antiguos textos de medicina y hierbas, cuando unos guardias irrumpieron en la habitación. Sus rostros serios y su porte decidido indicaban que algo grave estaba sucediendo.
“Señora Aurelia, estamos buscando al príncipe Adriano. Hay nuevas órdenes del emperador,” dijo uno de los guardias, evitando su mirada.
Aurelia cerró el libro con calma y se levantó. “Adriano no está aquí. ¿Puedo saber de qué se trata?”
“Lo siento, señora, no estamos autorizados a discutir los detalles,” respondió el guardia, claramente incómodo.
Aurelia frunció el ceño, pero mantuvo su compostura. “Entiendo. Permítanme buscarlo y llevarlo ante ustedes.” Con un gesto de asentimiento, los guardias se retiraron.
Decidida a esclarecer la situación, Aurelia salió de la biblioteca y se dirigió al salón principal, donde había oído que la esposa del emperador, Livia, estaba atendiendo asuntos del palacio. Al entrar, se encontró con Livia rodeada de sus damas, que cuchicheaban y se reían suavemente.
“Livia,” dijo Aurelia con firmeza, “necesito hablar contigo.”
Livia levantó la mirada, sorprendida por la interrupción. “Aurelia, qué sorpresa. ¿Qué puedo hacer por ti?”
“Necesito saber por qué los guardias están buscando a Adriano. ¿Qué ha sucedido?”
Livia sonrió con una mueca que no alcanzó sus ojos. “Oh, querida, no te preocupes. Es solo un malentendido. Seguro que se resolverá pronto.”
Aurelia avanzó un paso más cerca. “No me tomes por tonta, Livia. Sé que sabes más de lo que estás diciendo. ¿Qué está pasando realmente?”
Livia se levantó lentamente, su expresión cambiando a una de irritación contenida. “Te recuerdo, Aurelia, que estás hablando con la esposa del emperador. Deberías tener más cuidado con tus palabras.”
Aurelia no se inmutó. “Y te recuerdo, Livia, que así como las personas pueden ascender en este imperio, también pueden caer. Haré todo lo que esté en mi poder para atrapar al verdadero criminal, aunque tal vez esté frente a mis ojos en este mismo momento.”
Las damas de compañía de Livia se quedaron en silencio, observando con ojos abiertos la confrontación. Livia dio un paso hacia Aurelia, sus ojos chispeando de furia. “Ten cuidado con lo que insinúas, mujer. No olvides tu lugar. Yo administro este imperio junto a mi esposo.”
Aurelia la miró directamente a los ojos, su voz baja pero firme. “Eso puede cambiar, Livia. He aprendido que el poder es efímero y que aquellos que lo usan para el mal no pueden mantenerlo para siempre.”
Livia retrocedió un paso, claramente afectada por la amenaza velada. “Estás jugando con fuego, Aurelia. No te conviene hacer enemigos poderosos.”
“Y tú no deberías subestimar a alguien con nada que perder,” respondió Aurelia, dando la vuelta y saliendo del salón, dejando a las damas de compañía murmurando entre ellas y a Livia furiosa y sin palabras.
Aurelia sabía que esta confrontación era solo el principio. La lucha por proteger a Adriano y desenmascarar a los verdaderos culpables sería ardua, pero estaba más decidida que nunca. El destino de su esposo, su futuro y el del imperio dependían de sus próximas acciones, y no permitiría que nadie, ni siquiera la poderosa Livia, se interpusiera en su camino.
**Intrigas en el Palacio**
Aurelia caminaba por los pasillos del palacio con paso firme, decidida a visitar a su cuñado, el emperador. Al llegar a su alcoba, se detuvo al ver a su cuñada, Julia, junto a los médicos y las damas de compañía.
Julia levantó la mirada al notar la presencia de Aurelia y frunció el ceño. “¿Qué haces aquí, Aurelia?” preguntó con frialdad.
Aurelia sostuvo la mirada de Julia sin titubear. “Vengo a visitar al emperador. No veo por qué no puedo hacerlo.”
Julia la miró con desdén antes de volver su atención al emperador. “Como siempre, Aurelia, interfiriendo en asuntos que no te conciernen.”
Aurelia se acercó un poco más, manteniendo su compostura. “¿Acaso te molesta mi presencia, Julia?”
Julia esbozó una sonrisa burlona. “Oh, no, no me molesta en absoluto. Es solo que me sorprende ver que estás tan interesada en mi esposo.”
Aurelia arqueó una ceja, sin dejarse intimidar por el sarcasmo de Julia. “¿Interesada en tu esposo? No seas ridícula, Julia. Solo estoy aquí por cortesía familiar.”
Julia la miró con escepticismo. “Claro, por cortesía. Pero sabes, Aurelia, he oído algunas cosas interesantes sobre tu relación con Adriano. Parece que te has convertido en su protectora personal.”
Aurelia mantuvo la calma, aunque su interior ardía de furia. “Adriano y yo somos familia, Julia. Es natural que nos preocupemos el uno por el otro.”
Julia se rió con desdén. “Oh, claro. Familia. Supongo que eso justifica todas esas visitas secretas a su alcoba.”
Aurelia apretó los puños, luchando por mantener la compostura. “Mis visitas a Adriano no son asunto tuyo, Julia. Y te sugiero que te ocupes de tus propios asuntos antes de preocuparte por los míos.”
Julia la miró con desprecio antes de volver al lado del emperador. Aurelia se dio la vuelta y salió de la alcoba, sintiendo el peso de la mirada de Julia en su espalda.
Mientras caminaba por los pasillos del palacio, Aurelia se prometió a sí misma no dejarse influir por las intrigas de su cuñada. Su lealtad estaba con Adriano y con el imperio, y haría todo lo posible para protegerlos, incluso si eso significaba enfrentarse a los poderosos enemigos dentro de las mismas paredes del palacio.
El sonido de la bofetada resonó en la alcoba, dejando a todos atónitos. Aurelia había perdido la paciencia ante las insinuaciones y los comentarios sarcásticos de Julia. Miró fijamente a su cuñada, con una expresión de determinación en el rostro.
“¿Cómo te atreves a decir eso, Julia?” exclamó Aurelia, con voz firme. “Adriano es como un hermano para mí. ¿No recuerdas cómo trabajamos juntos aquí en el palacio? Soy parte de la familia más poderosa de este imperio, y él lo sabía. Me casé con su hermano porque sabía que, si no lo hacía, él estaba perdido. Nuestras reuniones en su alcoba eran asuntos familiares, negocios de su familia. Yo soy su familia, Julia. Tú eres su esposa, eso es algo distinto.”
Julia se llevó una mano al rostro, donde la marca de la bofetada comenzaba a enrojecerse. Sus ojos destellaban de ira y humillación. “Cómo te atreves...” murmuró entre dientes.
Aurelia se mantuvo firme, sin dejar de mirar a su cuñada. “No me importa lo que pienses, Julia. Mi lealtad es con Adriano y con el imperio. Si tienes algún problema con eso, te sugiero que lo discutas con él. Yo estoy aquí para proteger a mi familia, y no permitiré que nadie ponga en peligro eso.”
Con esas palabras, Aurelia se dio la vuelta y salió de la alcoba, dejando a Julia sumida en un silencio lleno de resentimiento y furia. Por su parte, Aurelia se sentía satisfecha de haber dejado las cosas claras y decidida a no permitir que las intrigas de su cuñada la distrajeran de su deber hacia su esposo y su imperio.
Después de dejar atrás el tenso encuentro con Julia, Aurelia decidió pasar un tiempo más relajado con sus sobrinos. Se sentó en el comedor, donde los niños estaban jugando y riendo. Con una sonrisa cálida, se acercó a ellos y comenzó a contarles un cuento, dejando volar su imaginación mientras los pequeños escuchaban con atención.
Después de la historia, Aurelia se unió a ellos en un juego, riendo y divirtiéndose junto a sus sobrinos. Se sentía reconfortada por la inocencia y la alegría de los niños, y por un momento, las preocupaciones del mundo exterior parecían desvanecerse.
De repente, su mirada se dirigió hacia la dirección del emperador, que estaba observando la escena desde lejos. Sus ojos se encontraron, y un destello de complicidad pasó entre ellos mientras se intercambiaban una sonrisa. Aurelia sintió un cálido cosquilleo en el corazón, reconociendo el apoyo silencioso de su esposo en medio de las tensiones del palacio.
Aurelia se encontraba en la presencia del emperador, junto a la emperatriz, quien ardía de ira ante la situación. El emperador, con semblante serio, le pidió a Aurelia que relatara lo que sabía sobre la acusación de que Adriano había intentado matar a su hermano.
Con calma y seguridad, Aurelia comenzó a exponer lo que sabía, destacando que no había pruebas sólidas que respaldaran tales acusaciones. Explicó que ella misma había estado presente cuando su esposo se enteró de la situación y que, de ninguna manera, creía que Adriano fuera capaz de un acto tan atroz.
Aurelia prometió cooperar completamente con la investigación, asegurando al emperador que buscaría la verdad y que no descansaría hasta que se hiciera justicia. Mientras hablaba, su mirada se cruzaba ocasionalmente con la de la emperatriz, quien mostraba un evidente desagrado por su presencia y sus palabras.
El emperador, consciente de la seriedad del asunto, asintió con solemnidad y agradeció a Aurelia por su testimonio. Prometió llevar a cabo una investigación exhaustiva para descubrir la verdad detrás de las acusaciones infundadas.
Emperador: Parece que hemos llegado a un punto crítico en esta situación, Aurelia. Es hora de abordar este asunto con seriedad.
Aurelia: Por supuesto, Majestad. Estoy aquí para cooperar en todo lo que pueda para esclarecer esta confusión.
Emperador: Es importante que se haga justicia y que se descubra la verdad detrás de estas acusaciones infundadas.
Aurelia: Por supuesto, no podemos permitir que rumores sin fundamentos afecten la estabilidad de nuestro imperio.
Emperador: (Dirigiéndose a la emperatriz) Mi querida esposa, ya es suficiente. No toleraré más desplantes ni acusaciones sin pruebas.
Emperatriz: Pero, mi señor...
Emperador: No más, te lo advierto. Aurelia merece nuestro respeto y apoyo en este momento.
Aurelia: (Con una sonrisa sutil) Agradezco sus palabras, Majestad. Estoy segura de que encontraremos la verdad juntos.
Emperador: Así será. Ahora, sigamos adelante con la investigación y pongamos fin a esta disputa lo antes posible.
Emperador: Mi querida esposa, entiendo tu preocupación, pero debes comprender que Aurelia es una de las hijas de uno de los difuntos más poderosos de Roma. Su familia ha sido leal al imperio durante generaciones.
Emperatriz: ¡Pero eso no le da derecho a inmiscuirse en nuestros asuntos! ¡No puedo creer que estés del lado de esa mujer!
Emperador: Aurelia es mi familia ahora, al igual que tú lo eres. Debes aprender a respetar eso. Además, mi hermano Adriano es un hombre sabio y valiente. Confío en que nos ayudará a resolver esta situación.
Emperatriz: Pero, ¿qué hay de nosotros? ¿Qué hay de nuestro amor?
Emperador: Nuestro amor sigue siendo importante, pero la ambición y los celos te han cegado, querida. Aurelia fue una luz en este palacio mucho antes de que llegaras tú. Aprende a aceptarlo.
Emperatriz: (Silencio, visiblemente afectada por las palabras del emperador)
Emperador: Ahora, es hora de dejar de lado los desacuerdos y trabajar juntos para resolver este problema. ¿Estás conmigo, mi amor?