Salomé Lizárraga es una joven adinerada comprometida a casarse con un hombre elegido por su padre, con el fin de mantener su alto nivel de vida. Sin embargo, durante un pequeño viaje a una isla en Venezuela, conoce al que se convertirá en el gran amor de su vida. Lo que comienza como un romance de una noche resulta en un embarazo inesperado.
El verdadero desafío no solo radica en enfrentarse a su prometido, con quien jamás ha tenido intimidad, sino en descubrir que el hombre con quien compartió esa apasionada noche es, sin saberlo, el esposo de su hermana. Salomé se encuentra atrapada en un torbellino de emociones y decisiones que cambiarán su vida para siempre.
NovelToon tiene autorización de Dayana Clavo R. para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Pasiones prohibidas
Entré a su habitación, apoyada en él, sintiendo la calidez de su cuerpo contra el mío. Me ayudó a sentarme sobre la cama, y en ese instante, nuestras miradas se encontraron con una intensidad que encendió una chispa entre nosotros. Era como si el tiempo se detuviera, y la atracción que nos unía se volviera palpable. Sin dudarlo, se acercó lentamente, cada movimiento era un juego de seducción que me hacía temblar de anticipación. El aroma embriagador de su perfume me envolvía, y mis labios se abrieron con ansias, deseando el contacto de los suyos.
Cuando finalmente nuestros labios se encontraron, fue un roce suave al principio, pero pronto se transformó en un beso ardiente y profundo que hizo que mi corazón se acelerara. Cerré los ojos, dejándome llevar por la oleada de deseo que nos consumía, sintiendo su lengua explorar la mía con una pasión desenfrenada. En un instante, él se apartó ligeramente, con sus ojos azules fijos en los míos, como si buscara mi consentimiento. Con una delicadeza casi reverente, tomó el borde de mi blusa y la deslizó hacia arriba, dejando al descubierto mi piel, que se erizó al contacto del aire fresco.
Cada prenda que caía al suelo era un acto de entrega, un ritual cargado de sensualidad. Sus manos cálidas recorrieron mi espalda, desabrochando mi sujetador con una precisión que me hizo suspirar. El roce de sus dedos sobre mi piel era electrizante, y cada prenda que él despojaba de mi cuerpo revelaba no solo mi desnudez, sino también la vulnerabilidad y la confianza que compartíamos. La luz tenue de la habitación iluminaba nuestros cuerpos, creando un juego de sombras que acentuaba cada curva y cada contorno. Nos dejamos llevar por la locura de esa noche, donde cada caricia y cada beso eran jemidos de promesas atrevidas. Al cabo de una hora de entregarnos el uno al otro, estábamos exhaustos, acostados y mirando el techo, pero el eco de nuestras risas y jemidos aún resonaba en el aire, mientras el mundo exterior se desvanecía, dejándonos solos en nuestra burbuja de placer.
—Eres maravillosa, Salomé. Me tienes completamente extasiado; eres como una droga que despierta en mí un deseo insaciable —dijo él, acercándose aún más, con su aliento cálido acariciando mi piel.
—A mí me pasa lo mismo —respondí, sintiendo cómo el calor se acumulaba entre nosotros—. Jamás había sentido esto con nadie, te lo juro.
Él deslizó sus dedos por mi cabello, provocando un escalofrío que recorrió mi espalda. Su mirada intensa se clavó en la mía mientras preguntaba con curiosidad:
—¿Tienes a alguien en tu vida?
—Bueno… la verdad es que te iba a decir que… —comencé, pero el sonido de mi celular interrumpió el momento. Era una de mis amigas, preocupada por mí, y no tuve más remedio que contestar.
—Hola —dijo ella—. Salomé, ¿dónde estás metida? Tu madre ha llamado un montón de veces y dice que no puede comunicarse contigo, ya no se qué excusa inventarle. Además, recuerda que debemos salir a primera hora a Caracas.
—¿Ah, sí? Tranquila, todo está de maravilla. Me comunicaré con ella y no te preocupes, ya voy a la habitación —respondí, tratando de mantener la calma mientras la tensión entre Alberto y yo crecía.
Colgué la llamada, mirándolo con una mezcla de deseo y frustración.
—Lo siento, pero debo irme. Mis amigas me están esperando, mañana regresamos a Caracas muy temprano y mi madre está preocupada porque no le he respondido las llamadas.
—¿Pero te vas a ir así, sin darme siquiera tu número de celular? —preguntó, con su voz cargada de seducción.
—Tienes razón, no debería irme así. Te voy a anotar mi número por si alguna vez necesitas a una abogada —dije con picardía, aunque en el fondo sabía que volverlo a ver era casi imposible.
Me levanté a toda prisa, tratando de no afincar el pie lastimado. Me vestí lo más rápido que pude mientras Alberto me observaba, sintiendo en su mirada el deseo y la frustración de no querer dejarme ir. Se levantó de la cama y se acercó a mí, tomándome por la cintura y apretándome con fuerza, clavando su mirada en la mía.
—Quiero que sepas que, pase lo que pase, esto que vivimos esta noche es lo más maravilloso que me ha pasado en la vida. Tú me has hecho ver un lado de la vida que no conocía. Te prometo que antes de regresar a México te buscaré.
—Esto también fue muy importante para mí. Es la primera vez que hago el amor con un desconocido; todavía no me explico qué me pasó contigo, pero no me arrepiento de nada.
Caminé hacia la puerta, aún cojeando, y cuando estaba a punto de salir, Alberto me detuvo.
—¡Salomé! ¿Hay alguien en tu vida?
Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo. No quería dañar el momento tan maravilloso que habíamos vivido. No podía explicarle en un instante toda mi vida; no había tiempo, y temía lo que fuera a pensar de mi si le decía que estaba comprometida para casarme.
—Hablaremos de eso en otro momento. Ya debo irme, tengo que madrugar. Adiós.
—No me digas adiós. Ya te dije que te voy a buscar; quiero que nos volvamos a ver. No te voy a perder tan fácilmente.
Me besó de nuevo; ese fue el beso de despedida, profundo y largo, hasta que tuve que separarlo de mí, o de lo contrario, íbamos a terminar de nuevo en la cama. Salí de la habitación cojeando; aún me dolía la planta del pie. Me fui con una sensación de alegría y dolor al mismo tiempo, sin saber si de verdad iba a volver a verlo. Pero aunque él me buscara, ¿cómo le explicaría que me iba a casar con otro hombre?
(…)
Al día siguiente…
El trayecto de regreso a casa fue eterno; no paraba de pensar en Alberto. No podía creer que me había entregado a él; estaba nerviosa, sin saber cómo miraría a Diego a los ojos, mi prometido, después de esto. Ya no sabía ni qué sentía por él. Al llegar a casa, el chofer de papá me había ido a buscar al aeropuerto. Durante el trayecto en auto, no dije una sola palabra; mis pensamientos estaban anclados en Alberto. De repente, recordé que no le había pedido su número de teléfono, lo que me hizo pegar un brinco sobre el asiento.
—¿Le pasa algo, señorita Salomé? —preguntó Pepe, el viejo chofer, extrañado.
—No, no es nada, solo que olvidé algo.
—¿Pero puedo ayudarla?
—No, Pepe, nadie puede ayudarme con esto.
Me tumbé en el asiento, manteniendo la mirada fija en el paisaje, preguntándome mentalmente: “¿Cómo se me pudo olvidar pedirle su número? ¿Y si no me llama? ¡Ay, no! Qué tonta he sido.”
Al llegar a casa, Pepe estacionó el auto en el garaje y me ayudó a bajar el equipaje. Cuando abrí la puerta para entrar, me encontré con una fiesta sorpresa de cumpleaños. Lo más sorprendente fue ver a mi hermana Ernestina después de tanto tiempo sin saber de ella. Al verme, se acercó a mí extendiendo sus brazos para abrazarme.
—¡Sorpresa!
—Ernestina, hermana, qué lindo verte después de tanto tiempo.
—Feliz cumpleaños, Salomé. Estoy feliz de verte.
—¿Pero qué haces aquí? ¿Y tu esposo dónde está? No me digas que ya lo abandonaste y regresas a casa.
—Jajajaja, no, nada de eso; estoy más enamorada que nunca de mi marido. Ya lo vas a conocer, viene directo del aeropuerto.
—Qué alegría, Ernestina. Al fin vamos a conocer a tu esposo.
Justo en ese momento, todos los presentes se acercaron a saludarme, pero mi madre fue la primera en decirme:
—Salomé, mi amor, ¿dónde estabas metida? Te llamé un montón de veces para saber a qué hora llegarías porque teníamos esta fiesta sorpresa y tú nada que contestabas el celular. ¿Pero qué te pasó en el pie? ¿Por qué lo traes vendado?
Esa fue la excusa perfecta para justificar el no responder el teléfono, haciendo que mi madre no siguiera insistiendo. Al contarle sobre mi accidente en la playa, se compadeció de mí y no le dio importancia a que no le había respondido las llamadas. Claro, no le di detalles de mi noche de pasión con un hombre del que no estaba segura si volvería a ver.
(…)