Alana se siente atrapada en una relación sin pasión con Javier. Todo cambia cuando conoce a Darían , el carismático hermano de su novio, cuya mirada intensa despierta en ella un amor inesperado. A medida que Alana se adentra en el torbellino de sus sentimientos, deberá enfrentarse a la lealtad, la traición y el dilema de seguir su corazón o proteger a aquellos que ama.
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Paseo improvisado
Con una mezcla de nervios y emoción, me acerqué a él y, sin pensarlo mucho, le pregunté:
—¿A dónde vas?
Darian me miró, ligeramente sorprendido, y después esbozó esa sonrisa que parecía tan propia de él, una mezcla de desafío y misterio.
—¿Y a ti por qué te interesa tanto? —me dijo en tono burlón, arqueando una ceja.
Sin darle más vueltas, tomé su mano con firmeza y le respondí:
—Porque quiero que me lleves contigo.
Por un instante, el tiempo pareció detenerse. Su expresión cambió, y la sorpresa en sus ojos era inconfundible, como si realmente no esperara que yo dijera algo así. Pero entonces, su sonrisa regresó, solo que esta vez era distinta, casi suave.
—Si insistes… —murmuró.
De repente, sin previo aviso, se inclinó y me cargó en sus brazos. Un grito ahogado salió de mis labios, seguido de una risa que no pude contener. Todo era tan inesperado, tan surrealista, que no podía hacer otra cosa que reír.
—¿Qué rayos estás haciendo? ¡Bájame! —exclamé entre risas, tratando de sonar seria, pero fallando miserablemente.
Él rió también, con esa risa grave y sincera que tan rara vez mostraba.
—Nada de eso. Una dama me pidió llevarla, y aquí estoy cumpliendo —contestó, mientras caminaba con pasos firmes hacia la salida, ignorando las miradas curiosas de la gente a nuestro alrededor.
A pesar de mi insistencia en que me bajara, él siguió adelante hasta que llegamos al estacionamiento, donde me depositó suavemente en el suelo, manteniendo su mano en mi cintura por un instante antes de soltarme. Se inclinó hacia mí y, con un gesto exagerado de caballerosidad, me abrió la puerta del auto. Me eché a reír, negando con la cabeza ante su teatralidad.
—¿Y ahora? ¿A dónde vamos? —pregunté, intentando controlar la emoción en mi voz mientras me acomodaba en el asiento.
Darian se encogió de hombros, manteniendo el misterio intacto.
—Ahora es una sorpresa —dijo, guiñándome un ojo antes de cerrar la puerta suavemente y rodear el auto para ocupar el asiento del conductor.
El trayecto transcurrió en un silencio cómodo, aunque de vez en cuando lo miraba de reojo, intrigada. No decía nada, y cada vez que intentaba hacerle alguna pregunta, él solo sonreía, sin darme ninguna pista. Dejé que el viento que entraba por la ventana calmara mis pensamientos, que volaban entre la intriga y las mariposas en el estómago. Era difícil descifrar lo que sentía en esos momentos, pero a la vez, no quería detenerme a analizarlo. No importaba.
Después de unos minutos de conducir por calles familiares y luego por otras desconocidas, finalmente llegamos a nuestro destino.
—Ya casi… —murmuró, estacionando el auto en un lugar que, hasta entonces, me parecía un misterio.
—¿Casi? ¿Dónde estamos? —pregunté, pero él no respondió, simplemente bajó del auto y me ayudó a bajar a mí también.
Cuando me giré para ver a nuestro alrededor, mis ojos se encontraron con una vista que me dejó sin palabras. Allí estaba, frente a nosotros, una playa desierta, iluminada únicamente por la luz de la luna y el reflejo de las estrellas sobre el mar. Las olas rompían suavemente contra la orilla, llenando el aire de ese olor salado y fresco tan característico. La arena estaba bañada en tonos plateados bajo el cielo nocturno, y el sonido de las olas me hizo sentir una paz inesperada.
—No puedo creerlo… —murmuré, casi para mí misma.
Darian observó mi reacción en silencio, como si estuviera esperando ver en mi rostro la emoción que él mismo parecía estar sintiendo.
—Pensé que te gustaría —dijo finalmente, en un tono suave.
Por un momento, me perdí en la vista. El cielo era inmenso y despejado, y la brisa fresca de la noche me hacía sentir ligera, como si el peso de los últimos días se desvaneciera por completo. Miré hacia Darian, sin saber muy bien qué decir, y entonces, con una sonrisa juguetona, me incliné hacia él.
—¿Así que tú eres el tipo de persona que trae a la gente a la playa de noche? —bromeé, tratando de sonar despreocupada.
Él me devolvió la sonrisa y sacudió la cabeza.
—Solo a personas especiales —replicó, manteniendo su mirada fija en la mía.
Sentí el calor subir a mis mejillas, y por un segundo aparté la vista, fingiendo que el mar era lo único que me interesaba. Nos acercamos a la orilla y, sin pensar demasiado, me quité los zapatos para sentir la arena fría en mis pies. Darian me observaba en silencio, y cuando nuestros ojos se cruzaron de nuevo, comprendí que algo estaba cambiando, aunque ni siquiera yo podía poner en palabras lo que era.
—¿Sabes? A veces hace falta solo esto… un momento de paz, de desconexión —dijo Darian, mientras se acercaba a mí y me miraba con una seriedad que no le había visto antes.
—Supongo que sí. —Lo miré con curiosidad, preguntándome qué podría estar pasando por su mente.
Pasaron algunos segundos en silencio, ambos observando las olas rompiendo en la orilla, hasta que finalmente él rompió el silencio.
—A veces siento que las cosas se me escapan, como si no tuviera control —admitió, en un tono bajo, casi como si estuviera confesándome un secreto.
Mis pensamientos iban en direcciones opuestas, pero en ese momento me di cuenta de que, de alguna manera, ambos estábamos lidiando con nuestras propias incertidumbres. Le dirigí una sonrisa suave y, en un impulso, tomé su mano.
—No siempre podemos tener control de todo —le dije, sintiendo que mis palabras eran tan ciertas para él como para mí—. A veces solo necesitamos un poco de fe en que las cosas van a salir bien.
Él asintió, mirándome con una mezcla de gratitud y algo más que no podía definir. Me devolvió la sonrisa y, sin decir una palabra, entrelazó sus dedos con los míos. Caminamos en silencio por la orilla, dejando que el mar y la noche fueran testigos de un momento que me resultaba tanto natural como inesperado.
Finalmente, nos detuvimos, y él se giró hacia mí, aún sin soltar mi mano. En sus ojos había algo distinto, una mirada que me hacía sentir vulnerable, como si pudiera ver a través de mí.
—Gracias por estar aquí —dijo, en un tono bajo y sincero.
Sin poder evitarlo, sentí que el corazón se me aceleraba. Algo en la forma en que me miraba, en la tranquilidad de su voz, me hacía pensar que él también estaba sintiendo esa conexión inexplicable.
—Gracias a ti por… traerme —contesté, manteniendo mi voz firme mientras intentaba mantener el equilibrio emocional.
Nos quedamos así, mirándonos en silencio, y por un momento todo lo demás dejó de importar. Finalmente, él soltó mi mano y se inclinó un poco hacia mí, como si intentara leer mis pensamientos a través de mi mirada. Fue un momento que nunca olvidaré, un instante de intimidad que, por más que intentara negarlo, me dejaba completamente desarmada.
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Mientras subíamos de nuevo al auto, sentía que todo el recorrido hacia casa estaba impregnado de una mezcla de emociones que me costaba identificar. Darian, por su parte, parecía estar tranquilo, concentrado en el volante, con la mirada fija en el camino. La brisa fresca de la noche entraba por la ventanilla, y por un momento, cerré los ojos, disfrutando del aire fresco mientras intentaba ordenar mis pensamientos.
Sin embargo, mi tranquilidad no duró mucho. De repente, sentí su mano sobre la mía, apoyada casualmente en la palanca de cambios. No pude evitar mirarlo de reojo, y cuando nuestras miradas se cruzaron, una pequeña sonrisa se dibujó en su rostro. Fue una sonrisa que me llenó de calidez, como si en ese gesto silencioso me estuviera diciendo que todo estaba bien.
El silencio en el auto no era incómodo, sino más bien reconfortante, como si ambos estuviéramos de acuerdo en que no hacía falta decir nada. De todas maneras, mi cabeza seguía dándole vueltas a lo que acababa de suceder en la playa. Aquella conexión, tan inesperada y auténtica, me había descolocado, y por más que intentara ignorarlo, sabía que no iba a ser fácil.
Finalmente, Darian rompió el silencio:
—¿Pensando en algo profundo? —preguntó, sin apartar la vista del camino.
Lo miré, tratando de encontrar una respuesta honesta, pero sin dar demasiado de mí misma.
—Digamos que sí… —respondí finalmente, esbozando una sonrisa.
—¿Y quieres compartirlo?
Le di una mirada fugaz, no queriendo revelar demasiado de mis pensamientos. Era una situación nueva para mí. Quería a Javier pero tampoco puedo desmentir que hay muchas cosas que el no me hacia sentir cómo lo hace Darian, algo que nunca había experimentado. Finalmente, solté un suspiro y me decidí a hablar:
—Creo que… nunca pensé que este último día terminaría así. Es todo tan… inesperado.
Él asintió, como si entendiera a la perfección lo que quería decir. Y en cierto modo, me pareció que lo hacía, porque él también parecía estar en una especie de viaje emocional, uno que tampoco podía definir.
—La verdad es que yo tampoco lo esperaba —admitió, con un tono serio, y en ese momento, toda la actitud despreocupada que había mostrado antes desapareció.
No pude evitar fijarme en cómo sus facciones se suavizaban en ese momento de sinceridad. Era una de esas raras ocasiones en que Darian dejaba ver su lado vulnerable, ese que normalmente se escondía tras su actitud segura y bromista.
—¿Y qué esperabas? —le pregunté, un poco más seria, intrigada.
Darian soltó una pequeña risa y negó con la cabeza.
—No lo sé… tal vez no esperaba nada en particular. Solo… estaba buscando una forma de pasar el rato, de vivir el momento. —Volvió a mirarme—. Pero creo que no contaba con que ese “momento” se sintiera tan… especial.
Al escuchar esas palabras, sentí que el corazón me daba un vuelco. La sinceridad en su voz me desarmaba, y, de alguna manera, sus palabras parecían resumir lo que yo también sentía. Nos quedamos en silencio de nuevo, pero esta vez el ambiente era distinto. Había una conexión en el aire que era casi palpable.
Cuando finalmente llegamos frente a mi casa, Darian se quedó quieto, sin apagar el motor. La luz del auto iluminaba la fachada, y durante un momento simplemente nos miramos en silencio, sin saber muy bien qué decir. Había una tensión que flotaba en el aire, y yo no tenía idea de cómo romperla.
Finalmente, fui yo quien se atrevió a hablar:
—Gracias por esta noche… y por el paseo.
Él sonrió, pero esta vez era una sonrisa suave, una que no mostraba ese sarcasmo habitual, sino una especie de ternura que me desarmaba completamente.
—Gracias a ti… por insistir en venir conmigo —respondió, sosteniéndome la mirada de una manera que me hizo sentir un pequeño temblor en el pecho.
Inclinándome hacia él, le di un abrazo. Fue un gesto impulsivo, y en el momento en que rodeé su cuello con mis brazos, me di cuenta de lo natural que se sentía. Él me devolvió el abrazo, y en ese instante sentí su respiración calmada contra mí, su calidez envolviéndome. Era un abrazo sencillo, pero cargado de una conexión que jamás hubiera imaginado tener con él.
Al separarnos, nuestras miradas se encontraron de nuevo, y por un segundo, pensé que podía perderme en sus ojos.
—Bueno, será mejor que entre —murmuré, sin apartar la vista de él.
—Sí… —contestó, aunque no parecía muy convencido de querer que me fuera.
Tomé aire y, con un último intento de mantener la compostura, abrí la puerta del auto y bajé. Darian esperó, observándome desde el auto, hasta que me dirigí a la puerta de mi casa. Le hice una seña con la mano para despedirme, y él respondió con un leve movimiento de cabeza antes de encender el motor y alejarse lentamente.
Me quedé de pie frente a la puerta de mi casa, observando cómo se alejaba en la noche. Una mezcla de emociones me invadió: emoción, nervios, confusión… pero también una extraña calma, como si aquella salida inesperada hubiera sido justamente lo que necesitaba para cerrar un capítulo de mi vida.
Entré en casa en silencio, tratando de no despertar a mi madre. Me dirigí a mi habitación, donde dejé caer la chaqueta en una silla antes de recostarme en la cama. No pude evitar sonreír al recordar la playa, el baile, y la forma en que Darian había logrado que aquella noche se sintiera única. A pesar de todo lo que había pasado últimamente.