La vida en la época victoriana años después de la segunda revolución industrial y de las dos guerras del opio. Está es la vida de un profesor con su hija y la maldición del vestido azul.
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Sin límites
Ayer Philip y Sophia tuvieron una conversación algo tensa, ninguno quiere ceder, Sophia tiene sueños y metas al igual que Philip, fue difícil llegar a un acuerdo. Al finalizar el encuentro ambos se han dado cuenta que aún sus vidas no han sido unidas y han tenido un discusión, pero que al final se reconciliaron con un reconfortante abrazo.
Philip tiene confianza en su padre y le escribe una carta explicando todo sobre la discusión con su novia, quería un consejo y saber si la situación se manejó bien o hay espacio para mejorar. Del mismo modo, Sophia escribe a sus abuelos y les pide que sea un secreto, no quiere que su padre vaya a tomar medidas extremas.
Hoy no hace mucho calor, pero Sophia sale para realizar compras para la semana. Se encuentra con Philip y con él se van juntos al mercado a buscar alimentos.
- Debo ir al mercado.
- Te acompaño.
- No vayas a dejar tus estudios por mi.
- Los cursos de verano han culminado.
- Bueno, vamos.
- Debemos practicar y tener experiencia para cuando nos casemos.
- Necesito un poco de vegetales, frutas y algunos embutidos. - lo ignora.
- ¿Harás compras para la semana? - le sigue la corriente.
- No, más que nada son provisiones para unos días, estoy sola, no tiene sentido comprar tanto, cuando ellos regresen haré las compras semanales.
Philip ayudaba a Sophia con la carga, no era mucha, pero él iba con toda la carga. En las calles de Oxford la pareja charla y compra cosas a vista de todos. Algunos hacen comentarios buenos, otros regulares y las infaltables puritanas. La parejita hace como si nada, Sophia le da clases de cocina a Philip, él intenta entender pero se enreda en un pedazo de hilo.
Camino a casa, ellos siguen charlando y riendo en vista de todos. Están tan enfocados el uno al otro que ni cuenta se dan del espectáculo que hacen a vista de todos. Ambos entran en casa y una vez en la cocina guardan las compras en sus respectivos lugares.
Cuando todo había terminado, Philip esta necesitado en su dosis de energía, las compras lo han debilitado.
- Bésame, Sophia. Hacer compras me han debilitado.
- El calor se debilita, pero ya estamos en casa.
- Lo siento tanto amor, pero mi dosis es preciso recibirla.
Philip besa ágilmente los labios de Sophia, los besos son suaves, románticos y breves como caricias, la suavidad que perciben va embriagando, los besos van tomando profundidad, fuerza. Sólo separan los labios para respirar mejor. Las manos van acariciando todo, los labios de Philip abandonan los de Sophia para bajar por el cuello.
- Philip – la voz es ahogada con los gemidos.
- Me gusta escuchar tu voz cuando cantas.
- No estoy cantando. Detente Philip, me das calor.
- Estoy caliente, yo también, Sophia. La ropa está incomoda.
- Detente, suficiente. Philip, por favor.
- No dejes de cantar Sophia. – mientras deja caer su saco y deja fuera la camisa para sentirse más cómodo – Estamos en nuestro mejor momento. Tenemos que vivir Sophia.
La ropa va incomodando, ellos han perdido el uso de la razón, están bajo los efectos seductores de las caricias y besos. Ellos dos terminan tendidos sobre el suelo de la cocina, sus cuerpos están siendo tocados por los viajes que hacen las manos. Philip siente su erección por primera vez, está asustado nunca sintió algo así, pero los gemidos de Sophia lo desconectaron del mundo para entrar al mundo de la magia del amor. Philip y Sophia se han entregado en su totalidad, cuando el vals acabó sus cuerpos sudados se separan y la razón vuelve. Ambos cruzan sus miradas de satisfacción y poco a poco con el volver de la razón la mirada también cambia, ellos parpadean, cada uno contempla la desnudez del otro.
- Sophia ¡Nos hemos amado Sophia! Ya somos marido y mujer en la carne.
- ¿Qué hicimos? – está asustada casi horrorizada - ¡Oh, no! Esto no debió haber pasado.
- Calma, cariño. Nuestros cuerpos aún están unidos. Mi carne sigue dentro de ti.
- ¡Sácalo! - esta agitada.
- No, Sophia. Aún no, esto fue mágico. Acabamos de casarnos en la carne, Sophia.
- ¡Sácalo! – su voz es suplicante.
- Sophia, amor mío ¿Qué hice mal? – la voz de Philip era lamentable – Lo único que hicimos fue unir nuestros cuerpos.
- Ya basta, por favor. - ella está terrada.
- Como tú digas.
Philip tuvo que salir del cuerpo de Sophia y dejar descansar a los dos cuerpos. Acto seguido de la separación de cuerpos es estar acostado al lado de Sophia y acariciar su piel.
- Sophia, esposa mía – besando su hombro – ya sabemos cómo hacen los hijos. Ya no hay miedo que tener para cuando hagamos el registro público de nuestro matrimonio.
- Esto no debió ocurrir, Philip.
- ¿Qué sientes, amor? – besando el hombro de su pareja.
- Al principio sentí dolor.
- Pero me detuve y cuando me dijiste que el dolor desapareció, te amé.
- Me siento rara. Abajo siento algo, que no sé cómo describir.
- Fue nuestra primera vez. Quizá sea por eso.
- No lo volvamos a hacer.
- ¿No te gustó? ¿Lo hice mal?
- Ha sido intenso. No lo quiero volver a hacer.
- Como tú digas, esposa mía.
Philip se viste lentamente, luego ayuda a su pareja a ponerle su vestido. Es hora de cocinar, los “recién casados” se ponen a trabajar para aplacar el hambre. Philip está muy feliz, no deja de sonreír, está satisfecho de haber amado a Sophia. Su corazón está latiendo a mil, ya tiene “esposa” siendo aún menor de edad.
Al volver a la residencia estudiantil, Philip guardó la navaja, ha decidido no afeitarse el bigote, su trabajo será en arreglarlo, pero si la barba debe estar bien hecha. Quiere dejar en claro a todo el mundo que él es un hombre casado, por lo tanto, las muchachas que lo veían y suspiraban por él por lo atractivo tendrán que dar un paso al costado a la fuerza.
Sophia, por su lado, está un poco mas sentimental con sus hermanos. El haber dado su virginidad a Philip, le ha cambiado su estado de ánimo, extraña a Philip, siente la necesidad de abrazarlo y besarlo, cosa nunca antes vivida.
Philip y Sophia siguen viéndose por las mañanas y las tardes, los encuentros son fugaces e intensos, su relación se mantiene de esa forma y para dialogar están las cartas; se escriben mucho.
en palabras, que dan por resultado tantas historias. Felicitaciones.