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En Blanco

En Blanco

Status: En proceso
Genre:Romance / Yaoi / Pérdida de memoria / Traiciones y engaños / La Vida Después del Adiós
Popularitas:703
Nilai: 5
nombre de autor: Marianitta

Cuando Aiden despierta en una cama de hospital sin recordar quién es, lo único que le dicen es que ha vuelto a su hogar: una isla remota, un padre que apenas reconoce, una vida que no siente como suya. Su memoria está en blanco, pero su cuerpo guarda una verdad que nadie quiere que recuerde.

NovelToon tiene autorización de Marianitta para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

El nombre que nadie dice

El pueblo parecía igual que siempre: calles estrechas de piedra, casas con fachadas blancas y balcones de hierro forjado, el olor a sal y pescado que llegaba desde el puerto.

Sin embargo, esa mañana Aiden lo sentía distinto, como si debajo de la rutina cotidiana hubiera un rumor invisible que todos conocían menos él.

La carta de L. V. seguía doblada en el bolsillo interior de su chaqueta.

Había pasado gran parte de la noche leyéndola y releyéndola, intentando descifrar algún detalle que le revelara quién era ese remitente.

-“No olvides quién eres”.

Decía una de las últimas líneas. Aiden no recordaba haberlo olvidado… y sin embargo, no podía decir quién era realmente.

Decidió que ya era hora de preguntar. No de forma abierta, claro; sabía que su padre reaccionaría mal si llegaba a enterarse.

Pero quizá alguien en el pueblo podría decirle algo, una pista mínima, un gesto que le confirmara que no estaba persiguiendo un fantasma.

Empezó por la pequeña librería de la plaza. Era un local angosto, con estantes abarrotados y el aroma denso de papel viejo.

La dueña, una mujer menuda de cabello recogido en un moño alto, lo saludó con una sonrisa cordial.

—¿Buscas algo en particular, Aiden? —preguntó.

Él dudó unos segundos, tanteando el terreno.

—En realidad… sí. ¿Conoce a alguien por aquí con las iniciales L. V.?

El cambio fue casi imperceptible: la sonrisa de la mujer se tensó, y de pronto pareció encontrar un libro muy interesante que ordenar.

—Mmm… no, no me suena —respondió, sin mirarlo a los ojos—.

—¿Quieres que te recomiende una novela nueva que acaba de llegar?—

Aiden aceptó el libro por cortesía, pero al salir tuvo la sensación de que, detrás de él, la mujer lo observaba por la ventana.

En la frutería pasó algo parecido.

El hombre que atendía, un señor corpulento de bigote espeso, frunció el ceño apenas oyó las iniciales.

—No creo que sea de por aquí —dijo, cortante, mientras llenaba una bolsa de naranjas.

Y luego, como para cambiar de tema: —Tu padre pasó temprano a comprar, ¿sabías?—

La mención del padre siempre caía como un portazo en la conversación.

Aiden caminó por las calles sin rumbo fijo, tratando de ignorar la incomodidad que le dejaban esas interacciones.

Cada esquina, cada fachada le parecía cargada de un peso invisible.

Y entonces, algo: frente a una casa pintada de azul pálido, un aroma a pintura fresca lo detuvo. La mezcla de disolvente y aceite de linaza le golpeó la nariz, y por un instante se vio —o se sintió— con un pincel en la mano, manchándose la camisa con trazos apresurados.

La visión duró apenas un parpadeo, pero lo dejó con el corazón acelerado.

Siguió caminando hasta el puerto.

Las gaviotas chillaban sobre los barcos amarrados, y el agua grisácea se agitaba contra los muelles.

Allí, otra punzada de recuerdo: risas, viento en el rostro, y una voz grave pronunciando su nombre con un tono cálido.

Trató de aferrarse a esa voz, pero cuanto más se concentraba, más se desvanecía.

De regreso a casa, la sensación de vigilancia se hizo más evidente.

Una pareja de ancianos que charlaba en una esquina calló de golpe al verlo pasar. Un grupo de adolescentes en bicicleta lo observó con curiosidad antes de girar bruscamente por otra calle.

Incluso creyó ver, en una ventana del segundo piso, una cortina que se movía como si alguien se ocultara detrás.

Cuando llegó, Thomas estaba en el porche, sentado en su silla de madera.

—¿Dónde has estado? —preguntó sin levantar la voz.

—Paseando —respondió Aiden, intentando sonar casual.

El padre lo miró durante un largo instante, como si pudiera leer en su rostro las preguntas que había hecho.

Finalmente asintió y se levantó para entrar, pero Aiden sintió un escalofrío: no estaba seguro de si había logrado engañarlo.

Esa noche, en su habitación, sacó la carta de L. V. y la extendió sobre la mesa.

Pasó los dedos sobre la tinta, como si el contacto pudiera transmitirle algo más que las palabras.

El papel tenía un olor leve, mezcla de papel envejecido y algo más… quizá un perfume.

“Espero que estés comiendo bien. Sé que a veces te olvidas cuando te obsesionas con un proyecto.

Aún me río cuando pienso en lo que pasó en el puerto. Nunca te había visto correr así.

Cuídate. No olvides quién eres.

—L. V.”

No sabía por qué esas líneas le daban una mezcla de calma y ansiedad.

Era como si estuvieran escritas para una versión suya que había desaparecido.

Una versión libre, risueña, que conocía bien a esa persona.

Dobló la carta con cuidado y la guardó bajo el colchón.

Lo último que pensó antes de quedarse dormido fue que, si alguien más la encontraba, ese vínculo se rompería para siempre.

Mientras tanto, en otra parte del pueblo, dos hombres conversaban en voz baja frente a una mesa de bar. Uno de ellos tomó un sorbo de cerveza y dijo:

—Thomas tiene que saberlo. El chico anda preguntando por alguien… con iniciales. L. V., creo.

El otro asintió.

—Se lo diré mañana. No conviene que empiece a recordar.

1
Maru Sevilla
/Frown/
Maru Sevilla
El capitulo está interesante /Smile/
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