Cristell obtiene una pasantía en una empresa de renombre. ¡Una oportunidad única! Sobre todo porque el CEO le da un puesto demasiado cercano a su corazón y así, ella descubre que su jefe se encuentra enamorado de una secretaria dulce. ¿Quién es esa señorita afortunada?
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COMPRÉ FLORES
—¡Muchas gracias! —Soy cordial con el repartidor.
—Ten una bonita tarde —se despide de mí.
Camino por el pasillo principal y llevo en mi regazo el ramo de flores. Atravieso la cafetería y cuando estoy por salir, él vuelve a cruzarse en mi camino.
—Hola —su voz es cordial.
—Hola.
—¿Te dieron el puesto?
—Sí, logré obtener la pasantía.
—¡Felicidades!
—¡Gracias!
—¿En qué área estás?
—Soy la secretaria del señor Ferrazzi.
Percibo la sorpresa en su rostro.
—Tienes un puesto con mucha responsabilidad.
—Sí, eso parece.
—Yo estoy en el área de analistas, soy el director.
—Tú ibas a ser mi jefe.
—¿Por qué dices que iba a ser tu jefe?
—Originalmente yo sería capturista en el área de análisis, pero hubo unos cambios de último momento y me eligieron como asistente ejecutivo del CEO.
—Lo importante es que tienes el puesto.
—Sí.
Su mirada es brillante, sonríe con delicadeza y esta es la segunda vez del día que nos volvemos a ver.
—Disculpa mi falta de educación de hace rato, no debí preguntar tu edad antes de presentarme ante ti, mi nombre es Daniel. ¿Cómo te llamas?
—Soy Cristell, ¡mucho gusto Daniel!
—El gusto es mío. ¿Nos vemos luego?
—Claro. Ahora trabajo aquí, seguro nos seguiremos viendo.
Continuo mi camino hasta llegar a mi escritorio. Faltan treinta minutos para que den las siete de la noche. La puerta de su oficina se abre y Ferrazzi sale caminando con un portafolios en la mano. Cuando se detiene frente a mi escritorio, observa las flores y después me observa a mí.
—¿Flores tenues? —La curiosidad se asoma en su pregunta.
—Sí. ¿Prefería otro tipo de flores?
—No. Creo que está bien este ramo de flores, me causa curiosidad ver que no elegiste un ramo de rosas rojas.
—Es que las rosas rojas están muy trilladas. En vez de ellas, mejor otro tipo de flores más finas y elegantes.
—¿Cómo se llaman las flores que elegiste?
—El ramo tiene peonias y claveles —tomo el ramo entre mis manos y se lo ofrezco a él—. Estoy segura de que su cita se sentirá muy contenta.
Su mirada se clava en mi sonrisa.
—Te veré mañana.
—¡Por supuesto!
—Buena tarde señorita Cris.
—Buena tarde señor Ferrazzi.
Él se marcha con sus flores en la mano. Yo me siento frente a mi computadora y mando a imprimir el horario de mañana.
Entro a la oficina del jefe con el documento en la mano, me acerco al escritorio y coloco el horario en la cubierta. ¡Entonces timbra un celular! La pantalla se enciende con el nombre MAMÁ.
—¿Qué hago? ¿Debería contestar?
Pero mis nervios hacen que yo decida correr a mi escritorio con el celular en la mano. La llamada finaliza. Busco en el directorio de la empresa con intención de encontrar el número del chofer del señor Ferrazzi. El celular comienza a timbrar nuevamente y entonces me atrevo a contestar.
—¿Por qué no contestas? —Su voz es dulce y al mismo tiempo suena molesta—. Tengo que...
—Disculpe la intromisión, pero el señor Ferrazzi no se encuentra en este momento —le hago saber.
—¿Está en una reunión?
—No. Él olvidó su celular en la oficina.
—¿Lo olvido? Eso si es extraño.
—¿Gusta que le haga saber algún recado?
—No. Está bien así. ¿Quién eres tú?
—Soy Cristell Corona, soy la nueva secretaria del señor Ferrazzi.
—¡Mucho gusto Cristell! Soy Alejandra Betancourt, tu jefe es mi hijo.
—Un gusto señora.
—Aprovechando que ya me contestaste, ¿sabes si mi hijo fue a su cita con Andrea Licona?
—Sí. Él está en camino.
—¡Excelente! Espero que esta vez mi plan funcione.
—Deseo que su plan funcione.
—¡Qué linda eres! Gracias por tus buenos deseos. ¿Puedo preguntarte algo?
—Claro.
—¿Cómo está la agenda de mi hijo? Hace tanto que no salgo a comer con él.
—La agenda del señor Ferrazzi está repleta de asuntos, ¿quiere que le haga un espacio? Usted dígame el día y yo acomodo las cosas —abro la agenda de mi jefe.
—¿Podría ser este viernes?
Corroboro los asuntos para el día viernes y hay un espacio a las dos de la tarde.
—¿Le parece bien a las dos de la tarde? —Me atrevo a preguntarle.
—Sí. ¡Te agradezco mucho! Qué gentil eres.
—¡Para servirle!
Finalizamos la llamada. Anotó la cita del viernes y prosigo con mi búsqueda en el directorio de la empresa. Localizo el número de Santiago, el chofer del CEO. Marco su número a toda velocidad y empieza a timbrar.
—Santiago Morales a sus órdenes.
—Disculpe, podría notificarle al señor Ferrazzi que olvidó su celular en la oficina.
—Por supuesto, yo le notifico, permíteme unos segundos.
—Está bien.
Cierro el directorio digital y veo que ahora son las seis cuarenta de la tarde. ¡Casi es mi hora de salida!
—¿Señorita?
—Aquí sigo.
—¿Podrías llevar su celular al restaurante?
—Está bien. Yo se lo llevo más tarde.
—¡Gracias!
...🫦🫦🫦...
Bajo del auto a las siete quince de la noche, el viento sopla fresco y mi mochila cuelga en mi espalda.
Entro al restaurante.
—¡Buenas tardes! ¿Tiene reservación? —Pregunta el recepcionista.
—Hola. Sí.
—¿A qué nombre?
—Massimo Ferrazzi.
Él me mira con desconfianza, me examina de pies a cabeza y su mirada se torna despectiva.
—¡Lo siento! La mesa fue ocupada.
—Sí, yo sé que fue ocupada, ¿podrías indicarme dónde está ubicada la mesa?
—No puedo hacer eso. Si quieres una mesa tendrás que esperar, no tengo mesas disponibles.
—Pero te acabo de decir el nombre de quien hizo la reservación.
—Como te comento, la mesa para dos a nombre de Massimo Ferrazzi ya fue ocupada.
—Sí, eso lo sé, yo tengo una...
—¿Todo bien aquí? —Un hombre se acerca a nosotros.
—Sí, esta chica quiere colarse a una mesa con...
—¡Déjala pasar! —Le ordena el hombre—. Ella es la cita de nuestro cliente más importante.
Los ojos despectivos del recepcionista se quiebran y su rostro se llena de vergüenza.
—¡Una disculpa! La llevaré a su mesa —dice él.
Me permiten el acceso, suena una melodía de piano y la iluminación es muy cálida. ¡El lugar es bonito! Nunca había venido a un restaurante así.
La mirada de Ferrazzi se cruza con mis pupilas, percibo una sonrisa cálida en su rostro al acercarme más y veo que está solo. ¿Y Andrea Licona? ¿Dónde está su cita?
—¡Hola! —Se me ocurre saludarlo—. Le traje su celular.
Busco en mi mochila y él...
—Siéntate, ¡por favor!
—No se preocupe, no quiero interrumpir su cita.
—¿Por qué interrumpirías mi cita? —Su pregunta me pone pensativa—. Estoy solo, te estaba esperando.
No puedo creer lo que dice. ¿Me estaba esperando? Debe referirse a que estaba esperando su celular, sí, debe ser eso.
—¿Y Andrea? —Se me ocurre preguntarle.
—¿No quieres sentarte? Ya he ordenado los platillos, cena conmigo.
Su mirada me observa con autoridad, sus cejas son tan oscuras.
—¡Está bien! Muchas gracias.
Tomo asiento frente a él.
—Gracias a ti por venir hasta aquí.
—Su madre marco, por eso descubrí que había olvidado su celular.
—¿Hablaste con mi madre?
—Sí. Ella me preguntó por usted y por su cita de esta noche.
Sonríe ligeramente.
—Mi cita de esta noche no fue lo que yo esperaba —toma la copa de vino y la lleva a sus labios, bebe un poco—. Pero tuviste razón, las flores fueron de su agrado.
—¡Qué bueno que le gustaron! Yo no sabía...
—¿Qué te pareció tu primer día? —Interrumpe él.
—¡Me gustó! Creo que es interesante la pasantía.
—Eres la primera persona que contratamos como pasante.
—¡¿De verdad?!
—Conozco a Sofía desde la preparatoria, ella me habló de ti. Eres la mejor de tu clase.
—Bueno, en realidad...
—¿A qué aspiras en esta vida?
El contacto visual es electrizante una vez más.
—Aspiro a ser feliz.
Mi respuesta parece ponerlo a meditar. Un mesero se acerca con nuestros platos y entonces...
—Disfruta de la comida, pedí salmón para ti.