¿Crees en el destino? ¿Alguna vez conociste a alguien que parecía tu alma gemela, esa persona que lo tenía todo para ser ideal pero que nunca pudiste tener? Esto es exactamente lo que le ocurrió a Alejandro… y cambió su vida para siempre.
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El destino decide
El altar vibraba intensamente, irradiando una energía que se sentía antigua y peligrosa. Las grietas en el suelo parecían pulsar como si el propio lugar estuviera vivo, reaccionando a la furia contenida en la habitación. Alejandro y Luna observaban a Isabel con incredulidad mientras ella sostenía una antorcha encendida, apuntando directamente hacia el altar.
—¡Esto se termina ahora! —gritó Isabel, con la mirada desquiciada.
Alejandro dio un paso al frente, su voz cargada de pánico.
—¡Isabel, no sabes lo que estás haciendo!
—¡Claro que lo sé! —replicó ella, sin apartar la mirada del altar—. Esto nos está destruyendo a todos. Si lo destruyo, se acabará el ciclo, se acabará todo.
Luna avanzó con cautela, extendiendo una mano como si intentara calmarla.
—Isabel, por favor, escucha. No es tan simple. Si rompes el altar sin el ritual adecuado, podríamos quedar atrapados en este ciclo para siempre... o algo peor.
—¿Peor? —Isabel se rió con amargura, la antorcha temblando en su mano—. ¿Qué podría ser peor que vivir siglos repitiendo la misma tragedia?
La confrontación
Alejandro intentó acercarse a Isabel, pero la energía alrededor del altar era tan fuerte que lo obligó a retroceder.
—¡Esto no es solo sobre ti, Isabel! —gritó—. Hay más en juego aquí.
—¡Exactamente! —replicó ella, con lágrimas brillando en sus ojos—. Es sobre todos nosotros. Y no puedo... no puedo seguir viendo cómo eliges a Luna una y otra vez.
Luna dio un paso adelante, poniéndose entre Isabel y el altar.
—No se trata de elegir. Esto es más grande que nuestras vidas, más grande que nuestro amor. No puedes dejar que tu dolor nuble tu juicio.
Isabel apretó los dientes, sus manos tensándose alrededor de la antorcha.
—Tal vez mi dolor sea la clave para acabar con esto.
El altar responde
El altar comenzó a emitir un sonido profundo y ensordecedor, como un grito de agonía. La caverna entera se estremeció, y una grieta profunda se abrió en el suelo, separando a Alejandro y Luna de Isabel.
—¡Isabel, detente! —gritó Alejandro, extendiendo una mano hacia ella, aunque sabía que no podía alcanzarla.
Isabel miró el altar, luego a Alejandro, y finalmente a Luna. Una lucha interna evidente se reflejaba en su rostro.
—Siempre he sido la sombra en esta historia —dijo con voz rota—. Pero no más.
Con un movimiento decidido, Isabel lanzó la antorcha hacia el altar.
La explosión
El momento en que la antorcha tocó el altar, una explosión de luz blanca llenó la caverna. Alejandro sintió que el suelo desaparecía bajo sus pies, como si estuviera cayendo en el vacío. Un rugido ensordecedor llenó sus oídos, seguido de un silencio absoluto.
Cuando abrió los ojos, se encontró flotando en un espacio infinito, rodeado de fragmentos de recuerdos: su vida con Luna, los momentos con Isabel, y destellos de sus vidas pasadas.
Luna apareció a su lado, su rostro lleno de asombro.
—¿Dónde estamos?
Una voz profunda resonó en el vacío.
—Están en el núcleo del destino. Aquí se decide el final de su historia.
Alejandro giró hacia la voz y vio una figura envuelta en sombras, observándolos con ojos brillantes.
—¿El espíritu? —preguntó Luna, con un tono incrédulo.
La figura asintió lentamente.
—El ciclo ha sido interrumpido, pero aún no ha terminado. Una elección final debe hacerse.
La elección definitiva
Isabel apareció junto a ellos, luciendo desorientada pero aún determinada.
—¿Qué significa esto? —demandó.
El espíritu señaló hacia un nuevo reloj de arena que flotaba en el aire. Los granos dentro se movían lentamente hacia abajo.
—El altar ya no puede contener la energía de sus decisiones. Tienen dos opciones: o se liberan completamente y rompen el ciclo, o todo colapsará, y el tiempo se reiniciará una vez más.
—¿Y cómo rompemos el ciclo? —preguntó Alejandro, su voz temblando.
El espíritu extendió una mano hacia ellos.
—Uno de ustedes debe renunciar a todo lo que conoce. Sus recuerdos, su existencia, su amor. Esa es la única forma.
La reacción
Luna se tensó, mirando al espíritu con horror.
—¿Quieres que uno de nosotros se sacrifique?
Isabel cruzó los brazos, su expresión endurecida.
—No. No creo en tus reglas. Ya rompí el altar, ¿por qué debería seguir obedeciéndote?
El espíritu giró hacia ella, su tono frío pero imponente.
—Tu acción solo liberó la energía contenida. Pero el destino aún exige equilibrio.
Alejandro miró a Luna, luego a Isabel, sintiendo que el peso de la decisión recaía inevitablemente sobre él.
—No voy a dejar que ninguna de ustedes lo haga.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó Luna, alarmada.
Alejandro dio un paso adelante, mirando directamente al espíritu.
—Yo soy el nexo entre las dos. Si mi existencia es lo que mantiene este ciclo, entonces yo debería ser quien lo rompa.
—¡No! —gritaron Isabel y Luna al unísono.
El sacrificio inesperado
Antes de que Alejandro pudiera continuar, Isabel dio un paso al frente.
—No, Alejandro. Yo fui la que empezó esto, la que permitió que la envidia me consumiera en nuestra vida pasada. Si alguien debe pagar por todo esto, soy yo.
—Isabel, no... —dijo Luna, con lágrimas en los ojos.
—Es la única forma —dijo Isabel, con una leve sonrisa melancólica. Se giró hacia Alejandro—. Tal vez, en otra vida, podamos empezar de nuevo, sin rencores.
Sin esperar una respuesta, Isabel extendió sus manos hacia el reloj de arena. La luz que emanó fue cegadora, envolviendo todo el espacio.
Un nuevo comienzo
Cuando la luz se desvaneció, Alejandro y Luna se encontraron de pie en un campo tranquilo bajo un cielo azul. No había señales del altar, ni del reloj, ni de Isabel.
Alejandro tomó la mano de Luna, mirándola con tristeza.
—¿Crees que fue su elección lo que realmente rompió el ciclo?
Luna asintió lentamente, pero su mirada se desvió hacia el horizonte.
—Ella encontró la paz, Alejandro. Tal vez, nosotros también podamos hacerlo.
Mientras se alejaban, una figura femenina observaba desde la distancia, envuelta en sombras, pero con una sonrisa serena en su rostro.