Alejandra quien a sus 5 años fue alejada de su padre por el echo de ser la hija de una empleada y nacida fuera del matrimonio. La quiso proteger de la humillación y del maltrato, la llevó a vivir a Colombia con su familia materna. La cuido y velo por ella desde la distancia sabiendo que era la hija de su gran amor. Después de 20 años creció como una hermosa mujer, educada y valiente. Una hermosa joya... quien será la presa de un delicioso hombre que la absorberá y amará hasta que sus vidas se apaguen.
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Ella es.
La mañana era tranquila en la mansión Callahan. El cielo despejado, el sol entrando por los ventanales de la terraza. Callahan, en camiseta gris y pantalón cómodo, sostenía una taza de café mientras observaba en silencio el jardín.
Desde la cocina se colaba la voz de una de las empleadas, una señora latina que cantaba mientras hacía su trabajo. La música la acompañaba, como siempre. Sonaba salsa romántica. Esta vez era Tito Nieves.
"Ella es... el amor que duele cuando no se tiene cerca de la piel"
"Como el mar en calma que de pronto arrasa con mi timidez."
"Cuando la encontré yo supe... que era la mujer que había esperado siempre es...
Callahan bajó la mirada a su taza. El recuerdo de Alejandra llegó de golpe.
Las noches en Medellín. El olor de su piel. La forma en que lo miraba sin miedo, sin rodeos.
Lo jodía. Porque ahora solo podía esperar. Porque ella no había ido a la cita.
"Ella es... mi vida, por siempre la amaré... ”
Apretó la taza, la dejó con fuerza sobre la baranda.
— ¡BAJEN ESA MÚSICA! — Soltó, con rabia seca, la voz firme, molesta.
Silencio al instante.
Nadie dijo nada. Nunca había reaccionado así.
Se quedó allí, inmóvil, con los nudillos tensos y los dientes apretados, como si la canción hubiese tocado algo que no estaba listo para enfrentar.
¡Maldita sea!
Subió al carro con la sensación de la taza aún tibia en la mano. El chofer ya lo esperaba. La puerta se cerró y el vehículo arrancó por el camino empedrado de la mansión.
Desde la ventana, Callahan observaba el paisaje correr, pero su mente estaba en otro lugar.
"Nunca antes me había sentido así."
"Todo esto es una maldita locura… uff… Dios mío."
Recordó su piel, su forma de hablar, el olor que aún sentía en su ropa.
Le gustó todo. Todo lo que ella ejerció en él. Y eso era lo jodido.
La espera lo estaba matando.
Se suponía que dos semanas no eran nada. Pero se sentía como si solo hubieran pasado uno o dos días.
La ansiedad le hervía en la sangre.
MSM: Mandame el número del señor Smith. - Mensajeo para Miles.
Le pasaron el contacto.
Lo marcó sin pensarlo dos veces.
Cuando atendieron, no hubo rodeos.
— Smith… ¿Qué pasó con mi prometida?
Y se quedó ahí. En silencio. Esperando la respuesta con los ojos clavados en el frente.
Smith tardó un segundo en contestar. Al otro lado de la línea, se oyó un suspiro leve.
— Estoy teniendo algunos problemas… pero lo voy a resolver. — Titubeó. Callahan apretó la mandíbula. Sus dedos tamborileaban contra el borde del asiento.
— Faltan cinco días. — Su voz fue seca, cortante, como una bala fría.
— Si no me muestras a mi prometida, olvídate del trato. — Y sin más, colgó la llamada. La mano le temblaba ligeramente, pero su mirada seguía fija, encendida. Cinco días. Ni uno más.
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Mientras en Medellín, las cosas estaban turbias.
Las tías de Alejandra, Rosa y May, se habían sentado en la sala, con el ceño fruncido, el corazón apretado y las manos inquietas. Habían hablado seriamente, como no lo hacían desde hacía mucho, y al fin tomaron una decisión: era hora de hablar con Alejandra.
Ella ya sabía la verdad. Ya no era una niña. Era fuerte, tenía carácter… y aunque les doliera, tendrían que confiar en que también tendría el valor suficiente para enfrentar al hombre que había sido su padre en las sombras.
El señor Smith no había parado.
Llamadas. Mensajes. Insistencias.
Quería hablar con su hija. Necesitaba verla, oírla, decirle lo que por años había callado.
May se levantó, caminó hasta la habitación de Alejandra y tocó la puerta suavemente.
— Mi amor… — Dijo con voz firme pero dulce. — Necesitamos hablar contigo. — Y al otro lado, el silencio fue apenas interrumpido por un leve "ya voy".
Porque ahora, la decisión ya no era solo de ellas.
Era de Alejandra.
La sala del fondo, en la casa de Medellín, estaba silenciosa. Afuera se oía el ruido de la ciudad, el canto de algún pájaro y el zumbido constante de la vida. Pero adentro, todo era pausa y expectativa.
Las tres se sentaron. Alejandra al centro, con el ceño fruncido, la espalda recta. Sabía que algo venía. Lo sentía en la forma en que la miraban.
Fue Rosa la que habló primero.
— Tu padre… ha estado insistiendo. — Dijo, con las manos cruzadas sobre las piernas. — Llama todos los días, escribe… y no ha parado de pedir hablar contigo. — May tomó la palabra enseguida, con tono más suave.
— Al principio pensamos que lo mejor era no decirte nada, porque... creímos que te iba a hacer daño. Pero ahora que todo está claro, queremos que seas tú quien decida. Tú sabes lo que viviste. Lo que te hizo. Pero también eres fuerte. Y confiamos en ti. — Alejandra bajó la mirada por un instante. Su expresión no cambió. Siguió firme. Se tomó su tiempo.
— No quiero contacto con él. No quiero saber nada de esa familia, ni de su vida, ni de su mundo. — Dijo sin temblar. — No me interesa. No me hace falta. Y no lo necesito. — Luego se levantó despacio, pero se detuvo al final de la frase. — Pero si tanto quiere hablar… hablaré con él. Le diré que no se le olvide. Que yo no tengo nada que ver con su presente. Y que lo que no hizo antes… ya no puede hacerlo ahora. — Las tías se miraron en silencio.
La niña que habían criado… ya era una mujer.
Una que sabía perfectamente lo que quería.
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La cafetería estaba tranquila, con el aroma del café fresco flotando en el aire y una música suave de fondo. Camila ya la esperaba, con una bebida en mano y esa sonrisa medio preocupada, medio cómplice que siempre le ofrecía cuando algo no andaba bien.
Alejandra se sentó sin rodeos, con los hombros tensos y la mirada fija en la taza que le pusieron frente a ella.
— Lo extraño. — Soltó de una. — Noah. — Camila frunció el ceño, dejando la taza a un lado.
— ¿Noah? ¿Qué pasó? — Alejandra respiró hondo. No sabía por dónde empezar.
— No he sabido nada de él desde que me fui. Nada. No contesta, no lee mis mensajes, no aparece. Es como si se hubiera borrado del mapa.
— ¿Y qué pasó antes? ¿Discutieron?
— No… — Hizo una pausa. — Teníamos una cita. Él me mandó varios mensajes ese día, pero yo… no pude ir. No estaba bien, Cami. Todo se me vino encima. Me sobrepasó. No tuve cabeza para nada. Y cuando finalmente reaccioné, cuando traté de explicarle, de decirle que no era por él… los mensajes ya no le llegaban.
— ¿Lo bloqueó?
— No lo sé. No me atrevo a llamarlo. No quiero parecer desesperada. Pero tampoco puedo dejar de pensar en él. No fue justo con él. No fue justo conmigo tampoco. Me siento mal. Como si hubiera dejado algo incompleto. — Camila la miró con esa calma que siempre la caracterizaba en estos casos.
— Tal vez él también está intentando resolver sus propias cosas. O tal vez se está cuidando. Pero Ale… si realmente necesitas cerrar eso, vas a tener que hablar con él de frente. No por mensajes. — Alejandra asintió en silencio. Sabía que Camila tenía razón.
Pero también sabía que encontrarlo no iba a ser tan fácil. Quizás estaba dándole demasiada importancia a un hombre que solo estaba de paso en la ciudad. Pero en ese momento eso era lo que sentía...
los capítulos son muy cortos y solo uno por día 😭😭