Luego de la muerte de su amada esposa, Aziel Rinaldi tiene el corazón echo pedazos. Sumido en la desesperación y la tristeza lo único que le queda es convertirse en el hombre respetado y admirable que su padre esperaba de él. Hasta que un día su mejor amigo, al borde de la muerte le confiesa un secreto que cambiaría todo el rumbo de su vida.
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Capítulo 18
«¿Entonces es buena idea que nuestro hijo siga creciendo aquí como un salvaje? ¿Qué hay de su salud? ¿Es normal que un niño de casi cuatro años no hable?»
La voz tosca, pero magnética de su esposo retumbaba en su cabeza. Su universo orbitaba en torno a ese pequeño niño risueño y soñador como su máxima prioridad. No es que los problemas de los demás no fueran importantes, pero Alán era su principal preocupación.
—¿Le gustaría una taza de café? —la cálida voz de Jennifer irrumpió el silencio.
Hace una semana estaba prendiendo leña para preparar una sopa casera, con sus propias manos le quitó las plumas a la gallina. Y el día de hoy se encontraba en una lujosa casa rodante, un cambio radical de escenario.
Los ojos de Alán brillaban observando con atención cada detalle novedoso del lujoso lugar. El niño no conocía más allá de casas de madera rústica, caminos de tierra y animales de granja.
Sus ojos se abrieron como platos al tener entre sus manos, por primera vez, uno de los teléfonos móviles de los trabajadores de su padre.
Lina desbordaba paz y paciencia, y con delicadeza le enseñaba a usar el aparato tecnológico.
—¡Mira mami! —exclamó con su adorable tono infantil. Sus hoyuelos en su máximo esplendor, sonriéndole a todos con inocencia.
Aziel parecía más sorprendido, era la primera vez que escuchaba algo más que lloriqueos de parte del niño. Mientras que Lina seguía instruyéndolo con calma.
Conforme pasaban las horas, Alán se veía con mayor confianza y tranquilidad en ese nuevo entorno.
A la hora de dormir, se negó a compartir la cama con su padre. Aziel, con ojos asesinos, accedió a dormir en otro cuarto.
—Malo —le dijo el niño en un susurro antes de que saliera de la habitación.
«Maldito niño de mierda» pensó Aziel, mientras se acomodaba en otro cuarto. Pasó años sin estar con esa mujer, deseándola, imaginando su olor cuando se acercaba a otras mujeres. Buscando entre todas la que más se le pareciera; y ahora por un enano molesto no podía estar con ella. Pero se le ocurrió un plan: el chillón se veía muy contento con Lina.
El día iniciaba, y cada uno cumplía con el papel que se le fue asignado en ese nuevo escenario.
—No tiene que ayudarnos —Jennifer le insistía a Emily para que dejara las labores domésticas.
—Por favor, no quiero quedarme sentada sin hacer nada —replicó Emily con amabilidad.
Jennifer le dio un trapo, aceptando al fin su ayuda colaboradora.
—Falta poco —anunció Aziel con tono impaciente.
—Poco —susurró el niño tratando de imitar el tono mandón de su padre.
Rocío no pudo ocultar la gracia que le daba la tierna escena.
Después de varias horas de conducción, al fin llegaron a la civilización.
—Nos quedaremos aquí, no es seguro seguir, está caso ha aguantado mucho, deben inspeccionar que esté en orden.
—Dormiremos en un hotel —les dijo Rocío, mirando por la ventana en qué clase de sitio estaban.
Uno a uno bajaron de la casa rodante, Emily observó las llantas del vehículo enlodadas. Aziel la guió, poniéndole el brazo sobre sus hombros, mirando de un lado a otro, cerciorándose que todo estuviera en orden.
El lugar donde pasarían la noche se trataba de un hotel de aire modesto pero muy bien cuidado y limpio. La fachada era sencilla, de ladrillo visto. El vestíbulo era amplio y luminoso, decorado con un estilo minimalista con suelos de baldosas claras, algunas macetas con plantas y unos sillones tapizados donde los huéspedes podían sentarse cómodamente.
Las habitaciones eran de tamaño medio, pero estaban muy bien aprovechadas. La decoración era funcional pero agradable, con muebles de líneas rectas y tonos suaves. Las camas tenían buenos colchones y ropa de cama de algodón fresca. Los baños estaban renovados, con platos de ducha espaciosos y comodidades básicas pero de calidad.
—Yo puedo cuidar a su pequeño —se ofreció Lina, con una sonrisa nerviosa.
—No, no es necesario, gracias. —Emily se negó con la mayor amabilidad que pudo.
—Entiendo que no inspiro mucha confianza —le dijo con una voz apagada, mirando al suelo.
La culpa y la vergüenza invadieron a Emily.
—No, no me refiero a eso, es que Alán es… muy travieso, de seguro va a correr por todas partes —le explicó.
—No pasa nada. Yo lo cuidaré como si fuera mi hermano pequeño.
—Bueno —le respondió no muy segura, miró a su hijo—. En lo que tomo un baño rápido. Alán no hagas travesuras.
El pequeño negó con la cabeza.
—Sí, yo me encargo —aseguró Lina, tomando de la mano al pequeño.
Con las gotas de la regadera cayendo, Emily repasó todo de nuevo: debía insistir día con día para que Aziel cumpliera su promesa de ayudar a las personas del pueblo. Hacer todo lo posible para traer a Luvina con ella.
«Estoy bien, no soy tan frágil como crees», le había dicho, luego de que esos criminales la regresaran al pueblo.
Primero que todo, los problemas de su pequeño. No es que tuviera un retraso, o problema; solo hablaba cuando él quería, aunque eso no era muy normal.
Acomodando la toalla en su lugar salió del baño, y la figura masculina de su esposo recostado en la cama la sacó de su tempestad de reflexiones.
—Te extrañé mucho —le dijo en tono suave.
—Y yo a ti… —ella lo miró con ternura, la cuál fue reemplazada con asombro cuando escuchó el ziper de su pantalón bajarse.
Aziel sin ningún rastro de pudor se comenzó a masajear… lento, sin apartar de ella su mirada ardiente e impetuosa.
—Te necesito —declaró con urgencia.
Emily sintió una ola de temor, no era la misma, su cuerpo no era el mismo. Embarazo, estrías, y el reflejo de su piel reseca en el espejo del baño.
Los labios de su esposo rozaron su vientre por encima de la delgada blusa, haciéndola estremecer. Sus fuertes y grandes manos acariciándole el trasero.
—Tengo que follarte. Cuánto antes mejor. —La miró, con sus ojos aturdidos por la lujuria.
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