🔥 JUEGOS PICANTES: Volver A La Soltería 🔥
Cuatro mujeres.
Un pacto:
Nada de lágrimas por idiotas.
Solo risas, copas en alto…
Y nuevas reglas en la cama.
El juego cambió.
Y ellas están listas para ganar.
JUEGOS PICANTES: Volver a la soltería.
Una novela para reír, gozar y recordar quién manda.
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19. ¡Miren esa vieja!
POV. Mateo.
Gané mi lugar en el colegio élite de mi ciudad con una beca, un premio a mi inteligencia y a mi capacidad de memorizar todo lo que leo.
Pero aquí eso no significa nada. Aquí solo importa cuánto dinero tienen tus padres.
Mis zapatos están más limpios que nunca, el uniforme planchado y sin una sola arruga. Nada en mi apariencia delata que vengo de un barrio donde las calles están llenas de baches y donde la gente no compra ropa nueva, solo la remienda.
—Mateo —Una voz tímida me saca de mis pensamientos.
Es Miguel. Delgado y de lentes gruesos.
Lo conocí en mi primera semana, cuando le tocó ser mi guía en este nuevo mundo.
Es de los pocos que tampoco encaja del todo, aunque su familia tiene dinero. Es callado, pero conmigo habla. Supongo que ambos entendemos lo que es sentirse fuera de lugar.
Nos hacemos amigos rápido.
Nos sentamos juntos en clases, compartimos almuerzos, intercambiamos cómics que yo nunca podría pagar.
Ser su amigo me hace invisible para los matones del colegio. Y a él, parecer más... normal.
Justo ese día nos toca la excursión de donación que todos los meses hace la institución a diferentes lugares de la ciudad.
El autobús del colegio nos deja en la entrada del mercado. Las profesoras explican el propósito de la actividad: entregar donaciones a los más necesitados.
Todos están emocionados. No porque les importe ayudar, sino porque creen que es una especie de zoológico. Una oportunidad para ver de cerca a los pobres sin ensuciarse las manos.
Caminamos entre los puestos, y mis entrañas se retuercen. Conozco este lugar. Demasiado bien.
Pasamos por el área de verduras, y entonces la veo.
Mi madre.
El delantal sucio, las manos arrugadas, la expresión de siempre: cansada pero sonriente.
Un cliente está regateando con ella... como de costumbre.
—¡Miren esa vieja! —se burla uno de los chicos más grandes—. ¿Cuánto creen que gana al día? ¿Un dólar?
Las risas se contagia a todos los demás. Miguel me mira de reojo. Él es el único que sabe que vengo de un barrio pobre, pero no cuánto.
Me arde el rostro. Me arde el pecho.
No sé en qué momento las palabras salen de mi boca.
—Seguro que ni sabe leer —suelto, con una risa falsa—. Mira su ropa, parece que la sacó de la basura.
Las carcajadas suben de volumen.
Mi madre levanta la mirada un instante. Nos observa. Me observa.
Su sonrisa se desvanece.
No dice nada. No me llama por mi nombre. No me regaña ni me delata.
Solo baja la cabeza y vuelve a acomodar sus verduras, como si yo fuera un extraño más.
No sé por qué, pero quiero vomitar.
La vida siguió su curso.
Mamá nunca le dijo nada a mi papá sobre lo que hice aquel día en el mercado. No sé si por vergüenza, por resignación o porque entendió que en este mundo uno sobrevive como puede.
En casa, las cosas no cambiaron mucho. Mi padre seguía llegando tarde, oliendo a alcohol y frustraciones.
Mamá callaba, trabajaba y rezaba.
Y yo… yo me aseguraba de no volver a ser como ellos... un pobre desgraciado.
En el colegio, mi nombre siempre aparecía en lo más alto de la lista de estudiantes destacados. No porque estudiara mucho, claro. Para eso tenía a mi secretaria personal: mi hermanita.
Era tonta, sí.
Hacía todo lo que le pedía con una sonrisa en la cara. Yo le pagaba con libros, los que devoraba en cuestión de días. Decía que leer era la única forma que tenía de ver el mundo más allá de nuestra casa.
Postrada en su cama desde que tenía memoria, con un diagnóstico que nadie en la familia entendía bien o quería entender. Algo en los huesos, algo en la sangre.
Algo que la estaba matando poco a poco... y más porque no teníamos los recursos para pagar por sus tratamientos.
Y aunque nunca pensé que de verdad lo haría... La muy desgraciada tuvo que morirse justo cuando pasé a la universidad.
Ese lugar era un mundo nuevo, más grande, más exigente, pero con el mismo juego de siempre: si querías ser alguien, tenías que saber moverte.
La primera semana fue un desastre.
Mamá llorando por cada rincón de la casa, mi padre más ausente que nunca, y yo… yo fingiendo que me importaba.
Así que cuando Miguel me dijo que fuéramos por tragos, no lo dudé.
Seguíamos siendo amigos, aunque él había tomado otro camino: derecho.
Decía que quería cambiar el mundo, que quería justicia. Yo lo escuchaba con una sonrisa y pensaba que era un iluso.
Yo estudiaba administración. No porque me apasionara, sino porque sabía que el dinero era lo único que realmente importaba en este mundo.
Jugueteo con mi vaso, viendo cómo el whisky gira en él. A mi lado, Miguel suspira y se recuesta en la silla, con la mirada perdida en la multitud.
—Necesito encontrar algo que me asegure un futuro brillante y lleno de dinero —digo, rompiendo el silencio.
Él suelta una risa seca, sin humor.
—Yo solo quiero libertad.
Levanto una ceja y lo miro de reojo.
—¿Libertad?
No responde de inmediato, pero cuando sigo la dirección de su mirada, lo entiendo todo.
En la barra, el muchacho que reparte las copas lo observa con una sonrisa discreta... No es simple amabilidad.
Hay algo más en la forma en que le sostiene la mirada, un juego silencioso, una invitación…
Miguel apenas duda antes de inclinarse un poco hacia adelante. El chico le devuelve el gesto con una leve seña de la cabeza.
Mi amigo se levanta y se sacude la camisa.
—Ya vuelvo.
Suelto una carcajada baja.
—Claro que sí.
Él no dice nada más. Da un último trago a su vaso y se aleja sin prisa, perdiéndose entre la gente.
Me quedo solo, apoyando un codo sobre la mesa, dejando que mi vista recorra el bar.
Y entonces veo a alguien que me hace sonreír.
No solo porque es bonita, aunque lo es. No solo por su ropa elegante o por la forma en que su postura grita dinero.
Es porque sé exactamente quién es.
Leticia Casallas.
Mi gallina de los huevos de oro.
Me humedezco los labios y sonrío para mí mismo.
La noche acaba de ponerse interesante.
Llegar a su vida fue como ganar el Baloto… Una mujer hermosa e inteligente, con un único error: ser demasiado impulsiva.
Un error que he sabido aprovechar A mi favor…