Un Omega miembro de una manada de lobos de las nieves, huye con su hijo Alfa tras haber asesinado al Alfa de la manada en defensa.
En su huída por tierras nevadas, encuentran a un Alfa exiliado que vive en los bosques, y que cambiará sus destinos.
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Extra 2. La loba en la ventisca
Ambos caminaban con calma absoluta sobre la nieve. A Fausto le gustaría poder tomar la forma de lobo y recorrer la gruesa capa de nieve con rapidez; por más que vivieran en tierras humanas, no terminaba de encontrar muchas ventajas a ese cuerpo con tan poca adecuación al bosque y el frío.
Aunque su expectativa de vida fuera similar a la de un humano, preferían mantenerse viajando en las tierras bajas, siempre cerca de zonas boscosas, y prefiriendo permanecer en zonas frías, pues, por su naturaleza, las poblaciones ubicadas en lugares cálidos les eran un poco complicadas de soportar. A pesar de sus dificultades, su viaje no se detenía: el Omega anhelaba con profunda pasión seguir conociendo el mundo alejado de las montañas y la helada blancura.
Augustus cedió a realizar el viaje tras mucha insistencia.
Ambos, siendo lobos viejos, optaron por ser prudentes y no llamar la atención cuando anduvieran en asentamientos humanos. Se armaron de paciencia para cambiar sus formas de vida y aprender algunos oficios humanos para mezclarse en las villas que eligieran como hogar temporal en su travesía.
Sin embargo, a quien le debían sus conocimientos iniciales de los seres que eran incapaces de convertirse en lobos, fue la persona que menos pudieron haber siquiera pensado tendrían algo que agradecerle.
La encontraron casi enterrada en la nieve, con su forma humana y su hermoso rostro azul por el frío.
Hace poco más de tres años se habían topado con Ekaterina cerca de unas montañas; la loba estaba sentada en medio de un paisaje blanco y helado.
-Espera -contuvo Fausto con una mano a Augustus, que no pudo evitar inclinarse hostil, gruñendo con fuerza ante esa figura inconfundible.
Ekaterina giró con toda elegancia y calma su cabeza, y los miró sin expresión particular. La mujer volvió a mirar el paisaje nevado sin moverse. Con la nieve casi enterrando sus piernas y el viento helado golpeando sus rostros, Fausto pudo distinguir el aroma de la loba con dificultad al estar todos en forma de hombre; aquella esencia era de desamparo y tristeza.
-Ellos habían sido exiliados, pero... ¿Ekaterina no estaba esperando un cachorro? ¿Dónde están sus hijos? -preguntó Fausto al Alfa que asintió, ya más calmado. Ninguno de los dos percibió otro aroma o presencia cercana, sólo observaron a la mujer caer inconsciente sobre la nieve tras unos minutos.
Augustus tenía una angustiante contradicción hacia Ekaterina: un profundo rencor más que justificado y una innegable pena por la desgracia de la mujer que había nacido desde que eligió como compañero a Bastián. Con exasperación pasó sus manos por su rostro, y camino sin explicar a Fausto que estaba haciendo hacia la loba.
-¡Espera, no la mates! -pidió Fausto, que aunque despreciara a la mujer, estaba preocupado de que ella estuviera ahí en plena tormenta y sin su cachorro.
-¡No lo haré! -bufó Augustus enfadado. Se cercó con grandes zancadas, irritado por el fuerte viento, y cargó a la mujer sobre su hombro.
Fausto soltó el aliento que contuvo cuando vio al Alfa moverse de regreso hacia él.
Optaron por dirigirse de vuelta hacia la aldea más cercana donde habían tomado como el primer refugio en tierras humanas. Tras avanzar uno minutos, a lo lo lejos se alzó una cabaña de cazadores más cerca de las profundidades del bosque que de la villa más próxima.
-Una vez sepamos qué pasó con el cachorro, que haga lo que quiera -espetó Augustus acostando a una inconsciente Ekaterina en una cama de pieles que había en la cabaña; Fausto hubiera reído por el cuidado con que el Alfa acomodó el cuerpo de la mujer, pero no podía evitar seguir preocupado por el paradero del cachorro y Matya.
-Nunca habría pensado que volveríamos a cruzarnos, pero supongo que como lobos es normal que busquemos los mismos lugares -comentó Fausto observando los labios azules de Ekaterina, no sabiendo si la mujer podría sobrevivir o no con el tiempo que estuvo fuera en esa forma más vulnerable.
Ambos se dispusieron a prender fuego en la chimenea cercana, y envolvieron a la loba en pieles para acercarla al fuego. La mujer despertó mientras temblaba con fuerza incapaz de calentarse.
-Ustedes -dijo ronca en un hilo de voz; no podía encontrar una explicación a donde se encontraba o porque esos dos lobos estaban con ella, mostrándose serenos y sin agresión aparente en sus rostros al estar en su presencia-. ¿Dónde...?
-Estamos cerca de una villa humana, esta es una cabaña que no usan -explicó Fausto con seriedad; la mujer apenas podía mantener sus ojos abiertos con sus temblores y el letargo que comenzó a invadirla.
-¿Por qué querías morir? -cuestionó Augustus, con ojos fijos en los azul profundo de la mujer, que no mostraban miedo alguno. Fausto se sorprendió con ese cuestionamiento tan crudo, pero sin duda él también estaba preguntándose algo similar-. Estar en una tormenta de nieve como humana y sin abrigo alguno...no tiene sentido.
-¿Dónde están tus cachorros? -preguntó Fausto cuándo la mujer guardó absoluto silencio, mirando el fuego con ojos que lucían posarse en algún recuerdo lejano.
-Deben estar camino hacia los lobos árticos, probablemente. Ese es su hogar, y esas cumbres nevadas no han dejado de ser el mío, por eso... -dijo ella, y aunque su rostro, como aprendió de pequeña, no reflejaba sus emociones, sus ojos cristalinos la traicionaban-, quería morir pronto, poco importa realmente que pase conmigo.
-Pero tu cachorro esta solo -dijo Fausto con preocupación, aunque confiaba en que Matya pudiera cuidar a su hermano o hermana, un cachorro necesitaba de su madre, y agregó mirando su Alfa-. Augustus, vayamos a buscar algún humano que pueda curarla.
-Mi hija nació hace un año, ya no necesita estar conmigo -explicó Ekaterina-. Tal vez hubiera sido mejor morir cuando era una cachorra hambrienta junto al cadáver de mi madre... -La loba interrumpió su frase de forma abrupta al darse cuenta que estaba hundiéndose en sus recuerdos-. Lo único que importa para mí es morir, por favor. De cualquier forma, mi existencia sería la condena de mi hijo si decidiera ir con ellos.
Augustus y Fausto sabían que tenía razón: Ekaterina sólo podía quedarse con los humanos, lugar al que nunca podría sentir pertenencia, o vivir en la soledad de las montañas nevadas; también podía elegir ser asesinada por la manada si hacía acto de presencia.
-Supongo que en cualquier momento, si me quedó dormida, no despertare -comentó Ekaterina con una sonrisa; en esos instantes, se dio cuenta, ansiaba la paz de su muerte, y contrario a lo que pensó desearía, esperaba ver a su madre a donde fuera que su último aliento la llevara.
La loba se dio cuenta que en ningún instante su corazón pesó con el deseo de ver a Bastián.
-No puedo creer que diga esto, pero supongo que entiendo tus deseos -Suspiró Augustus, sentándose junto a la figura de la loba, que seguía mirando el cálido fuego, con su largo cabello rubio cubriendo parte de su mejilla.
Fausto tomó la mano de su Alfa, conmovido por la compasión que el hombre mostraba, y la fuerza que eso demostraba de su parte.
-Supongo que si ustedes están lejos de la manada, otro lobo es el Alfa del grupo -comentó Ekaterina con lentitud-. Si van a vivir entre humanos, espero sepan lo suficiente para existir entre ellos sin peligros.
Sin que ninguno lo pidiera, la loba comenzó a relatar un poco de cómo fue su vida: contó de las precauciones que tomaban; su forma de subsistir y mezclarse entre los hombres que no podían ser lobos. Y contó cómo es que al principio vivían alejados de esos seres, hasta que Matya aprendió lo suficiente con sus visitas a la villa donde antes vivían.
Cuando la voz de Ekaterina cesó, ninguno se movió, y observaron como la loba cayó en un profundo sueño; cuando el alba llegó, el bello rostro de la Alfa estaba tan blanco como la nieve, y su pecho sin el repicar de latido alguno.
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Mientras dormía; mientras su muerte llegaba; una loba soñó.
Volvía a ser una cachorra, que retozaba entre la nieve, mientras su madre se detenía de vez en vez para frotar su hocico contra su pequeño cuerpo, recordándole que tenía un hogar, que no estaba sola; que no debía temer y que a donde fuera estaría llena de amor.
La nieve era gentil, y ahora, su cuerpo como el de una loba adulta, estaba rodeada de sus cachorros, de la presencia de su madre que descansaba junto a ella.
Tenía un lugar donde estar; su corazón pesaba con la dicha de todos sus deseos cumplidos.
Con ella en medio de los lobos que eran su familia, su mundo, cerró sus ojos en paz, cuánto ansiaba dormir.
Y se sumió finalmente en su último sueño.
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N/A: Vengo a dejar lo que pedían, que pasó con Augustus y Fausto xD
En general su historia siguió una vía pacifica, contrario a los retos de sus hijos.