La historia sigue a nuestro protagonista, un hombre que luego de 10 años finalmente logra superar a su ex pareja y decide aventurarse en el mundo de las citas en línea. Con un toque de humor, nos relata sus desventuras mientras intenta encontrar el amor a través de una aplicación de citas llamada Cinder.
NovelToon tiene autorización de Claudio Briones para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Confesiones en la celda
—¿Qué quieres saber?
—¿Por qué ghosteas?
—Porque... —me pasé las manos por el pelo— Porque es más fácil desaparecer que enfrentar que algo no va a funcionar.
—Cobarde.
—Sí. Soy cobarde. ¿Feliz?
—No. Quiero más. ¿Por qué eres cobarde?
—¿Estás siendo mi terapeuta ahora?
—Sí. Y no tienes que pagarme. Solo confesar.
Suspiré.
—Porque... porque tengo miedo.
—¿De qué?
—De enamorarme. De verdad. Y que después me abandonen.
Ella se quedó callada.
Esperando más.
—Cuando era chico… —empecé— siempre me pasaba lo mismo con las chicas con las que salía. Creía que eran relaciones serias, pero en realidad cada una me engañó o me usó para sus propios juegos.
—¿Cómo? —preguntó Leena.
—La primera fue con su vecino de enfrente. Yo creía que había algo real… pero solo era para provocarle celos a alguien más. La segunda… ella me usó para sacarle celos a su ex y su camioneta. Y la tercera… estuvo seis meses conmigo solo para vengarse de alguien más.
—Seis meses… —Leena abrió los ojos.
—Sí. Y después de eso… me dije a mí mismo: si las mujeres van a jugar así conmigo, ¿por qué no hago lo mismo? No me comprometo con nadie. Y automáticamente, incluso sin quererlo, terminaba ghosteando o haciendo algo estúpido para que me dejaran. Así me culpaban a mí, y yo huía antes de enamorarme de verdad.
—¿Y por qué vives con tu abuela?
—Porque es la única que puede aguantar a un alcohólico de más de 30 años sin trabajo. Y, bueno… me queda cerca de la universidad.
—¿Y por qué no trabajas?
—Porque tengo miedo de fracasar. De que me contraten y no sepa rendir, no sepa hacer bien mi trabajo.
—Nina tenía razón —dijo Leena suavemente.
—Sí. Nina tenía razón. Dependencia emocional. Miedo al abandono. Todo el paquete.
Me reí amargamente.
—¿Y el alcohol?
—Empecé a tomar para... no sentir tanto. Suena patético, lo sé.
—¿Cuánto tomas?
—Demasiado.
—Claudio...
—Lo sé. Soy un desastre. Un alcohólico de 31 años que vive con su abuela porque no puede mantener un trabajo estable.
SILENCIO PESADO.
—Patrón de auto-sabotaje —dijo Leena.
—¿Ahora sí eres terapeuta?
—Leo mucho de psicología. Por mi... investigación.
—Tu obsesión con True Crime.
—Eso también.
Nos quedamos en silencio otra vez.
—¿Algo más que quieras confesar? —preguntó.
—¿No es suficiente?
—Quiero saber si hay esperanza. Si puedes cambiar.
—Honestamente... no lo sé. Quiero cambiar. Pero tengo años con estos patrones. No sé si puedo.
—¿Lo has intentado?
—No realmente. Hasta ahora. Contigo fue... diferente.
—¿Diferente cómo?
—Sentí algo real. Por primera vez en años. Y me asustó tanto que... que iba a hacer lo mismo. Ghostearte eventualmente.
—¿"Iba"?
—Sí. Pasado. Porque ahora ya no puedo. Tú me investigaste tan a fondo que básicamente me obligaste a verme a mí mismo.
Ella sonrió ligeramente.
—Esa fue la idea.
—Eres aterradora.
—Lo sé.
LEENA POV:
Lo había hecho confesar todo.
Y ahora... me sentía culpable.
No se supone que deba sentirme culpable.
Él era el malo. El narcisista. El ghosteador.
Pero ahora...
Ahora solo veía a un hombre roto tratando de protegerse.
—Tu turno —dijo Claudio.
—¿Mi turno qué?
—De confesar. Yo te conté todo. Ahora tú.
—Yo no tengo nada que confesar.
—Mentira. ¿Por qué investigas gente como si fuera True Crime?
Mierda.
—Porque... me gusta resolver misterios.
—Más profundo. Vamos. Yo me desnudé emocionalmente. Tu turno.
Respiré profundo.
—Porque necesito control, así me siento desde que tengo 15 años.
—¿Control de qué?
—De todo. Después de lo que pasó con Andrea... necesito saber TODO antes de involucrarme.
—¿Qué pasó con Andrea?
Y aquí estaba.
La confesión que no quería hacer.
—La engañé.
—…
—Con el hermano de Miguel. El ex esposo de Andrea.
—Espera... ¿Andrea estuvo casada?
—Sí. Con Miguel. Se divorciaron. Andrea y yo empezamos a salir. Todo iba bien hasta que... hasta que descubrí que ella seguía hablando con Miguel. En secreto.
—¿Y?
—Y me enojé. Mucho. Sentí que me estaba engañando emocionalmente. Entonces... me vengué. Salí con el hermano de Miguel. Roberto.
—Eso es... complicado.
—Eso es de psicópata —admití— Fue calculado. Frío. Vengativo. Todo lo que acuso a otros de ser.
—¿Andrea lo descubrió?
—Sí. Y se derrumbó. Terminamos. Ella me dijo que era la peor persona que había conocido. Que había destruido no solo nuestra relación sino también la relación entre Roberto y Miguel. Aunque… después hablamos, intentamos reconciliarnos y arreglar las cosas, al menos un poco, pero ya nada fue igual.
—No puedo creerlo.
—Sí. Por eso investigué tanto sobre ti. Porque tengo miedo de volver a ser esa persona. O de estar con alguien que me convierta en esa persona.
—¿Y yo te haría eso?
—No lo sé. Por eso investigué. Para saber si valía la pena arriesgarme.
—¿Y? ¿Valgo la pena?
Lo miré.
Realmente lo miré.
Este hombre roto, alcohólico, con miedo al abandono, que vive con su abuela.
Este hombre que me había hecho sentir algo que no sentía en años.
—Honestamente... no lo sé todavía.
Él se rio.
—Al menos eres honesta.
—Aprendí que la honestidad es lo único que funciona. Después de Andrea, dejé de mentir. Sobre todo.
Nos quedamos en silencio.
Un silencio diferente.
Menos hostil.
Más... comprensivo.
—Ambos somos imbéciles —dijo finalmente.
—Totales —confirmé.
—¿Crees que personas como nosotros pueden... no sé, funcionar juntos?
—Honestamente, suena como una receta para la catástrofe.
—Pero...
—Pero... tal vez. No lo sé.
Más silencio.
Y entonces...
Me di cuenta de algo.
—Hace frío —dije.
—¿Eh?
—Hace frío. La celda está helada.
Y era verdad. La temperatura había bajado.
Podía ver mi aliento.
—Sí —dijo Claudio— ¿No tienen calefacción?
—Aparentemente no.
Nos quedamos en nuestras camas, temblando.
5 minutos.
10 minutos.
15 minutos.
—Esto es ridículo —dijo— Vamos a congelarnos.
—¿Qué sugieres?
Él no respondió por un momento.
—Podríamos... compartir calor corporal.
—¿Estás sugiriendo que durmamos juntos?
—Para no morir de hipotermia. Sí.
—Hace una hora me odiabas.
—Hace una hora tú me odiabas. Pero prefiero odiarte viva que muerta.
Lo pensé.
Era lógico.
Hacía MUCHO frío.